Hacía ya tiempo que no se tocaba nada acerca de los diferentes tipos de obras de los fuertes pirobalísticos. Así pues, y como ni remotamente se ha terminado el tema, lo retomamos con estas obras accesorias que se convirtieron en vitales para la defensa de los fosos: los cofres y las caponeras.
Antes de nada, conviene aclarar algunas cuestiones para mejor comprensión del tema. Muchos pensarán que los fosos eran en sí mismos un obstáculo para acceder al recinto principal, y aciertan. Pero los fosos, como todas las partes de un fuerte, podían convertirse en un eficaz refugio para los asaltantes en caso de sobrepasar las obras exteriores. O sea, que ese obstáculo podría volverse contra los defensores si el enemigo lograba hacerse con el control del mismo. ¿Que no era fácil? No, ciertamente, pero se podía lograr. Bastaba con ocupar un revellín o un hornabeque de las obras exteriores para que esa zona se convirtiera en un coladero de enemigos. Y mientras dichas obras podían ser batidas por la gola por la artillería del fuerte, los fosos no al quedar fuera del ángulo de tiro de las mismas. De hecho, incluso la fusilería lo tenía complicado debido al enorme grosor de las murallas, y solo a la hora de flanquear cortinas de gran longitud podían hacer fuego contra enemigos situados prácticamente en la escarpa del baluarte situado enfrente.
En su momento ya se habló de la tenaza y de las plazas bajas, obras destinadas precisamente a la defensa de los fosos. Pero ambas tenían un inconveniente, y es que, por su ubicación, las primeras solo podían batir objetivos situados ante ellas al estar colocadas entre los baluartes, y las segundas solo podían batir de flanco las cortinas al estar emplazadas en los orejones o los espaldones de los baluartes, caso de que esos baluartes tuvieran esas morfologías. Así pues, los enemigos que circulasen por el foso podían quedar fuera del alcance de los defensores situados en estas obras defensivas. Para impedirlo se crearon los cofres y las caponeras, objetos ambos de esta entrada. Dicho esto, al grano pues...
Básicamente, ambas obras consistían en un pasadizo que unía a nivel del foso la cortina con la gola de una obra exterior con el fin de batir de flanco dicho foso. En el plano inferior lo veremos con más claridad:
En la parte superior de la imagen tenemos un hipotético fuerte, cuya cortina está defendida por un revellín. En rojo, uniendo ambas partes, tenemos lo que podría ser tanto un cofre como una caponera. Como vemos, corta el paso hacia ambos lados del foso. La zona sombreada de ocre correspondería al ángulo de tiro posible para el fuego de fusilería.
En el plano de sección de la derecha tenemos un cofre. Consistía en una galería enterrada en el foso y cubierta por una bóveda, a ser posible a prueba de bomba. Sus dimensiones eran aproximadamente de 167 cm. de alta por 335 cm. de ancha. A ambos lados se abren troneras fusileras para, desde ellas, batir con fuego de fusilería el foso en ambas direcciones. Los cofres servían además para comunicar el recinto principal con las obras exteriores, o bien entre unas obras exteriores y otras, e incluso como acceso a las galerías de las contraminas. Su inconveniente radicaba en que, una vez abierto fuego, el humo acumulado en su interior convertía el ambiente del pasadizo en irrespirable. La ubicación de los cofres podía ser muy variada, ya que podían situarse en cualquier parte del foso en la que el fuego procedente del recinto principal quedase fuera de ángulo para protegerlo del enemigo.
En cuanto a las caponeras, deben su nombre a que inicialmente estaban construidas con empalizadas, dándoles el mismo aspecto que las jaulas usadas en aquella época para engordar a los capones (los capones eran pollos capados, lo que facilitaba su engorde). Obviamente, este tipo de defensa se mostró pronto inadecuada para proteger eficazmente a los defensores, por lo que empezaron a construirse de ladrillo. La primera noticia de este tipo de obra data de 1506, y fueron ideadas por el ingeniero italiano Pallavicini. En el plano de la izquierda lo veremos mejor. La diferencia principal con el cofre radicaba en que estaba construida sobre el nivel del suelo del foso, no enterrada. Como vemos, une la cortina con el revellín, y en sus muros se abren varias troneras. En el detalle tenemos una vista en sección, en la que podemos apreciar los muros provistos de banquetas para los tiradores. Aunque la caponera se consideraba una obra más ventajosa que el cofre, también tenía sus inconvenientes ya que, caso de que el revellín quedase en manos enemigas, éste podía anular la caponera sin problemas. Al estar la explanada del revellín a una altura superior, podía enfilar toda la caponera, expulsando de ella a sus defensores. Para impedirlo se podía techar de la misma forma que el cofre, si bien el inconveniente del humo antes comentado no lo hacía recomendable.
A lo largo del siglo XIX se impuso una morfología diferente, creada por la escuela alemana. Como vemos en el plano de la derecha, pasó de ser un simple corredor formado por dos muros a una obra de gran envergadura, capaz de albergar no solo un gran número de tiradores, sino incluso de piezas de artillería que, desde los buzones que se aprecian en el detalle (ángulo superior derecho), podían barrer los fosos de enemigos con botes de metralla.
Como vemos, este tipo de obra se mantuvo vigente mientras existieron los fuertes pirobalísticos, manteniéndose hasta bien avanzado el siglo XIX. Como curiosidad, cuando en la peli esa de "Alatriste" mandan al protagonista y sus colegas "a las caponeras", donde les ordenan ir es en realidad a las minas. Un gazapo del Sr. Pérez-Reverte, que se pasa de listo a veces.
Bueno, ya está.
Hale, he dicho
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