miércoles, 11 de febrero de 2015

Rejas y cancelas


Reja de una casamata del fuerte de Gracia (Elvas, Portugal). Sus barrotes de más de cinco centímetros de sección
dispuestos de forma romboidal convertían el vano en algo infranqueable salvo que se optase por volarlo

Reja de acceso a la casamata anterior.
Como se ve, el sistema de cierre es mediante
una tranca basculante que permitía bloquear
el paso en cuestión de escasos segundos
Puede que más de uno se haya preguntado al visitar un castillo qué sentido tenía cerrar con una pesada cancela un pasillo o un vano que, en apariencia, no conducía a ningún sitio importante. Sin embargo, y aunque actualmente es muy difícil ver un castillo con sus rejas originales, en su época era éste un accesorio que tuvo bastante difusión por las razones que a continuación se expondrán. Por desgracia, el expolio ha sido la tónica habitual desde que las fortificaciones medievales dejaron de estar operativas y pasaron de ser gallardos castillos a viejas ruinas sin otro uso que el de rediles para ganado, cementerios de pueblo, silos o, con suerte, cuarteles, lo que los libraba en éste último caso del abandono más absoluto. Sus valiosos materiales de construcción- buena sillería, ventanales, jambas y dinteles de puertas- los hacía especialmente codiciados para el vecindario próximo y las rejas, sobre todo, eran motivo de gran interés entre el personal ya que, en aquella época, eran muy caras por requerir mucha mano de obra. Recordemos que hablamos de una época en que las laminadoras no existían y que cada barrote se obtenía martilleando durante horas.

Un ejemplo de lo laborioso que podía ser el fabricar una reja normal y corriente para una puerta lo tenemos en la ilustración de la izquierda, donde aparece el despiece de una cancela trabada por cuadrantes a fin de complicar aún más el intentar abrir los barrotes. Según podemos observar, los travesaños están perforados hasta la mitad, de forma que en un cuadrante harán de  macho y en otros de hembra. El conjunto era rematado por dos largueros verticales en los que los extremos de los barrotes eran calentados al rojo vivo para ser remachados. En un lado se habían introducido goznes para el giro y, en este caso, incluso muestra un gorrón inferior que va encastrado en un casquillo el cual iría empotrado en una rangua de piedra en el suelo. Una reja así, provista de sólidos cerrojos y con unos barrotes de cuatro o cinco centímetros de sección solo podía abrirse a cañonazos. ¿Cuál era pues su misión? Pues no eran más que eficaces pero económicas sustitutas de los rastrillos. Sí, una reja era cara, pero mucho más lo era un rastrillo que no solo requería de complejos mecanismos para su funcionamiento, sino incluso de engorrosas obras para adaptar las puertas para su uso en caso de haber sido construidas sin contar con los mismos. Y además de baratas, las cancelas podían ser cerradas con muchísima más presteza que los rastrillos, bastando solo dar el portazo y echar los cerrojos para bloquear el vano de una puerta.

Sin embargo, puede que llame más la atención del visitante cuando ve en la ventana de una torre, a una altura notable, los orificios en los sillares que delatan que allí hubo una reja tal como vemos en la foto de la derecha. Se preguntará seguramente qué sentido tendría ponerla en una ventana inaccesible tanto por lo elevado de su ubicación como, quizás, por su pequeño tamaño, por el que igual no cabría una persona. Casi con toda seguridad pensará que las ponían para impedir que alguien se pudiera escapar de la estancia de la torre en la que se encuentra la ventana y, descolgándose por una soga fabricada con tiras de sábanas, tomar las de Villadiego. Pues no, no estaban ideadas para impedir escapar a nadie. Para eso ya había silos y mazmorras bajo tierra de las que uno no se escapaba como no fuera un topo. Esas rejas no tenían otro cometido que impedir que los bolaños o pellas lanzadas por las máquinas de sitio entraran en la torre, causando los daños que podemos imaginar. Una pella empapada de brea ardiendo podía incendiar todo el edificio si los entresuelos eran de madera, obligando además a los defensores a abandonar su reducto.

