Al hilo de la entrada anterior, que por lo que veo ha tenido una grata acogida entre mis leales lectores, y para complementarla un poco a modo de taimado estilete impregnado en un tósigo letal por si el cuñado de turno sabe más de la cuenta, veamos esta serie de curiosidades curiosas, no sea que nos fastidie el darle el día con nuestros conocimientos sobre este emblemático carro de combate. Ojo, algunas son unas curiosidades crueles, de esas que se espetan y pueden provocar una parada cardio-respiratoria, de modo que si creen que merece la pena mantener vivos a sus cuñados hasta el final para que sufran más, tengan un desfibrilador a mano. Sí, mi maldad no conoce límites, lo sé. Ah, por cierto, estas curiosidades son aplicables a cualquier modelo del T-34 si bien están basadas ante todo en las primeras versiones. Si ya vimos que durante su interminable fase de proyecto cambiaban una pieza a diario, cuando estaba en producción la pauta fue similar. Bueno, veamos pues...
1. Esta pueden soltarla así, de sopetón, si quieren abreviar la cosa o bien dejarla para al final, a modo de guinda del pastel para rematarlo. Seguro que más de una vez muchos se han preguntado qué leches son esos pequeños conos que se ven en los laterales o en la parte trasera de las torretas de estos chismes. El detalle superior izquierdo es la parte trasera de un T-34/76 de 1943 y el de la foto grande es el modelo de 1940. ¿Para qué leches servían esos conitos? Pues eran las tapas de unas pequeñas aberturas para disparar a través de ellas con armas ligeras, desde una pistola a un subfusil. En el detalle inferior izquierdo vemos su aspecto abierto.
Era un simple tapón de acero que se cerraba tirando hacia dentro mediante un cable lastrado. Más simple, imposible. Por su forma exterior, nadie podría tirar de él porque no daba opción a agarrarlo de ninguna forma, y por el orificio no cabía más que el cañón de un fusil o una pistola, así que pocos efectos tendría contra la tripulación. El motivo de estos minúsculos portillos era disponer de capacidad de defensa cercana por los costados y la zaga, que eran los sitios por donde el malvado tedesco se acercaba con una Panzerknacker, trepaba encima del carro, la adosaba sobre el motor o el techo de la torreta y adiós muy buenas. Esas minas, que eran verdaderamente eficaces porque podían perforar hasta 140 mm. de blindaje, disponían de un retardo de 7,5 segundos para que al héroe de turno le diera tiempo de bajarse una vez activada y salir echando leches en busca de un hoyo donde meterse, pero si lo veían venir gracias al aviso por radio de otro carro o por el periscopio giratorio de la torreta, abrían el portillo, asomaban el cañón del PPSh y lo freían a tiros antes de que le diera tiempo a acercarse en el carro.
2. Los soviéticos también diseñaron un dispositivo barre-minas que no tenía nada que envidiar a los que años después usaron los aliados en Normandía. La idea surgió a raíz de la Guerra de Invierno contra los fineses, cuando el padrecito Iósif aún pensaba que entre él y el ciudadano Adolf se iban a repartir la galaxia entera. Bien, ya sabemos que el ejército finés era pequeñajo pero matón y que, aunque la guerra apenas duró tres meses y medio y oficialmente ganaron los rusos, las bajas y las pérdidas de material que sufrieron a manos del ejército finés fueron antológicas, de auténtica vergüenza, y más si consideramos la disparidad de fuerzas y medios en liza. De hecho, gran parte de los más de 3.000 vehículos perdidos por los soviéticos entre carros de combate y demás chismes rodantes fueron debidos a los densos campos de minas anticarro con que los recibieron los fineses. Ante cifras tan apabullantes, se encargó a un tal P.M. Mugalev, de la Fábrica Dormashina de Nikolaiev el diseño de un vehículo barre-minas para abrir caminos por los que sus colegas pudieran seguirlos sin temor a saltar por los aires. Inicialmente, el dispositivo se probó en un T-28, pero el repentino ataque tedesco en julio de 1941 obligó a parar el proyecto porque, en ese caso, los que tenían que poner minas anticarro eran los rusos, no los invasores alemanes. El T-28, un carro totalmente obsoleto lleno de torretas de forma similar al T-35, había sido ya desechado a aquellas alturas, por lo que se intentó probar en un T-60, un carro ligero de solo 5,8 Tm. y en un carro pesado KV-1, pero en ninguno dio buenos resultados, en el primero por su poca potencia, y en el segundo porque iba justo de potencia para mover sus 45 Tm. Finalmente, la opción que quedaba era el T-34.
