La torre es en sí la génesis del castillo medieval. En la Alta Edad Media, eran torres rodeadas de empalizadas las que advertían al enemigo de presencia militar en la zona, y para los pobladores eran símbolo de la autoridad real o del señor feudal que gobernaba la comarca. Obviamente, la presencia de enemigos cada vez más numerosos y con medios para derribar las empalizadas de la época hizo necesario el crear fortificaciones más fuertes, dotadas de murallas de fábrica y con torres que impidiesen a posibles agresores tomar la fortaleza.
Como dato genérico, las torres eran macizas hasta la altura del adarve. Hacerlas huecas implicaría debilitarlas, y siendo como eran el principal objetivo del enemigo, era necesario hacerlas lo más fuertes posibles. Según su tipología y en función de la época tendremos básicamente tres tipos distintos, a saber:
a) Torres de planta cuadrada o cubos
b) Torres de planta semi-circular o circular, llamadas también tambores
c) Torres albarranas
Veamos en qué consiste cada una de ellas.
El cubo corresponde a la tipología más antigua de todas, usada siglos antes en todo el mundo conocido. Como ya se ha dicho antes, eran macizas hasta la altura del adarve o camino de ronda.
Como puede verse en el plano en sección de la izquierda, la torre solía contar con una cámara dotada de saeteras orientadas hacia el frente y los lados. A la azotea se accedía bien por una escalera de obra, bien por una de madera, o incluso con una simple escala de mano. Desde dicha azotea y protegidos por los merlones que la coronan, los ballesteros podían hostigar sin descanso a posibles atacantes, así como desde las saeteras abiertas en la cámara. Otras no contaban con la mencionada cámara, sino que disponían de un simple parapeto almenado desde el que se podía igualmente hostigar al enemigo.
En la de la derecha, la entrada la tiene desde el adarve, pero sin cortar el paso del mismo. Como se ve, dispone de puerta que podía ser atrancada desde el interior con un alamud. Porque una cosa debe quedar bien clara, y es que todas y cada una de las puertas que veáis en un castillo, incluyendo las puertas interiores de la torre del homenaje, podían ser cerradas y atrancadas desde el interior. Ni una sola entrada dejaba de tener su gruesa puerta reforzada con flejes de bronce o hierro y su alamud para impedir la entrada a cualquiera. Sombreado en blanco se puede ver el ángulo de tiro de las aspilleras. Obviamente, desde la azotea se podía cubrir un ángulo de 180º.
En el plano de la izquierda podemos ver un tipo diferente. Como se ve, la torre corta el paso del adarve a fin de bloquear en el mismo a los asaltantes que consiguieran llegar a lo alto de la muralla. Si tenemos en cuenta que, en muchas ocasiones, los accesos al adarve se realizaban mediante una única escalera, quedar bloqueado entre dos torres podía significar una muerte segura, ya que desde las azoteas de ambas podían aniquilarlos a virotazos. En ambas, como se ve, disponen de saeteras apuntando hacia los flancos y al frente, y en la segunda incluso hacia el interior para el caso de que el enemigo ocupase el patio de armas. Obsérvese el talud que aparece en la base de la torre. Es el rebotadero o alambor, un recrecimiento de la base para, aparte de reforzarla contra las máquinas de batir, impedir o dificultar la aproximación de máquinas como bastidas o grúas. Del alambor surgió la escarpa cuando ante estas torres se abría un foso.
En cuanto a las de planta semicircular o circular, si bien éste tipo de torre es muy antiguo, en lo tocante al castillo medieval fue la aparición de las primeras y rudimentarias armas de fuego hicieron necesario adoptar un tipo de torre, más adecuada para absorber el impacto o desviar los gruesos bolaños disparados por bombardas y culebrinas. Obviamente, un disparo directo sobre la fachada de una torre de planta cuadrangular era mucho más devastador, así que a los castillos de nueva planta, los castillos abaluartados, se les dotó de éste tipo de torres, mientras que en los más antiguos se las combinó con los cubos ya existentes, no siendo raro ver castillos con ambos tipos de torres flanqueando sus murallas. Así mismo, podremos ver castillos que usaron estas torres para artillarlas, abriéndose en su base buzones desde los que se podía abrir fuego contra el enemigo, tanto de frente como de flanqueo, barriendo con metralla a los que se acercasen a la muralla. Así mismo, lo que veremos más habitualmente en este tipo de torre son troneras en vez de aspilleras.
