Desde siempre, y al decir siempre quiero decir siempre, el león ha representado la fuerza, el poder, la nobleza, la fiereza, la majestad. El León de Judá, el León de la Cruzada, Corazón de León... El rey de los animales, dicen. ¿Y el elefante, al que el león no se atreve ni a toserle? ¿Y el rinoceronte? La verdad es que nunca he comprendido que semejante bicho haya sido tomado desde tiempos inmemoriales como símbolo de tanta virtud sin reparar en que, en realidad, se pasa la vida dormitando bajo un árbol mientras las hembras se baten el cobre en busca de pitanza y se llevan las contundentes coces de las cebras y las cornadas de los búfalos. Solo salen de su apacible atocinamiento cuando algún rival merodea por las cercanías para arrebatarles su harén, uséase, su chollo para vivir sin dar golpe. Parecen políticos, carajo... Y cuando carecen de poder, no se complican la vida. Cazan crías, animales viejos, debiluchos o que ya no corren lo suficiente y, si no pillan nada, pues se convierten en carroñeros y disputan la manduca a las hienas. En fin, que no sé dónde leches tiene el león la nobleza. Sin embargo, aparece en las representaciones artísticas más añejas vigilando las entradas de las ciudades o siendo cazados por los monarcas, dando a entender que sus reyes eran tan valerosos que solo ellos osaban hacer frente al león. A la derecha tenemos un ejemplo bastante elocuente: el rey asirio Asurbanipal (668 a.C. - 627 a.C.) despacha a un poderoso león de una estocada en el pecho. Nada mejor para Asurbanipal que hacer que todo el mundo creyera que era capaz de semejante hazaña, naturalmente...
En fin, me temo que mi concepto sobre los leones es totalmente opuesto al del resto de los primates que me han precedido, porque algunas culturas incluso lo han asociado con el sol nada menos. Por ejemplo, los persas ya adoraban a Mithra, un dios solar, hace unos 1.500 años de nada. A la izquierda podemos verlo, con la testa coronada de rayos solares y guiando una cuadriga. Por cierto que este dios alcanzó tanto predicamento que su culto fue más allá de las fronteras de Persia, siendo adoptado por los hindúes e incluso por los romanos. De hecho, era el dios por el que más veneración tenían los legionarios, y su culto se mantuvo hasta la implantación oficial del cristianismo por orden de Constantino. Y no solo se ha usado como dios solar, sino que incluso los cristianos no dudaron en hacer uso del animalito, asociándolo al evangelista Marcos o colocándolo en las entradas de las iglesias, concretamente en las ménsulas que sustentaban los aleros de las puerta, o en mogollón de capiteles de beaterios, claustros y demás. En lo tocante a cuestiones más mundanas, el león, como rey de los animales, fue tomado para representar al señor natural de un territorio, el poseedor de la fuerza, del poder, y era, como no podía ser menos, el símbolo de la virilidad, del principio masculino.
Bien, la cuestión es que, como vemos, lo de león = puto amo viene de muy lejos, y por mucho que sigan vagueando bajo sus acacias resecas del Serengueti nadie cambiará de opinión respecto a estos animalitos. Está de más decir que en la añeja Europa se convirtió en un bicho recurrente para representar el poder de reyes y nobles. De hecho, el león fue adoptado como símbolo del reino homónimo incluso antes de que existiera la ciencia heráldica como tal. A la derecha tenemos un ejemplo, en este caso monetario. Se trata de un dinero de vellón leonés acuñado por Alfonso VII entre 1135 y 1157. En una cara aparece la leyenda "IMPERATOR", y en la otra "LEONI", en este caso orlando un león siniestrado, uséase, mirando hacia la izquierda (recuerden que, en terminología heráldica, los lados se mencionan como si uno estuviera dentro del escudo), en posición de pasante. Fue más tarde cuando se cambió por la habitual de rampante.