El dispositivo consistía en un soporte en forma de Y que solía permanecer instalado en el carro aunque no fuese necesario entrar en un campo minado. Cuando llegaba el momento se colocaban dos rodillos, cada uno compuesto por cinco ruedas capaces de resistir hasta 10 detonaciones, tras las cuales había que cambiar las afectadas si es que no habían saltado antes en pedazos. En mayo de 1942 se dio el visto bueno para comenzar la producción, dando lugar a dos prototipos en el mes de agosto siguiente que fueron asignados al 223º Batallón de Carros. Una vez comenzada su producción no sirvió cada carro en una unidad, sino que fueron agrupados en un solo regimiento para actuar donde se les llamaba, siendo aumentados hasta el final del conflicto en cuatro regimientos más. En el croquis de la derecha vemos su sistema de fijación al casco, con menos mecanismos que un chupete: la parte abierta de la Y se fijaba en la plancha inferior de la proa, y mediante un cable de acero se sujetaba a los ganchos de remolque que, como se ve claramente, permitía regular su grado de inclinación respecto al terreno. El PT-34 solo tenía un inconveniente: marcaba dos franjas libres de minas justo por donde había pasado. Si algún vehículo de los que le seguían se salía unos centímetros de dichas franjas podía verse volatilizado. Y ojo, las minas anticarro no afectan al paso de tropas porque sus espoletas están graduadas para más peso que el de un hombre o incluso un vehículo ligero, por lo que podían no hacerlas detonar. Eso hacía pensar que el terreno estaba libre de peligro, pero la realidad es que debajo había cientos o miles de Tellerminen que podían graduarse entre 100 y 180 kilos de presión. Como hemos mostrado, el barre-minas se instaló en los T-34/76, los T-34/85 y también en los T-44 al final de la guerra.
3. Observen esas cuatro fotos. Pertenecer a cuatro versiones distintas del T-34. La de la foto A, a la de 1940; la B, a la de 1941; la C, a la de 1943, y la D es de un T-34/85. Sin embargo, todas tienen un detalle en común. Venga, un pequeño esfuerzo mientras me preparo un Earl Grey...
Ya... Bueno, los que se hayan percatado de que todas las escotillas abren hacia adelante, les pongo un notable. Los que no, se quedan sin recreo y a ver si nos fijamos más, qué carajo. Hagan memoria. Los carros occidentales, caso de tener la escotilla de una hoja abrirá hacia atrás, y si son de dos hojas abrirán hacia los lados.
¿Por qué los hijos del padrecito Iósif lo hacían así? En primer lugar, por una razón muy sensata: si el tripulante abre en plena ensalada de tiros y asoma la cabeza tiene muchas papeletas para que les endilguen un balazo en plena jeta. Abriendo la escotilla hacia adelante permanecía a cubierto y, a lo sumo, siempre podía asomarse cuidadosamente por un lateral. La otra razón era consecuencia de la primera. Como ya se comentó el tema de la radio había sido un problema tan chungo que, al final, durante meses se encontraron con que solo podían llevarla los comandantes de las compañías. Esa pauta nos vale también para modelos anteriores a la guerra, naturalmente. Bien, pues para comunicarse entre ellos, el comandante de la compañía y sus jefes de carros tenían que recurrir a las banderas, por lo que la escotilla abierta les protegía mientras meneaban sus banderitas. En la foto de la derecha vemos una columna de T-34 cuyo comandante lleva una bandera bastante cutre, y tanto él como los del carro siguiente se asoman por un lateral, ofreciendo un blanco mínimo al enemigo.
4. La vida del artillero de proa era miserable. Su permanencia dentro del carro era como la de un topo en su madriguera, porque a este desdichado tripulante no le habían permitido tener ninguna escotilla, ni visor, ni leches. Su misión era permanecer tras la ametralladora DP esperando a que el conductor le diese la alarma y la situación aproximada del enemigo, porque él no veía un pijo. Entonces, a través del ínfimo agujero que vemos en la rótula (hubo varios modelos) donde había una mira abierta convencional, intentaba localizar a los malvados tedescos y, entre la puntería que podía hacer y orientándose con las trazadoras, se buscaba la vida como podía. En ese sentido era mucho más eficaz la ametralladora coaxial. En la foto A vemos el aspecto externo de la rótula sin la ametralladora. La flecha negra señala su alojamiento, y la roja el punto de mira. En la B tenemos una vista interior. La flecha roja señala la palanca para bloquear la rótula mientras no estaban en acción para impedir que la máquina se moviera con los vaivenes del vehículo y le partiera la jeta al artillero mientras leía por octogésimo quinta vez la carta llena de faltas de ortografía de su amada Svetlana. Debajo de la rótula vemos un soporte contenedor para diez cargadores de 63 cartuchos. Esto fue un logro, porque en el proyecto original toda la munición de ametralladora estaba en el suelo de la cámara de combate, por lo que el artillero de proa tenía que volverse y rebuscar detrás suyo cada vez que tenía que recargar el arma.
5. ¿Y qué veía el comandante/tirador? Bastante más. Aparte de que disponía de un periscopio giratorio PT-5 en el techo de la torreta (debería haber uno para cada tripulante de la torreta, pero inicialmente se suprimía el del cargador para ahorrar material), en cada costado había una ranura de visión directa que, para poder mirar, tenía que agacharse en un espacio en el que un hombre de constitución normal ya se sentía como metido en un ataúd. El PT-5 le permitía apuntar en determinadas condiciones, pero cuando llegaba la hora de abrir fuego, era por lo general más fiable el visor telescópico TMFD-7 (que también fue variando en otros modelos). En las fotos inferiores podemos ver el aspecto del retículo, tanto en una hipotética situación de combate como con un fondo liso para apreciar mejor las escalas.
