jueves, 4 de marzo de 2021

"WINDTALKERS" EN LA GUERRA DEL PACÍFICO. EL CÓDIGO NAVAJO

 

El marine de 1ª clase Cecil Trosip dándole al manubrio de su generador GN-45, chisme imprescindible para alimentar el aparato de radio con el que se transmitían los mensajes antes de que se inventaran los "esmarfon" y el "guasa" ese. La foto se tomó en Saipán, en julio de 1944. Aún quedaba algo más de un año de guerra

Hace algún tiempo dedicamos un artículo al origen de los codificadores choctaw usados por el ejército yankee durante su breve participación en la Gran Guerra. La actuación de estos probos indígenas resultó especialmente ventajosa ante la facilidad con que los tedescos interceptaban los rudimentarios medios de comunicaciones de la época, o sea, pinchándoles los cables telefónicos o poniendo la oreja en la misma frecuencia de los primeros aparatos de radio-telegrafía. Como ya comentamos, a los tedescos se les quedó la jeta cuadriculada ante aquella jerga absolutamente incomprensible que, más que una lengua, se les antojaba una sucesión de ruidos raros, como si el emisor estuviera haciendo gárgaras con aguardiente para aclararse la voz. Una vez terminado el conflicto, los choktaw recibieron algunas medallas, una palmadita en el lomo y los mandaron de vuelta a sus reservas asegurándoles que el Gran Jefe Ojo Blanco les agradecía los servicios prestados, y se olvidaron de perfeccionar el uso de ciudadanos nativos con vistas a otro hipotético conflicto. Como ya sabemos, el hombre no sabe vivir sin organizar de vez en cuando alguna guerra para regularizar adecuadamente el nivel demográfico del planeta, pero por aquella época se creyó firmemente que la Gran Guerra sería la Última Guerra hasta que el ciudadano Adolf decidió que los aliados ya habían humillado bastante a la Gran Alemania y convirtió la Gran Guerra en la Penúltima Guerra, tras la cual ha seguido y seguirá habiendo guerras hasta la aniquilación total del género humano en este maltrecho planeta.

Operador de radio japonés. Estos hombres recibían
una espléndida formación en la Escuela de Comunicaciones
Navales de Yokosuka, cerca de Tokio

Los yankees, en su feliz inopia, debieron pensar que se librarían de intervenir en la venganza germánica para seguir haciendo el gamba en su reducto continental con sus enormes automóviles, sus magníficas producciones cinematográficas y sus ineludibles asistencias a los oficios dominicales de cualquiera de sus heréticas sectas protestantes a las que los WASP tenían tanta afición como a linchar negros en los estados del sur. En el resto del país se conformaban con mandarlos a mear, comer, sentarse o subir en autobuses distintos a los blancos, y ya podían darse con un canto en los dientes. Pero los honolables guelelos del mikado los devolvieron a la cruda realidad el 7 de diciembre de 1941, cuando les dejaron su paradisíaca base de Pearl Harbor convertida en una escombrera y, lo que era peor, la certeza de que sus códigos habían sido rotos a cachitos por los nipones, sujetos especialmente diestros en descifrar claves. La solución, obviamente, pasaba por crear sistemas de cifrado más complejos mediante máquinas, como hacían los tedescos con la famosa "Enigma", un chisme tan diabólicamente enrevesado que sólo disponiendo de otra que imitase el sistema de combinar rotores se podría descifrar el mensaje ya que, de lo contrario, se tardaría un largo rato en realizar las más de 150 billones (sí, con B) de combinaciones posibles.

Tropas nativas durante la Gran Guerra. Cuando les hacía falta carne
de cañón, los yankees olvidaban sus prejuicios raciales hasta que se
terminaba la fiesta, momento en que los volvían a retomar

No obstante, estos sofisticados métodos de cifrado no eran viables de cara a transmisiones en un campo de batalla donde se transmitían mensajes con órdenes o indicaciones a cumplir sobre la marcha, no para informar que el submarino U-Loquesea se encontrará pasado mañana con el buque nodriza "Groβen Titten" para repostar en tales coordenadas. Si bien es cierto que nada más comenzar la guerra contra el Japón las misiones terrestres aún no tenían lugar, la cuestión era que los yankees no disponían de medios para encriptar sus comunicados como no fuera mediante códigos tan complejos que cifrar un mensaje se llevaba media hora o más, y descifrarlo, pues lo mismo. En resumen, estaban más vendidos que un político fotografiado en un discreto restaurante de la afueras mientras un conocido constructor le entrega un maletín con aspecto de pesar bastante. 

