Seguimos con las guarniciones y demás complementos. En la entrada anterior estudiamos las conteras de las vainas y los pinjantes, de modo que ahora tocan los terminales de correa, piezas que seguramente habrán pasado desapercibidas a más de uno. A ello pues...
Cuando se generalizó el uso de las armaduras de placas, estas iban llenas de pequeñas correas de cuero a fin de unir las diferentes piezas de que se componían, así como para fijarlas a brazos y piernas. Como el ser humano es vanidoso por naturaleza y se empeña en darle relieve a los más mínimos detalles para demostrar que tiene más pasta que el resto de los mortales, pues hasta repararon en que si podían llevar los complementos de su panoplia más chulos que los demás, pues mejor. Así, las añejas vainas recubiertas de cuero se enriquecieron con telas de precio, como el terciopelo o la seda, y los ceñidores para las mismas pasaron a ser verdaderas virguerías ornamentadas con tachones de bronce con pedrería o esmaltes.
Ahí tenemos un ejemplo, datable en el siglo XIV, procedente de una efigie sepulcral que, por cierto, son una magnífica fuente de documentación para estas cosas, porque suelen recrear con gran minuciosidad cada detalle de la indumentaria y la panoplia de armas del difunto. Como podemos ver, el ceñidor de simple cuero anudado ya va provisto de una hebilla. Pero, además, se han añadido una serie de detalles a tener en cuenta: por un lado, tenemos una serie de tachones, piezas generalmente de bronce o bronce dorado finamente grabadas, esmaltadas o con pedrería en todo el perímetro del cinturón. Y si nos fijamos en el extremo del mismo, va rematado con un terminal que nos recuerda a la forma de una contera de vaina. Por otro lado, la vaina de la espada ya no va unida mediante tiras de cuero, sino por unos fiadores.
En la foto de la derecha tenemos un par de ejemplos de tachones. El que aparece a la izquierda de la imagen es una pieza de bronce con un grabado bastante básico. Iba fijado al cinturón mediante cuatro pequeños remaches, como podemos ver por los orificios que muestra la pieza. El otro, de bronce dorado y esmaltado, lleva por detrás un vástago en el centro que, pasado a través del cinturón, era remachado, quedando así fijado al mismo. En ambos casos, la decoración consiste en los escudos de armas de sus propietarios.
En cuanto a los terminales de correa, que se extendieron desde el siglo XIV en adelante, aparte de su morfología, al gusto del dueño o de la moda del momento, iban fijados de dos formas. El que vemos a la izquierda es un terminal de bronce habitual en los siglos XIV-XV. Como se ve en la imagen en que la pieza aparece de perfil, lleva una hendidura por donde se introducía la correa, quedando fijada mediante un remache. Podemos ver la cabeza del mismo en la pequeña marca rojiza que aparece en la imagen frontal de la pieza. El otro tipo, a la derecha, era más simple. Era una simple chapa fijada al cuero mediante un vástago que iba en la parte trasera de la pieza para ser remachado al cinturón. Este ejemplar, de claro estilo gótico, sería datable hacia el siglo XV.
Volviendo a los cinturones, surgió también una decoración a base de piezas metálicas que lo cubrían por completo, como vemos en la imagen de la izquierda. Como ya se ha comentado, estas placas, por lo general de bronce dorado, iban ricamente decoradas con pedrería o esmaltados. Su fijación se realizaba mediante un gancho en forma de S horizontal, quedando oculta a la vista. Este tipo de cinturón estuvo de moda hasta el siglo XV, cuando las armaduras de placas se vieron con el añadido de las escarcelas, piezas que protegían desde el tronco a los muslos y que, obviamente, no permitían el uso de este tipo de cinturón. Las armaduras como la que aparecen en esa imagen no llevaban esas piezas. La zona comprendida entre el peto y los muslos quedaba protegida mediante la camisa de malla que se vestía bajo la armadura.
Ahí tenemos un ejemplo. Como se ve, los cinturones y demás guarniciones se han estrechado bastante. En este caso, además, van recubiertos de lo que parece un brocado de plata, acorde con la categoría del personaje. Dentro de los círculos rojos vemos los terminales de las correas que unen la escarcela al peto. En el círculo azul, la hebilla, que consiste en un gancho. Y en el verde, el fiador que une el ceñidor a la correa que sujeta la espada. Como se puede ver, dicho fiador es corredizo, lo que permite, colocándolo más adelante o más hacia atrás, corregir el ángulo de posición de la espada al gusto del usuario.
Estas correas, a su vez, quedaban unidas a la espada por unas piezas como las que vemos a la izquierda. En la foto vemos el terminal de la correa unido a un fiador lobulado, el cual servía para unir la espada a la correa. De su vaina salía un gancho a tal fin. La pieza de la derecha es para regular el diámetro del ceñidor. Al carecer de las hebillas de trabazón habituales, para hacernos una idea, digamos que se regulaban de la misma forma que se hace hoy día con los cinturones elásticos.
Finalmente, mencionar un aditamento de las empuñaduras de las espadas, habitual a partir del siglo XV aproximadamente. Se trata del guarda-lluvia. Es la pieza que aparece dentro del círculo en la foto de la derecha. Se trataba de una pieza de cuero con forma de escusón que, al envainar la espada, cubría el brocal de la vaina, impidiendo así la entrada de agua en el interior de la misma, lo que provocaría la oxidación de la hoja y una deformación de la madera de la vaina. Como se puede ver, esta gente tenía en cuenta el más mínimo detalle a la hora de cuidar de su costoso equipo.
Bueno, creo que no se me olvida nada. Restarían por estudiar las pretinas y tahalíes que se pusieron de moda a partir del siglo XVII, pero como eso corresponde a otra época, lo dejaremos para cuando llegue el momento de hablar de las espadas roperas, que eran las que usaban este tipo de guarnición. Bueno, y también las sillas de montar, y los zapatos, y las polainas, etc. Y una sugerencia a los aficionados a estudiar con detalle este tipo de piezas: fijaos en los cuadros y efigies funerarias de la época. Son "fotos" con un rigor absolutamente fiable. Los pintores y escultores del momento recreaban cada detalle con una fidelidad asombrosa, lo que nos permite, además de conocer cada pieza, analizar su cometido con un mínimo de imaginación. Ellos copiaron lo que vieron sus ojos, así que no hay invenciones de por medio. Que mejor forma de recrear el pasado que, simplemente, copiando fielmente las imágenes del pasado, ¿no?
Hale, he dicho
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