Este visor tenía 2,5 aumentos, y ofrecía un campo de visión de 14º y 30'. Además del retículo vemos cuatro escalas:
1. La superior, calibrada de 0 a 32 en ambos sentidos, era para calcular la deriva para compensar el viento cruzado.
2. La de la izquierda, marcada con las siglas СГ (SG en cirílico, staraya granata, antigua granada) es la referencia para el uso de los antiguos proyectiles de punta roma de 76,2 mm.
3. La de la derecha, marcada como ДГ (DG en cirílico, dalnoboynaya granata, granada de largo alcance) era para la munición perforante y de alto explosivo.
4. La de extremo derecho sin marcar era para la ametralladora coaxial, graduada hasta 1.400 metros.
Posteriormente, cuando se suprimió la munición de punta roma, se actualizaron los retículos con las letras О (oskolochnaya, alto explosivo), Б (bronebonaya, perforante) y П (pulemet, ametralladora)
La elevación del cañón se efectuaba a mano girando un volante de forma que el pelo horizontal del retículo debía situarse en la escala de metros respectiva (lógicamente, la que vemos hay que multiplicarla por 100). Una vez hechos los cálculos, apretaba el pedal que accionaba el disparador eléctrico. Poco después se sustituyó por un botón situado en la empuñadura del visor porque el pedal estaba tan cerca del asiento que podía pisarlo por error y liarla parda. Lógicamente, también disponía de un disparador manual. La cadencia de tiro era de solo 4-6 dpm. debido a que las estrecheces de la torreta no permitían al personal ir más rápido. Aparte de eso, el comandante/tirador tenía que dar órdenes al piloto, al cargador, vigilar lo que ocurría a su alrededor y, encima, apuntar y disparar el cañón. La visión circular la realizaba con un visor Mk4.
6. La maldita radio. Ya explicamos como el aparato de radio traía por la calle de la amargura al personal. Y no solo por su enorme tamaño, sino porque la componían tres elementos diferentes: el emisor, el receptor y el dispositivo de cifrado TK-12 para que el enemigo no se enterase de que a Ivan se le había acabado el tabaco, o que el camarada capitán Cirrosivich estaba sin sentido tirado en el suelo del carro porque había confundido la botella de vodka con la del líquido refrigerante y se la había bebido de golpe. Como recordarán, la puñetera radio obligaba a no llevar un solo proyectil en la torreta, y los de uso inmediato estaban en los costados del casco lo que obligaba al cargador a ser un verdadero contorsionista para, en aquel ínfimo espacio, poder echar mano de ellos. Pero como es posible que más de uno no se explique a santo de qué tanto problema con lo fácil que sería cambiar de modelo, pues lo explicamos para que sus cuñados estallen en sollozos al corroborar una vez más su sapiencia.
Veamos... Aparte de que la tecnología rusa en cuestiones electrónicas no era precisamente puntera por aquella época, lo de la radio era la pescadilla que se mordía la cola. Los mandamases pretendían, como es lógico, liberar al comandante del carro de tener que andar trasteando con aquel chisme, lo que le suponía una carga muy peligrosa en determinados momentos en los que su atención debía estar centrada en combatir. Uno de los problemas de la radio 71-TK era que no funcionaba con frecuencias fijas, por lo que había que estar buscando constantemente el canal por el que se estaba hablando si el vehículo estaba en movimiento. Para entendernos, era lo mismo que pasaba antaño con los transistores domésticos, que uno iba escuchando el partido durante el paseo dominical y, justo cuando se estaba gestando el gol, se interrumpía la recepción y había que girar el dial para encontrar el canal justamente cuando el gol ya había tenido lugar. Imaginen pues a un atribulado camarada teniente con su carro rodando a 30 km/h por mitad de un sembrado de papas, dando saltos, con los tedescos disparándoles toda clase de porquerías y, encima, girando desesperadamente el dial de la puñetera 71-TK para poder terminar de informar al puesto de mando que tenía dos divisiones acorazadas enemigas detrás de él.
Ese era el problema gordo, pero luego había otro no menos importante. Aún en el caso de poder trasladar la radio al casco para que la manejase el artillero de proa, este se limitaba a repetir lo que le decía el camarada teniente, y a su vez informarle de lo que le habían comunicado. Ejemplo:
-Ivan, informa al puesto de mando de que nos hemos quedado atascados en la nieve.
-Puesto de mando, puesto de mando, aquí Ivan.
-Ivan, aquí puesto de mando. ¿Qué carajo quieres?
-Puesto de mando, el camarada teniente dice que nos hemos quedado atascados, que vengan a ayudarnos.
-Ivan, aquí puesto de mando. Dile al camarada teniente que un carro fabricado por los trabajadores de la Santa Madre Rusia liderada por el padrecito Iósif no se atasca nunca, que eso es alta traición.
-Recibido, puesto de mando. Camarada teniente, el puesto de mando dice que el carro no se puede atascar, y que si se atasca es porque Vd. ha traicionado al padrecito Iósif y a los trabajadores de la Santa Madre Rusia.
