El origen de la barbota estuvo en Italia, allá por la segunda mitad del siglo XV, perdurando su uso durante todo el siglo XVI. Estaba inspirado en el yelmo corintio usado por los griegos dos mil años antes. A pesar de no ser un yelmo cerrado, ofrecía una protección muy buena, así como un amplio campo de visión. Las únicas partes de la cara que quedaban descubiertas eran los ojos, la nariz y la boca. Los laterales cubrían el cuello hasta casi los hombros, y el cubrenuca solía describir cierto ángulo para repeler tajos de espada en esa zona. Aunque en Italia era habitual que fuese parte de un arnés completo, no tengo constancia de que aquí se usara más que como pieza suelta, si bien podía ser intercambiada con el almete o la borgoñota integrante de una armadura si su usuario quería llevar algo más ligero, o bien si por el calor resultaba muy molesto portar un yelmo cerrado. La barbota permitía además bastante libertad de movimiento a la cabeza, lo que era muy ventajoso a la hora de combatir a pié. Para proteger el cuello podía recurrirse a una gorguera o a una gola de obispo que, como recordaremos, era una cota de malla destinada a cubrir esa zona del cuerpo y fabricada en una proporción superior a la habitual de 4 a 1 para hacerlas mucho más tupidas y, por ende, más resistentes. También era usada por tropas de a pie, como piqueros o ballesteros. Podemos diferenciar tres tipos de barbota:
En la lámina izquierda tenemos una con el visor en T. Como se ve, solo quedan libres los ojos, la nariz y parte de la boca, de forma que sus portadores sólo podían ser heridos mediante un puntazo con una daga o una espada, cosa bastante difícil con el enemigo en constante movimiento. También lleva en la parte superior del yelmo o calva un crestón poco pronunciado para desviar los golpes de arriba abajo.
Los bordes van regruesados para darle más resistencia al yelmo. En algunos casos y con meros fines ornamentales, se rebordeaban con una tira de bronce que podía ir cincelada, grabada o, en definitiva, decorada a gusto del propietario.
En la lámina derecha aparece una barbota abierta. En este caso, los laterales se proyectan un poco hacia adelante, envolviendo una parte de la cara. Este tipo era el más usado por las tropas de a pie, ya que proporcionaba más campo visual y mejor capacidad auditiva. Hay algún ejemplar en que los laterales eran movibles a modo de las yugulares de las borgoñotas, supongo que para hacer más cómodo el quitársela y ponérsela, si bien eso debilitaría bastante la estructura del yelmo a la hora de recibir un golpe por los lados. Cuanto menos piezas llevara un yelmo, más resistente era.
En la lámina izquierda tenemos una barbota con el visor en Y. Era quizás la que más se asemejaba al yelmo corintio en el que se inspiró su diseño. Como la del visor en T, envuelve casi por completo el rostro, si bien en este caso lleva la protección añadida de la pequeña barra nasal. Además, las pletinas que recorren todo el contorno de la abertura proporcionan también una protección adicional contra golpes de filo. En los modelos más lujosos, estas piezas solían ir grabadas. Aunque va desprovista de crestón, su forma ojival le permite desviar los golpes en vertical sin ver añadido su peso con la adición de dicha cresta. Como ya se supondrá, el llevarla o no era potestad del dueño de la misma. Ya he repetido varias veces que, en estas piezas, no hay dos iguales, y aunque se rijan por un patrón determinado en cuanto a su diseño, las variaciones en el mismo son infinitas en función de los gustos personales o las modas del momento.
FABRICACION
Como se ha podido ver en las tres láminas, las barbotas estaban construidas en una sola pieza. Su peso oscilaba entre los 2 y los 2,6 kg. aproximadamente, si bien podían llegar a los 3 kg. en función del material con que estuvieran fabricadas. Si eran de hierro, como es de suponer, eran más pesadas ya que se requería más espesor para logar una protección adecuada. Si eran de acero, con mayor o menor grado de carbono en el mismo, más ligeras al poder fabricarlas con una chapa más de menos espesor. En el interior llevaban una guarnición acolchada con lengüetas que permitían regularla a la cabeza de su usuario.
La decoración de las mismas iba en consonancia con la categoría de su propietario. Grabados, damasquinados o cincelados más o menos elaborados o bien, en algunos modelos, era habitual forrarlas enteramente de tela de precio, como el terciopelo o la seda, o formando una banda alrededor. A eso añadirle los clavos que sujetaban la guarnición interior fabricados con bronce y delicadamente grabados. Concretar que, como ya se supondrá, la fijación a la cabeza se realizaba con el habitual barbuquejo ya que, aunque la barbota cubría enteramente la cabeza y esta quedaba perfectamente encajada en la misma, bastaba un simple espadazo para hacerla salir despedida.
Bueno, ya está. Hale, he dicho...
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