Bien, así estaba el patio a principios de 1942, cuando los yankees se lamían las heridas por el tremebundo castigo sufrido en su flota y su honra tras el ataque a Pearl Harbor y no acababan de encontrar la forma de resolver sus cuitas sobre encriptación, una cuestión que sería vital cuando llegase el momento de trasladar la guerra a tierra firme, donde las tropas usarían aparatos de radio para dar y recibir órdenes de viva voz que, en caso de ser interceptadas- y estaba claro que lo serían- los honolables guelelos del mikado les darían las del tigre. Curiosamente, en aquel momento nadie parecía acordarse de los choctaw que tan buenos servicios prestaron en en Frente Occidental en 1918.

Philip Johnston (1892-1978)

El que despertó del letargo en este aspecto fue Philip Johnston, un veterano de la Gran Guerra que, aunque guerreó más bien poco, ya por aquel entonces tuvo vagas referencias acerca del uso de indios como máquinas de cifrado de carne y hueso. Johnston era hijo de un misionero presbiteriano que en 1896, cuando nuestro hombre solo tenía cuatro añitos, se largó con la familia a cuestas a Arizona, donde estaba la reserva de la tribu navajo que, por cierto, era la más grande del país, con una superficie 70.000 Km² distribuidos entre los estados de Utah, Nuevo Méjico y Arizona. Esta reserva, creada en 1868 tras tener a estos probos indígenas cuatro años muriéndose de asco en Fort Sumner- literalmente, porque palmaron unos 3.000 indios a causa de las malas condiciones de vida-, permitió que los nenes navajo fueran a la escuela para convencerlos ante todo de tres cosas: una, que sus dioses de toda la vida eran un camelo y que el de verdad era el cristiano; dos, que se olvidaran de su lengua ancestral y aprendieran inglés, que tenía más salida profesional y, de hecho, hasta los castigaban si durante las clases hacían uso de su lengua materna, curiosamente lo mismo que ocurre actualmente en algunas regiones de España, concretamente Cataluña, las provincias Vascongadas y Baleares, donde el uso del español está marginado cada vez más; y tres, que se fueran olvidando de sus costumbres y su cultura para adoptar la de los anglosajones, que eran más guays y les permitiría salir de su reserva para ser dignamente explotados por los mismos que les quitaron sus tierras por la cara. Cara que, ciertamente, los yankees y sus primos hermanos british (Dios maldiga a Nelson) tienen de tungsteno contrachapado, porque es indudable que poseen la extraña habilidad de sacar provecho de los que previamente han puteado hasta la extenuación. En todo caso, y afortunadamente para los yankees, los navajo no olvidaron su peculiar idioma.

Familia navajo ante su hogan, una choza construida con palos y barro

La cuestión es que Johnston aprendió con relativa facilidad el navajo mientras jugaba con los nenes navajitos, lo cual no deja de ser meritorio porque, cómo veremos más adelante, la lengua navajo es endiabladamente complicada. De hecho, cuando solo tenía nueve años hasta sirvió de intérprete al entonces presidente Theodore Roosevelt durante la conferencia celebrada en Washington en 1901 entre éste y los mandamases de la reserva. Tras la guerra se graduó como ingeniero y se dedicó a vivir como un yankee más, estableciéndose en Los Ángeles. 

Territorio de la nación navajo. Actualmente, más de 150.000
personas hablan su lengua
Y fue a principios de febrero de 1942 cuando, leyendo casualmente en el periódico un artículo que hablaba sobre los codificadores choctaw durante la Gran Guerra, cuando se le encendió la bombilla de las ideas estupendas y se le ocurrió que sus antiguos colegas navajo podían prestar un servicio similar. Sin perder un minuto, el 27 de aquel mismo mes Johnston se personó en la Oficina Naval de Los Ángeles a contar su ocurrencia, siendo remitido a Camp Elliot, sede del 11º Distrito Naval, en San Diego, donde debería contar la película al mayor James E. Jones, Jefe de Comunicaciones del Cuerpo de Marines. Al parecer, inicialmente Jones no se mostró especialmente entusiasmado con lo que le ofrecía su visitante a pesar que a finales de 1940 la 32ª División de Infantería había reclutado algunos indios de las tribus chippewa y oneida para desempeñar misiones de cifrado, si bien el ejército nunca llegó a valorar lo de tener indígenas como locutores de claves a pesar del buen resultado que dieron los choctaw dos décadas atrás. Sin embargo, cuando Johnston largó una parrafada en navajo a Jones, este quedó completamente convencido de que aquella jerga resultaría incomprensible a cualquier humano que no fuera navajo con pedigrí. De hecho, en aquel momento y según Johnston, solo había en todo el país 28 yankees capaces de hablar navajo incluyéndolo a él.