-¡Ivan, dile al puesto de mando que tengo la Orden de Lenin y soy Héroe de la Unión Soviética, así que se dejen de mamoneo y manden una grúa ya!
-Puesto de mando, aquí Ivan. El camarada teniente dice que diga que necesitamos una grúa, y que nadie puede cuestionar su lealtad al padrecito Iósif y a los trabajadores de la Santa Madre Rusia.
-Ivan, aquí puesto de mando. Dile al camarada teniente que los héroes no necesitan grúas, sino cojones, y además no hemos fabricado ninguna porque en nuestro paraíso comunista los carros no se atascan jamás. Dile que ya le estamos buscando sitio en Kolimá.
-Camarada teniente, dicen que no hay grúas y que...
-Cierra la radio, Ivan, acabo de ver pasar una columna de infantería enemiga, así que vamos a rendirnos y al carajo con el padrecito Isósif y la puta que parió a los trabajadores de la Santa Madre Rusia.
Obviamente, así no se puede ir a la guerra. Coñas aparte, una comunicación tan surrealista podía tener lugar por cientos a diario. Uséase, que no solo había que librar al comandante del manejo del aparato, sino también de tener que comunicar y recibir mensajes a través del artillero/operador situado en el casco. Dantesco, ¿que no?
Bien, las oraciones fervorosamente dirigidas al camarada Dios en el más absoluto silencio para no ser mandado a Siberia por beato y meapilas fueron oídas. Así pues, lo primero que se solventó fue la instalación de un intercomunicador bidireccional para que el comandante no tuviera que desgañitarse para dar las órdenes al conductor y al artillero de proa dentro de un chisme que no se caracterizaba precisamente por su marcha silenciosa. El problema quedó resuelto con la adopción del TPU-3 que, además, le permitiría hablar por radio sin tener que pasar por Ivan si de una vez lograban trasladar el aparto al casco. El milagro llegó por fin con un prototipo desarrollado por el NII-20 (Nauchno-Issledovatelniy Institut, Instituto de Investigación Científica nº 20) con un aparato que habían logrado completar a finales de 1939. No solo era más pequeño y permitiría alojarlo en el casco, sino que el operador podía cambiar de canal entre frecuencias predefinidas, lo que acababa con el tostón de tener que estar liados con los diales constantemente, o sea, como un walkie-talkie moderno. El dispositivo de cifrado ya no tenía sentido porque, además, solo era útil cuando se transmitía en morse, y en plena batalla no era plan de ponerse a transcribir mensajes, por lo que solo quedaban dos aparatos a instalar, el emisor y el receptor.
Bueno, con estas seis curiosidades curiosas colijo que a sus cuñados no los libra nadie de una alferecía. Pero como bicho malo nunca muere o, al menos, no suele tomarse interés por hacerlo, dejo algunas más, pero cortitas, para rematarlos mientras se deleitan contemplando como boquean emitiendo sus postreros estertores. Helas ahí:
7. Una de los accesorios más emblemáticos del T-34 eran las asas que llevaban distribuidas por la torreta y el casco. Estas no eran para colgar macutos ni redes de camuflaje como aparecen en los detallados dioramas de François Verlinden, pionero del pijerío absoluto en el modelismo de carros de combate allá por finales de los 70. En realidad, las asas eran simples agarraderos para la infantería de acompañamiento. Son muchas las fotos donde vemos los carros rusos literalmente atestados de personal. La idea era poder avanzar con apoyo de infantería porque ya habían aprendido, sobre todo en la lejana y cálida España, que una compañía de carros actuando en solitario era presa fácil de los infantes enemigos, así que cuando iniciaban un ataque siempre solían ir acompañados para mantener a raya a los tedescos mientras que los carros se dedicaban a lo suyo: destruir otros carros, fortificaciones, etc. Eso sí, los tedescos tampoco eran tontos, así que cuando veían un T-34 que parecía una autobús en hora punta le endilgaban una granada rompedora que no destruía el carro, pero aliñaba a los que viajaban sobre él. A continuación venía la perforante, por supuesto.
8. Cuando observen fotos de las tripulaciones formadas delante de los T-34 verán, que de sus cuatro o cinco tripulantes (el T-34/85 llevaba un hombre más en la torreta), habrá uno que sea más bajito que el resto. Casi con total seguridad, ese es el conductor. El acusado ángulo de la proa del carro dejaba muy poco margen de altura para un hombre que, como hacía su colega artillero, podía reclinarse mientras no hubiera acción. De ahí que hubiera que elegir a individuos de estatura más bien escasa, siendo el límite 1,75 si bien siempre había camaradas bajitos de sobra para dar la vida por el padrecito Iósif. Más aún, cuando en los comienzos de la guerra las tripulaciones eran tan escasas que había unidades que incluso operaban con solo tres tripulantes, hubo que recurrir a las probas féminas para que echaran una mano y, por norma, al ser más bajitas y menudas que sus camaradas las adiestraban como conductoras.
