domingo, 29 de mayo de 2011

Armamento medieval: El yelmo II. El yelmo cónico

Éste tipo de yelmo se venía usando en toda Europa desde hacía siglos. En los albores del milenio, cuando los reinos cristianos de la península eran pequeños reductos arrinconados en el norte, lo tomaron del que usaban los francos o los normandos, potencias militares de la época en Europa.

Como se ve en la lámina izquierda, se trata de un capacete de hierro de forma globular que cubría la cabeza, quedando la cara y la nuca totalmente desprotegida. Quien pudiera pagarse un almófar de malla evitaría que un arma de filo le hiriese por detrás, pero si el adversario blandía un arma contundente como una maza, pocas posibilidades tenía de salir vivo del trance.
La foto de abajo a la derecha es una buena muestra de lo que podía significar un tajo contra una cabeza mal protegida. Como se ve, el filo de una hoja de espada ha hendido la zona occipital de la cabeza, provocando una herida mortal.

Éste tipo de yelmo iba sujeto con dos correas de cuero que se anudaban bajo el mentón. No se usaban hebillas, entre otras cosas por su precio. Hay que tener en cuenta que lo que hoy es una bagatela que se fabrica en serie por millones, hace diez siglos era una obra de artesanía que requería varias horas de trabajo.
Pero estos cascos tenían un elevado grado de vulnerabilidad por su forma, susceptible de encajar de lleno un tajo de arriba abajo. A fin de disminuir ese riesgo, se sustituyó su forma globular por un perfil cónico, más adecuado para escupir golpes, tanto de filo como de armas contundentes.






En la lámina izquierda vemos un ejemplo. Es un yelmo forjado en una sola pieza y dotado de una barra nasal, innovación que proporcionó una protección adicional sobre la cara, especialmente de los golpes de espada.  Éste tipo de yelmo proliferó enormemente por toda Europa y, por supuesto, en España. Parece ser que sus creadores fueron los normandos, que posiblemente tomaron la idea de los vikingos. En cualquier caso, ya en el siglo XI su uso estaba totalmente generalizado, como se aprecia, por ejemplo, en el tapiz de Bayeux, donde tanto los sajones como normandos enfrentados en Hastings lo portan.
En España se tiene constancia de dos tipos de yelmo que, según parece, fueron utilizados solo aquí, ya que la única semejanza que se puede encontrar es con la calota normanda.

Como se aprecia en la lámina de la derecha, lleva añadida una protección facial que, combinada con el almófar de malla, ya proporciona al guerrero una protección mucho más completa en la cabeza, si bien la nuca sigue siendo muy vulnerable a los golpes con armas contundentes. Como se ve, carece de orificios de ventilación debido a que la distancia que había entre el rostro y la máscara era más que suficiente para dejar entrar aire de sobra.

La lámina de la izquierda muestra otra pieza similar, también de creación hispana. Es similar al anterior, pero con una chapa que circunvala el casco dando ya cierta protección a la nuca. En ambos casos disponen de amplias aberturas para los ojos, lo que suponía ofrecer a sus usuarios un buen campo de visión, si bien a costa de dejar un tanto indefensa esa parte de la cara. Pero, en todo caso, ya eran un paso más en lo referente a mejorar la protección de una zona tan vulnerable del cuerpo y donde solían ir dirigidos la mayoría de los golpes, buscando dejar fuera de combate al adversario con la mayor presteza.


Finalmente, este otro modelo de origen centroeuropeo  tuvo más difusión que los dos anteriores. Como se aprecia en la lámina derecha, el camal de malla iba remachado al borde del casco, y lleva unido al mismo un protector nasal. Dicho protector se enganchaba en el casco, poniéndolo y quitándolo a voluntad. En modelos aún más perfeccionados, al camal iba provisto de una tira de cuero con agujeros para fijarla al yelmo mediante corregüelas, pudiendo así removerlo en caso de necesidad o para efectuar con más facilidad alguna reparación o sustituirlo por otro sin necesidad de recurrir a un herrero para ello.
En todos los casos mencionados, su forma cónica permitía desviar los golpes de espada dirigidos de arriba abajo, si bien no podían impedir que, si eran golpeados con el pico de un martillo de guerra, éste agujereara el metal, el almófar de malla, la cofia y, por supuesto, el cráneo de su propietario.
La principal ventaja de éste tipo de yelmos era que no limitaban el campo de visión y no impedían respirar con normalidad. Eran ligeros en comparación con los modelos que irían surgiendo posteriormente. El grosor del metal era de alrededor de 1,5 o 2 mm., y su peso oscilaba por los 2 Kg., dependiendo del tamaño, etc. 

FABRICACIÓN

Su fabricación podía llevarse a cabo de diferentes formas:

1: En cuatro partes. Se elaboraban cuatro gajos que eran unidos entre sí por flejes de metal mediante remaches. Es el sistema seguido en el modelo que aparece en la lámina WW. Obviamente, era el método más barato ya que el herrero no tenía que invertir tiempo en batir el metal hasta darle la forma de la cabeza. Pero eso influía en su resistencia, ya que, al estar formado por varias piezas, era estructuralmente más débil

2: En dos partes. Era el mismo sistema explicado anteriormente, pero el cuerpo del casco se componía de dos mitades en vez de en cuatro. La unión de dichas mitades era exactamente igual.

3: En una sola pieza. Evidentemente, era el método más caro, pero también el que daba más resistencia al yelmo.      

En el siguiente croquis se puede apreciar el despiece de un yelmo construido en cuatro partes:


Las piezas son las siguientes:

     A) Un aro, que lleva añadido en éste caso la barra nasal, donde irán ensambladas las demás piezas.
    B) Cuatro gajos que se unirán al aro
    C) Cuatro flejes que sirven para unir un gajo a otro, y a su vez cada fleje irá unido al aro principal
    D)  Un remate circular para cerrar el yelmo por la parte superior.

Todas las piezas eran previamente perforadas para recibir los remaches a medida que se iban montando. Finalmente se le añadían las dos correas a modo de barbuquejo para sujetarlo a la cabeza.
En todo caso, hay que tener en cuenta que los conocimientos metalúrgicos de la época no permitían fabricar yelmos con el temple necesario para hacerlos lo suficientemente duros como para impedir que una espada o un hacha los perforase, por lo que había que recurrir a darle más grosor a la chapa con que eran fabricados.

Los acabados de estos yelmos, como es lógico, estaban en consonancia con la categoría o el poder adquisitivo de su dueño. Iban desde modelos simples, sin ornatos de ningún tipo, a piezas primorosamente acabadas. También era costumbre pintarlos. En la ilustración de la derecha (detalle del fresco del Palacio Aguilar, Barcelona), vemos dos de ellos decorados con los colores del escudo de armas de los caballeros que los portan.
Estos modelos estuvieron operativos durante gran parte de la Edad Media, quedando obsoletos alrededor del siglo XIII con la aparición de los yelmos cerrados. En todo caso, siguieron en uso durante más tiempo, entre otras cosas por ser lo más económico que se podía conseguir. No todos los caballeros y hombres de armas disponían de medios para costearse los modelos más sofisticados que fueron surgiendo.
Pocas piezas quedan en los museos de ésta época. Bien porque, simplemente, el óxido los destruyó hace siglos, bien porque el hierro con que estaban fabricados fue reciclado para elaborar otras piezas, el caso es que muy raro será poder ver uno original.
Hale, ya está todo dicho sobre este tipo de yelmos. El que quiera saber algo más, que pregunte, vive Dios...

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