Aún no le había dedicado una entrada específica a estas pequeñas torres que, junto a las puertas, eran la única nota estética en la silueta achaparrada y maciza de los fuertes. Puede que alguno piense que son elementos irrelevantes de los mismos, o que no merece la pena dedicarles una entrada en exclusiva ya que todos sabemos cual era su cometido. Pero nada más lejos de la realidad. Veamos por qué...
Antes de comenzar, a título anecdótico comentaré que, en una de mis andanzas por el país vecino, me llamó la atención un libro gordísimo expuesto en la vitrina de la taquilla de no recuerdo qué fortificación. Quizás fuera en Almeida, pero no me acuerdo bien. Bueno, la cosa es que el tocho aquel era una fastuosa monografía sobre todas y cada una de las garitas de todos los fuertes habidos y por haber de Portugal. Hojeando el libraco, me percaté de algo que había visto qué se yo la de veces, pero en lo que no había reparado: no hay dos garitas iguales. O, mejor dicho, no hay dos fortificaciones que tengan el mismo tipo de garita. Estos edificios, diseñados por ingenieros militares en una época en que el toque estético era muy valorado, tenían en estas garitas, como decía al comienzo, uno de los dos elementos en los que podían volcar su vena artística. Así pues, ponían buen cuidado en diseñarlas de forma que su estilo y morfología resultara lo más armonioso posible dentro de un conjunto que, por los cánones bajo los que estaban construidos, no había lugar para altivas torres. Las veremos construidas con materiales diversos, y de planta circular, cuadrada, hexagonal, o algunas incluso con una morfología un tanto rebuscada, como esa de planta estrellada que podemos ver en la foto de la izquierda, ubicada en la plaza fuerte de Elvas. Sin embargo, como en todo, se regían por una serie de cánones.
Las garitas fueron herederas, tanto etimológica como morfológicamente, de las escaraguaitas medievales. Su fin no era otro que dar cobertura a los centinelas, tanto de la intemperie como de los disparos del enemigo. Su construcción se regía por unas normas básicas: tal como vemos en el plano de la derecha, el arranque de las misma comenzaba siempre en el cordón que, como se recordará, era el friso que marcaba el nivel del terraplén del fuerte. Aunque algunas se sustentaban sobre ménsulas, lo más habitual era recurrir a las lámparas, un elemento arquitectónico consistente en una base de planta similar a lo que sustenta y que disminuye hasta unir su centro con el muro en el que se apoya. El cuerpo de la garita, muy angosto en su interior, de apenas 60 ó 70 cm., permitía al centinela guarecerse del frío, la lluvia y los tiros del enemigo. Disponían de, por lo general, tres ventanucos que le daban un amplio campo visual, y su misión era simplemente esa, permitir una vigilancia de los flancos de la muralla ya que, en tan angosto espacio, era casi imposible manejar un enorme mosquete de metro y medio de longitud.
Por lo general, estaban construidas con ladrillo o piedra salvo las de los fuertes de campaña, en cuyo caso se recurría a tablones de madera de un grosor suficiente como para proteger al centinela de los disparos de fusil. Su acceso se realizaba a través de un estrecho pasillo practicado en el parapeto, tal como vemos en la foto de la izquierda. En cuando a su ubicación, por norma era situadas en los ángulos salientes de baluartes, revellines o, en definitiva, de cualquier zona del fuerte que se considerase debía ser objeto de vigilancia. Como vemos en la foto, incluso la puerta es de reducidas dimensiones. Por lo general, estas garitas no superan los dos metros de altura, y un hombre medianamente corpulento quedaría literalmente embutido en su interior. Los relevos, como ya se puede suponer, se realizaban desde los cuerpos de guardia repartidos por el recinto. Los fuertes pequeños disponían solo de uno, pero las grandes fortificaciones, así como las plazas fuertes y las plazas de guerra, solían tener varios de ellos, generalmente en las puertas, y con la dotación necesaria para las garitas asignadas al mismo.
Por otro lado, las garitas podían tener un uso de tipo higiénico, ya que era relativamente habitual emplazar una letrina en algunas de ellas. Y no ya para el centinela, sino para la guarnición en general. En concreto, en fuertes pequeños, con unas instalaciones mínimas, nada más práctico que hacer las necesidades fuera del mismo desde una garita. Esto, según he podido comprobar, es más frecuente en fuertes costeros, en una de las garitas orientadas al mar. De esa forma, el oleaje se encargaba de hacer limpieza constante. Hay que reconocer que eran gente práctica. A la derecha podemos ver el interior de una de las garitas del fuerte de Sagres. Le falta el asiento de madera con su correspondiente orificio, y su ubicación no puede ser mejor: la letrina desagua en un acantilado de más de 30 metros de altura. O sea, que no había peligro de dejar malos olores en las cercanías.
Un caso un tanto peculiar lo podemos ver en las garitas de la Torre de Belém. Cierto es que esta torre, de las primeras concebidas para uso de artillería, es cronológicamente anterior a las fortificaciones pirobalísticas que estamos tratando, pero no por ello debemos pasarlas por alto por su peculiar conformación. Como vemos en la foto, el grosor de sus muros es superior al de sus hermanas menores, quizás pensando en la menor potencia de las piezas de artillería de la época (era absurdo hacer tan gruesa una garita posterior, ya que de todas formas podía se pulverizada de un cañonazo). Por otro lado, su situación geográfica, en pleno estuario del Tajo, sometería a esta torre a verdaderas trombas de agua en días de tormenta, para lo cual las ventanas disponen de cierres de madera y, como vemos en el suelo, de desaguaderos para el caso de verse inundada por una ola. Pero lo más significativo son los poyetes de piedra para el centinela. Dudo que los fabricasen para un mejor confort de los mismos, así que solo se me ocurre una explicación válida: en caso de inundarse la garita evitaban empaparse los pies durante horas y acabar con una pulmonía. Si fuesen solo para descanso del centinela no sería preciso el apoyo inferior para los pies, digo yo. Sin embargo, el poyete inferior permite mantenerlos separados del suelo y, con ello, del agua helada del Atlántico.
Como conclusión, a la derecha tenemos una garita del fuerte de São Tiago da .Barra que, en vez de lámparas, cuenta para su sustento de dos ménsulas, el apoyo habitual para estas garitas-letrinas ya que las lámparas no permiten orificios en el suelo sino, como la que hemos visto de Sagres, un vertedero en la pared. Su fábrica es bastante rudimentaria, a base de bloques de piedra. El orificio de la letrina ha sido cegado, pero su uso era ese. Por su aspecto, cualquiera diría que se trata de una ladronera, pero en esa época estos dispositivos de tiro vertical ya eran parte de la historia.
Bueno, con todo lo dicho supongo que estas obras accesorias ya no pasarán tan desapercibidas cuando vuecedes visiten algún fuerte pirobalístico. Como se ha visto, tienen sus peculiaridades y, en algunos casos, son incluso estéticamente muy atractivas. El libro de marras no lo compré, de lo cual me arrepiento. Si vuelvo a verlo en alguna de mis cabalgadas lusitanas me hago con él. Merece la pena.
Hale, he dicho
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