9. Otros accesorios muy emblemáticos de los carros rusos eran los depósitos externos. El depósito interno de un T-34 de 1942 era de 560 litros (la capacidad fue variando según modelo) que daban para obtener una autonomía de unos 450 km. que, como sabemos, siempre se calcula circulando por carretera a velocidad de crucero con marchas largas. Si era campo a través y con marchas cortas el consumo se disparaba aún más. De ahí que se decidiera emplear depósitos cilíndricos colocados en el exterior con capacidad para 90 litros y, a partir de 1943, otros cuadrangulares colocados en la parte trasera sobre los guardabarros con capacidad para 77 litros. La distribución y cantidad de los depósitos era aleatoria, no había normas fijas al respecto, y eran fácilmente removibles ya que iban instalados en un soporte consistente en dos simples cinchas de acero con sendos clips. Como además carecían del típico lanzagranadas que usaban los carros occidentales para arrojar botes de humo y escaquearse, estos hijos del padrecito Iósif optaron por la solución más simple y barata: si había que formar una humareda impresionante tenían un dispositivo que pulverizaba gasóleo sobre el motor bien calentito, y al quemarse soltaba una densa humareda negra que les permitía salir echando leches sin ser vistos.
y 10. El interminable proyecto de puesta en marcha del T-34 hasta se cobró la vida de su creador, Mikhail Ilyich Koshkin, jefe de la fábrica Nº 183 de Jarkov (Ucrania) que, como vimos en la entrada anterior, fue la que llevó la mayor parte del peso en el desarrollo de este carro de combate. Su muerte, como tantas otras, fue por una chorrada. El 12 de marzo de 1940 comenzó un ensayo a fondo desde la fábrica a Moscú, unos 1.600 km. entre ida y vuelta, en el que se probaría todo lo habido y por haber: motor, suspensión, funcionamiento de cada dispositivo, pruebas de tiro, etc. Las pruebas, cuyo resultado fueron de lo más alentador, dieron término el 10 de abril. Hacia las 09:00 horas, la pequeña caravana de carros salió camino de vuelta a Jarkov y, al poco rato, el vehículo donde viajaba Koshkin resbaló por una pendiente y cayó a un río. El accidente no habría tenido mayor importancia más allá del susto si no fuera porque a nuestro hombre le entró una neumonía chunga que no hizo sino empeorar día a día, ayudada también por el estado de agotamiento físico y mental que arrastraba con el puñetero proyecto. Se le detectó un absceso en un pulmón que, finalmente, tuvo que serle extirpado. El pulmón, no el absceso, que conste. Tras la intervención fue enviado al hospital de Zanki, cerca de Jarkov pero el camarada Koshkin no pudo superarlo. Palmó el 26 de septiembre siguiente con apenas 41 años y sin llegar a ver su criatura operativa porque aún faltaban seis meses para que el ciudadano Adolf decidiera poner en marcha la Operación Barbarroja. Recibió varios premios incluyendo la Orden de Lenin, todos a título póstumo, naturalmente.
Bueno, criaturas, espero que estas curiosidades curiosas no solo les hayan deleitado, sino que hayan provocado severas crisis de ansiedad entre sus queridos cuñados, cuando no intentos de autolisis realizados de forma exitosa.
Y vale ya de momento, que estoy de rebuscar fotos y demás hasta la coronilla, amén.
Hale, he dicho
1. Esta pueden soltarla así, de sopetón, si quieren abreviar la cosa o bien dejarla para al final, a modo de guinda del pastel para rematarlo. Seguro que más de una vez muchos se han preguntado qué leches son esos pequeños conos que se ven en los laterales o en la parte trasera de las torretas de estos chismes. El detalle superior izquierdo es la parte trasera de un T-34/76 de 1943 y el de la foto grande es el modelo de 1940. ¿Para qué leches servían esos conitos? Pues eran las tapas de unas pequeñas aberturas para disparar a través de ellas con armas ligeras, desde una pistola a un subfusil. En el detalle inferior izquierdo vemos su aspecto abierto.
Era un simple tapón de acero que se cerraba tirando hacia dentro mediante un cable lastrado. Más simple, imposible. Por su forma exterior, nadie podría tirar de él porque no daba opción a agarrarlo de ninguna forma, y por el orificio no cabía más que el cañón de un fusil o una pistola, así que pocos efectos tendría contra la tripulación. El motivo de estos minúsculos portillos era disponer de capacidad de defensa cercana por los costados y la zaga, que eran los sitios por donde el malvado tedesco se acercaba con una Panzerknacker, trepaba encima del carro, la adosaba sobre el motor o el techo de la torreta y adiós muy buenas. Esas minas, que eran verdaderamente eficaces porque podían perforar hasta 140 mm. de blindaje, disponían de un retardo de 7,5 segundos para que al héroe de turno le diera tiempo de bajarse una vez activada y salir echando leches en busca de un hoyo donde meterse, pero si lo veían venir gracias al aviso por radio de otro carro o por el periscopio giratorio de la torreta, abrían el portillo, asomaban el cañón del PPSh y lo freían a tiros antes de que le diera tiempo a acercarse en el carro.
