Hacia finales del siglo XIII, con la aparición de los yelmos cerrados que cubrían completamente la cabeza y el rostro de los combatientes, se hizo necesario un método para identificarse unos a otros, que no era plan de apiolar al cuñado y tener luego que darle explicaciones a la parienta para convencerla de que no lo odiaba, sino que simplemente lo había confundido con un enemigo.
Así pues, aparte de surgir la heráldica para el mismo fin, en Centroeuropa se puso de moda adornar el yelmo con una figura que representase algo o bien relacionado con su escudo de armas, o bien con una empresa o divisa que permitiese tanto a sus camaradas como a la tropa identificarlo perfectamente. En realidad, el uso de distintivos en la cabeza es antiquísimo porque desde los tiempos más remotos era necesario poder identificar al jefe de la tribu, la tropa, la legión, etc., bien con plumas, cuernos, tela de colores o penachos de plumas si bien esta entrada estará dedicada a la cimera medieval, que mola una burrada. Veamos pues...
Iluminación del Códice Manesse que muestra a un caballero teutón con su escudo de armas y el yelmo con la cimera. |
El término cimera proviene al parecer del latín CHIMÆRA, que a su vez lo tomó del griego χίμαιρα (pronúnciese kimaira), que significa animal fabuloso o monstruo. La comparación es más que evidente ya que los caballeros decoraban sus yelmos por lo general con amenazadoras figuras de terrible apariencia tanto para acojonar al enemigo como para anunciar que era poseedor de las cualidades o la fiereza del animal o monstruo en cuestión. Esta moda proliferó por toda Europa Central rápidamente porque, cuestiones meramente estéticas aparte, era un complemento bastante práctico a la hora de la batalla. En Castilla se importó desde Francia hacia mediados del siglo XIV, al parecer en tiempos de Alfonso XI, cuya crónica indica que los caballeros gabachos que acudieron en ayuda del castellano en el cerco de Algeciras (1342-1344) plantaban ante sus pabellones, una vez más con fines identificativos, sus yelmos adornados con su cimera en lo alto de un poste. La crónica especifica que ..."algunos yelmos avía que tenían alas de águila, et otros tenían cuervos, et destos avía fasta seiscientos yelmos".
En Aragón, por mera proximidad geográfica, apareció unos años antes a raíz del casorio entre Pedro IV y María de Navarra cuyo padre, Felipe III de Navarra, portaba una cimera con forma de animal con alas. De ahí posiblemente el adoptar el aragonés un dragón alado que se convirtió en el distintivo de la corona aragonesa y que es conocido como drac-pennat. A la izquierda podemos ver una ilustración en la que aparece el rey de Aragón en su corcel, el cual va cubierto con un caparazón con sus armas, y sobre su cabeza el yelmo coronado con el dragón alado. Al parecer, se alternó esta figura con la de un grifo que, al cabo, no dejaba de ser también un dragón con alas.
Cimeras diversas que, como se ve, van pintadas con los mismos colores que el escudo de armas |
Sería imposible realizar un compendio de cimeras porque las hubo a miles y a cual más estrambótica. Es de todos sabido que en aquellos tiempos gustaba mucho eso del simbolismo, el misterio y las cosas de arcano significado, de forma que igual se veía una cimera que representaba un nido de pájaro del que emergía una arpía a unos simples cuernos con plumas. En todo caso, los reyes de armas sí que se sabían de memoria, sino todos, sí los de los personajes de más relumbrón de Europa y, además, su ciencia les permitía interpretar el significado de sus escudos de armas así como de las cimeras que portaban sobre sus yelmos.