Así pues, estas rejas tenían un cometido claramente defensivo, actuando como barreras en los vanos de las ventanas ante la maquinaria neurobalística de la época. Y para tal fin, se colocaban en dichos vanos de diversas formas a cual más resistente. Una de ellas la tenemos a la izquierda, en la que vemos una reja que requería ser colocada a medida que se labraba el paramento donde iba colocada. Primeramente la hilada de sillares del alféizar en la que se empotraban los barrotes inferiores. Luego, a medida que se labraban las jambas se iban incrustando los barrotes laterales para, finalmente, cerrar el conjunto con la colocación del dintel. O sea, la reja quedaba literalmente empotrada en el muro, y para sacarla de su sitio sería preciso o cortarla o remover toda la sillería en la que están incrustados los barrotes. 

Este tipo de rejas trabadas, conocidas actualmente como “carcelarias” por su uso hasta épocas recientes en los establecimientos penitenciarios, no pueden abrirse de ninguna forma con herramientas convencionales. En algunos fuertes pirobalísticos se conservan rejas de este tipo con barrotes de varios centímetros de sección que solo a cañonazos sería posible dañar. No obstante, en los tratados medievales ya aparecen curiosos mecanismos ideados para vulnerar las cancelas y rejas de una fortificación, si bien su uso estaba condicionado a que no aliñaran a los que manejaban estos ingenios a virotazos. A la derecha tenemos dos de ellos. El de arriba corresponde a la obra de Valturio "DE RE MILITARI" y, como vemos, se basa en un tornillo sin fin que, en teoría, actuaría como el gato de un automóvil. El inferior es uno invento del prolífico de Konrad Gruter von Werden (c. 1370) autor de “DE REBVS ET MACHINIS MECHANICIS”, una de las muchas obras de la época atestada de las ideas más increíbles o de las modificaciones más peculiares sobre ingenios ya existentes. En este caso vemos una curiosa palanca para arrancar rejas si bien no explica cuantos hombres serían necesarios para lograrlo, ni tampoco si se encuentra situada a varios metros de altura. En cualquier caso, una reja como la que aparece en la ilustración, montada en el interior del vano, me temo que ni con la palanca de marras podrían sacarla de su sitio. Lo malo de estos compendios sobre ingenios de asedio de aquella época es que no solían plasmar datos sobre pruebas llevadas a cabo para corroborar su funcionamiento, de modo que nos quedamos siempre con la incertidumbre.

La otra forma de montaje podemos verla en la ilustración de la izquierda, siendo además el método más habitual por dos motivos. En primer lugar, porque facilitaba la sustitución de la reja en caso de que fuera dañada cosa que, como hemos visto en el caso anterior, era mucho más complicado de llevar a cabo cuando la reja quedaba empotrada dentro del vano. Sin embargo, según vemos en la ilustración, con este sistema de montaje bastaría perforar el muro para introducir los barrotes los cuales quedarían sellados y sólidamente fijados rellenando el espacio libre de cada orificio con plomo fundido. De esa forma, además, se impedía la entrada de agua que produjera la oxidación de los barrotes, lo que podría a llegar a debilitar enormemente la fijación de la reja al muro. Y, por otro lado, al quedar la reja separada varios centímetros del paramento dejaba espacio para disponer de visión vertical en caso de ataque, cosa que con el ejemplo anterior era obviamente imposible.


En la imagen derecha tenemos un tabuco ventanero cerrado con una reja empotrada en el grosor del muro. Como vemos en el detalle, la porción de barrotes introducidos en los orificios están prácticamente reducidos a la mínima expresión a causa del óxido que, como se comentó más arriba, produce el agua que se cuela por los agujeros y, con el paso de los siglos, destruyen sin problemas gruesos barrotes de hierro. En todo caso y tal como hemos podido ver, las rejas y las cancelas eran algo más que meros elementos decorativos. De hecho, era en lo último que debían pensar nuestros ancestros cuando instalaban una. No olvidemos, y es algo que nunca me canso de repetir, que nada, absolutamente nada de lo que veamos en una fortificación era superfluo. Todo, hasta el último detalle, estaba concebido para mejorar su capacidad defensiva aunque no seamos capaces de captarlo.

Bueno, ya vale por hoy.

Hale, he dicho

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