2. Los soviéticos también diseñaron un dispositivo barre-minas que no tenía nada que envidiar a los que años después usaron los aliados en Normandía. La idea surgió a raíz de la Guerra de Invierno contra los fineses, cuando el padrecito Iósif aún pensaba que entre él y el ciudadano Adolf se iban a repartir la galaxia entera. Bien, ya sabemos que el ejército finés era pequeñajo pero matón y que, aunque la guerra apenas duró tres meses y medio y oficialmente ganaron los rusos, las bajas y las pérdidas de material que sufrieron a manos del ejército finés fueron antológicas, de auténtica vergüenza, y más si consideramos la disparidad de fuerzas y medios en liza. De hecho, gran parte de los más de 3.000 vehículos perdidos por los soviéticos entre carros de combate y demás chismes rodantes fueron debidos a los densos campos de minas anticarro con que los recibieron los fineses. Ante cifras tan apabullantes, se encargó a un tal P.M. Mugalev, de la Fábrica Dormashina de Nikolaiev el diseño de un vehículo barre-minas para abrir caminos por los que sus colegas pudieran seguirlos sin temor a saltar por los aires. Inicialmente, el dispositivo se probó en un T-28, pero el repentino ataque tedesco en julio de 1941 obligó a parar el proyecto porque, en ese caso, los que tenían que poner minas anticarro eran los rusos, no los invasores alemanes. El T-28, un carro totalmente obsoleto lleno de torretas de forma similar al T-35, había sido ya desechado a aquellas alturas, por lo que se intentó probar en un T-60, un carro ligero de solo 5,8 Tm. y en un carro pesado KV-1, pero en ninguno dio buenos resultados, en el primero por su poca potencia, y en el segundo porque iba justo de potencia para mover sus 45 Tm. Finalmente, la opción que quedaba era el T-34.
El dispositivo consistía en un soporte en forma de Y que solía permanecer instalado en el carro aunque no fuese necesario entrar en un campo minado. Cuando llegaba el momento se colocaban dos rodillos, cada uno compuesto por cinco ruedas capaces de resistir hasta 10 detonaciones, tras las cuales había que cambiar las afectadas si es que no habían saltado antes en pedazos. En mayo de 1942 se dio el visto bueno para comenzar la producción, dando lugar a dos prototipos en el mes de agosto siguiente que fueron asignados al 223º Batallón de Carros. Una vez comenzada su producción no sirvió cada carro en una unidad, sino que fueron agrupados en un solo regimiento para actuar donde se les llamaba, siendo aumentados hasta el final del conflicto en cuatro regimientos más. En el croquis de la derecha vemos su sistema de fijación al casco, con menos mecanismos que un chupete: la parte abierta de la Y se fijaba en la plancha inferior de la proa, y mediante un cable de acero se sujetaba a los ganchos de remolque que, como se ve claramente, permitía regular su grado de inclinación respecto al terreno. El PT-34 solo tenía un inconveniente: marcaba dos franjas libres de minas justo por donde había pasado. Si algún vehículo de los que le seguían se salía unos centímetros de dichas franjas podía verse volatilizado. Y ojo, las minas anticarro no afectan al paso de tropas porque sus espoletas están graduadas para más peso que el de un hombre o incluso un vehículo ligero, por lo que podían no hacerlas detonar. Eso hacía pensar que el terreno estaba libre de peligro, pero la realidad es que debajo había cientos o miles de Tellerminen que podían graduarse entre 100 y 180 kilos de presión. Como hemos mostrado, el barre-minas se instaló en los T-34/76, los T-34/85 y también en los T-44 al final de la guerra.
Ya... Bueno, los que se hayan percatado de que todas las escotillas abren hacia adelante, les pongo un notable. Los que no, se quedan sin recreo y a ver si nos fijamos más, qué carajo. Hagan memoria. Los carros occidentales, caso de tener la escotilla de una hoja abrirá hacia atrás, y si son de dos hojas abrirán hacia los lados.
¿Por qué los hijos del padrecito Iósif lo hacían así? En primer lugar, por una razón muy sensata: si el tripulante abre en plena ensalada de tiros y asoma la cabeza tiene muchas papeletas para que les endilguen un balazo en plena jeta. Abriendo la escotilla hacia adelante permanecía a cubierto y, a lo sumo, siempre podía asomarse cuidadosamente por un lateral. La otra razón era consecuencia de la primera. Como ya se comentó el tema de la radio había sido un problema tan chungo que, al final, durante meses se encontraron con que solo podían llevarla los comandantes de las compañías. Esa pauta nos vale también para modelos anteriores a la guerra, naturalmente. Bien, pues para comunicarse entre ellos, el comandante de la compañía y sus jefes de carros tenían que recurrir a las banderas, por lo que la escotilla abierta les protegía mientras meneaban sus banderitas. En la foto de la derecha vemos una columna de T-34 cuyo comandante lleva una bandera bastante cutre, y tanto él como los del carro siguiente se asoman por un lateral, ofreciendo un blanco mínimo al enemigo.
