En el imaginario popular, las escalas son la esencia del asalto a una fortificación. Hasta los cuñados más ignorantes y con el cerebro medio licuado por la ingesta abusiva de zumo de cebada y del constante visionado de partidos de balompié de todas las ligas y liguillas de nuestro Sistema Solar saben que, a falta de ingenios más efectivos, las escalas eran el recurso habitual para intentar acceder al interior de una fortaleza cuando a uno no lo invitaban amablemente a entrar por la puerta.
Pero esto de las escalas se extiende en el tiempo hacia atrás muchos siglos antes de que llegara lo que hemos catalogado los hombres modernos como la Edad Media, y sus diseños también iban bastante más allá de la típica morfología que todos conocemos y que, de hecho, aún están en uso para alcanzar sitios que, por nuestra estatura, quedan fuera de nuestro alcance, V.gr., las aceitunas de un olivo, la caja de empalmes que siempre nos produce un misterioso corto-circuito o los postes de la luz y catenarias ferroviarias de donde probos inmigrantes de los antiguos países del este de Europa obtienen kilómetros de valioso cable de cobre que luego revenden para obtener su sustento.
A la derecha tenemos la que quizás sea la escena de un asalto más antigua que se conoce, y que se puede admirar en la decoración de la tumba tebana del general Intef, un militar que sirvió bajo el reinado del faraón Mentuhotep II, de la XI Dinastía, hacia el 2000 a.C. En dicha tumba el general legó a la posteridad sus muchos logros militares, entre los que aparecen sus tropas asediando una ciudad posiblemente palestina y en la que vemos dos escalas apoyadas en las murallas. Por lo demás, la vívida escena muestra a la derecha de la imagen uno de los soldados del faraón en pleno ascenso por una de las escalas mientras que otro, hacha en mano, intenta derribar una de las puertas de la ciudad. En lo alto de sus murallas, mogollón de ciudadanos, cuñados incluidos, imploran a los dioses que los libren de sus enemigos mientras el resto de las tropas faraónicas se entretienen fuera del recinto dando cumplida cuenta de algunos enemigos que pasaban por allí. Así pues, como vemos, esto de las escalas es bastante antiguo ya que hablamos en este caso de una representación gráfica "apenas" 3.000 años anterior al periodo que todos conocemos mejor de la Edad Media: el comprendido entre el año 1000 y el final de la misma en las postrimerías del siglo XV.
Está de más decir que en todo el mundo antiguo se usaron escalas para forzar los asaltos a las fortificaciones durante las guerras entre las naciones de la época: hititas, asirios, griegos y romanos también las emplearon cuando se terció y eso que, a partir de la hegemonía de las ciudades estado helénicas los inventos poliorcéticos proliferaron enormemente, pero no por ello relegaron al olvido a la modesta y polivalente escala. A la izquierda tenemos otro ejemplo sobre el uso de escalas convencionales, en este caso formando parte de la decoración del palacio del monarca asirio Tiglatpileser III (745-727 a.C.) el cual, según las crónicas, no perdía una batalla ni dejándose ganar por lo que a su muerte legó un imperio mucho más grande que el que recibió de su padre Adadnarari III.
A partir del siglo XIII comenzó un proceso que culminó en los albores del Renacimiento, cuando el ingenio y el conocimiento recobraron sus fuerzas tras el extraño estancamiento intelectual de la Alta Edad Media, y en el que proliferaron multitud de tratados sobre poliorcética basados por lo general en obras de autores clásicos, principalmente de Vitrubio o Vegecio. De ese modo, autores como Guido da Vigevano, Roberto Valturio, Konrad Kyeser, Mariano di Jacopo o Jan Gruter, o manuscritos anónimos como los de las Guerras Husitas o el Códice Latino de Múnich, dieron a conocer a todo aquel que pudiera pagar por sus obras (recordemos que en aquella época los libros estaban solo al alcance de unos pocos potentados) multitud de ingenios destinados a las cosas más variopintas, desde escafandras de buzo de muy dudosa eficacia (no se sabe de nadie que las probara) a puentes flotantes o plegables pasando por infinidad de máquinas, arietes, bastidas, catapultas y un larguísimo etcétera en el que se incluían, faltaría más, las escalas.
Y si alguno piensa que una escala solo puede ser más o menos de la forma tradicional, va listo. Vean, vean a lo que llegaba el ingenio de estos sujetos...
A la derecha tenemos varias escalas diseñadas por Gruter a cual más curiosa, independientemente de su operatividad. A la derecha tenemos la más peculiar: una escala formada por anchas y gruesas tiras de cuero unidas mediante grandes hebillas, lo que permitía portarlas enrolladas con los bastimentos de la hueste. Así mismo, añadiendo o quitando tramos se adaptaba perfectamente a la altura de la muralla. Cada tramo de correas se unían con los travesaños que se metían por los ojales abiertos a tal fin. Junto a ellas vemos unos guantes provistos de púas para trepar más... ¿fácilmente? en plan ninja por una muralla, y hasta ideó unas plantillas que, fijadas al calzado mediante unas correas, facilitaban trepar por un simple palo o una soga, lo que en teoría hacía muy fácil colarse en un castillo aprovechando la oscuridad de la noche. Estas plantillas funcionaban de forma más o menos similar a las que usan hoy día los ciudadanos dedicados a la poda de árboles o los que se suben en los postes de madera para las líneas telefónicas o eléctricas que aún quedan en nuestra geografía.
