El culto a lo mortuorio no es exclusivo del cristianismo. De hecho, creo que todas las religiones se han dedicado siempre a acojonar al personal con temas del Más Allá antes que preocuparse del Más Acá. Pero una cosa es la obsesiva presencia de lo fúnebre, y otra el regodeo incansable ante todo lo referente a ella.
Uno de los ejemplos más preclaros lo tenemos en Évora, concretamente en la iglesia de San Francisco. Este santo, que al parecer era un sujeto alegre y tal y que hasta charlaba con los animalitos del bosque, no fue precisamente el ejemplo que siguieron los que abrazaron su controvertida orden. Vamos, que eran lúgubres a más no poder. La capilla en cuestión fue construida en el siglo XVII para lugar de meditación, aunque en semejante sitio, más que meditar le entran a uno ganas de salir echando leches, la verdad. De entrada, tal como vemos en la foto de cabecera, el recibimiento no puede ser más estimulante: "NOS OSSOS QVE AQVI ESTAMOS PELOS VOSSOS ESPERAMOS", que podríamos traducir como "los huesos que aquí estamos, a los vuestros esperamos". Pues que sigan esperando, qué carajo...
Bueno, la cuestión es que, al parecer, en el siglo XVI existían en Évora y alrededores más de cuarenta cementerios los cuales, por lo visto, estaban en trance de ser eliminados. Supongo que sería como consecuencia de las obras para fortificar la población. Así pues, los frailes, a fin de que los restos de sus paisanos no se vieran desperdigados, optaron por recogerlos y usar parte de cada esqueleto para alicatar literalmente una dependencia del convento que anteriormente había sido dormitorio. Concretamente usaron cráneos, tibias, fémures y vértebras que, unidos con un incuestionable..."sentido estético", dieron para forrar de arriba abajo la pequeña dependencia y convertirla en lugar de meditación. Al parecer, recolectaron más de cinco mil esqueletos para ello. Y el resultado fue este:
Como se ve, es una dependencia de tres naves de apenas 18,70 metros de largo por 11 de ancho cuyas paredes y columnas están forradas de osamentas. Al fondo, el Senhor dos Passos, también denominado como Senhor Jesus da Casa dos Ossos, a quien está consagrada la capilla de marras. Las vallas de vidrio son consecuencia del vandalismo habitual: el personal se lleva de recuerdo los cachos de hueso. Manda huev.... En fin, hay gente pa tó.
Ante el altar se conserva la lápida de don Jacinto Carlos da Silveira, obispo titular de Maranhão y proveedor del arzobispado de Évora, asesinado por los gabachos el 29 de julio de 1808. Estos galos, siempre tan "respetuosos" y tan empeñados en liberar al personal de la superstición. El obispo fue asesinado por emitir un decreto contra Francia, y fue una de las más de 1.500 víctimas de la matanza llevada a cabo entre militares, paisanos y clérigos por la infame brutalidad del general Loison desde las cuatro de la tarde del 29 de julio de 1808 hasta el día 31 del mismo mes. Se despachó a gusto el hideputa, vaya...
Aparte del obispo, hay tres frailes más depositados en un sarcófago de mármol, haciendo compañía al personal. Por lo demás, poco más tiene que ver la capilla en cuestión que, las cosas como son, recibe cientos de visitas al año. Por cierto que si se quieren hacer fotos hay que pagar 1,50 eurillos de tributo. Como soy la leche de honrado, pagué mis derechos fotográficos y los del compinche pero, una vez dentro, vi que podía habérmelos ahorrado porque había diez o doce personas más abrasando aquello a golpe de flash, y el taquillero no se preocupaba de comprobar si uno había pagado o no. En fin, mejor haber pagado, no sea que los espíritus de los frailes me reclamen antes de tiempo como venganza.
Como conclusión, ahí dejo una curiosa foto. Como se puede ver, es una momia bastante desvencijada que cuelga del muro por un gancho. Por su tamaño, diría que es de una mujer. A la izquierda de la imagen se ve otra momia que, según parece, es de un crío o algo semejante. Bueno, de medio crío, creo, porque solo se ve la mitad inferior del mismo. No pude averiguar qué leches pintan allí pero, la verdad, desentonan bastante de la decoración. En fin, lo mejor al salir del recinto es meterse en un bar y ventilarse una buena caneca de Sagres helada para olvidar pronto la visita.
Hale, he dicho...
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