Acabo de caer en la cuenta de que, a estas alturas, aún no he mencionado ni un solo tipo de espada. Pero como las espadas son un mundo tan amplio, con tantos tipos y diseños en función de la época, empezaré por una más facilita y más básica: el bracamarte.
Bien, ahí lo tenemos. El bracamarte fue un arma muy usada por la infantería durante la época que nos ocupa (siglos XI al XVI aprox.). Era similar al alfanje o la cimitarra, si bien parece que su origen no proviene de esas armas. Como se ve, cuenta con una hoja que se va ensanchando hacia la punta, lo que contribuye a que el corte sea más contundente al estar el centro de gravedad desplazado hacia adelante. Ese diseño data de muy antiguo, cuando lo que se pretendía conseguir era un arma con una contundencia demoledora a la hora de herir de filo. El kopys o la macheira griegos, que en la Península dieron lugar a las temibles falcatas que causaron gran espanto entre las tropas romanas y cuyos efectos relató Plinio con gran viveza, nos indican que muchos siglos antes ya se vió que este diseño era sumamente efectivo, más incluso que una espada de hoja recta, y capaz de cercenar de un golpe la cabeza o el brazo de un enemigo.
Sus principales usuarios fueron los infantes, tropas generalmente poco diestras en el manejo de la espada convencional, que requería ciertos conocimientos de esgrima, y que precisaban un arma lo suficientemente contundente para dejar fuera de combate a un hombre de armas cubierto de hierro.
Generalmente, eran armas burdas, sin ornatos ni acabados lujosos, si bien se conservan algunos ejemplares de personajes de la nobleza con hojas con vaceos y guarniciones de acero dorado bastante lujosas, como el que perteneció a Cósimo de Médicis (1519-1574). En cualquier caso, en la inmensa mayoría de éste tipo de armas, simplemente se intentaba darles la robustez necesaria para cumplir eficazmente su cometido en el campo de batalla. La que aparece en la lámina superior es un ejemplo típico. Las cachas son de madera, y tanto la cruceta como el pomo son de bronce, más barato de producir que el hierro. Este tipo de armas era más corto que una espada, generalmente entre 60 y 80 cms. y su peso rondaba entre los 900 y los 1.500 gramos aproximadamente.
Así pues, fue el arma de dotación de ballesteros, milicianos y demás tropas que, sin tener grandes conocimientos de esgrima, al menos disponían de un arma con la suficiente capacidad como para herir, cuando no matar, a un enemigo mejor armado. Sin embargo, eso no quiere decir que los hombres de armas o los caballeros lo despreciasen. De hecho, hay bastantes testimonios gráficos de la época en que se ven bracamartes en manos de estos, así como piezas conservadas en museos y colecciones con un acabado acorde a la categoría de sus usuarios. La lámina de la izquierda muestra uno de ellos, datado en la segunda mitad del siglo XIV con la hoja dotada de contrafilo en su primer cuarto, por lo que podía herir tanto de filo como de punta.
En la ilustración de la derecha podemos ver a un caballero blandiendo uno. Salta a la vista que es más adecuado para el combate cerrado que una espada, ya que en una situación así queda poco espacio para intentar herir de punta con un arma de casi un metro de largo, siendo más factible descargar golpes de arriba abajo, como ya se explicó en las entradas referentes a las mazas y los martillos de guerra. Y si un bracamarte ya era temible en manos de un peón o un miliciano, en las de un caballero bien diestro en su manejo lo era aún más. La fuerza y la habilidad de estos hombres a la hora de golpear podían producir heridas tremendas en hombres con una protección mínima o inexistente. Un tajo entre el cuello y el hombro podía literalmente casi partir en dos al infeliz que lo recibiese.
Solo resta mencionar su utilidad como herramienta a la hora de fabricar fajinas, gaviones, hacer leña y, en definitiva, cualquier situación en la que fuera necesario disponer de un arma con la contundencia de un hacha. De hecho, hasta finales del siglo XIX y principios del XX, los artilleros españoles usaban un machete similar al de la segunda lámina para usarlo como herramienta cuando había que poner en posición una pieza y era preciso limpiar el terreno de matorrales, etc.
Concluyo con esa última ilustración, datada en 1550, que muestra a dos caballeros practicando esgrima precisamente con dos bracamartes. Por lo demás, ya seguiremos hablando de las espadas, que con eso hay tema para rato y, por supuesto, de las dagas.
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