En esta ilustración lo veremos mejor. El león ya presenta el aspecto que adquirirá posteriormente, si bien alguno dirá que eso se parece a un león lo mismo que un huevo a una castaña. Pero que nadie se cabree con el probo ilustrador que hizo la miniatura, porque poco menos que se lo tuvo que inventar. Como es evidente, en aquella época muy pocos en la Europa habían visto un león al natural, de modo que solo tenían la palabra escrita y algo de la hablada para plasmarlo en el pergamino con más o menos éxito. En todo caso, ya se aprecian claramente los atributos más señalados de la fiera: abundosa melena, cuerpo fuerte y musculoso, cola rematada por un penacho de pelambre y unas poderosas garras. El tono amoratado que luego se convirtió en púrpura obedece simplemente a que dicho color se asocia desde tiempos inmemoriales a la realeza.
En cuanto se establecieron las primeras normas heráldicas, mogollón de reinos, reyes y nobles se apuntaron a plantar un león en sus escudos de armas, que para eso era un bicho cuasi divino. En el bestiario heráldico español, el león es el animal más recurrente, seguido muy de cerca por el lobo, como se explicó en el articulillo anterior, y a la derecha podemos contemplar el aspecto que tomó, si bien hay que concretar que lo que vemos es la morfología española, porque cada país tiene ciertas variantes en lo referente a la posición y forma de la cola y algún detallito que otro. En la parte que nos toca, pues vemos a un león adiestrado (que mira hacia el lado derecho), alzado sobre su pata izquierda y con las manos en actitud de atacar. La cola aparece erguida con el penacho del extremo doblado hacia el lomo, y tanto las patas como dicha cola muestran abundantes mechones de pelo. Las garras y la lengua, que emergen de sus fauces, son de color rojo. En este caso vemos el león de León: de plata, un león rampante de púrpura, coronado de oro, armado y lampasado de gules. Las garras deben estar formadas por tres dedos y, según algunos tratadistas, deben tener un espolón en cada zarpa. Del mismo modo, deberá ser visible el miembro viril del bicho. De no llevarlo habrá que especificar que va evirado. Del mismo modo, si careciera de cola se le llamará difamado.
Pero lo que imagino que a vuecedes les llamará más la atención es el término rampante, y más si consideramos que en ninguna parte aparece una rampa. Bien, rampante es el enésimo galicismo empleado en la heráldica, que para eso fueron los francos los que inventaron esta ciencia. Procede del término rampant, que su vez proviene del francés medieval ramper: trepar. Es decir que, en puridad, podríamos denominarlo como león trepante aunque su posición, totalmente impropia de un león de verdad, está un tanto humanizada ya que se asemeja a la que adoptaría un primate dispuesto a defenderse a mamporros. Por lo tanto, y según opinión general de los heraldistas, al ser esta la posición natural del león heráldico como la de pasante es la del lobo, no hace falta especificarla. Por lo tanto, podríamos decir "de plata, un león púrpura coronado de oro, etc...", y el lector avezado en esta ciencia ya da por sentado que el animal estará levantado de manos. A la izquierda vemos un león conforme a los cánones, mostrando sus tres garras más un espolón por zarpa, mogollón de pelambre, una picha ostentosamente visible y su cola bien poblada. En este caso, la fiera aparece de oro.
Los dos colores más empleados en los leones según la heráldica hispana son, con diferencia, oro y gules, ambos en proporciones casi iguales. Luego, en cantidades muy inferiores, sable, el azur, plata, sinople y, de formas ocasionales, fajados, bandados o jaquelados. Pero, como decimos, los más abundantes son gules y oro, esmalte y metal con una poderosa carga simbólica. El oro simboliza la nobleza, el esplendor, la prosperidad, la sabiduría, la magnanimidad, la constancia, la riqueza y el poder. Los linajes que hagan uso de este color se caracterizan por sus virtudes de magnanimidad y su nobleza a la hora del servir fielmente al Rey, así como ser los primeros en defender y hacer gala de las virtudes caballerescas, amparar a los necesitados y combatir por su Rey hasta la muerte si fuese preciso. El gules no se queda atrás, ya que es atributo del valor, el honor, el arrojo, la fuerza, la magnificencia, la astucia y la victoria, estando obligados los que lucen este esmalte a servir con denuedo al Rey, a la Patria y a todo aquel que se vea oprimido por las injusticias. Y, como hemos dicho, luego tenemos otras coloraciones menos frecuentes como las que vemos a la derecha. En primer lugar aparece un león bandado de gules y oro, o sea, partido en bandas. A la derecha, el mismo bicho, de oro fajado de azur. En estos casos, los atributos de los esmaltes y metales se combinan con los de las particiones.