Finalmente, tenemos la torre albarrana, término de origen árabe que significa “la de fuera”. Eran torres separadas de la muralla, pero unidas a ella por un puente, bien fijo, de obra o de madera, bien levadizo, o bien una simple pasarela removible. Como ya hemos visto, las torres normales repelían al enemigo atacándolos de flanco, pero con éste tipo de torre podían atacarles además desde atrás, con las consecuencias que ya pueden suponerse.
En el plano de la izquierda vemos como eran. En este caso, va unida a la muralla mediante un puente de obra provisto de almenado desde el que se puede hostigar de flanco a los atacantes. El puente, además, puede disponer de una buhera, que no era otra cosa más que un orificio en el suelo para, desde él, lanzar contra el enemigo cualquier cosa que los disuadiese de aproximarse.
La torre de la derecha queda unida a la muralla mediante un puente levadizo. Esto permitía, en caso de ver el adarve invadido por el enemigo, quedar aislados para proseguir el combate en la seguridad de la torre hasta que los defensores pudieran rechazar a los asaltantes, si es que podían, naturalmente.
Los castillos dotados con éste tipo de torres eran por razones obvias mucho más difíciles de asaltar. Si se adosaban ingenios a la muralla, desde una albarrana se podía atacar a los servidores de los mismos por la zaga. Si el enemigo intentaba adosar escalas para asaltar la fortaleza, desde estas torres podían hostigar con flechas y virotes tanto a los que subían como a los que esperaban al pié de las escalas.
Este tipo de torres solían ubicarse en los sitios más comprometidos para la defensa de una fortificación, como cerca de las puertas, o flanqueando a las mismas, o en lugares donde había ángulos muertos en la muralla que podían permitir la aproximación del enemigo sin ser vistos.
Restarían por mencionar dos tipo más de torres, bastante menos habituales. Una de ellas serían las poligonales, morfología típicamente árabe que son bastante raras en Portugal. Bueno, tan raras que yo no he visto aún ninguna, y eso que me tengo pateadas decenas de fortificaciones de por allí. En España sí son bastante habituales en los castillos de origen andalusí. Baste mencionar la archiconocida Torre del Oro, en Sevilla, que era una torre albarrana unida a la muralla urbana para cerrar el paso al Arenal (la orilla del río). Esta tipología, generalmente de traza almohade, se debía al parecer a la necesidad de fabricar torres que ofrecieran más ángulos al enemigo para repeler proyectiles lanzados por máquinas neurobalísticas. Lo ideal sería una torre redonda pero, debido a la costumbre de fabricar con tapial (ya explicaré eso en una entrada referente a la construcción de estos edificios), era imposible hacer los encofrados con forma circular.
El otro tipo serían las torres usadas como poterna. O sea, una torre, digamos, falsa. Me explico. Ya creo haber mencionado en la entrada referente a las puertas la necesidad de mantener lo más disimuladamente posible la existencia de las poternas, postigos de escape para casos de necesidad. Para ello se recurría, bien a desdoblamientos de muralla, o bien a este tipo de torres. Como se ve en la foto de la izquierda, estas torres no eran macizas como era habitual, sino enteramente huecas para permitir que en su base se abriera una puerta por el flanco, fuera del ángulo visual del enemigo. De esta forma, aparte de disponer de una torre de flanqueo más, se ocultaba la poterna de forma bastante eficaz.
Si el enemigo se percataba del ardid, esa torre era objetivo seguro de una mina o un ariete ya que, al no ser maciza, era lógicamente más débil y, encima, dentro de ella había un acceso a la fortaleza. De ahí la necesidad de que pasase totalmente desapercido su verdadero uso. En estas torre era también habitual la existencia de una buhera por si acaso el enemigo se colaba dentro a fin de intentar forzar la poterna, cosa por otro lado bastante complicada ya que, en la estrechez del interior de la torre, no había posibilidad de manejar ni un pequeño ariete. Lo más que podían hacer era apilar madera y meterle fuego. Para evitar eso también servía la buhera, desde donde podían arrojar agua para apagarlo.
Bueno, creo que no se me olvida nada. Y si se me olvida, pues ya lo añadiré otro día, hala...
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