martes, 24 de junio de 2014

Fosos interiores


Bueno, tras la filípica de ayer, proseguimos...

Puede que muchos de los que me leen y,  como es lógico, de los que no me leen, den por sentado que cuando vemos un castillo su aspecto y morfología son los que tenían cuando se edificó, sin pararse a considerar que estos edificios sufrieron en mayor o menor grado multitud de modificaciones y reformas a lo largo del tiempo, buscando una mejor adaptación a las necesidades defensivas de cada momento y/o circunstancias. Digo esto porque, en más de una ocasión, veremos elementos un poco fuera del contexto o, simplemente, no pintan nada porque en algún momento de la historia del edificio quedaron obsoletos y nadie se preocupó de eliminarlos o, por el contrario, se nota que su construcción es muy posterior a la del castillo que estemos visitando.

Así pues, uno de estos elementos que nos puede parecer fuera de lugar son los fosos interiores, construidos en muchos casos como complemento de determinadas reformas. Un ejemplo lo tenemos en la imagen superior, que corresponde al castillo de Alcalá de Guadaíra (Sevilla) y que nos muestra el pequeño foso que defiende lo que se convirtió en el último reducto defensivo del recinto cuando el marqués de Cádiz ordenó realizar esas reformas a mediados del siglo XV. En apariencia, esa zanja birriosa no supondría un obstáculo importante, y menos cuando se supone que, para llegar hasta ese punto situado al final del castillo, los asaltantes han debido vencer otros de mucha más entidad. A la izquierda tenemos otro ejemplo, en este caso del castillo de Peñafiel (Valladolid), que consiste en otro pequeño foso con unas acusadas escarpa y contraescarpa defendiendo el muro diafragma que da paso a la zona central del recinto, donde se yergue la torre del homenaje. Como vemos, dicho foso tampoco es precisamente la famosa "Garganta de Springfield" en la que se despeña el inefable Homer Simpson (me descojono infinitamente con esa escena de la famosa serie).

Así pues y visto lo visto, vuecedes se preguntarán para qué puñetas servían estos pequeños fosos los cuales, como toda obra, costaban buenos dineros. Y, como siempre repito, nuestros ancestros no eran precisamente lerdos, y menos a la hora de soltar maravedises de balde. Entonces, ¿cuál era su utilidad?

Veamos detenidamente la foto de la derecha. Es del foso que vimos en la primera imagen, pero desde un ángulo diferente, lo que hará que comprendamos que acercarse a ese foso requería no solo buenas dosis de testiculina, sino de fervorosos deseos de suicidarse. En el muro diafragma se abren ocho troneras (una no se aprecia al estar oculta por el desdoble del muro) marcadas con flechas, a través de las cuales los defensores darían un digno recibimiento a los asaltantes a base de arcabuzazos. En el detalle tenemos una vista aérea que nos permitirá entender aún mejor la ubicación del foso birrioso: una flecha marca la puerta de acceso y, sombreado en rojo, la zona que defendía dicho foso, situada como dije antes al final del recinto. Eso se traduce en:

1. Un pequeño ariete podría batir la puerta del muro, pero a costa de ser bonitamente arcabuceados a mansalva y a bocajarro por los defensores.

2. Con todo, si lo intentaban, para ello deberían colocar una pasarela que les permitiese acercarse a la puerta, pero a costa de ser bonitamente arcabuceados a mansalva y a bocajarro por los defensores.

3. También podrían intentar un asalto. El foso tiene menos entidad que una calicata callejera de la compañía del gas y bastarían unas escalas de solo cuatro metros para coronar el muro diafragma, pero a costa de ser bonitamente arcabuceados a mansalva y a bocajarro por los defensores.

Por lo tanto, y como ser bonitamente arcabuceados a mansalva y a bocajarro por los defensores no solo era muy desagradable sino también desaconsejable, no era cosa baladí decidirse a hacer frente al foso birrioso de marras. Conviene aclarar un detalle, por si a alguno se le ha escapado: estos fosos interiores siempre son parte complementaria de muros diafragma. Obviamente, una pequeña zanja en sí misma detiene a los invasores el tiempo justo de pegar un salto, así que el foso y el muro diafragma se complementaban en armoniosa simbiosis como la rémora y el tiburón o el escarabajo pelotero y la caquita. El muro detiene, y el foso dificulta el avance hasta el muro. El croquis de la sección del foso que nos ocupa representa una reconstrucción ideal del mismo, añadiendo una pequeña pasarela levadiza. Esos 3 metros de anchura y apenas 2 de profundo (actualmente tendrá metro y medio, pero obviamente está semi-cegado) eran un factor bastante persuasivo para una tropa que se veía obligada a invadir un recinto a pecho descubierto sin disponer, como ocurría cuando atacaban desde fuera,  de la defensa de manteletes.

En otros castillos se dejaban de medias tintas y optaban directamente a métodos expeditivos. Lo podemos ver a la derecha, en esa foto que muestra el foso interior del castillo de Morón de la Frontera. Ese foso defendía el muro diafragma que había que franquear para acceder a la torre del homenaje y, para su defensa, no disponía en este caso de troneras ni gaitas, sino de una plataforma artillera semicircular (queda fuera de ángulo, pero estaría a la izquierda de la foto) en la que se emplazaba una boca de fuego que regaría de metralla al personal. Entonces, el tiquis-miquis de turno dirá que con un cañón para qué servía el foso, a lo que le diré que precisamente para impedir que tanto el cañón como sus servidores cayesen en manos del enemigo. Recordemos que la recarga de estos chismes era muy lenta, por lo que había que interponer un obstáculo que frenase a los invasores mientras que la pieza era nuevamente cargada. Como podemos imaginar, una tropa de arcabuceros apoyaría la posición, que el cañón por sí solo no se bastaría para la defensa. 

