Desde muy antiguo, la rodela era usada desde hacía siglos por los pueblos europeos. Desde los enormes hoplones usados por los hoplitas griegos y las peltas de los tracios hasta los escudos usados por celtas o iberos, los escudos de forma circular han sido los más comunes a lo largo de los siglos.
Ya en la época que nos ocupa, la rodela era un escudo cuyo diámetro oscilaba entre los 40 y los 60 cms. aproximadamente, lo que proporcionaba una protección aceptable del cuerpo. En la Edad media, además de ser usado por las tropas de a pie, por su ligereza y manejabilidad era el preferido por la caballería ligera, generalmente formada por los caballeros cuantiosos que nutrían las milicias concejiles, hombres que, aunque no eran profesionales de la guerra, disponían de medios para costearse un caballo y un equipo superior al de un simple peón, por lo que cabían a más en el reparto de los botines y tenían más posibilidades de volver a casa vivos y enteros.
En la lámina izquierda podemos ver una rodela que corresponde al tipo más básico. Como podemos apreciar, es un simple círculo de madera con el anverso forrado, bien de cuero, bien de varias capas de algodón o lino encoladas. Como refuerzo adicional lleva unas nervaduras de bronce similares a las de los escudos de cometa. Las correas de embrace y el almohadillado son también de la misma traza. Su contorno va reforzado con un aro metálico, a fin de impedir que un tajo de un arma de filo la destroce. Su perfil es plano, sin la típica forma convexa que se le solía dar a los escudos para ofrecer al enemigo una superficie curvada, más apta para desviar golpes.
En la lámina derecha podemos ver una pieza más elaborada, perteneciente al siglo XV. Su contorno va reforzado con un amplio aro de bronce, y el cuero del forro ha sido decorado y dotado de un umbo. Conserva las correas de embrace y el almohadillado, para ya no usa el tiracol para colgarlo del cuello. Básicamente, la rodela no sufrió cambios en su morfología durante todo el tiempo en que estuvieron en uso, si bien ya avanzado el siglo XV se modificó el material con que estaban fabricadas, sustituyendo la madera por el metal. Los avances en las técnicas metalúrgicas permitieron fabricar láminas de metal más finas, y por ello menos pesadas, y a la par más resistentes. Y no ya contra las armas blancas, sino incluso capaces de resistir un disparo de pistola o arcabuz.
Por esa razón, en aquel tiempo, el escudo perdió completamente su utilidad para hombres completamente cubiertos de hierro, si bien la infantería seguía precisando de un elemento defensivo. Así pues, se comenzaron a elaborar rodelas de chapa de hierro, algunas de las cuales incluso pasaban la prueba de la ballesta de torno. En la lámina izquierda podemos ver una de ellas.
Como se puede apreciar, es de apariencia muy similar a la de la lámina anterior. En este caso se trata de una rodela de guerra, parca en ornamentos y muy lejos de los lujosísimos ejemplares que acompañaban los arneses de parada de los monarcas y la nobleza de la época. El diámetro de estos escudos oscilaba por los 60 cms., con un peso de alrededor de los 5 Kg. si bien se fabricaron rodelas de brecha, usadas en los cercos de plazas fuertes, que superaban los 15 Kg., y que eran perfectamente capaces de resistir un disparo de arcabuz. Algunas, según el Glosario de voces de armería de Leguina, incluso iban provistas de una abertura para, durante las rondas nocturnas, alumbrarse con una linterna sin dejar de permanecer debidamente protegidos.
La rodela fue el último escudo usado por las tropas españolas en batallas campales. La proliferación de las armas de fuego hizo inservibles los escudos, y en su ocaso aún dieron buen servicio a las unidades de espaderos de los Tercios españoles que combatieron en Nápoles y Centroeuropa. En la ilustración inferior podemos ver el típico jinete de caballería ligera que, como decía al principio, usaron durante mucho tiempo este tipo de escudo. Como se ve, su armamento es diferente al de la caballería pesada. Usa media armadura, porta una lanza manesca, rodela y, lo más característico de este tipo de tropas: monta a la jineta, o sea, con las piernas flexionadas, lo que le permitía más maniobrabilidad.
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