domingo, 11 de enero de 2015

Curiosidades funerarias medievales




Es de todos sabido que desde que Dios Nuestro Señor desahució del Paraíso a Adán y Eva, a él por calzonazos y a ella por dejarse engañar por una culebra gorda, la gente se muere que es una cosa mala. Desde aquel momento, eso de estirar la pata pasó a convertirse en algo tan asquerosamente cotidiano que no hay ni ha habido religión que no se haya preocupado de informar al personal de que, tarde o temprano, tendrán que abandonar sus amadas envolturas carnales para largarse con viento fresco a no se sabe donde ya lo hayan llamado Paraíso, Edén, Walhalla, Averno o como sea. 

Ya en su día se publicaron entradas diversas acerca de los ritos funerarios de iberos, romanos e incluso bajo-medievales, las cuales se pueden repasar o leer aquí, para los que estén interesados en conocer como se despedía el personal de sus seres queridos - u odiados, naturalmente - durante dichas épocas. Pero, cuestiones espirituales aparte, el cristianismo extendido por el occidente alto-medieval se encontraba muchas veces con que los ritos de preparación del difunto para mandarlo al otro barrio se basaban aún en religiones paganas. De hecho, debemos recordar que, en muchos aspectos, el cristianismo tuvo que resignarse a mantener de forma disimulada ritos paganos para favorecer su propia expansión, desde las festividades a incluso lo que fueron dogmas como la resurrección de Jesucristo, etc. Así pues, veremos algunas curiosidades curiosas acerca de como se desarrollaban los ritos funerarios en una época en que, a veces, el cristianismo tenía que ceder al despreciado paganismo para que el rebaño no se desmandase demasiado.

Desde los tiempos más remotos, la unción ha estado
relacionada con lo sagrado. Un ejemplo lo tenemos en el
grabado superior, que muestra a Samuel ungiendo a David
como futuro rey de Israel
1. Del mismo modo que en el Mundo Antiguo se lavaba y ungía el cadáver con aceites y esencias aromáticos a fin de purificarlo para su viaje al otro mundo, el cristianismo alto-medieval mantuvo esa costumbre, pero adaptándola a su doctrina. En este caso, el rito de la unción no era para purificar al muerto, sino al candidato a serlo, convirtiendo dicho ritual en una especie de exorcismo que permitiera limpiar IN EXTREMIS el alma pecadora del que estaba a punto de palmarla. De ahí la norma, que aún perdura, de la unción de enfermos o extrema unción, mediante la cual se administran los santos óleos al paciente a fin de liberarlo de sus males ya que se pensaba que las enfermedades eran enviadas por Dios como castigo por los pecados cometidos. Por cierto que dicho óleo carecía de otra substancia que no fuera aceite de oliva, al contrario que los herejes arrianos que sí usaban un aceite mezclado con esencias. Estos aceites reciben el nombre de crisma, palabro proveniente del latín CHRISMA, que no significa otra cosa que ungir. En todo caso, además de ungir al enfermo también se mantuvo la costumbre de hacerlo con el difunto, también con la finalidad de limpiar el alma de pecados. Por cierto que, al ungirse al personal en la cabeza, de ahí viene eso de partirse la crisma como sinónimo de fracturarse severamente el cráneo a consecuencia de una de esas costaladas tontas que tan funestas consecuencias tienen.

2. El cristianismo convirtió en obligada la inhumación de los cadáveres ya que se consideraba que los seguidores de dicha religión debían ser sepultados como Jesucristo y, por ende, poder así resucitar, sino al tercer día, pues cuando tocase el Juicio Final. En todo caso, la inhumación era y es una costumbre judía y, de hecho, habitual en muchas religiones paganas incluyendo a los romanos en determinados períodos de su historia. Sin embargo, en algunas partes de la Europa alto-medieval se practicaban las incineraciones por una mera cuestión de supersticiones: si alguien profanaba una tumba, el alma del difunto se agarraría un cabreo tremendo y volvería del Más Allá al Más Acá para hacerle la vida imposible a los vivos. De ahí que, en los lugares donde se practicaban inhumaciones, para curarse en salud plantaran sobre la tumba arbustos espinosos a fin de alejar de allí a los profanadores. 

3. Obviamente, muchos se preguntarán qué sentido tenía saquear tumbas en una época en que la religión imperante, la cristiana, había dejado de lado la norma de depositar en las sepulturas ajuares funerarios valiosos. Sin embargo, ahí nos encontramos con otra reminiscencia del paganismo ya que los pueblos germánicos, aunque cristianizados hacía mucho, seguían con su costumbre de enterrar a sus muertos con sus más valiosas pertenencias. Evidentemente, la perspectiva de meter mano a una tumba atestada de buenas armas y joyas era un aliciente que superaba en mucho al miedo que podía producir el retorno del alma del difunto a reclamar lo que era suyo. En todo caso, el expolio de tumbas estaba bastante perseguido y castigado con severas multas.