Bien, en este punto conviene abrir un paréntesis para explicar, muy grosso modo porque hasta  resulta complicado dar a conocer sus entresijos, de qué va la lengua navajo para poder hacernos una idea de por qué podía ser la herramienta ideal contra los sesudos criptógrafos del mikado

Los soldados de 1ª clase Preston y Frank Toledo (era primos) haciendo
sus prácticas en julio de 1943. El traductor no escribía el mensaje en
navajo, sino que lo transcribía directamente al inglés conforme lo
recibía a través de los auriculares

En primer lugar, el navajo carece de alfabeto, o sea, no se puede escribir. Lo único que había que se pudiera aproximar a un idioma escrito eran algunos diccionarios elaborados por misioneros españoles y algún que otro filólogo que se había entretenido en intentar plasmar esta lengua. Obviamente, estos diccionarios no servían de nada aún en el caso de que un espía lograra hacerse con uno ya que los españoles transcribieron los sonidos conforme a la fonética de nuestro idioma, mientras que los yankees hicieron lo propio con los suyos. Por poner un ejemplo chorra para que se me entienda: Yo, como pronombre personal, en español sonaría "llo", pero en inglés sería "ai", y se escribirían "yo" e "I" respectivamente. Pero si la ausencia de alfabeto ya era un problema para un descifrador, el remate es que se trata de un idioma tonal, cómo curiosamente ocurre con el chino y el japonés. ¿Qué significa esto? Pues que la misma palabra tiene un significado totalmente distinto en base al tono con que se pronuncia. Ojo, al decir tono nos referimos a la inflexión tonal, no a tono de cabreo o de alegría. Nosotros, cuando hablamos, podemos gritar, susurrar, usar un tono de enfado, de alegría o de tristeza, pero la palabra significa lo mismo. A lo sumo, dependiendo del contexto podrá entenderse de forma literal, irónica o en sentido figurado, pero no cambia el significado. Ejemplo: "¡Cabronazo, qué alegría de verte!" en tono jovial hace uso de un insulto, pero sin ánimo de ofender. Es un "insultito" para echar en cara que el colega lleva tiempo sin aparecer por la reunión de amiguetes. Si empleamos la misma frase usando un tono sarcástico o desabrido, es evidente que en ese caso la intención sí es ofensiva pero, en ambos casos, el término "cabronazo" no pierde su significado.

Navajo metido en un hoyo donde a duras penas se protege del intenso
fuego enemigo en Iwo Jima. La pérdida de los codificadores navajos
suponía un desastre, porque si se transmitía en inglés los honolables
guelelos del mikado se enteraban de todo

Pero en navajo o en japonés no es así. Ellos usan en cada palabra una determinada inflexión para que signifique una cosa u otra (ascendente, descendente, empezando alto y luego descendiendo, etc.), por lo que solo alguien muy, pero que muy habituado al uso de esta lengua podría seguir una conversación en la que cada matiz tonal es de importancia vital para poder entender al interlocutor. ¿Nunca se han fijado cuando en alguna peli salen los personajes hablando chino o japonés que se expresan de una forma muy engolada, subiendo o bajando bruscamente el tono como si estuvieran en un anuncio de detergente que lava más blanco cuando, en realidad, están simplemente de palique con la parienta? Ese es el motivo: son idiomas tonales. Pero en el caso del navajo llega a extremos aún más intrincados que, de hecho, convierten esta lengua en una algarabía incomprensible incluso para otras tribus indias incluyendo los hopi y los zuñi, que hablan una variante del mismo. Por cierto que algunos estudiosos en la materia consideran que el zuñi está emparentado con el japonés, lo que no sería raro ya que se da por sentado que las tribus del continente americano proceden de Asia, que cruzaron el Estrecho de Bering cuando la última glaciación. Por lo tanto, si un criptógrafo japonés interceptaba un mensaje en navajo, podría oír la misma palabra siete veces sin poder darse cuenta de que, en realidad, no significaban lo mismo, y no sería capaz de captar la diferencia por la variedad tonal en que la habían pronunciado.

Grupo de indios navajo tras una partida de caza. Sus relaciones
con los yankees fueron pacíficas hasta que estos se empeñaron
en mandarlos a una reserva en Nuevo Méjico, comenzando así
un conflicto que duró desde 1849 a 1868

Pero la cosa no termina ahí. Como sabemos, cada idioma tiene una sintaxis distinta. Para formar una oración simple, un inglés usa un determinado orden, que en este caso es sujeto-verbo-objeto mientras que un japonés lo hace en un orden distinto, sujeto-objeto-verbo. Bien, pues el navajo no tiene sintaxis. O sea, que ponen las palabras en el orden que les da la gana, y puede variar en una misma conversación. Y para colmo, ni siquiera se molestaban en ponerse nombres. Su mundo se limitaba a su entorno familiar, por lo que su hermano no era José Ignacio, sino hermano. Si eran varios hermanos, pues no eran José Ignacio, Luis Alberto y Maruja, sino su hermano mayor, el hermano menor de su hermano mayor y su hermana. Solo cuando salían de su entorno familiar usaban un nombre para, obviamente, diferenciarse del resto de la tribu, pero no tenían solo uno, sino varios. 