Veamos una sección en perfil del foso ese que con seguridad nos hará ver mucho más claramente la cuestión. Observen vuecedes un par de detalles: el acusado ángulo de la escarpa y lo angosto del fondo. ¿Qué implicaría eso? Pues que el que caiga dentro lo tiene verdaderamente complicado para salir a pesar de la escasa altura y anchura del foso. Un hombre armado pesa al menos 10 ó 15 kilos más. Calza zapatos con suelas de cuero repulidas de tanto andar y las paredes del foso están chapadas con losas de piedra aún más pulidas que las suelas de las botas. No puede gatear porque resbala. No tiene donde agarrarse para intentar salir. Y ese fondo tan angosto apenas le permite moverse por lo que intentar esquivar las estocadas y puntazos de alabarda de los defensores es cuasi imposible. Por lo tanto, ¿quién se atreve a acercarse a lo que sabe es una trampa mortal? Por mucho que se entretengan los de la bombarda en recargarla, varios hombres de armas aguardan a que el primer pardillo con ganas de hacerse el héroe delante de su cuñado caiga en el foso para escabecharlo con las afiladísimas picas de sus alabardas. O sea, que ya se guardarán de pasearse cerca del foso birrioso pero con más peligro que un macaco epiléptico con una Guillette.

Bueno, creo que queda claro que, a pesar de su inofensiva apariencia, la existencia de pequeños fosos estaba justificada de sobras. Pero aún había otros más birriosos aunque, eso sí, dispuestos también con inusitada mala leche. Hablamos de los saltos de lobo o, como los denominaban los gabachos, los haha. Sí, haha. Es un nombre ridículo, cierto es. De hecho, podríamos traducirlo como nuestro "ajá" que empleamos para asertar o para manifestar sorpresa. Un haha era antiguamente una zanja cuya escarpa tenía una pared vertical y, al parecer, era usada en la Inglaterra de los normandos para impedir el paso de reses de caza mayor fuera de los cotos. Siglos después pasó a convertirse en una especie de truco o trampantojo de los jardineros y paisajistas reales de los reyes de Francia. El príncipe delfín Luis, hijo de Luis XIV, fue al parecer el que sin quererlo bautizó a estos trampantojos ya que ese "ha ha" es la forma de escribir en francés o inglés la onomatopeya de la risa. O sea, nuestro ja ja.

Aclarado el tema etimológico, los saltos de lobo no eran más que angostos pozos situados en determinados puntos en el interior de las fortificaciones con el fin de que hipotéticos invasores se partiesen la crisma al caer en ellos. Solían colocarse en pasillos oscuros o lugares donde su presencia fuera detectada con dificultad y, mientras no se usaban, eran cubiertos por tarimas para permitir la libre circulación. Bastaba con retirar los tablones para dejar el foso libre para que el pringado de turno se cayera dentro y se partiera las piernas o, mejor aún, el cuello con la costalada. A la derecha tenemos un croquis que nos muestra un salto de lobo y, como vemos, es algo bien simple. En la parte superior aparecen los tablones que lo cubren, alojados en sendos estribos en el borde del foso.

En un pasillo como el que vemos a la izquierda podemos ver el aspecto real de un salto de lobo ubicado en un pasadizo o un túnel. Imaginemos ese lóbrego corredor con menos luces que el cerebro de un escarabajo pelotero, avanzando muy acojonados porque no se sabe de donde podrá salir a recibirnos Doña Muerte. Y, de repente, vemos con asombro pero no sin cierta satisfacción que el cuñado que nos precedía en el avance se lo ha tragado la tierra. Lo malo es que de la alegría nos pongamos a dar saltos y acabemos en compañía del descalabrado cuñado si bien, al menos, amortiguará nuestra caída. No tengo constancia de que se añadieran aditamentos en el fondo de estos fosos tales como estacas o abrojos, pero bueno, eso ya quedaba a la imaginación del alcaide del castillo.

Con todo, los saltos de lobo no necesariamente estaban en pasillos lóbregos, sino que podían ubicarse en otros lugares donde fueran necesarios. En la foto de la derecha tenemos un ejemplo, en este caso del castillo de Lindoso, en el norte de Portugal. ¿Qué dónde está el foso? Pues bajo la pasarela. Tanto el puente como el salto de lobo fueron construidos en ese castillo cuando fue modificado como fortificación pirobalística, por lo que esa puerta, que anteriormente era la principal, se convirtió en la que daba acceso al reducto principal ya que la entrada al castillo fue situada en el revellín que defendía precisamente la antigua puerta. Así pues, reaprovecharon el matacán que vemos sobre ella y le añadieron tanto el puente levadizo como el foso, el cual quedaba expedito cada vez que la pasarela se elevaba. Ese pozo de poca monta era un obstáculo complicado de salvar por las razones antes explicadas en caso de que los enemigos lograran franquear la primera puerta. 

En fin, creo que ya no queda nada más que contar al respecto. Solo nos resta estudiar los fosos de las fortificaciones pirorobalísticas que, aunque aparentemente tenían el mismo cometido que los medievales, variaban en gran cantidad de pormenores y utilidades.

Hale, he dicho

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