sábado, 27 de agosto de 2011

Partes del castillo: Los entresuelos y las bóvedas



Casi con seguridad, más de uno y más de dos se habrán preguntado alguna vez cómo se fabricaban las bóvedas que se suelen ver en las cámaras de las torres de estos edificios. Y también es posible que se pregunten cómo eran los entresuelos de dichas torres en las que no se ve nada, o sea, están más huecas que la bóveda craneana de la mayoría de los polit... estoooo....más huecas que un botijo quería decir. Lapsus linguae, ¿en qué estaría yo pensando? Jejeje...

Bueno, digamos que básicamente podemos hacer seis grupos, a saber:
1: Torres con entresuelos de madera
2: Torres con bóveda de cañón
3: Torres con bóveda de cañón apuntado
4: Torres con bóveda de arista
5: Torres con bóveda vaída
6: Torres con bóveda de crucería

Dos observaciones antes de proseguir: una es que las bóvedas de crucería, más bien escasas, tienen una enorme variedad de diseños a cual más sofisticado. Como es obvio, de esas veremos más bien pocas y sólo en castillos palaciegos, como la de la foto de cabecera, correspondiente a la primera planta de la torre del homenaje del castillo de Beja (Portugal). La otra es que esas bóvedas son también aplicables a los aljibes, concretamente la 2, la 3 y la 4. Bien, a lo que vamos...


En la foto de la derecha podemos ver una torre que carecía de bóvedas de fábrica. O sea, sus entresuelos eran de madera. Se pueden observar las ménsulas que sobresalen del muro, destinadas a servir de apoyo a las jácenas que, a su vez, servirán de sostén a las vigas sobre las que se formará el entarimado. En este caso, el acceso a las plantas superiores se llevaba a cabo mediante una escalera fabricada a base de sillares empotrados en el muro. En otros, dicha escalera corría en el mismo interior de los gruesos muros de la torre. Y en otros eran simplemente de madera, método este último más frecuente cuando nos encontramos con entresuelos de este material.


En la imagen de la izquierda vemos el resultado. Como se ve, una gruesa jácena va de lado a lado de la torre, apoyada sobre dos ménsulas. En sentido transversal corren vigas de menos volumen para, sobre las mismas, disponer el entarimado. También podemos ver claramente cómo quedaban las escaleras de madera de acceso a la planta superior. Para la fabricación de las jácenas era necesario recurrir a troncos de árboles rectos y largos, como por lo general suelen ser los de las coníferas. Por razones obvias, debían salir de una sola pieza ya que en caso contrario serían demasiado débiles para el peso que debían soportar. Este sistema de construcción era, como puede suponerse, mucho más barato que las bóvedas de obra si bien tenía sus puntos flacos. Uno de ellos era el evidente riesgo de incendio que, en una época en la que para calentar las gélidas estancias de los castillos era necesario recurrir a chimeneas y/o braseros, podían prender con suma facilidad, y más si tenemos en cuenta que la tablazón estaba fabricada con maderas resinosas. El otro era la carcoma que, caso de atacar a la madera, podía dejar huecas las jácenas y provocar un derrumbamiento. En cualquier caso, todos los entresuelos de madera que veáis serán reconstrucciones más o menos fieles a las de la época. Los originales fueron destruidos por el tiempo o expoliados como materiales de construcción hace ya siglos. Prosigamos...


En ese croquis tenemos una bóveda de cañón. Son propias de castillos románicos o bien para techar torres de pequeñas dimensiones, como por ejemplo las torres de flanqueo de las murallas. Dependiendo de la disponibilidad de materiales, podían estar construidas con ladrillo o con piedra si bien, mirando el tema económico, eran más habituales las de ladrillo. Para fabricarlas se recurría a un armazón de madera sobre el que se disponía un entarimado, reproduciendo, por así decirlo, un "negativo de la bóveda". Una vez cubierta, se procedía a rellenar los huecos, generalmente con las vasijas defectuosas de los alfares a fin de darle a dicho relleno el menor peso posible, o bien con tierra. Una vez nivelada la parte superior, se ensolaba. Para bóvedas de poca anchura, como por ejemplo en las que cubrían las escaleras, en vez de un entarimado se recurría a una cubierta de cañas. Si, no es coña. Simples cañas. He visto en varios castillos que incluso se conservan restos de las mismas entre el mortero que unía los ladrillos. Para eso conviene, entre otras cosas, ir siempre equipado con una linterna, que nos permite reparar en esos detalles en lugares donde la oscuridad es casi completa.
Este mismo sistema era válido para las bóvedas de cañón apuntado y de arista. En cuanto a las escaleras, en estos casos siempre solían ir por dentro del muro ya que, de otra forma, el hueco de la misma restaría apoyo a la bóveda.


