No creo equivocarme mucho si afirmo que el almete es el yelmo que cualquier profano asimila, o tiene como estereotipo, del caballero medieval. La mayoría tiene en la mente la imagen del caballero armado de punta en blanco, cubierto enteramente de hierro y mostrando apenas la cara a través del visor levantado. ¿O no?
Este yelmo fue la culminación de todos los diseños habidos anteriormente. El origen de su nombre parece ser proviene del alemán helm, que no significa otra cosa que "yelmo". Reunía todo lo necesario para proporcionar a su portador todo tipo de protección: envolvía completamente la cabeza, contaba con ángulos para desviar golpes provenientes de cualquier dirección, el visor quedaban perfectamente encajado y bloqueado en el yelmo y, unidos a la armadura, protegían perfectamente cuello y garganta. Sus inconvenientes, los mismos que los del viejo yelmo de cimera: campo visual muy limitado, disminución de la capacidad auditiva y escasa renovación de aire, si bien esto último podía solucionarse levantando el visor para dejar entrar un poco de aire fresco aún en mitad del combate.
La pieza que aparece en la lámina de la izquierda es un buen ejemplo para estudiar su morfología. Como se ve, se adapta perfectamente al contorno de la cabeza, quedando cerrado en el cuello.Su visor puede removerse, sacando el pasador que lo une a la bisagra. El borde del mismo va regruesado para darle más resistencia, tanto contra golpes de armas de filo, como para evitar deformaciones en caso de entrar por esa zona una moharra de pica. Su forma angulosa le permite desviar los golpes o tajos dirigidos a la cara. Estos visores podían ir provistos de perforaciones, generalmente en el lado derecho a fin de no debilitar su estructura, para tener un mínimo de renovación de aire. Muestra en su parte trasera un disco que quedaba unido al yelmo mediante un vástago. Era el varaescudo, destinado a proteger la correa de cuero que sujetaba la bufa al almete. La bufa era una protección adicional que cubría de la mitad para debajo de la visera. Solía usarse para justas y torneos por el peso añadido que suponía llevarla, como ya se explicó en la entrada dedicada a los baúles de justa, y que podemos ver en el grabado de cabecera.
En la calva podían llevar un crestón para reforzar la parte superior del yelmo, así como para desviar golpes en vertical. El interior de los almetes, como los de los demás yelmos estudiados hasta ahora, iba provisto de una guarnición acolchada para encajar la cabeza a la perfección.
En cuanto a la forma de colocarlos en la cabeza, se pueden ver dos métodos diferentes. En la ilustración de la derecha tenemos uno de ellos: en éste caso, el almete de abría en dos partes mediante dos bisagras situadas en los laterales de la calva, quedando bloqueadas las yugulares mediante presillas por delante y por detrás.
Estas piezas, como se ve, van provistas de unos orificios a la altura de las orejas a fin de facilitar en algo la audición. De todas formas, en pleno fragor de la batalla y más concentrados en repeler los ataques del enemigo, tampoco creo que se preocupasen demasiado en oír un poco más o menos. Una vez iniciado el combate, el ruído debía ser ensordecedor y los golpes recibidos debían resonar en la cabeza como si la metemos en un cubo de metal y nos dan de martillazos.
El otro método, mucho más habitual, era el que podemos ver en la lámina de la izquierda: la babera es una sola pieza que pivota sobre el mismo remache que el visor. Si liberamos la presilla que la bloquea, toda la babera bascula hacia arriba, dejando un amplio espacio por donde introducir la cabeza. En este modelo podemos ver además otro acabado que se solía adoptar, y es el ventalle partido en dos. La parte inferior quedaba bloqueada a la babera mediante la presilla que vemos en la parte superior, y el visor encajaba sobre ésta. Esto permitía abrir medio ventalle para tener un mejor campo de visión o una mejor ventilación, pero sin dejar todo el rostro indefenso. Este almete lleva además un porta-plumas.
Por otro lado, lleva ya incorporada una gorguera que, al quedar sobrepuesta al peto y el espaldar, refuerza enormemente la zona del cuello, siempre vulnerable. Eso limitaba totalmente el movimiento lateral de la cabeza, pero mejor no moverla que perderla, como es lógico.
Como se puede suponer, los almetes eran piezas muy caras, solo al alcance de hombres pudientes que pudiesen costear el elevado precio que alcanzaban. De hecho, había arneses que eran verdaderas obras de arte, cubiertos por completo de damasquinados en oro, grabados, etc. Otros tenían el visor modelado con forma de rostros humanos, o a modo de picos de águilas. Obviamente, se trataba de arneses de parada ya que, además de lo lujosos que eran, el grosor de la chapa no era adecuado para el combate.
Estos yelmos estuvieron en uso hasta bien entrado el siglo XVII, cuando la caballería pesada aún iba equipada con medias armaduras que protegían el cuerpo y los brazos, además de la cabeza, o las armaduras de fajas espesas. De ellas ya hablaremos más adelante.
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