Relicario con cráneo florido en
su interior
4. Una de las costumbres más asquerosillas de aquella época y que duró hasta que el papa Bonifacio emitió en 1299 la bula DETESTANTE FERITATIS (Ferocidad abominable) consistía en hervir en vinagre a los personajes de postín que, por el motivo que fuere, se murieran lejos del terruño. Así pues, si tal noble o monarca entregaba la cuchara como consecuencia de una muerte heroica en tal batalla o simplemente a causa de una indigestión por la ingesta masiva de carne de venado, para que sus huesos pudieran reposar en el panteón familiar sin tener que acarrear al muerto dejando tras de sí un insoportable hedor a cadaverina, se cogía al fiambre y se cocía literalmente como un pollo en un puchero. De ese modo, al desprenderse la carne de los huesos, mientras la primera era enterrada in situ, la osamenta era trasladada al lugar de origen del occiso. Como la carne se pudriría de todas formas, daban al parecer más importancia a los huesos. Pero anatemas papales aparte, dicha costumbre se siguió llevando a cabo incluso por la misma Iglesia a fin de obtener de forma rápida reliquias de ciudadanos canonizados sin tener que esperar a que, por el proceso natural de la putrefacción, el cadáver quedara reducido a los huesos. Recordemos que la venta de dichas reliquias era una fuente de ingresos muy notable durante la Edad Media.

Un ángel purifica con incienso el sarcófago de un tal
obispo Teodomiro
5. Los enterramientos no se empezaron a llevar a cabo en las iglesias o junto a ellas hasta finales del siglo VII. Antes de dicha época y siguiendo la costumbre habitual en el mundo romano, a los muertos se los mandaba fuera de las ciudades. Sin embargo, el clero vio en el tema sepulcral otra oportunidad de negocio, como se dice ahora. Los primeros en ser sepultados en los templos fueron las jerarquías eclesiásticas, las cuales fueron rápidamente imitadas por la realeza y la nobleza, que preferían estar en un lugar sagrado a la espera de la Resurrección. Está de más decir que el clero aprovechó la moda para, a cambio de un hoyo donde meterlo a uno, le cobraban un estipendio en función de la categoría del templo y del lugar dentro del mismo ya que ir a parar bajo el altar mayor era obviamente más caro que acabar en una capilla oscura o en el trascoro. Dicha costumbre se acabó imponiendo en todos los estratos sociales si bien la plebe, como está mandado, se tuvo que conformar con ser enterrado junto a la iglesia. También era más barato, eso sí...

Tejo en un cementerio inglés. El desmedido diámetro que
alcanzan algunos de estos árboles se debe simplemente a
que, en realidad, el tronco está formado por los de varios
árboles fundidos en uno solo con el paso de los siglos
6. Como acompañamiento a las sepulturas, desde muy antiguo ya era habitual el plantar cipreses en los cementerios. La elección de este árbol no se debía más que una mera cuestión simbólica ya que es una especie muy longeva y de hoja perenne, por lo que jamás queda así como feucho y pelado en otoño. En la brumosa Inglaterra (Dios maldiga a Nelson) se hizo más popular el tejo, un árbol que, además de venenoso como una cobra (el padre de Hamlet es muerto por su hermano Claudio vertiéndole veneno de tejo por un oído), es aún más longevo que el ciprés. De hecho, puede ser milenario e incluso hay quien afirma que, en teoría, es inmortal ya que se auto-reproduce cuando "sabe" que tiene una enfermedad que acabará con él. Así pues, el tejo, aunque de aspecto diferente al ciprés, tiene las mismas cualidades simbólicas: es muy longevo y la hoja es perenne. Es más, se dice que era costumbre plantar un tejo sobre cualquier tumba aunque el difunto acabase en un hoyo en mitad del campo, y algunos afirman incluso que ese proceder proliferó tanto que se podría decir que bajo cada tejo que hay en la isla hay un muerto.

Entierro medieval
7. Referente al posicionamiento del cadáver a la hora de enterrarlo, casi todo el mundo piensa que es una costumbre exclusivamente musulmana, que ponen al finado vuelto en dirección a La Meca. Sin embargo, el cristianismo también tenía sus normas al respecto, y consistía en que el muerto debía reposar con la cabeza hacia poniente, de forma que al incorporarse el día de la Resurrección mirase directamente hacia el este, lugar por donde sale el sol asociado desde los tiempos más remotos a todas las divinidades habidas y por haber. Del mismo modo, los que eran sepultados en iglesias debían mantener la misma posición. Así, al incorporarse lo harían mirando hacia el altar que, según las normas arquitectónicas cristianas, está también orientado hacia el este (de poner algo mirando hacia el este, o sea, hacia oriente, es de donde provine el término orientar). Por el contrario, el clero sepultado en los templos era colocado al revés, con la cabeza hacia el este y los pies hacia poniente, para poder resucitar mirando a sus fieles como en vida. Obviamente, la costumbre de orientar a los muertos ya no se practica debido a la masificación de los cementerios modernos, en los que la población mortuoria es ubicada de cualquier forma. De ese modo, cuando las trompetas del Juicio suenen y el personal salga de sus tumbas con jeta de despistados, puede que se encuentren nuevamente con suegras y cuñados y que, en un arrebato de postrera y definitiva ira, se condenen para siempre por cabrearse justo antes de ser juzgados sin posibilidad de remisión. 

y 8. El término cementerio tiene su origen en el palabro griego koimhthrion (koimhthrion), que no significa otra cosa que dormitorio. Pero para sueños eternos, naturalmente.

Bueno, es hora del sacrosanto yantar. En todo caso, recuerden vuecedes que el tiempo es el enemigo inexorable del hombre, y que OMNES VVLNERANT VLTIMA NECAT

Hale, he dicho

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