Por un lado, tenían un nombre de guerra más un apodo, los cuales se cambiaban cada dos por tres porque, según ellos, si un nombre se usa mucho pierde su fuerza. No obstante, cuando se habla con un navajo hay que dirigirse a él con el mismo nombre que se usó por última vez, y si se lo ha cambiado en ese lapso de tiempo ya lo hará saber. Luego tenían los nombres que se veían obligados a adoptar por cuestiones meramente burocráticas, como padrones, etc. o para darse a conocer entre personas ajenas a su tribu. En ese caso, a los españoles les daban un nombre- español, por supuesto- y, posteriormente, inglés a los yankees. Pero como la norma de cambiarse de nombre no la eliminaban, pues resulta que cada vez que los yankees revisaban el padrón de la reserva les daban un nombre distinto, por lo que el mismo fulano era contabilizado varias veces, pero como un navajo diferente. A modo de ejemplo, a la izquierda tenemos a Manuelito, un famoso caudillo navajo llamado Niño Santo (cabe suponer que por su nombre, derivado de Enmanuel), Yerno del Último Tejano, Hombre del Lugar de los Juncos Negros y cuyo nombre de guerra era Guerrero Agarró al Enemigo. Si llegan a usar DNI tendría que ser en formato A4 para dar cabida a tanto nombre. Y como guinda del pastel, muchos términos incluyendo nombres de animales o plantas no tenían una denominación en sí, sino que eran, por así decirlo, descripciones de sus cualidades o características. Ejemplo: un león podría ser "gato grande con melena", y un buitre "pájaro que vuela alto y come carroña". Como es evidente, si a eso unimos el hecho ya comentado de que el cambio tonal podía convertir "león" en "crecepelos", "tortilla de patatas" y "butaca para la siesta", el honolable guelelo del mikado acabaría cometiendo seppuku al verse totalmente incapaz de descifrar una sola palabra. En resumen, es una lengua arcana como la receta de la Coca-Cola, extraña para la forma de pensar de un europeo y aún más para un japonés y, de hecho, al día de hoy el código navajo es aún el único en todo el mundo que ha sido imposible romper. Más aún: incluso los mismos navajo que sirvieron en el ejército yankee como soldados normales no eran capaces de entender una papa por los motivos que veremos más adelante. Cerramos paréntesis.

Clayton B. Vogel (1882-1962)
Johnston planteó su proyecto a Jones aduciendo que, además de las excelencias del producto, había un buen número de indios en la reserva que dominaban perfectamente el inglés tanto hablado como escrito como para poder permitirse hacer una minuciosa selección, independientemente de los que quisieran alistarse para "defender su país" (manda cojones). En aquella época, la población de la reserva era de unos 50.000 habitantes, y cuando se presentaron los encargados del reclutamiento se sorprendieron de la cantidad de voluntarios que se ofrecieron, obviamente con la sana intención de salir de aquel puñetero desierto antes de que para defender a los ojos blancos que los habían enclaustrado allí. Aunque la edad mínima para alistarse era de 18 años, muchos chavales mintieron con tal de ser admitidos aún teniendo apenas 15 años. En cualquier caso, como la idea parecía bastante buena, Jones se puso en contacto con el mayor general Clayton Barney Vogel, comandante general del Cuerpo Anfibio de la Flota del Pacífico, para ponerlo al tanto del proyecto de Johnston.

