La evolución de la cota de placas que ya se estudiaron en su momento dio lugar a un tipo de armadura acorde con la moda masculina de la época. Así pues, de las largas y rígidas cotas como la que vemos en la imagen de la derecha y que fueron las precursoras por otro lado de las armaduras de platas renacentistas, surgió una variante que se ajustaba a la morfología de los jubones, unas prendas masculinas a modo de justillos que, por lo general, carecían de mangas y no iban más abajo de la cintura o, a lo sumo, de las caderas tal y como vemos en la imagen de cabecera. Estas armaduras son las que se conocieron como brigantinas, coracinas o jacos lorigados, términos estos que a continuación explicaremos.
Brigantina de inicios del siglo XVI. Como se puede apreciar, era habitual combinarlas con otros elementos defensivos como lorigas o piezas sueltas de armaduras de platas |
Como suele ser habitual en estos casos, es complicado dilucidar cual fue la palabra que se usó inicialmente para designar esta armadura. En su "Tesoro de la Lengua Castellana", Covarruvias solo hace referencia al jaco lorigado que, según él, era una variante más fuertemente armada del jaco, una especie de coleto fabricado con piel de cabra que más que como defensa servía para repeler el agua de la lluvia y el frío. Al añadirles como defensa una cota de malla es cuando se les denominó como jacos lorigados, y Leguina especifica que por su similitud con las brigantinas se los empezó a denominar con ese término que, en realidad es un galicismo proveniente de brigandine. Los gabachos adoptaron este término por mera asimilación ya que era el tipo de armaduras usadas por los brigands, o sea, la gente de armas de a pie a partir de la segunda mitad del siglo XV, que es cuando estas armaduras hacen acto de presencia en la panoplia militar europea. Como dato curioso, el término brigand es de donde proviene nuestra palabra brigante o bergante, que significa bandolero o bandido. El motivo de relacionar los brigands con los ciudadanos dados al latrocinio y el pillaje era a causa de que estas tropas a sueldo, cuando se veían en el paro, optaban por merodear y robar todo lo que podían como si de un político se tratase. En cuanto al término coracina, es un italianismo proveniente de un pequeño peto que, según algunos autores, usaban los antiguos soldados romanos para proteger el corazón. En cualquier caso, la cuestión es que en España se generalizaron los términos brigantina y coracina, quedando el de jaco lorigado más bien en desuso ya que, fieles a nuestra impenitente costumbre, solemos gustar más de las palabras extranjeras que de las nuestras propias. Aclarado pues el origen de los términos con que se designaban a estas armaduras, pasemos a estudiarlas con más detenimiento.
La brigantina tuvo su origen, como se ha dicho, en la segunda mitad del siglo XV. Según Leguina, originariamente se parecían más a las antiguas cotas de placas ya que estaban confeccionadas sobre una prenda de tela recia que llegaba hasta las rodillas y sin marcar la cintura como ocurrió después. La diferencia radicaba en que en vez de placas llevaba multitud de pequeñas launas que eran remachadas solapándose unas a otras, siendo este detalle lo que permitía abaratar la pieza ya que, obviamente, no era lo mismo batir metal para cubrir el pecho con una sola pieza que formar una coraza uniendo varias decenas de launas. En la imagen inferior podemos ver el aspecto del interior de una brigantina del último cuarto del siglo XV, cuando empezaron a adoptar la morfología de los jubones.
Como se puede apreciar, está conformada por launas rectangulares que se ajustan al cuerpo, permitiendo una movilidad bastante mayor que cuando se iba embutido en una armadura convencional. En algunos casos, como el que se muestra, la zona pectoral iba reforzada ya que, en vez de estar cubierta por launas pequeñas, se optaba por piezas más grandes tal como vemos en la imagen derecha, en la que he colocado sobrepuesta una de ellas tal como quedaría bajo la tela. La brigantina tenía una ventaja añadida, y era que podía ser fácilmente reparada ya que bastaría sustituir las launas dañadas por otras nuevas.
En origen, eran un tipo de armadura destinada sobre todo a los peones y hombres de armas con medios económicos como para costearse una de ellas. Obviamente, su precio era muy inferior al de las armaduras de platas y, de hecho, no era raro reciclar piezas deterioradas de estas para obtener la chapa acerada necesaria para la elaboración de las mismas. Su morfología más habitual era la convencional de los jubones: ajustados a la cintura, sin mangas y generalmente sin protección en el cuello. Ello obligaba, si se quería resguardar esta zona del cuerpo, a recurrir a gorgueras o a golas o mantos de obispo. Estas eran unas golas fabricadas de una malla especialmente tupida ya que se usaban anillas más pequeñas de lo habitual. Como protección adicional y para evitar roces en el cuello, iban forradas por el interior con cuero, fustán, lana o lino acolchados. La que aparece en la imagen superior es un ejemplar original fabricado en Alemania hacia 1530 y que contiene hiladas de anillas de bronce con meros fines decorativos y, ojo, no es precisamente liviana ya que, debido al espesor de las anillas, la pieza pesa 6,7 kg.
