"Samuel dijo a Saúl: el Señor me envió a que te ungiera por rey sobre su pueblo, sobre Israel. Ahora pues, está atento a las palabras del Señor. Así dice el Señor de los ejércitos: Yo castigaré a Amalec por lo que hizo a Israel, cuando se puso contra él en el camino mientras subía de Egipto. Ve ahora y ataca a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de él. Antes bien, da muerte tanto a hombres como mujeres, a niños como a niños de pecho, a bueyes como ovejas, a camellos como asnos." (Libro de Samuel, 15: 1-3)
Acojona, ¿que no? Y se supone que semejante cafrada la dijo Yahvé por boca de uno de sus profetas, que era aún más cafre. Como vemos, eso de recurrir a las deidades, a profetas, adivinos y demás agoreros de todos los pelajes para influir en el desarrollo de las guerras es más antiguo que la tos. Los ejércitos griegos y romanos no empezaban una batalla sin el visto bueno de sus augures, y los monarcas medievales no daban un paso sin el beneplácito de la Iglesia; nuestros gloriosos Tercios combatían por Dios y en el nombre de Dios, cosa que, casualmente, también hacían nuestros heréticos enemigos luteranos y anglicanos. Las partidas de guerrilleros que emboscaban bonitamente a los gabachos durante la francesada (Dios maldiga al enano corso) solían ser alentados por algún belicoso fraile que, además de rezar, no dudaba en echar mano a un trabuco bien atiborrado de posta lobera para dejar a los saqueadores de tumbas y violadores de monjas del enano convertidos en un amasijo de carne picada para alimento de perros, y desde entonces hasta nuestros días aún se recurre a Dios para que el personal no se amohíne demasiado al saber que van a palmarla sí o sí. Más aún, actualmente ya vemos que sigue habiendo tontos de babero que se creen a pie juntillas que si se inmolan llevándose por delante a varios infieles irán al Cielo a refocilarse eternamente con 72 pibones sin miedo a que una andropausia feroz les desplome el miembro viril tras varios siglos de fornicio continuado.
Millán Astray, admirador del bushido y dotado de un valor temerario, instauró un culto a la muerte que hizo de la Legión un cuerpo verdaderamente temible |
Cuando se acude a la llamada de las armas, hasta los ateos contumaces se sienten reconfortados sabiendo que el Dios en el que no creen está con ellos, y rezan fervorosamente para que las municiones lleguen a tiempo o la artillería enemiga se confunda con las coordenadas y sus proyectiles pasen de largo. Al cabo, el hombre es un animal miedoso al que la perspectiva de entregar la cuchara le acojona mucho a pesar de los "¡Viva la Muerte!" de Millán Astray o el "Ya hablaremos de capitulación después de muertos" que espetó el maestre de campo Bobadilla a los cantamañanas de los holandeses en Empel. En resumen, que una cosa es tener elevadas dosis de testiculina para afrontar el trance supremo sin que se te mueva un músculo de la jeta y otra que, a pesar de ello, uno no deje de sentir cierto repullo ante semejante perspectiva. Por todo lo dicho, lo que está claro es que cuando hay guerra los dioses están con uno, y el enemigo es un lacayo del mal, ya sean espíritus malignos, dioses del inframundo con mala leche o, por supuesto, el malvado entre los malvados: Satanás.
Bien, hecho este introito, inauguraremos el año con una nueva serie de artículos que dedicaremos precisamente a la relación entre la guerra y el uso de la astrología, el ocultismo, las viejas profecías e incluso eventos paranormales para usarlos contra los enemigos porque de todo ello ha habido a lo largo del tiempo, y la supuesta intervención de elementos o entes ajenos a los humanos ya vienen de largo desde que Josué mandó al carajo las murallas de Jericó con solo tocar las trompetas. Porque, en realidad, estas historias no han dejado de ser una sutil forma de guerra psicológica con dos únicos fines: subir la moral de las tropas convenciéndolos de que cuentan con la ayuda de una entidad omnipotente- Dios, Yahvé, Alláh, Júpiter, Tutatis, etc.- y asimilar a los enemigos como unos seres infrahumanos, unos lacayos del mal a los que hay que exterminar como sea para librar al mundo de su maligna simiente.