Pinchar para ver mejor
El día siguiente, a las 9 de la mañana, nuestro hombre se personó en el despacho de Vogel acompañado de cuatro navajo previamente seleccionados por él para hacer una demostración. Vogel les pidió que tradujeran seis mensajes previamente preparados y que contenían textos habituales en cualquier comunicado militar. Ojo, no se trataba de cifrarlos, sino simplemente de traducirlos a su lengua y transcribirlos en inglés para comprobar si, en efecto, los navajos eran capaces de traducir sin problemas y, al mismo tiempo, si su lengua era tan difícil de entender como aseguraba Johnston. La traducción no era fácil para los indios porque los textos contenían términos que no existían en su lengua, pero a pesar de ello lograron darles una forma inteligible en pocos minutos haciendo uso de símiles. Vogel quedó totalmente convencido de la la capacidad de los navajo cuando tres codificadores de la armada juraron por sus muelas que aquello era totalmente incomprensible. Al igual que Jones, Vogel quedó entusiasmado con el proyecto que les ofrecía Johnston, por lo que una semana más tarde, el 6 de marzo, envió una carta al comandante general del Cuerpo de Marines contándole la película y que pueden ver a la izquierda. Para los que desconozcan la abominable lengua de los anglosajones, en resumen viene a decir que el Sr. Philip Johnston les ha propuesto reclutar indios navajo para formar un cuerpo de locutores de claves, que salvo los navajo solo Dios y 28 ciudadanos más en todo el planeta conocían su lengua, que podrían disponer de mil o más candidatos y, muy importante según Vogel, la reserva navajo era la única que entre los años 20 y 30 no había sido visitada por antropólogos y estudiosos tedescos que, en un momento dado, pudieran haber aprendido la lengua, por lo que no había riesgo de que les pasaran sus conocimientos a sus aliados nipones. Finalmente, propone el reclutamiento inicial de 200 hombres para ser adiestrados.

El primer contingente de navajos jura lealtad a la Unión
nada más bajar del autobús en Fort Wingate 

Tras los habituales dimes y diretes y los pamplinas de siempre que por norma ponen pegas a todo lo que no salga de sus magines, el 5 de mayo de 1942 los primeros 29 indios se presentaron en la caja de reclutas de San Diego para, a continuación, ser enviados a Fort Wingate para llevar a cabo el período de instrucción militar como todo el mundo. Una vez terminado los enviaron al centro de entrenamiento de la armada de Camp Elliot donde formaron el 382 pelotón del U.S.M.C. para aprender el manejo de los aparatos de radio, la redacción, emisión y recepción de mensajes, morse, así como efectuar pequeñas reparaciones y demás historias y, mientras tanto, ir dando forma a la madre del cordero: crear el código que resultaría impenetrable para los honolables guelelos del mikado a pesar de su incuestionable habilidad para romper las claves más abstrusas. En primer lugar había que resolver un pequeño inconveniente: la práctica totalidad del vocabulario navajo carecía de terminología militar, por lo que tuvieron que adaptar palabras que se pudieran asimilar a cada objeto. Debían ser términos sencillos ya que el código tendría que ser memorizado; recordemos que el navajo no se podía escribir, así que cada palabra había que aprenderla de memoria. En todo caso, no les supuso ningún problema. Veamos algunos ejemplos:

Un coronel era un "silver eagle" (águila plateada), en referencia al símbolo de su rango. En navajo, águila plateada se dice "atsah-besh-le-gai".

Un avión de observación era asimilado a un "owl" (búho), "ne-as-jah" en navajo.

Un acorazado era una "whale" (ballena), "lo-tso" en navajo.

Las palabras de uso habitual se codificaron de dos formas: o bien limitándose a traducirlas al navajo o, caso de que no existieran en ese idioma, se optaba por una similitud fonética, como por ejemplo "team" (equipo), para el que se usaban dos términos que sí figuraban en el limitado vocabulario navajo, "tea mouse" (té de ratón), que en su idioma se decía "deh-na-as-tso-si". Otro ejemplo sería torpedo, "fish shell" (pez con caparazón) o "lo-be-ca".

Los 29 navajos de la primera promoción junto al oficial y los
dos sargentos yankees al mando de la unidad que aparecen
sentados en el centro de la foto, tras el cartel

Alguno me dirá ahora que estoy escribiendo en navajo. Sí, pero no. Esas transcripciones son meramente para hacernos una idea de la fonética de cada palabra, pero recordemos que están hechas para usarlas en inglés, por lo que si las pronunciamos en español sonarían totalmente distintas. Por ejemplo, la última que hemos mencionado, "lo-be-ca", en español la pronunciaríamos "lobeka", mientras que un inglés diría algo así como "loubika", que sería más o menos su sonido en navajo. Además, no olvidemos que si cambiamos el tono cambia el significado, y si encima lo oímos de un probo indígena que habla a toda velocidad nos vamos a enterar de un carajo porque estos mensajes no se transmitían más que de viva voz. Así pues, inicialmente se creó un código de 211 palabras que incluían, además de términos de uso común en cualquier conversación, designaciones relacionadas con la milicia: rangos y tipos de unidades militares, así como tipos de vehículos, aviones y barcos, los meses del año, números, colores y los nombres de algunos países que, por cierto, son bastante curiosos ya que se tomaron palabras por similitud fonética o por algo que fuera especialmente representativo de ellos. Para España (Spain en inglés) se optó por la similitud fonética y no por las corridas de toros, así que la denominaron "sheep pain" (literalmente "dolor de oveja"), "deba-de-nih" en navajo, mientras que los tedescos fueron denominados como "iron hat" ("sombrero de hierro", como no), "besh-be-cha-he" en navajo. América recibió el nombre en clave de "our mother" (nuestra madre), "ne-he-mah". Otros bastante ingeniosos eran Italia, "stutter" (tartamudeo), Japón "slant eye" (ojo inclinado) o Filipinas, "floating island" (isla flotante). En fin, ya vemos que imaginación no les faltaba.

