El bacinete comenzó a usarse en el siglo XIII. Fue una evolución del yelmo cónico para proteger los lados de la cabeza y la nuca, quedando expuesta la cara. Aparte de su uso normal, se portaba como complemento del yelmo de cimera, colocándolo bajo el mismo ya que, por su peso, los caballeros solían llevarlo quitado, no quedando así con la cabeza desprotegida en caso de un ataque repentino. En este período, los bacinetes eran unas piezas pequeñas, de forma globular, y se llevaban sobre el almófar anudado bajo el mentón. En la imagen de la izquierda podemos ver un ejemplo del mismo. Como se ve, está fabricado en una sola pieza de acero batido. El barbuquejo son dos simples correas de cuero remachadas al yelmo.
Hacia 1330, según se aprecia en la lámina de la derecha, se les dotó de un camal de malla unido a los bordes del yelmo mediante unas corregüelas por las que se pasaba un cordel, y que cubría el cuello y los hombros, zonas estas que quedaban expuestas, o de un chaperón, pieza de tela acolchada fijada de la misma forma. Hacia 1370, el borde del camal de malla recibió como elemento decorativo una tira de cuero o tela que incluso podían ir adornados con pedrería o metales preciosos, y a comienzos del siglo XV se puso de moda forrar el camal de malla con telas de precio.
Más ligeros que el yelmo de cimera, podían combinarse con éste como ya se comentó anteriormente, llevando el bacinete sobre la cabeza y el yelmo encima de todo. Esta práctica queda reflejada en “La Gran Conquista de Ultramar” (Anónimo, c. Siglos XIII-XIV)
“Ayudóle en tal manera, que fue ferir a un caballero de los de Sajoña, del espada por encima de la cabeza, de tan gran ferida que le falsó el yelmo e el almofar, mas el bacinete que traia de yuso era muy fuerte, que gelo no pudo pasar”
Para éste fin, se colocaba alrededor del bacinete un burelete que incluso podía ir ricamente decorado cuando se usaba como yelmo de corte, según se aprecia en la ilustración, correspondiente a la estatua yacente del conde de Westmorland. También era habitual que los monarcas o príncipes llevasen sobre el bacinete una corona como símbolo de su jerarquía.
Pero la costumbre de portar dos yelmos era engorrosa, agotadora y, sobre todo, cara para los combatientes, por lo que hacia mediados del siglo XIV se dotó al bacinete de un visor móvil como el de la lámina de la derecha.
Estos visores fueron la evolución del klappvisier, de creación alemana y que iba fijado al frontal del yelmo. En Alemania e Inglaterra los llamaban "hocicos de cerdo", y aquí “picos de gorrión”. Como se ve, por su forma desviaban fácilmente los golpes dirigidos a la cara. Como se observa, el aguzado visor ofrece un superficie extremadamente angulosa que escupiría sin problemas tanto golpes de filo como de punta. Los orificios de ventilación solían ir siempre en el lado derecho del mismo a fin de no favorecer la entrada de una punta de lanza o el pico de un martillo de guerra. Mediante unas bisagras podían desmontarse y usar solo el bacinete si se terciaba.
Para tal fin, los pasadores de las bisagras iban provisto de unas pequeñas cadenas fijadas al visor, de modo que no se extraviasen. En la lámina de la izquierda podemos ver el aspecto que ofrece uno de estos bacinetes con el visor desmontado. Se aprecian las corregüelas para fijar el camal al borde.
Conviene reparar en las rendijas del visor. Como se ve, están dispuestas formando un ángulo hacia abajo por los extremos, así como una orientación hacia arriba de forma que su portador, para mirar de frente, tendría que inclinar un poco la cabeza hacia delante. Ese diseño estaba encaminado a dificultar la entrada de cualquier cosa punzante dirigida a la cara. Si una punta de lanza o una flecha impactaba contra el visor y, debido a su conformación, salía desviada hacia arriba, no podía entrar y herir en un ojo. A fin de evitar esa posibilidad, hubo modelos que contaban con un barrado en las rendijas.
Por otro lado y considerando su anchura, generalmente siempre inferior a 1 cm., su campo de visión era muy limitado. De ahí esa inclinación hacia abajo, ofreciendo una “expresión” triste al visor, ya que de esa forma se podía tener un poco más de ángulo de visión lateral e inferior.