Aunque pueda parecer mentira, la Gran Guerra fue increíblemente prolífica en la divulgación de estas cuestiones que, por lo general, no suelen ser mencionadas en los textos donde se narra el desarrollo de la misma. A lo más, sucesos supuestamente paranormales como los famosos ángeles o los arqueros ingleses que sacaron las castañas del fuego a los british (Dios maldiga a Nelson) en Mons en agosto de 1914. Ya sabemos que estos isleños son maestros consumados en la propaganda, y desde el primer momento vieron un filón en la cosa sobrenatural para convertir a los tedescos en esbirros del Maligno y al káiser en el Anticristo nada menos. Publicaciones de todo tipo, incluyendo la prensa seria, se hacían eco de innumerables chorradas, predicciones, profecías y, en menor grado, de los que afirmaban que la guerra era el Armagedón, el Apocalipsis anunciado por Juan. A estos les hacían menos caso porque, lógicamente, afectaba a ambos bandos por igual. Así pues, todos estos camelos, debidamente adobados con el apoyo de la Inteligencia militar e incluso de los curas desde los púlpitos, ayudaban a propalar las invenciones más dispares en unas poblaciones que, en aquel momento, aún eran devotas, iban a misa los domingos, eran creyentes de forma mayoritaria ya fuesen tanto católicos como protestantes y, sobre todo, crédulas y susceptibles de creerse cualquier memez porque el nivel cultural de los ciudadanos de la época era más bien escaso y al alcance de solo unos pocos
Joséphin Péladan (1859-1918) |
No tuvo que pasar mucho tiempo desde el comienzo de las hostilidades para que el primer agorero sorprendiera a propios y extraños con una revelación de lo más sorprendente. Hablamos del famoso caso de llamado hermano Johannes, un supuesto clérigo de principios de siglo XVII que dejó una serie de predicciones que ríase vuecé de Nostradamus. Estas profecías fueron publicadas en Le Figaro entre el 10 y el 17 de septiembre de 1914, o sea, menos de dos meses después de empezar la guerra. Su difusor fue un peculiar personaje llamado Joséphin Pédalan, apodado a sí mismo como "Le Sar Mérodack" o el Vidente, un tipo que tendría un futuro sumamente prometedor en la telebasura de nuestros días. Prolífico novelista, crítico de arte, aficionado a la magia negra, la videncia y el ocultismo, había nacido en Lyon en 1859. Como vemos en la foto, también gustaba de ofrecer un aspecto estrafalario de pseudo-místico e incluso recurría a trucos fotográficos para que sus ojos aparecieran con las pupilas dilatadas y ofrecer así una mirada de esas que los crédulos de turno piensan que son capaces de leer el alma. Su progenitor, Adrien Pédalan, era un escritor de temas religiosos y recopilador de profecías que en 1871 había incluso publicado un libro titulado "El nuevo "Liber Mirabilis" (Libro Maravilloso), o todas las profecías auténticas de los tiempos presentes". Y de su colección de profecías debió extraer las del misterioso hermano Johannes, que antes de palmarla en 1890 había legado a su retoño. Según afirmaba, Pédalan padre había obtenido los documentos por un monje premonstratense de Saint Michel de Trigolet que a su vez los había recibido de un tal abate Donat. Obviamente, nadie vio jamás los originales y solo tenemos la más que cuestionable palabra de Pédalan acerca de su autenticidad.
Pédalan informó a sus lectores que las profecías en cuestión eran solo una parte de una larga retahíla de augurios- como siempre bastante horripilantes porque no hay un solo agorero que profetice algo benéfico como la cura del cáncer o el descubrimiento de una energía limpia e inagotable- que se extendían desde el siglo XVI al XX. Entre ellas mencionaba la entronización de Benedicto XV, que ascendió al solio pontificio el 3 de septiembre de 1914. Obviamente, si las profecías del Johannes este hubiesen sido comprobadas habrían sido una verdadera revelación, ya que se anticipaba más de doscientos años al suceso. Pero el Vidente se limitó a publicar un fragmento de 17 profecías en referencia al Anticristo por venir que, francamente, parecían hechas a medida. Veamos algunos ejemplos por no alargarnos demasiado:
2. El verdadero Anticristo será uno de los monarcas de su tiempo, un hijo de Lutero. Invocará el nombre de Dios y se entregará para ser su mensajero. Obviamente hace referencia al káiser por lo de hijo de Lutero, o sea, un rey tedesco.
4. Será un hombre con un solo brazo, pero sus soldados sin número, cuyo lema será "Dios con nosotros", se parecerán a las legiones del infierno. Esta es aún más evidente. El káiser Guillermo nació con el brazo izquierdo más corto, motivo por el que siempre aparece en las fotos empuñando el sable, con el puño apoyado en la cadera, cubierto por un capote o metiendo la mano en el bolsillo a fin de disimular ese defecto. Y "Dios con nosotros", "Gott mit uns", era el lema de Prusia desde 1701 y que prosiguió tras la Unificación alemana. Dicho lema aparecía en las hebillas del ejército tedesco incluso cuando el ciudadano Adolf cortaba el bacalao.
11. Sus palabras engañosas serán como las de los cristianos, pero sus actos se parecerán a los de Nerón y los perseguidores romanos. Habrá un águila en su escudo de armas, como también en la de su lugarteniente, el otro emperador malvado. En este caso hace también una clara referencia a la bandera alemana o al águila de Prusia, así como la que aparece en el escudo del imperio Austro-Húngaro del emperador Francisco José.