En esa otra foto tenemos una bóveda de arista, en este caso provista además de crucería para darle un toque más, digamos, refinado a la estancia. La bóveda de arista consiste en dos bóvedas, bien de cañón o bien apuntada, que se cruzan perpendicularmente formando una cruz. El sistema de construcción era exactamente el mismo que el mostrado en el croquis anterior si bien, en este caso, en vez de ladrillo se recurrió a sillería. Para la crucería se montaba una estructura de madera como la ya mencionada, sobre la que se iban colocando las piezas hasta cerrarla con la piedra clave. Luego se cubría la bóveda de la forma explicada tras lo cual se retiraba todo el maderamen. Las nervaduras podían ir apoyadas sobre ménsulas a partir del arranque de la bóveda, o sobre baquetones adosados en las esquinas.


En Portugal es habitual ver que, en vez de sillería a soga y tizón o ladrillo, se usaban enormes lajas de piedra que cubrían completamente los huecos de la bóveda. Obviamente, este sistema abarataba bastante la obra y, además, aceleraba significativamente los trabajos. En esa foto se puede ver claramente. Sobre un arco apuntado labrado con sillería se han colocado lajas rectangulares de pizarra. Este tipo de piedra, más ligera que el granito o la piedra caliza, permitía cubrir de golpe una superficie mucho mayor sin necesidad de recurrir a dovelas que había que cortar dándoles determinados ángulos para ajustarlos a la bóveda, y no precisaban de entarimado para su colocación. Simplemente se apoyaban sobre los arcos, se llagaban con mortero y santas pascuas. Eso sí, quedaba un tanto burdo porque la pizarra, al estar formada por estratos, no permite más elaboración que el corte en perpendicular. En todo caso, era un sistema bastante eficaz que, curiosamente, no he visto en ningún castillo de España.


Por último, ahí tenemos una bóveda vaída. Eran bóvedas destinadas a cubrir espacios de planta cuadrangular que, definidas técnicamente, eran bóvedas cortadas perpendicularmente por la proyección de los planos que constituyen las cuatro caras de su base, paralelos dos a dos. Como se ve en la foto, forma un casquete semiesférico que parte de las pechinas, que son las zonas triangulares entre los arcos que forman los paramentos verticales. En este caso, la cúpula se forma a base de hiladas de dovelas que van disminuyendo de tamaño a medida que ascienden. También podía usarse ladrillo. En algunos casos podremos ver que la bóveda queda cerrada mediante una clave de forma circular en la que se abre un orificio a modo de buhera. De esa forma, se podía cerrar la bóveda, permitiendo además una abertura desde la que hostigar a posibles atacantes.

Bueno, creo que con esto queda claro el tema. Añadir que la construcción de estas bóvedas no podía llevarla a cabo cualquier pelagatos. Solo alarifes que tuvieran conocimientos de geometría podían llevarlas a cabo sin peligro de que se derrumbaran a las primeras de cambio, teniendo que calcular de forma muy precisa los ángulos, la distribución de los pesos y las tensiones que generaría una vez concluida. Una bóveda ejerce una presión, no solo inferior, sino también lateral, por lo que apoyarla sobre unos muros débiles implicaría el reventar literalmente los paramentos del edificio. Es pues obvio el por qué en muchos de los castillos que visitaréis veréis que se optó por lo más fácil: los entresuelos de madera, para lo que no se requerían conocimientos arquitectónicos profundos. Para consultas más detalladas, se me dirijan a un arquitecto, porque este menda tampoco es Bramante. Hale, he dicho.




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