Los complementos de la cimera eran los lambrequines y los bureletes, si bien estos solían ser más propios de torneos y paradas militares que para su uso en batalla. El lambrequín, que también es un adorno heráldico, tuvo su origen en los velos que portaban sobre el yelmo los cruzados para aliviar el recalentamiento producido por el ardiente sol de Tierra Santa. Dichos velos se sujetaban a, yelmo mediante el burelete, que era un rosco de tela trenzada y, generalmente, del mismo color que el escudo de armas. El lambrequín se solía usar o representar como una tela hecha jirones para simbolizar el desgaste sufrido en combate aunque el dueño no hubiese visto en su vida más combate que las reyertas a garrotazos entre sus vasallos, pero quedaban tela de molones cuando se iba a algún sarao de la época. En la foto de la izquierda podemos verlos con más claridad. El yelmo porta sobre sí una cimera con forma de león coronado bajo el cual tenemos el burelete asegurando el lambrequín que, en algunas ocasiones, se exageraba de tal forma que caía sobre la grupa del caballo. Obviamente, este complemento no era nada útil en batalla ya que podría servir, tirando del mismo, para descabalgar al caballero o arrancarle el yelmo de la cabeza.
Cimera original de Eduardo, el Príncipe Negro |
Y ahora, lo que muchos se estarán preguntando: ¿cómo se fabricaban las cimeras? Pues no era nada complicado. Se usaba cuero, el cual se moldeaba con la forma deseada, yeso, telas, madera y cartón-piedra básicamente. Los materiales, como se ve, estaban destinados a hacer estos adornos lo más ligeros posibles a fin de no aumentar demasiado el peso de estos yelmos que podían alcanzar tranquilamente los 3-4 kg. o incluso más. Por lo general, el motivo principal de la cimera se fabricaba con cuero fresco siguiendo el siguiente método: se elaboraba un muñeco con la forma adecuada como si de un peluche se tratase. A continuación se rellenaba con arena y se apelmazaba bien para que adoptase la forma requerida tras lo cual se ponía al secar al sol varios días. Una vez seco se vaciaba de arena y se cubría con varias capas de lino encolado para darle más resistencia tras lo cual se añadía una capa de yeso que debía ser lijado hasta que quedase una superficie lisa y pulida. Finalmente, se pintaba con pintura al temple o se aplicaba un dorado o plateado. Por último se añadían los detalles como plumas, cintas, etc. En algunos casos incluso se usaban cristales de colores para simular los ojos de los animales o monstruos representados. Obviamente, bastaba un mazazo o un tajo de espada para dejar la cimera hecha cisco, por lo que debían estar constantemente reparándolas o fabricando otras nuevas.
Por último, veamos como se fijaban. Dependiendo del yelmo, el método variaba. Los yelmos del siglo XIII solían ir provistos de orificios y/o pivotes perforados para tal fin. De ese modo, se colocaba la cimera y bastaba anudarle unos cordones de cuero o cintas de tela resistente. Si se colocaba el burelete, éste simplemente se ajustaba sin más. En los bacinetes o yelmos de justa posteriores, un buen referente lo tenemos en esa ilustración del "Libro de los Torneos" de Renato de Anjou. En el centro aparece el yelmo al cual se le ha fijado una especie de capacete de cuero del que emerge un vástago. Dicho capacete se ha asegurado sólidamente al yelmo mediante cordones de cuero. A continuación se coloca la cimera la cual se une al capacete también mediante cordones. En este caso, en vez de burelete lleva una corona sujetando el lambrequín ya que la categoría del personaje se lo permite.
En esas otras dos fotos podemos ver los dispositivos de fijación en dos yelmos diferentes: a la izquierda tenemos un gran yelmo en cuya calva dispone de cuatro tetones perforados (dos delante y dos detrás) donde se anudarán los cordones que sujetan la cimera. En el crestón del almete de la derecha, dentro del círculo blanco, podemos ver una muesca similar a la del yelmo de la imagen superior. A través de la misma emergerá un vástago, también similar al anterior, que servirá de soporte a la cimera.
Las cimeras perduraron en los blasonarios europeos tras la desaparición de las armaduras y de los vistosos torneos como elemento decorativo de los escudos de armas. De hecho, en muchos de ellos aún podemos verlas tal como eran hace siglos, conservando la misma morfología que antaño. A la derecha tenemos el escudo de armas de los monarcas del Reino Unido en cuyo timbre podemos ver la misma cimera que ya lució el Príncipe Negro y que pudimos ver más arriba.
En fin, ya está.
Hale, he dicho
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