Benedicto XV, coronado papa justo una semana antes de que Le Figaro publicase las profecías del hermano Johannes. Ya era casualidad, ¿no? |
15. Antes de que el Anticristo sea derrocado, habrá que matar a más hombres que los que se encuentran dentro de los muros de Roma. Todos los reinos tendrán que unirse en la tarea, porque el gallo, el leopardo y el águila blanca nunca obtendrían lo mejor del águila negra si las oraciones y los votos de toda la humanidad no llegaran a su apoyo. En esta profecía hace referencia a los aliados: el gallo es Francia, el leopardo Inglaterra y el águila blanca a Rusia. No contó con que el águila blanca se volvería extremadamente roja en 1917.
Posteriormente publicó otra serie titulada "La batalla de las bestias" formada por otras 17 profecías para el siglo XXI que obviaremos por no venir al caso salvo dos que, curiosamente, podrían ser aplicables a la 2ª Guerra Mundial:
21. El águila negra, que vendrá de la tierra de Lutero, sorprenderá al gallo desde otro lado e invadirá la mitad de la tierra del gallo. Es obvia la coincidencia con la invasión alemana de 1940 contra Francia, cuya mitad del territorio quedó ocupado por los tedescos, pero se adelantó 60 años.
Horatio Bottomley (1860-1933). Editor, orador, parlamentario, defraudador... Un figura, vaya |
Bien, esta fue, como decimos, la primera "revelación" que convertía a los tedescos en siervos del mal y a su emperador el Anticristo tantas veces anunciado a lo largo de los siglos. Pero los augurios del hermano Johannes solo fueron el comienzo. Hubo más, y de algunos sumamente curiosos sobre todo por parte de esos probos ciudadanos tan aficionados a echar mano a un lápiz y pasarse dos semanas sin moverse de la butaca buscando fórmulas o combinaciones que hagan coincidir la fecha nefasta con algún detalle aleatorio. Eso así, siempre a toro pasado como ocurrió con el tristemente famoso 11-S, que a partir del cual desde los códigos de barras de los preservativos a la fecha de caducidad de una lata de berberechos podían coincidir con tan siniestra fecha si se aplicaba la fórmula o el algoritmo adecuado.
Entre junio y julio de 1915, algunos periódicos británicos anunciaron que un estudiante canadiense había descubierto de forma matemática e irrefutable que el káiser, pobrecito, era la Bestia del Apocalipsis. El fulano este habría sido un genio de los sudokus esos, porque ya le echó imaginación. Para su genial revelación tomó la palabra KAISER, y dio a cada letra del alfabeto un valor numérico empezando por la A = 1 y terminando por la Z = 26, añadiendo al valor de cada letra un seis ya que KAISER tiene seis letras. El resultado lo vemos a la derecha. Como vemos, la cifra final es el terrorífico número 666. Hay que ser retorcido y/o estar aburrido para llegar a semejante conclusión, y habría que ver cuántos lápices y cuantos folios gastó para obtener ese número que venía de muerte a la propaganda para, una vez más, corroborar de forma "irrefutable" que el káiser era un sujeto extremadamente malvado, una mala persona, y sus tropas una caterva de orcos cabreados.
Está de más decir que, como no podía ser menos, los tedescos también tenían sus astrólogos y profetas al servicio de la causa. Como contrapartida a la virguería numérica del canadiense, la revista "Zentralblatt für Okkultismus" publicó en 1916 otra enjundiosa combinación alfanumérica con el número de letras de káiser y fechas astrales relevantes, llegando a la conclusión, como no podía ser menos, de que Su Majestad Imperial no solo no era el Anticristo sino que, en realidad, era un instrumento de Dios destinado a exterminar a los enemigos de la Gran Alemania, que para eso Gott mit ihnen. Es evidente que esta profecía resultó un fiasco enorme, pero al menos sirvió para elevar un poco la moral a los sufridos súbditos del último Hohenzöllern. Por otro lado, la propaganda alemana estaba por lo general más encaminada a enaltecer los valores patrios, sus símbolos y tradiciones y, por supuesto, la figura del káiser que a demonizar o despreciar al enemigo. La mayoría de los carteles solían ofrecer imágenes de soldados victoriosos acompañados de valkirias y cosas así. Al cabo, su población civil no tuvo que padecer los abusos habituales de un ejército de ocupación, así que no era plan de poner mocitas tedescas violentadas por gabachos o british porque eso jamás ocurrió.
Harold D. Lasswell (1902-1978) |
Mdme. de Thèbes (1845-1916) en su elegante salón de la Avda. de Wagram, en París. |
En fin, criaturas, con esto terminamos. Esperemos que el 2020 no sea tan chungo como se presenta porque, aunque no suelo ser agorero, lo veo bastante negro, para qué mentir. Suerte y buena salud para todos, amén de los amenes.
Hale, he dicho
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