En la lámina de la derecha nos haremos una idea más clara de lo explicado. Como se ve, la posición natural portando el bacinete obliga a mirar hacia abajo. Al estar dibujado de perfil, se aprecia perfectamente el saliente anguloso donde se abre la rendija del visor. Si, como se ha comentado antes, un arma punzante sale desviada hacia arriba, es casi imposible que penetre por la misma. Así mismo, si el usuario echa la cabeza hacia atrás debido a un golpe, la posibilidad de que algo entre por el visor disminuye aún más.
Obsérvese también la gran distancia que hay desde el ojo al visor. Siendo una rendija tan estrecha, y encima separada de la cara varios centímetros, nos permite hacernos a la idea de que el campo visual de que se disponía con un bacinete era mínimo. Quizás por esa causa fabricaban los visores desmontables ya que, combatiendo a pié y en un cuerpo a cuerpo cerrado, donde la visibilidad puede ser un elemento vital estando rodeado de enemigos, poder remover dicho visor para ver lo que a uno le rodea sin quedar la cabeza totalmente expuesta debía ser una opción a tener muy en cuenta.
El punto flaco del bacinete era que el visor no apoyaba en el yelmo por la parte inferior, lo que podía provocar que un golpe bien colocado lo hundiera sobre la boca o la mandíbula inferior de su portador, o que rebotase hacia abajo golpeándole la garganta. Así mismo, en caso de ser descabalgado, un enemigo podía levantarle el visor y hundirle una daga en un ojo, ya que estos visores no disponían de ningún elemento de bloqueo. En algunos visores le añadían una abertura a la altura de la boca para mejorar la entrada de aire, si bien eso se convertía en un punto débil más por donde podía entrar la hoja de una daga o la punta de un pasador o un cuadrillo.
Hacia 1380, se perfeccionó aún más proveyéndolos de una gola que hacía que el peso del bacinete cayese sobre los hombros en vez de en la cabeza. Así mismo, la forma puntiaguda del visor fue sustituida por una redondeada, obviamente más fácil de elaborar. La lámina izquierda nos permitirá hacernos una clara idea de en qué consistieron esas modificaciones. Como se ve, el camal de malla unido al yelmo desaparece, y es sustituido por piezas metálicas que protegen al usuario de golpes contundentes en el cuello y las cervicales. Las rendijas del visor se han alargado para ofrecer un poco más de campo visual si bien, como se observará, la parte inferior de las mismas tienen un saliente para desviar posibles puntazos dirigidos a esa zona. Tiene respiraderos en el lado izquierdo, pero de un diámetro muy reducido para no facilitar la entrada de armas punzantes. Éste tipo de bacinete estuvo operativo hasta el primer tercio del siglo XV.
Finalmente, la lámina derecha muestra un tipo de bacinete con unos discos laterales que fue usado por las unidades de arcabuceros y ballesteros durante al menos la primera mitad del siglo XV. Esas orejeras metálicas parece que fueron inspiradas en un yelmo de origen mongol o turco. Como se puede observar, sus líneas son muy básicas, ideales para ser usado por combatientes que tenían que tener facilidad de movimientos en la cabeza. Aunque su nivel de protección no es precisamente muy elevado, hay que tener en cuenta que, conforme a la distribución táctica de los Tercios españoles, estos eran protegidos por los cuadros de piqueros una vez concluido su cometido en el campo de batalla.
Fabricación
Por norma, los bacinetes se fabricaban de una pieza. El visor, igualmente, salía terminado partiendo de una sola pieza y, viendo sus ángulos y la peculiar forma del ventalle, nos hace suponer que su elaboración debía ser bastante compleja. En su interior se disponía una guarnición de cuero acolchado con cendal o algodón que, a similitud con las de los actuales cascos militares, podía regularse en función de la cabeza de su usuario. Por ello, en muchos bacinetes se verán una serie de agujeros a la altura de lo que sería el contorno de la cabeza. Esta guarnición ayudaba además a amortiguar en parte los golpes dados en la cabeza con armas contundentes.
Dependiendo de la época, el material usado era diferente. Cuanto más primitivos eran, más bajo era el nivel de acerado del hierro, lo que quiere decir que, para ofrecer una resistencia adecuada, sus paredes debían ser más gruesas, lo que obviamente implicaba un aumento del peso.
Debido a ello, se conservan ejemplares cuyo peso completo, es decir, bacinete, visor y camal de malla, alcanzaba los 7,2 Kg., mientras otros, fabricados con chapa más fina pero más acerada, apenas sobrepasaban los 4 Kg., lo que da una diferencia entre unos modelos y otros de más 3 Kg.
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