miércoles, 26 de marzo de 2014

La sarisa, el arma que permitió crear un imperio




Sí, no es un título rimbombante sin más. Es un hecho que la sarisa usada por el ejército macedonio fue una de las claves para convertir su falange en una formidable máquina de guerra contra la que ningún ejército de su época estaba preparado para enfrentarse exitosamente. De hecho, y a pesar de caer en la obsolescencia tras la desastrosa derrota sufrida a manos de los romanos en Pidna (22-6-168 a.C.), conoció un glorioso renacimiento en manos de los piqueros renacentistas, entre otras cosas por las teorías manifestadas por Maquiavelo en su " El arte de la guerra", obra cumbre en la que rescató las tácticas del mundo antiguo y que, al igual que ocurrió con los macedonios, permitió que los Tercios españoles fueran los dueños de los campos de batalla durante dos siglos porque, al fin y al cabo, ¿qué era una pica española sino una reminiscencia de la añeja sarisa macedonia?

La sarisa (sarisa, en plural sarisai) era el arma principal de la infantería macedonia. La idea de armar a los infantes de una lanza especialmente larga partió de Filipo II, el padre de Alejandro, de forma que, agrupados en cuadros muy compactos, se convirtieran en un muro absolutamente infranqueable para los hoplitas griegos, sus enemigos en aquellos tiempos y, ciertamente, mucho mejor armados que los macedonios. Así fue como nació la famosa falange, compuesta por pezhetairoi (Pezhetairoi) o sea, falangistas. Vamos pues a analizar las peculiaridades de esta arma tan especial...

Cerezo silvestre
Obviamente, el inconveniente principal a la hora de elaborar un arma de estas características radicaba en obtener el tipo de madera más adecuada ya que hablamos de lanzas con una longitud que rondaba los 5,5 metros o incluso más. De hecho, Polibio señala que las sarisai usadas en tiempos de Alejandro medían 14 codos (6,93 metros), si bien en tiempos anteriores eran dos codos más largas, lo que equivaldría a prácticamente 8 metros nada menos. Los estudiosos del tema daban por sentado que las astas se fabricaban con madera de cerezo silvestre en base a los datos aportados por un historiador del siglo IV a.C. llamado Theophrastos, el cual indicaba que la madera ideal para la elaboración de sarisai era el árbol macho de esa especie ya que, al no tener el tronco corazón o médula, tenía la ventaja de que su madera era más fácil de trabajar al carecer de nudos, cosa que por lo visto no ocurría con los árboles hembras. Sin embargo, en realidad se hizo una mala interpretación de este dato ya que, al parecer, los macedonios usaban el término sarisa para denominar cualquier tipo de lanza, mientras que los griegos, como era el caso de  Theophrastos, solo usaban sarisa para las largas picas que nos ocupan. De hecho, el cerezo no era válido para la elaboración de estas armas por la sencilla razón de que el tronco se ramificaba a una altura muy inferior a los cinco metros como mínimo necesarios para fabricar un asta de sarisa tal y como podemos ver en la foto superior.

Argallera
Así pues, actualmente se da por hecho que, en realidad, la madera usada era la habitual para fabricar astas de cualquier tipo: el fresno. El fresno reunía las cualidades óptimas para ello, y más si consideramos que, por su longitud, eran astas muy pesadas. El fresno proporciona una madera muy fuerte, ligera, flexible y fácil de trabajar por su veta uniforme. Los fabricantes macedonios talaban los árboles en invierno a fin de que hubiera menor cantidad de savia en el tronco, lo que facilitaba el secado de la madera. Luego, mediante cuñas de hierro, iban obteniendo listones cada vez más finos hasta alcanzar el grosor deseado, que rondaba los 3 centímetros una vez acabados. Para darles su forma cilíndrica se usaba por lo visto una argallera, una herramienta que podemos ver en la foto superior y que actualmente la usan los toneleros para hacer surcos semicirculares. Además, se las hacía más finas por la parte delantera a fin de hacer más pesada la trasera y poder de ese modo desplazar el centro de gravedad hacia atrás, con lo que se hacían más manejables.

