viernes, 27 de junio de 2014

Fosos renacentistas


Foso principal del fuerte de Gracia, el Elvas

Bueno, con esta entrada concluiremos con lo de la "fosología", que es la ciencia que estudia los fosos. ¿O no? Bien, al grano...

Fachada principal del alcázar de Segovia. A pesar de su
profundo foso, el edificio tiene una altura impresionante
Como vimos en las entradas anteriores, el motivo de la existencia del foso medieval era simplemente aislar la fortificación y hacerle ganar altura de forma artificial. Gracias al foso, las máquinas de aproche lo tenían más complicado, los zapadores tenían que cavar más y los asaltos se tornaban en mucho más complicados, cuando no imposibles. La aparición de las armas de fuego conllevó, como ya sabemos, una profunda modificación en el arte de fortificar, reformando en lo posible las viejas fortalezas medievales y edificando las nuevas bajo los conceptos totalmente novedosos de la nueva ingeniería militar. Así pues, si las fortificaciones pirobalísticas ya no debían preocuparse de los arietes, bastidas y demás agresiones medievales, ¿qué sentido tenía poner, no uno, sino varios fosos consecutivos en las mismas?

Ante todo, debemos considerar el nuevo concepto a tener en cuenta: la altas murallas que impedían a los enemigos invadir su interior no solo no servían para nada, sino que era un elemento contraproducente. El enemigo ya no era la escala o la bastida, sino el cañón. Y los efectos de una pieza de artillería se intentan aminorar con dos factores, a saber:

Fuerte de Juromenha. La longitud del túnel se
corresponde con el grosor de las murallas
1. Engrosar los muros. La anchura convencional de un castillo medieval era de dos varas, o sea, alrededor de 1,68 metros. Pero eso ya no era obstáculo para una bombarda o una culebrina y, menos aún, para la artillería de los siglos XVIII y XIX, en la que ya no había nada capaz de soportar el cañoneo constante de las baterías de sitio. Los fuertes pirobalísticos necesitaban murallas de varios metros de espesor y con paramentos de la mejor piedra. Sin empbargo, por fuerte que fueran las murallas, por mucho grosor que tuvieran, tarde o temprano caerían desmoronadas. 

2. Aminorar todo lo posible la altura de la fortificación. Un castillo era un blanco perfecto debido a su elevada silueta y, de hecho, muchos castillos de la época de transición fueron provistos de anchos y profundos fosos para enterrar literalmente la fortaleza a fin de ofrecer un blanco mínimo a la artillería enemiga. Un ejemplo perfecto lo tenemos en el castillo de Salsas, en el Rosellón. Esta fortaleza, reconstruida por Fernando de Aragón a finales del siglo XV, fue concebida conforme a la nueva traza y, como vemos en la foto, disponía de un amplio y profundo foso perimetral, por lo que se podían permitir construir tanto murallas como los primitivos bastiones con una altura incluso superior a las de las fortalezas neurobalíscas, pero sobresaliendo apenas del terreno.

La foto inferior nos permitirá verlo con mucha más claridad:


Eso era lo que veía un artillero situado a apenas 100 metros del fuerte de São Neutel, en Portugal. En el centro aparece el revellín que defiende la puerta de acceso y, a los lados, dos de los baluartes del fuerte. Si nos alejamos cien metros más no veríamos ni las garitas, o sea, que no dispondríamos de ángulo de tiro para los cañones, por lo que solo podríamos usar obuses y morteros para alcanzar el interior del recinto. Pero de tiro directo contra la muralla, nada de nada. Eso es pues lo que nos permitía el foso en este caso: colocar una fortificación, casi siempre emplazadas en lugares elevados donde se domina el terreno circundante, y desenfilarla por completo al tiro de la artillería enemiga.

Pero aparte de esos dos conceptos principales, los fosos de las fortificaciones pirobalísticas tenían otra serie de cometidos. Observemos el gráfico de la izquierda, que corresponde a la planta del fuerte de Gracia. En verde tenemos todos los fosos del recinto, estando los más exteriores a un nivel más elevado que los interiores. De esa forma, el reducto principal se encontraba rodeado por el foso más profundo pero, al mismo tiempo, dominaba con su altura las obras exteriores que lo rodeaban. ¿Con qué fin? Pues simplemente para poder machacar con su artillería sus propias defensas si esas caían en manos del enemigo. Y si a eso añadimos las caponeras, tenazas y plazas bajas que se solían emplazar en los fosos, ya podemos imaginar que avanzar por ellos era suicida. Recordemos que los fosos medievales carecían de medios de autodefensa, y que solo su profundidad y su anchura ponía las cosas difíciles al invasor. Sin embargo, en las fortalezas pirobalísticas cuando se complicaban de verdad las cosas era cuando se alcanzaba el fuerte, operación ineludible si se quería llegar a la brecha abierta en un paño de muralla o un baluarte. 

Por otro lado, estos enormes y profundos fosos solo dejaban al enemigo dos opciones para apoderarse de un fuerte: o rendirlo mediante capitulación o abrir una brecha, en cuyo caso se podría intentar el asalto. Pero si la artillería o una mina no lograban vulnerar las defensas de la fortificación, el asalto era simplemente imposible. Ya no hablamos de murallas de 6 ó 9 metros, como vimos en el caso de los fosos medievales, sino de el doble o más. ¿Quién puede encaramarse en una muralla como la que vemos a la derecha, y más si lo enfilan a uno desde una casamata o una plaza baja? Sin alas me temo que sería imposible así que ni se molestaban en intentarlo, que una cosa es hacerse el héroe y otra hacer el memo.

Caponera defendiendo el interior de un foso
Por último, los fosos dejaron de ser un elemento pasivo de defensa. En la Edad Media, con más o menos trabajos el enemigo podía cegarlo, invadirlo o adosar máquinas a la muralla sin que tuviera más oposición que la que se le presentaba desde el recinto, ya fuese la muralla o las torres de flanqueo. Sin embargo, los fosos de las fortificaciones pirobalísticas contenían sus propios medios para dificultar el avance del enemigo en caso de que éste lograra acceder al mismo. O sea, que no podían, protegidos por manteletes o zarzos, moverse dentro del foso impunemente ya que desde lo alto de la muralla los fusileros no tenían ángulo de tiro. Así pues, para ello se emplazaban diversas obras exteriores como las antes mencionadas cuyas guarniciones, gracias a la profundidad del foso, podían actuar sin verse atacados por la acción directa de la artillería enemiga. Ello se debía además al desconocimiento de la posición de dichas obras, de la cual solo podían tener constancia cuando las veían. De ahí que el interior de estos edificios fuera por lo general mantenido en secreto, de forma que no trascendiese la posición de los diversos elementos defensivos del mismo, así como las bocas de fuego de que disponía, guarnición, etc. 

Fusilamiento del general Lacy en el foso del castillo
de Bellver, Mallorca
La eficacia de los fosos quedó patente tanto en cuanto existieron mientras los fuertes, plazas fuertes y plazas de guerra estuvieron en activo. Y aún cuando la evolución de las armas de fuego relegó a la obsolescencia a este tipo de fortificaciones, aún mantuvieron su utilidad cuando muchos de estos edificios fueron destinados a servir como acuartelamientos o prisiones militares. De hecho, y en un postrero aprovechamiento de los enormes fosos de estas fortificaciones, en muchos de ellos resonaron las descargas de los piquetes de ejecución cuando se procedía a llevar a cabo las ejecuciones dictadas por los consejos de guerra.

Bueno, ya está. Hora del sacrosanto yantar.

Hale, he dicho...

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