El cabo Henry Blake transcribe un mensaje mientras su compañero,
el soldado de 1ª clase George Kirk, retransmite. La foto fue tomada
en plena jungla en diciembre de 1943

También se tuvo en cuenta la opción de transmitir deletreando, por lo que había que crear también un código de deletreo similar al usado a nivel internacional: A = alfa, B = bravo, C = charlie, etc. Obviamente, este código se lo sabían hasta los jíbaros, por lo que había que ponerle las cosas más difíciles a los honolables guelelos del mikado. Así pues, se limitaron a cambiar la palabra que, obviamente, sería traducida al navajo. Para entendernos: A = "ant" (hormiga o "wol-ha-chee"), B = "bear" (oso o "shush"), C = "cat" (gato o "moasi"), etc. Sin embargo, fueron advertidos de un detalle importante: una de las normas básica para desencriptar cualquier código en cualquier idioma radica en la frecuencia con que se repite cada letra. 

Código de deletreo en navajo con las distintas palabras
usadas para cada letra. En rojo vemos el código de deletreo
militar en inglés, más básico que los mecanismos de un
reloj de arena
En inglés, que aunque el código fuera en navajo el mensaje y su transcripción serían en ese idioma, dicha frecuencia es por orden de uso E, T, A, O, I, N, S, H, R, D, L y U, mientras que el resto son menos relevantes. Así pues, para complicar el código se ampliaron las palabras a emplear por cada letra, de forma que las más usadas podían ser designadas indistintamente con tres palabras, las de uso medio con dos y las más raras con solo una. Ejemplo: La E, la más usada, podía designarse con "ear", "elk" y "eye" (oído, alce u ojo), "ah-jah", "dzeh" y "ah-nah" respectivamente. El locutor podía usar cualquiera de ellas a su antojo, e incluso si la palabra contenía más de una E podía emplear más de una palabra clave. Lioso, ¿que no? Por cierto, para marcar el final de una frase, el típico "cambio" que usamos nosotros, ellos hacían lo propio, pero en inglés codificado en navajo. O sea, en vez de decir "pass" (paso), tomaban las dos primeras letras, P y A, que codificadas serían "pig-ass" (cerdo-asno), "bi-so-dih/be-jilchii". Y al igual que aumentó el número de términos para el deletreo, poco a poco fue aumentando el vocabulario que, finalmente, quedó establecido en 411 palabras. Tanto el código de deletreo como el vocabulario tenían que ser memorizados de forma infalible ya que los operarios trabajaban por parejas: uno leía el mensaje en inglés y lo transmitía en navajo, mientras su compañero transcribía al inglés las respuestas en navajo que oía por el auricular, labor que llevaban a cabo de forma prácticamente automática. Y respecto al comentario anterior de que ni los navajos que servían en el ejército regular podrían romper el código, pues era simplemente porque desconocían la relación entre las palabras en su lengua y su equivalente en inglés. O sea, el navajo entendía que "nakia" significaba "mejicano", pero lo que no sabía era que "mejicano" era el término usado para designar "compañía" (de unidad militar)
.

Navajos con su pelambrera tradicional, que podían llevar suelta
o recogida en la parte trasera de la cabeza

Los mandamases estaban francamente entusiasmados con la evolución del proyecto si bien los navajo tuvieron sus problemas para adaptarse a la vida militar. Dichos problemas eran de tipo cultural, porque la instrucción la pasaban sin inconvenientes. Eran hombres curtidos, fuertes y habituados a la vida en plena naturaleza, por lo que las marchas, arrastrarse, las pistas de entrenamiento, etc. eran pan comido para los navajo. De hecho, como buenos indios, de entre ellos salieron magníficos rastreadores y tiradores. Sin embargo, no sobrellevaron bien al principios tener que cortarse el pelo porque para ellos lucir una melena era una tradición milenaria, así que eso de pasarles la maquinilla por el cuero cabelludo les sentó cómo una patada en el bazo. Pero aún peor fue la norma de tener que mirar a los ojos, mantener la mirada o que un superior les mirase fijamente porque eso lo consideraban como una agresión a su intimidad y, además, una falta de cortesía. Pero no les quedó otra, así que se tuvieron que adaptar sí o sí.