4. La vida del artillero de proa era miserable. Su permanencia dentro del carro era como la de un topo en su madriguera, porque a este desdichado tripulante no le habían permitido tener ninguna escotilla, ni visor, ni leches. Su misión era permanecer tras la ametralladora DP esperando a que el conductor le diese la alarma y la situación aproximada del enemigo, porque él no veía un pijo. Entonces, a través del ínfimo agujero que vemos en la rótula (hubo varios modelos) donde había una mira abierta convencional, intentaba localizar a los malvados tedescos y, entre la puntería que podía hacer y orientándose con las trazadoras, se buscaba la vida como podía. En ese sentido era mucho más eficaz la ametralladora coaxial. En la foto A vemos el aspecto externo de la rótula sin la ametralladora. La flecha negra señala su alojamiento, y la roja el punto de mira. En la B tenemos una vista interior. La flecha roja señala la palanca para bloquear la rótula mientras no estaban en acción para impedir que la máquina se moviera con los vaivenes del vehículo y le partiera la jeta al artillero mientras leía por octogésimo quinta vez la carta llena de faltas de ortografía de su amada Svetlana. Debajo de la rótula vemos un soporte contenedor para diez cargadores de 63 cartuchos. Esto fue un logro, porque en el proyecto original toda la munición de ametralladora estaba en el suelo de la cámara de combate, por lo que el artillero de proa tenía que volverse y rebuscar detrás suyo cada vez que tenía que recargar el arma.
5. ¿Y qué veía el comandante/tirador? Bastante más. Aparte de que disponía de un periscopio giratorio PT-5 en el techo de la torreta (debería haber uno para cada tripulante de la torreta, pero inicialmente se suprimía el del cargador para ahorrar material), en cada costado había una ranura de visión directa que, para poder mirar, tenía que agacharse en un espacio en el que un hombre de constitución normal ya se sentía como metido en un ataúd. El PT-5 le permitía apuntar en determinadas condiciones, pero cuando llegaba la hora de abrir fuego, era por lo general más fiable el visor telescópico TMFD-7 (que también fue variando en otros modelos). En las fotos inferiores podemos ver el aspecto del retículo, tanto en una hipotética situación de combate como con un fondo liso para apreciar mejor las escalas.
Este visor tenía 2,5 aumentos, y ofrecía un campo de visión de 14º y 30'. Además del retículo vemos cuatro escalas:
1. La superior, calibrada de 0 a 32 en ambos sentidos, era para calcular la deriva para compensar el viento cruzado.
2. La de la izquierda, marcada con las siglas СГ (SG en cirílico, staraya granata, antigua granada) es la referencia para el uso de los antiguos proyectiles de punta roma de 76,2 mm.
3. La de la derecha, marcada como ДГ (DG en cirílico, dalnoboynaya granata, granada de largo alcance) era para la munición perforante y de alto explosivo.
4. La de extremo derecho sin marcar era para la ametralladora coaxial, graduada hasta 1.400 metros.
Posteriormente, cuando se suprimió la munición de punta roma, se actualizaron los retículos con las letras О (oskolochnaya, alto explosivo), Б (bronebonaya, perforante) y П (pulemet, ametralladora)
La elevación del cañón se efectuaba a mano girando un volante de forma que el pelo horizontal del retículo debía situarse en la escala de metros respectiva (lógicamente, la que vemos hay que multiplicarla por 100). Una vez hechos los cálculos, apretaba el pedal que accionaba el disparador eléctrico. Poco después se sustituyó por un botón situado en la empuñadura del visor porque el pedal estaba tan cerca del asiento que podía pisarlo por error y liarla parda. Lógicamente, también disponía de un disparador manual. La cadencia de tiro era de solo 4-6 dpm. debido a que las estrecheces de la torreta no permitían al personal ir más rápido. Aparte de eso, el comandante/tirador tenía que dar órdenes al piloto, al cargador, vigilar lo que ocurría a su alrededor y, encima, apuntar y disparar el cañón. La visión circular la realizaba con un visor Mk4.
El malvado y enorme aparato de radio 71-TK que no sabían ya donde ponerlo. Arriba tenemos el emisor, y abajo el receptor |
Veamos... Aparte de que la tecnología rusa en cuestiones electrónicas no era precisamente puntera por aquella época, lo de la radio era la pescadilla que se mordía la cola. Los mandamases pretendían, como es lógico, liberar al comandante del carro de tener que andar trasteando con aquel chisme, lo que le suponía una carga muy peligrosa en determinados momentos en los que su atención debía estar centrada en combatir. Uno de los problemas de la radio 71-TK era que no funcionaba con frecuencias fijas, por lo que había que estar buscando constantemente el canal por el que se estaba hablando si el vehículo estaba en movimiento. Para entendernos, era lo mismo que pasaba antaño con los transistores domésticos, que uno iba escuchando el partido durante el paseo dominical y, justo cuando se estaba gestando el gol, se interrumpía la recepción y había que girar el dial para encontrar el canal justamente cuando el gol ya había tenido lugar. Imaginen pues a un atribulado camarada teniente con su carro rodando a 30 km/h por mitad de un sembrado de papas, dando saltos, con los tedescos disparándoles toda clase de porquerías y, encima, girando desesperadamente el dial de la puñetera 71-TK para poder terminar de informar al puesto de mando que tenía dos divisiones acorazadas enemigas detrás de él.
