Éste yelmo, cuya imagen están asociada sistemáticamente a los Tercios españoles y a los conquistadores de las Indias, empezó a usarse a finales del siglo XV. Básicamente, era usado por tropas de a pié: piqueros, ballesteros y espaderos. Sus amplias alas curvadas proporcionaban una buena protección de la cara y la nuca, si bien sus usuarios estaban expuestos a recibir heridas de punta, especialmente por parte de las moharras de las picas enemigas. Para ello, solían acompañarse de gorgueras que protegiesen el cuello y los hombros.
Con el morrión no se usaba almófar, quizás para dar más libertad de movimiento y mejor capacidad auditiva a sus usuarios que, siendo casi siempre tropas de a pie, tenían que disponer de una protección cómoda y eficaz al mismo tiempo, así como permitirles oír las órdenes de sus mandos en el fragor de la batalla. Por esta causa, además, los soldados de los Tercios tenían terminantemente prohibido gritar en la formación antes del combate. Sólo en el momento del contacto con el enemigo se les permitía gritar “¡España!” o “¡Santiago!”.
Básicamente, podemos encontrar dos tipos: uno, como el de la lámina de la izquierda, dotado de una enorme cresta capaz de detener los tajos de espada lanzados por la caballería.
Su ala terminada en punta es muy eficaz para desviar los golpes dirigidos a la cara, y por los lados impide que, al resbalar la hoja hacia abajo, termine produciendo un corte en el hombro. El remachado que vemos en su contorno era para fijar la guarnición acolchada que tenía en su interior, la cual podía regularse según el tamaño de la cabeza de su usuario. Finalmente, vemos el barbuquejo con el que se lo podía asegurar anudándolo bajo el mentón. Estos remaches solían ser de bronce o de hierro con la cabeza cincelada con meros fines decorativos.
Otro tipo lo podemos ver en la lámina de la derecha. En este caso va desprovisto de crestón, por lo que tiene la calva muy alta, separando así la parte superior del casco de la cabeza para evitar, en caso de ser dañado, producir algún tipo de herida. De ese modo que hacía las mismas funciones que el crestón.
Como se ve, va rematado por la típica uña que solían llevar tanto los morriones de este tipo como los capacetes. En este caso va provisto además de unas yugulares formadas por launas. Estas iban unidas unas a otras mediante una tira de cuero por el interior que evitaba roces del metal en la cara. Un fino cordel, también de cuero, servía para anudarlas bajo el mentón.
Obsérvese el cordón que circunda el ala que, además de con fines decorativos, tenía el objeto de reforzar el borde de la misma para impedir que un golpe de filo lo abriese. Al igual que el anterior, está dotado de una guarnición interior fijada con remaches cincelados en forma de pétalos.
El uso del morrión perduró hasta bien avanzado el siglo XVII, lo que da muestra de su acertado diseño. Sin embargo, la proliferación de las armas de fuego en los campos de batalla, así como los cambios en la organización táctica de los ejércitos de la época, supuso el ocaso de este tipo de protección. Las descargas cerradas de los mosquetes contra los cuadros de infantería producían cuantiosas bajas aunque llevasen la cabeza protegida, por lo que carecía de sentido prolongar el uso de un elemento defensivo que solo servía para encarecer el equipo del soldado.
Fabricación
Los morriones estaban formados por tres partes. Una, el cuerpo principal del casco, obtenido de una sola pieza batiendo una chapa hasta darle la forma deseada, o bien formado por dos mitades en los modelos de peor calidad. Otra, el ala, casi siempre provista de un reborde más grueso para detener golpes de filo dirigidos contra la cara. Se elaboraban partiendo de dos mitades unidas en las puntas mediante soldadura. Y otra, la cresta, en caso de llevarla. Esta se formaba uniendo también dos mitades debido a que, por su anchura, obviamente era hueca, ya que en caso contrario haría el morrión extremadamente pesado y no aportaría con ello más protección. Aunque hubo morriones con tres crestas, la superior y dos más pequeñas, una a cada lado, en España no fueron en modo alguno habituales, optándose casi siempre por una única cresta más o menos grande.
Una vez concluidas las diferentes piezas, se unían mediante soldadura. Su peso oscilaba entre los 1,2 y los 2,5 Kg.
Como ya he comentado más arriba, el interior iba provisto de una guarnición acolchada de lino o algodón que quedaba remachada al casco como se ve en las láminas. Aparte de los modelos sin adornos de la tropa, se realizaron piezas con grabados para los mandos, y otras extremadamente lujosas y ricamente repujadas para paradas y festejos cortesanos. Los usados por mandos iban provistos de un porta plumas en su parte trasera para ser fácilmente identificados en combate. Los que vemos en la foto inferior pertenecen, como ya habrán intuido, a unos Guardias Suizos del Vaticano. Se trata de piezas muy elaboradas, con delicados cincelados aludiendo a su condición de servidores del pontífice. Lo que sí ignoro es si se trata de piezas fabricadas hoy día, o por el contrario son de época. Esa duda me acaba de asaltar mientras escribía esto, así que ya me enteraré...
Hale, he dicho
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