En otros casos se recurría a baberas que, además del cuello, cubrían la parte superior del pecho y la cara tal como aparece en la imagen de la derecha. Estas brigantinas, al igual que la que vimos más arriba, eran como se ha dicho una opción muy válida y fiable para proteger el cuerpo, permitiendo una movilidad bastante aceptable hasta el extremo de que eran usadas habitualmente por arqueros y ballesteros, hombres estos que debían realizar complejos movimientos para cargar y disparar sus armas. En cuando a su uso por parte de hombres de armas a pie, si sus medios económicos se lo permitían podían optar incluso por una brigantina fabricada a prueba o a media prueba que, como recordaremos, eran capaces de resistir el impacto de un virote disparado en el primer caso por una ballesta de torno o, en el segundo supuesto, de una ballesta de gafa. Como garantía de su calidad, el armero estampaba en una de las launas un cuño que así lo certificaba. Como es lógico, esta cualidad se reflejaba en el peso de la armadura ya que, a mayor resistencia, mayor grosor de las launas lo que se traducía en más peso. A título orientativo, una brigantina a prueba, las más pesadas, podía pesar dependiendo de las dimensiones corporales de su propietario alrededor de los 12-15 kg. Para complementar la defensa corporal se podía recurrir a lorigas y piezas sueltas de armaduras de placas como codales, guanteletes, quijotes y rodilleras que podrían adquirirse de arneses desechados o vendidos por piezas por los armeros.
Pero aunque, como se ha dicho, las brigantinas eran en origen un elemento defensivo para gente con pocos medios económicos, la nobleza no tardó mucho en adoptar este tipo de armadura. Por un lado, no eran tan engorrosas como las armaduras de platas al uso en el Renacimiento y, por otro, se ajustaban a la moda civil, cosa esta que muchos, como pasa hoy día, no se permitían dejar de lado. Así pues, no dudaron en hacerse fabricar brigantinas acorde a su rango que, como ya podemos suponer, tenían un acabado y unas calidades de materiales superiores a las de los hombres de armas. A la izquierda tenemos un ejemplar que se puede admirar en la colección del Museo Lázaro Galdiano, en Madrid. La pieza está fabricada con terciopelo rojo y las launas están remachadas a la tela con roblones de bronce en forma de rosetas. Unos pequeños faldones actúan como las escarcelas convencionales de las armaduras de platas y, como añadido, va provista de sendos perniles y mangas los cuales, como se ve, también llevan su dotación de launas interiores. Cabe suponer que la libertad de movimientos que permitiría una armadura así era una delicia comparándola con la de una armadura convencional. Por lo demás, la pieza está datada hacia principios del siglo XVI.
De hecho, las brigantinas alcanzaron una gran popularidad a lo largo de su vida operativa, que se alargó durante todo el siglo XVI e incluso hasta inicios del XVII, si bien en esa época postrera solo estuvo en uso en Inglaterra, en manos de los colonos que marcharon a América ya que les brindaban una buena protección contra el primitivo armamento de los indios. Y no solo gozaron de gran popularidad como armamento defensivo para la guerra, sino que se llegaron a fabricar brigantinas para justas provistas de un ristre como la que vemos en la imagen de la derecha, depositada en el castillo de Churburg, y que perteneció a un tal Jakob von Ems. La pieza es de manufactura florentina, y está datada entre el último cuarto del siglo XV y el año 1500. Se trata, como vemos, de una pieza provista de un ristre que está unido a la placa derecha del pecho, estando toda la armadura forrada de seda. Las launas están remachadas mediante grupos de tres roblones, método éste bastante habitual que veremos más adelante. Por lo demás, no debemos extrañarnos al ver estas brigantinas de torneo ya que, si las comparamos con los masivos arneses propios de este deporte marcial, daría la impresión de que no resistirían el primer envite. Pero debemos recordar que las justas durante el Renacimiento ya no eran tan, digamos, agresivas como antaño, y ya se había extendido el uso de lanzas bordonas, o sea, lanzas huecas que se partían fácilmente porque lo que se buscaba era la precisión del golpe más que echar por tierra y dejar tullido al contrincante, para lo cual estaban provistas de puntas jostradas con el mismo fin.
Restaría por mencionar una variante de las brigantinas cuyas launas, en vez de ir remachadas, estaban cosidas a la tela. Eran unos jacos propios de hombres de armas, nunca de nobles, que tuvieron bastante difusión en Inglaterra. Su aspecto, como vemos en la foto de la izquierda, es prácticamente el mismo que el de una brigantina salvo por la diferencia de que no se aprecian los remaches que unían las launas al tejido, sino que en su lugar se aprecia un entramado de fino cordel de cáñamo con la misma finalidad. Como es evidente, este tipo de armadura era de un precio muy inferior al de una brigantina al uso ya que solo el precio de los remaches, que recordemos que había que fabricar uno a uno, ya suponía un gasto notable. Pero ello no era óbice para que estos jacos ofrecieran una protección similar, y vistiendo bajo el mismo una camisa de malla podía uno irse a rebanar pescuezos con el cuerpo y los brazos perfectamente protegidos.
Bueno, como ya me he enrollado bastante, dejamos para mañana todo lo concerniente a la fabricación de estas armaduras, así como algún que otro detalle interesante que merece ser tenido en cuenta.
Hale, he dicho...
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