Ese era el problema gordo, pero luego había otro no menos importante. Aún en el caso de poder trasladar la radio al casco para que la manejase el artillero de proa, este se limitaba a repetir lo que le decía el camarada teniente, y a su vez informarle de lo que le habían comunicado. Ejemplo:
-Ivan, informa al puesto de mando de que nos hemos quedado atascados en la nieve.
-Puesto de mando, puesto de mando, aquí Ivan.
-Ivan, aquí puesto de mando. ¿Qué carajo quieres?
-Puesto de mando, el camarada teniente dice que nos hemos quedado atascados, que vengan a ayudarnos.
-Ivan, aquí puesto de mando. Dile al camarada teniente que un carro fabricado por los trabajadores de la Santa Madre Rusia liderada por el padrecito Iósif no se atasca nunca, que eso es alta traición.
-Recibido, puesto de mando. Camarada teniente, el puesto de mando dice que el carro no se puede atascar, y que si se atasca es porque Vd. ha traicionado al padrecito Iósif y a los trabajadores de la Santa Madre Rusia.
-¡Ivan, dile al puesto de mando que tengo la Orden de Lenin y soy Héroe de la Unión Soviética, así que se dejen de mamoneo y manden una grúa ya!
-Puesto de mando, aquí Ivan. El camarada teniente dice que diga que necesitamos una grúa, y que nadie puede cuestionar su lealtad al padrecito Iósif y a los trabajadores de la Santa Madre Rusia.
-Ivan, aquí puesto de mando. Dile al camarada teniente que los héroes no necesitan grúas, sino cojones, y además no hemos fabricado ninguna porque en nuestro paraíso comunista los carros no se atascan jamás. Dile que ya le estamos buscando sitio en Kolimá.
-Camarada teniente, dicen que no hay grúas y que...
-Cierra la radio, Ivan, acabo de ver pasar una columna de infantería enemiga, así que vamos a rendirnos y al carajo con el padrecito Isósif y la puta que parió a los trabajadores de la Santa Madre Rusia.
Obviamente, así no se puede ir a la guerra. Coñas aparte, una comunicación tan surrealista podía tener lugar por cientos a diario. Uséase, que no solo había que librar al comandante del manejo del aparato, sino también de tener que comunicar y recibir mensajes a través del artillero/operador situado en el casco. Dantesco, ¿que no?
Bueno, con estas seis curiosidades curiosas colijo que a sus cuñados no los libra nadie de una alferecía. Pero como bicho malo nunca muere o, al menos, no suele tomarse interés por hacerlo, dejo algunas más, pero cortitas, para rematarlos mientras se deleitan contemplando como boquean emitiendo sus postreros estertores. Helas ahí:
7. Una de los accesorios más emblemáticos del T-34 eran las asas que llevaban distribuidas por la torreta y el casco. Estas no eran para colgar macutos ni redes de camuflaje como aparecen en los detallados dioramas de François Verlinden, pionero del pijerío absoluto en el modelismo de carros de combate allá por finales de los 70. En realidad, las asas eran simples agarraderos para la infantería de acompañamiento. Son muchas las fotos donde vemos los carros rusos literalmente atestados de personal. La idea era poder avanzar con apoyo de infantería porque ya habían aprendido, sobre todo en la lejana y cálida España, que una compañía de carros actuando en solitario era presa fácil de los infantes enemigos, así que cuando iniciaban un ataque siempre solían ir acompañados para mantener a raya a los tedescos mientras que los carros se dedicaban a lo suyo: destruir otros carros, fortificaciones, etc. Eso sí, los tedescos tampoco eran tontos, así que cuando veían un T-34 que parecía una autobús en hora punta le endilgaban una granada rompedora que no destruía el carro, pero aliñaba a los que viajaban sobre él. A continuación venía la perforante, por supuesto.
8. Cuando observen fotos de las tripulaciones formadas delante de los T-34 verán, que de sus cuatro o cinco tripulantes (el T-34/85 llevaba un hombre más en la torreta), habrá uno que sea más bajito que el resto. Casi con total seguridad, ese es el conductor. El acusado ángulo de la proa del carro dejaba muy poco margen de altura para un hombre que, como hacía su colega artillero, podía reclinarse mientras no hubiera acción. De ahí que hubiera que elegir a individuos de estatura más bien escasa, siendo el límite 1,75 si bien siempre había camaradas bajitos de sobra para dar la vida por el padrecito Iósif. Más aún, cuando en los comienzos de la guerra las tripulaciones eran tan escasas que había unidades que incluso operaban con solo tres tripulantes, hubo que recurrir a las probas féminas para que echaran una mano y, por norma, al ser más bajitas y menudas que sus camaradas las adiestraban como conductoras.
Dos carros con los dos tipos de depósito auxiliar |
Sello emitido en 1998 por el centenario del nacimiento de Koshkin donde, además de su retrato, vemos el T-34 de 1940 y al fondo unos delineantes liados con el proyecto |
Bueno, criaturas, espero que estas curiosidades curiosas no solo les hayan deleitado, sino que hayan provocado severas crisis de ansiedad entre sus queridos cuñados, cuando no intentos de autolisis realizados de forma exitosa.
Y vale ya de momento, que estoy de rebuscar fotos y demás hasta la coronilla, amén.
Hale, he dicho
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