Una cuestión que lleva la torta de tiempo siendo objeto de polémicas entre los heraldistas es cuando se enuncia "un león al natural", sin más. Comienzan las dudas: ¿a qué se refiere al natural, a la posición o al color? Cabe supone que, si consideramos que la forma natural de representarlos es rampante, es una obviedad repetirlo. Por lo tanto, se suele considerar que se refiere al color. Pero ¿qué color? Los más habituales o "naturales", como hemos dicho, serían oro y gules, pero ¿cuál de los dos? Lo cierto es que hay bastantes opiniones al respecto, y yo, que suelo optar por lo más obvio aunque resulte lo menos creíble, siempre he pensado que se refiere al color natural del león, uséase, un color pardo, más o menos como vemos en el blasón de la izquierda: garras negras, lengua roja y el cuerpo en color pardo, con la melena un poco más obscura. De hecho, no es raro que otros animales se mencionen también en color "natural".
Bien, ya conocemos las particularidades del león heráldico, y más concretamente del español. Sin embargo, tenemos algunas variantes que, aunque no son frecuentes, es obligado mencionarlas porque pueden dar lugar a equívocos. La más reseñable es el leopardo. No se trata del felino a manchas que todos conocemos, sino que con el término leopardo se especifica a un león pasante que, en vez de perfil, aparece con la cabeza mirando de frente, tal como lo vemos en el blasón de la derecha. Y mientras que no es frecuente en las armerías hispanas, sí es más habitual en otros países europeos como Alemania, Francia y, por supuesto, en Inglaterra, cuyo blasón lo componen tres leopardos de oro en campo de gules. Por lo demás, los leones pueden ser representados corriendo, parados (con las cuatro patas en el suelo, sedente (sentado como un chucho), acostados (tumbados pero con la cabeza erguida) o arrestados, o sea, con un collar y atados con una cadena a un árbol, un castillo o lo que sea. En este último caso hay ocasiones en que se especifica el color del collar y la cadena para complicar aún más la comprensión de las armas. Mucho más raro es que se mencionen leones alados y dragonados. Como decimos, el león por antonomasia es el rampante, y es el que veremos con muchísima más frecuencia.
Pero no solo la posición del león tendrá un significado u otro, sino también si aparece empuñando armas, banderas u otras figuras como estrellas, coronas, etc. Veamos un par de ejemplos para hacernos una idea. En primer lugar tenemos un león que empuña una lanza. Ésta simboliza el valor militar, aplicado con prudencia y fortaleza. En segundo lugar mostramos un león empuñando una espada (ojo que también tendrá ciertas connotaciones según el color de hoja y guarniciones). En este caso, la espada indica la justicia y la soberanía del linaje del poseedor del blasón. Si llevase una bandera, significaría el valor en batalla del mismo. Una estrella refleja su condición de héroe, y también se premiaba con ella a los ministros y consejeros del Rey. Como podemos colegir, estos aditamentos se solían añadir en algún momento de la historia del linaje, cuando uno de sus miembros llevaba a cabo una acción señalada que lo hacía merecedor del mismo y veía así ampliado su blasón.
Bueno, con esto está todo dicho sobre los leones heráldicos. A modo de conclusión, añadir que también es una fiera bastante empleada como soporte, o sea, sujetando un escudo de armas, representando con ello que su fuerza es la que sostiene la honra del linaje o el poder del reino cuyo blasón agarran. A la izquierda podemos ver un ejemplo, en este caso correspondiente al escudo de armas de la Casa Real de Rumanía que, aunque no reine, tiene a sus retoños repartidos por alguna parte por si alguna vez les da por abrazar de nuevo la monarquía. Tenemos pues el blasón con la corona real al timbre y sustentado por dos soportes, leones en este caso y, como se puede apreciar, adoptando la misma posición rampante si bien las zarpas delanteras ayudan a sujetar el escudo. Debajo aparece el lema NIHIL SINE DEO, "Nada sin Dios", y todo el conjunto bajo un manto real.
En fin, vale por hoy. Próximamente estudiaremos el tercer bicho en importancia, el águila, que es la contraparte aérea del león.
Hale, he dicho
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