Grupo de codificadores navajos recibiendo una estimulante sesión
de agradecimiento por parte del tte. coronel James G. Smith, oficial
de señales de la 1ª División de Infantería de Marina, por sus
buenos oficios en el campo de batalla

Una vez terminado el adiestramiento de los 29 primeros especialistas, 27 fueron enviados para tomar parte en el desembarco de Guadalcanal en agosto de aquel mismo año, quedándose dos de ellos para adiestrar al próximo contingente de lectores de claves formado por 200 hombres que se incorporaron el 20 de julio. El mismo Johnston se ofreció como instructor ya que era el único yankee capaz de entenderse en navajo con el personal, así que en octubre fue alistado a pesar de tener ya sus 40 añitos cumplidos con el empleo de sargento técnico del Cuerpo de Señales de la Armada para que se pusiera al frente de la escuela de codificadores, cargo que desempeñó hasta el final de la guerra. El curso de locutor de claves era de ocho intensas semanas en las que tenían que memorizar todo el código, aprender a manejar la radio y ganar la destreza suficiente para recibir y emitir mensajes a toda velocidad ya que su trabajo empezaba por lo general cuando entraban en acción, o sea, bajo fuego enemigo. Por otro lado, los honolables guelelos del mikado eran bastante diestros a la hora de triangular el emplazamiento de un equipo de radio para localizarlo, por lo que se veían obligados a cambiar de posición con cierta frecuencia si no querían verse atacados a cañonazos, morterazos o, peor aún, ser atrapados por los japoneses, que estaban deseosos de echarle el guante a un navajo para sacarle el puñetero código como fuera.

En el centro vemos a Jack Nez y a la derecha a Carl Gorman,
ambos en compañía de su escolta, el cabo Oscar Lithma. Todos
formaron parte de la primera oleada del desembarco a la
isla de Saipán el 15 de junio de 1944

De hecho, lograron capturar a uno, el sargento Joe Kieyoomia, al que le apretaron las clavijas a base de bien pensando que estaba al corriente del código. Pero el desdichado navajo pertenecía al ejército y, aunque entendía perfectamente lo que decían sus paisanos, era incapaz de saber qué puñetas significaba aquel galimatías. Por otro lado, cuando las unidades de marines con codificadores navajos combatían en zonas donde también actuaban tropas del ejército regular, se dieron casos de confusión bastante irritantes ya que muchos yankees que no habían visto un indio en sus puñeteras vidas no sabían diferenciar los rasgos de un navajo de los de un honolable guelelo del mikado, y a más de uno se lo cargaron sin hacer preguntas porque en la jungla un segundo de duda podía costarte el pellejo. 

Chester Nez posando con su M1 Garand. En 2011 publicó sus memorias,
escritas por Judith S. Avila
Otros, con más suerte, fueron capturados como si fueran nipones disfrazados de yankees destinados a infiltrarse entre ellos para sembrar el caos, como hizo el audaz Skorzeny en Las Ardenas, y los llevaban a retaguardia dándoles de collejas para interrogarlos. Por eso motivo, a cada equipo de dos hombres se les asignó un "guardaespaldas" yankee para que respondiera por ellos y se acabaran aquellos enojosos malentendidos. Con todo, parece ser que algunos codificadores corrieron el bulo, que por cierto nunca se pudo demostrar, de que el guardaespaldas tenía en realidad la misión de liquidarlos antes de que cayeran en manos enemigas para no ver comprometido su preciado código. Ese es el argumento de la conocida peli de John Woo "Windtalkers". Chester Nez, uno de los integrantes del primer contingente, comentó en su día que esa historia se la había oído a un colega al que su propio guardaespaldas se lo había confesado pero, como es lógico, la marina jamás reconoció semejante bellaquería. Con todo, más de un navajo aseguró que preferiría que un compañero lo dejara seco de un tiro antes de caer en manos de los honolables guelelos del mikado, que gastaban muy mala leche y se las harían pasar putas antes de acabar con ellos.