A la izquierda tenemos algunas escalas que aparecen en el Códice Latino de Múnich y que ciertamente no se quedan atrás en lo ingenioso ya que, en este caso, tenemos que las dos escalas de la derecha son plegables. La del extremo funciona mediante un mecanismo de tijera idéntico, por ejemplo, a los de esos tendederos que las parientas hacen colocar a sus maromos en los patios interiores de los bloques de pisos para tender la ropa. En su extremo superior está provista de unos ganchos para fijarla al parapeto de la muralla a invadir. La siguiente se pliega por tramos, los cuales quedan asegurados encajando en rebajes practicados a tal fin y asegurados mediante unos pasadores. Las otras dos son, aunque no lo crean, un diseño que proliferó bastante y que no era otra cosa que un poste provisto de cuñas por los que había que trepar literalmente como un macaco. Pero debían ser eficaces porque aparecen en varias obras de la época.
Valturio también se preocupó de diseñar escalas francamente curiosas. La de la izquierda pretende ser una escala desmontable a base de tramos que, como se ve, van atornillados unos a otros. Independientemente de su capacidad operativa tanto de esta como de otras que hemos visto, merece la peña reseñar que los diseños destinados a asaltar una fortificación de forma rápida y sigilosa estaban pensados para que ocupasen poco espacio, fuesen fácilmente transportables y, quizás lo más importante, que su longitud no fuese problema a la hora de toparse con una muralla más alta de la cuenta. De ese modo, podían adosar cualquiera de estos ingenios mediante una larga pértiga en el parapeto y tomar la fortaleza aprovechando la sorpresa. En cuanto al diseño de la derecha, pues es un poco más de lo mismo: círculos de cuerda unidos cada uno con un travesaño, los cuales eran trabados al siguiente tal como vemos en el dibujo. De ese modo se podía fabricar una escala que llegase a la cima del Everest siempre y cuando hubiera suficientes aros los cuales, dicho sea de paso, eran sumamente fáciles de construir llegado el caso de que hicieran falta más de los disponibles, los cuales ocuparían muy poco sitio en el tren de pertrechos de un ejército.
Pero no solo diseñaron escalas para colarse de forma subrepticia en los castillos, sino también verdaderos ingenios de gran tamaño imprescindible para llevar a cabo asaltos en toda regla que, además, requerían un elevado número de tropas. En la imagen superior tenemos tres de ellos, en este caso diseñados por Di Jacopo y que consisten en escalas montadas sobre plataformas móviles que, para logar una altura considerable, estaban articuladas y eran accionadas mediante sistemas de contrapeso. Recordemos que las escalas convencionales lo tenían complicado en el momento en que la muralla a tomar superaba los siete u ocho metros. En esta muestra merece especial atención el diseño de la derecha el cual, además de disponer una plataforma para salvar un hipotético foso, va provista de un poste rematado por una especie de cofa naval en el que se situaban uno o más soldados, tantos como cupiesen, que hostigaban con disparos de ballesta a los defensores, protegiendo de ese modo a sus compañeros que subían por la escala. Estos ingenios no tenían problema a la hora de enfrentarse a murallas de alturas superiores a los diez o quince metros (como una casa de 5 plantas, que no es moco de pavo), si bien no eran, como muchos creen, construidos in situ, sino que eran transportados totalmente desmontados. Para ello, los ingenieros recurrían a carpinteros expertos en lo que se conoce como carpintería de armar, la cual permite fabricar estructuras que, una vez eran terminadas, se desmontaban y montaban a voluntad ya que las uniones eran mediante encastres de caja y clavijas y cosas así.
En fin, como hemos visto, el tema de las escalas era bastante más complejo y sofisticado, muy lejos de las escaleras de mano habituales que todos conocemos. Curiosamente, cuando las fortificaciones medievales pasaron a la historia y se fueron extendiendo los fuertes pirobalísticos, cuando la artillería lograba abrir una brecha en las murallas y se procedía al asalto de la misma, se volvieron a usar escalas convencionales. ¿Por qué? Muy simple: ya no había que superar las alturas inaccesibles de los añejos castillos, sino murallas derruidas por cuyos escombros era mucho más fácil ascender. Concluyo la entrada con una imagen correspondiente a una de las traducciones medievales que se hicieron de la obra de Flavio Vegecio "DE RE MILITARI" la cual, como comentaba al principio, sirvió de estímulo para las neuronas de los ingenieros medievales. En este caso, la escala es transportada por una tortuga móvil y su parte superior va rematada por un largo garfio que permitía fijarla a la muralla. Pero claro, una cosa es el diseño sobre papel y otra verse en ese palo mientras los ballesteros enemigos elegían tranquilamente en qué parte de tu cuerpo te clavarían el siguiente virote y el resto de la guarnición cruzaba apuestas sobre cuando tardarías en palmarla.
Güeno, ya'tá. S'acabó lo que se daba
Hale, he dicho
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