Una vez terminada el asta, su peso rondaba los 4 kilos para una longitud de 4,5 metros, siete veces más pesada que la lanza usada por un hoplita y dos veces más pesada que una pica de las usadas por nuestros Tercios. Y a ese peso había que añadir el de la moharra y la contera, lo que podría hacer que la masa final de la sarissa fuese de unos 7 kilos. A la derecha podemos ver las guarniciones de una sarisa convencional: una moharra lanceolada de sección en diamante y muy afilada, y una contera de sección cruciforme rematada en una pequeña pica prismática. Esta contera tenía dos cometidos. Uno, hincarla en el suelo para asegurarla a la hora de detener una carga de caballería enemiga. Y la otra, usarla como moharra en caso de que el asta se partiera. Según detalló Diodoro Sículo, la capacidad de penetración de estas moharras unidas a un asta tan desmesuradamente larga era simplemente bestial. En este caso, Diodoro narra los efectos de las sarisai contra unos mercenarios indios que se enfrentaron con el ejército de Alejandro, cuyos pezhetairoi "...empujando a través de los escudos de los bárbaros con sus sarisai, apretaron sus moharras hasta alcanzar sus pulmones". Y en Pidna, a pesar de haber sido derrotado por los romanos, Plutarco dejó constancia del testimonio aportado por Scipio Nasica, un testigo presencial el cual relataba que las sarisai macedonias eran capaces de atravesar sin problema tanto los escudos como las corazas romanas, y que nada era capaz de detener el empuje de estas lanzas. 

Las guarniciones, fabricadas con hierro las moharras y bronce las conteras, se aseguraban al asta mediante la aplicación de pez caliente el cual, al enfriarse, actuaba como un pegamento que impedía que se salieran con las dilataciones y contracciones propias de la madera por los cambios de humedad ambiental. Finalmente, hay ciertas dudas acerca de si el asta se fabricaba de una sola pieza o, por el contrario, en dos partes para facilitar su transporte, las cuales irían unidas mediante un casquillo metálico como el que podemos ver en la ilustración de la izquierda y cuyas piezas proceden de un yacimiento en Vergina (Grecia). En cuanto a las dimensiones, las moharras oscilaban entre los 45-50 centímetros de longitud y un peso de 1-1,25 kg. Las conteras eran de dimensiones un poco inferiores, como se aprecia en ambas ilustraciones.

En cuanto a la ventaja táctica que proporcionaba una lanza de semejante tamaño, la foto inferior habla por sí sola. Un pezhetairos, a la izquierda, se enfrenta a un hoplita. Es evidente que poco podría hacer el hoplita con su jabalina contra el pezhetairos protegido por un escudo de gran tamaño y armado con una lanza cuya moharra podía atravesar el aspis de su enemigo, así como su linothorax, una coraza de fabricada con varias capas de lino de la que ya hablaremos otro día.


Obviamente, esa ventaja tenía un precio: el arma tenía forzosamente que ser empuñada con ambas manos, de forma que por delante de las mismas sobresalían unos 3-4 metros. 

En fin, así era la sarisa. Añadir que, según algunos estudiosos, en aunque Macedonia eran abundantes los fresnos, parece ser que la fabricación y almacenaje de las astas de las sarisai estaban controlados de alguna forma por el estado por razones obvias: en caso de guerra, una hipotética demanda excesiva podría dejar sin armas a la falange ya que no era fácil recolectar ni manufacturar unas astas tan descomunales en un breve espacio de tiempo. De ahí que otros den por sentado que, precisamente por eso, las astas se fabricaban en dos tramos a fin de facilitar su manufactura, teoría que ven reforzada por el casquillo de unión  hallado en Vergina y que vimos más arriba.

Bueno, ya está.

Hale, he dicho



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