Sonriente grupo de navajo en alguna jungla asquerosa en
diciembre de 1943. Además de su trabajo como lectores de
códigos, obviamente tenían que pegar tiros como todo el
mundo. Su naturaleza belicosa fue de gran ayuda en esos
momentos más comprometidos

En fin, poco más nos queda por narrar. En abril de 1943, el segundo contingente de 200 indios ya tenían su período de instrucción casi completo, y la intención era añadir otros 300 a finales de aquel mismo año a razón de 50 mensuales durante seis meses. Sin embargo, lo cierto es que cada vez resultó más difícil dar con personal verdaderamente cualificado por sus carencias en el dominio del inglés, por lo que hubo que reducir a la mitad la perspectiva de reclutas. Por otro lado, debido a las posibles variaciones en el uso de las palabras por cuestiones dialectales, así como para unificar las pronunciaciones correctas, se estableció que cada tres meses se reunieran los miembros de las distintas unidades para unificar los términos del código. Aunque, como está mandado, sus actividades no solían figurar en los partes de guerra, que para eso los únicos héroes eran los WASP, su intervención resultó vital en muchas ocasiones. El testimonio más esclarecedor lo dio el capitán Ralph J. Sturkey tras la batalla de Iwo Jima asegurando que el código navajo era "la forma más sencilla, rápida y fiable" de enviar y recibir mensajes. De hecho, en los dos primeros días de intensos combates tres parejas de operadores enviaron más de 800 mensajes sin un solo error. La opinión de Sturkey se vio corroborada de forma contundente por la del mayor Howard Connor, Oficial de Señales de la 5ª División de Infantería de Marina cuando afirmó sin dudarlo que "si no hubiese sido por los navajo, los marines nunca habrían tomado Iwo Jima".

Un codificador navajo en una playa vete a saber dónde.
No deja de ser digno de admiración ver cómo hombres
que habían sido maltratados y humillados por el "ojo
blanco" no dudaron en acudir en su ayuda aunque ni
siquiera sabían de la existencia del Japón. Sin embargo,
los anglosajones son asaz reacios a mostrar agradecimiento
a los que, siendo de otra raza, les sacan las castañas del fuego

De los 540 navajo alistados en la Infantería de Marina, se calcula que entre 375 y 420 sirvieron como codificadores, cayendo en combate 13 del total de hombres alistados. Pero cuando terminó la guerra no pudieron decir ni pío, ni sus nombres fueron debidamente honrados porque el dichoso código era aún un tema clasificado como alto secreto, así que se volvieron a la reserva como si hubieran sido unos combatientes más a pesar de que su intervención en la Guerra del Pacífico tuvo una importancia capital. En 1968 se desclasificó el código navajo, a pesar de lo cual solo se conocen los nombres de 264 de ellos, mientras que los de otros 156 han permanecido en secreto. No fue hasta 1982 cuando Reagan declaró el 14 de agosto como Día Nacional del Locutor de Códigos Navajo, y el 26 de julio de 2001 Bush hijo premió a los 29 primeros codificaciones con la Medalla de Oro del Congreso si bien sólo cinco de ellos estaban aún vivos para recibirla. A buenas horas, mangas verdes. Las 24 medallas de los difuntos fueron entregadas a sus familias. El último navajo de los 29 iniciales fue Chester Nez, fallecido el 4 de junio de 2014 con 93 años, y con evidente recochineo afirmaba que "...todos estos años [en referencia a su estancia en la escuela de la reserva] diciéndote que no hables navajo, y en cuanto te das la vuelta nos piden ayuda con ese mismo idioma. Todavía me molesta un poco...", y no era para menos, qué carajo. Aunque, ¿qué se puede esperar de los anglosajones más que soberbia e ingratitud? En cuanto al resto de los codificadores, fueron condecorados con la Medalla de Plata del Congreso, que para eso llegaron en segundo lugar a la fiesta.

Joe Vanderer (izda.) y Chester Nez (dcha.), los últimos de
los últimos. Todo mi respeto y admiración para ellos y sus
valerosos compañeros, que pudiendo quedarse en sus reservas
tranquilamente fueron a combatir por los yankees

El último codificador navajo fue Joe Vanderer Sr., que se largó con Manitú el 31 de enero de 2020 con 96 años. Por cierto que en la lista de operadores se pueden ver varios apellidos españoles como Francisco, Cayedito, Martínez, López, José, Otero, Pinto, Platero, Sandoval, Manuelito y Toledo. Curioso, ¿no?

Bueno, con esto terminamos por hoy. Y ya saben, animen a sus cuñados a ver por enésima vez "Windtalkers" con los probos codificadores navajo y su neurótico guardaespaldas interpretado por Nicolas Cage, y aprovechan la coyuntura para darles un repaso y los dejan planchados.

Hale, he dicho

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Grupo de satisfechos veteranos navajo cuando, tras 37 años en la inopia, Reagan se dignó sacarlos del olvido y reconocer el impagable servicio que habían hecho por su país. Más vale tarde que nunca, pero los que se quedaron en el camino se largaron de este mundo quizás con la amarga sensación de haber hecho el primo. Con todo, aún tuvieron que pasar otros 19 años para que les dieran una medallita. No soporto estas injusticias palmarias, lo juro por mis augustas barbas

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