martes, 31 de mayo de 2011

Expugnación castral II. La guerra psicológica


Sí, claro que ya existía la guerra psicológica. Eso no es nuevo, a pesar de que casi todo el mundo lo toma como una versión perversamente novedosa del sadismo bélico. Desde muy antiguo, por no decir desde que se llevó a cabo el primer asedio de la historia, sembrar el terror y el desconcierto en el enemigo ha sido muchas veces la clave para lograr un éxito rápido y un ahorro de bajas propias.
Los asedios eran básicamente un pulso entre los sitiadores y los sitiados en el que no sólo importaban los contingentes de tropas en acción, sino bastantes más factores, muchos de ellos ajenos a la valentía o a la preparación de las tropas como la disponibilidad de agua, provisiones, las condiciones climatológicas, etc. Pero de eso ya hablaré detenidamente en una entrada ad hoc. Hoy toca hablar de los medios, una veces sutiles, otra realmente brutales, de que se valían los sitiadores para hacer ver a los sitiados que lo mejor era capitular, so pena de sufrir males sin cuento.
Aparte de tomar las medidas habituales, como intentar minar la muralla, o abrir una brecha con máquinas de asedio, los sitiadores solían recurrir a "argumentos" que ablandasen la moral de la guarnición, muchas veces sometidas además a la presión que suponía ver en el interior de recinto un gran número de no combatientes, mujeres, críos y viejos en general que, aparte de ser más bocas que alimentar, suponían una responsabilidad añadida.
Para ello, lo principal era recurrir al agotamiento físico y psicológico de los defensores. Había muchas formas de hacerlo sin poner en juego la vida de las tropas propias. Veamos algunos...
1: Bombardeo ininterrumpido del interior del recinto con brea, pellas de estopa o fuego griego. Ello ayudaba a propalar incendios en las dependencias ubicadas en los patios de armas, generalmente construidas de madera, así como a la posibilidad de quemar algún almacén de provisiones y su contenido, disminuyendo así la disponibilidad de alimentos y, con ello, de días de resistencia.
2: Lanzamiento al interior de excrementos, cadáveres de animales en putrefacción y demás porquerías que podían facilitar la propalación de epidemias y/o, con suerte, acertar de casualidad en un pozo o aljibe, contaminando con ello el agua. Y sin agua, se acabó lo que se daba.
3: Ejecución de presos a la vista de la guarnición. Un ejemplo de tan brutal conducta la tenemos en nuestro legendario Rodrigo Díaz, que en el cerco a Valencia mandaba quemar vivos ante las murallas a los desgraciados que, desesperados por el hambre, se aventuraban a salir de la ciudad. O bien el de Alonso Pérez de Guzmán, cuya historia es sobradamente conocida, que no dudó en lanzar su daga para que degollasen a su hijo, apresado por los musulmanes y por cuya vida pedían la entrega de Tarifa.
4: Lanzamiento de cadáveres de gente apresada en alguna salida por parte de los sitiados, como advertencia a los que les esperaba si no se avenían a una rendición incondicional. Como es de suponer, para la guarnición no era precisamente gratificante ver llover sobre ellos los pedazos de sus compañeros de armas, y si encima había mujeres y niños en el recinto, el pánico y la histéria se desencadenarían de momento, lo que causaría un agotamiento psicológico bestial en los defensores y, por supuesto, en su caudillo, al que todos harían responsable de la masacre y al que presionarían para negociar una rendición.
5: Acciones expeditivas como parte previa al cerco de una población. O sea, saqueo indiscriminado de poblaciones cercanas, arrabales, alquerías, etc., a fin de que los posibles supervivientes comunicaran al resto que resistir al invasor era suicida. Un preclaro ejemplo lo tenemos en las algaras llevadas a cabo por Fernando III por tierras de Jaén en 1225 cuando, tras cercar Loja y tomarla por asalto, como represalia a la enconada resistencia de sus defensores, no dudó en mandar pasar a cuchillo a toda la población superviviente, entre 13 y 14.000 personas. Esa táctica de mostrarse clemente con los que se rendían inmediatamente, pero ser extremadamente cruel con los que se resistían resultó ser sumamente eficaz.
Y a todo eso, añadir cualquier estratagema que al caudillo de los sitiadores se le ocurriese, todo en función de su "creatividad".
Conste que esa presión no solo la sufrían los sitiados, sino también los sitiadores. En una época en que la logística y la intendencia aún estaban por inventar, las tropas que cercaban un castillo o una ciudad se veían casi siempre expuestos a penalidades similares a las de los defensores. Sus provisiones se limitaban a lo que encontraban en el terreno, que casi siempre era escaso. Podía no haber agua disponible en kilómetros a la redonda, teniendo que recurrir a reatas de acémilas para, diariamente, ir por ella donde la hubiera. Unos cientos de hombres acompañados de caballos, mulas, etc. necesitaban diariamente miles de litros de agua, y más en verano que era cuando se solían llevar a cabo este tipo de acciones.
Además, siempre estaba presente el riesgo de que los sitiados recibieran ayuda, en cuyo caso tenían que hacer frente a los atacantes más a la guarnición que salía en su ayuda para aniquilarlos. Y también era posible que los habitantes de la comarca, en vez de amilanarse, se dedicasen a hacer guerra de guerrillas, atacando a los forrajeadores y aguadores, o incendiando el campamento de noche en un ataque por sorpresa.
Y si el asedio se prolongaba y se les echaba el invierno encima, pues no les quedaba otra que levantar el cerco porque, simplemente, no podían sobrevivir en la estación fría, sin provisiones y expuestos a las inclemencias del tiempo. Y durante la retirada, siempre podían ser atacados por la zaga por los defensores, mejor alimentados que ellos y con la seguridad que les brindaba saber que contaban con un refugio cercano, y diezmarlos en el camino de vuelta.
En definitiva, como creo que ha quedado claro, un asedio no era nada cómodo para ninguno de los dos bandos. De ahí la necesidad de abreviarlos al máximo, y de ahí recurrir a esa guerra psicológica que, en muchas ocasiones, surtió los efectos deseados y evitó multitud de bajas.
Cualquiera que haya leído esto dirá que eran unos auténticos salvajes, pero pienso que no más que un ejército moderno que, con sus "bombardeos quirúrgicos", se llevan por delante cientos de vidas con un misil simplemente porque un fulano sentado ante un ordenador a miles de km. de distancia se equivocó a la hora de dar unas coordenadas. Al cabo, la crueldad humana es exactamente la misma hoy que hace 2000 años. Acabar con esa imagen de abajo, donde se ve como los sitiadores lanzan con una bifa las cabezas del enemigo al interior de la fortaleza.


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