Reja de acceso a la casamata anterior.
Como se ve, el sistema de cierre es mediante una tranca basculante que permitía bloquear el paso en cuestión de escasos segundos |
Puede que más de uno se haya preguntado al visitar un castillo qué sentido
tenía cerrar con una pesada cancela un pasillo o un vano que, en apariencia, no conducía a ningún sitio importante. Sin embargo, y aunque actualmente es
muy difícil ver un castillo con sus rejas originales, en su época era éste un
accesorio que tuvo bastante difusión por las razones que a continuación se
expondrán. Por desgracia, el expolio ha sido la tónica habitual desde que las
fortificaciones medievales dejaron de estar operativas y pasaron de ser
gallardos castillos a viejas ruinas sin otro uso que el de rediles para ganado,
cementerios de pueblo, silos o, con suerte, cuarteles, lo que los libraba en
éste último caso del abandono más absoluto. Sus valiosos materiales de
construcción- buena sillería, ventanales, jambas y dinteles de puertas- los hacía
especialmente codiciados para el vecindario próximo y las rejas, sobre todo,
eran motivo de gran interés entre el personal ya que, en aquella época, eran
muy caras por requerir mucha mano de obra. Recordemos que hablamos de una época
en que las laminadoras no existían y que cada barrote se obtenía martilleando
durante horas.
Un ejemplo de lo laborioso que podía ser el fabricar una reja normal y corriente
para una puerta lo tenemos en la ilustración de la izquierda, donde aparece el
despiece de una cancela trabada por cuadrantes a fin de complicar aún más el
intentar abrir los barrotes. Según podemos observar, los travesaños están
perforados hasta la mitad, de forma que en un cuadrante harán de macho y
en otros de hembra. El conjunto era rematado por dos largueros verticales en
los que los extremos de los barrotes eran calentados al rojo vivo para ser
remachados. En un lado se habían introducido goznes para el giro y, en este
caso, incluso muestra un gorrón inferior que va encastrado en un casquillo el cual iría empotrado en una rangua de piedra en el suelo. Una reja así, provista de
sólidos cerrojos y con unos barrotes de cuatro o cinco centímetros de sección
solo podía abrirse a cañonazos. ¿Cuál era pues su misión? Pues no eran más que eficaces pero económicas
sustitutas de los rastrillos. Sí, una reja era cara, pero mucho más lo era un
rastrillo que no solo requería de complejos mecanismos para su funcionamiento,
sino incluso de engorrosas obras para adaptar las puertas para su uso en caso
de haber sido construidas sin contar con los mismos. Y además de baratas, las
cancelas podían ser cerradas con muchísima más presteza que los rastrillos,
bastando solo dar el portazo y echar los cerrojos para bloquear el vano de una
puerta.
Sin embargo, puede que llame más la atención del visitante cuando ve en la
ventana de una torre, a una altura notable, los orificios en los sillares que
delatan que allí hubo una reja tal como vemos en la foto de la derecha. Se
preguntará seguramente qué sentido tendría ponerla en una ventana inaccesible
tanto por lo elevado de su ubicación como, quizás, por su pequeño tamaño, por
el que igual no cabría una persona. Casi con toda seguridad pensará que las
ponían para impedir que alguien se pudiera escapar de la estancia de la torre
en la que se encuentra la ventana y, descolgándose por una soga fabricada con
tiras de sábanas, tomar las de Villadiego. Pues no, no estaban ideadas para
impedir escapar a nadie. Para eso ya había silos y mazmorras bajo tierra de las
que uno no se escapaba como no fuera un topo. Esas rejas no tenían otro
cometido que impedir que los bolaños o pellas lanzadas por las máquinas de
sitio entraran en la torre, causando los daños que podemos imaginar. Una pella
empapada de brea ardiendo podía incendiar todo el edificio si los entresuelos
eran de madera, obligando además a los defensores a abandonar su reducto.
Así pues, estas rejas tenían un cometido claramente defensivo, actuando
como barreras en los vanos de las ventanas ante la maquinaria neurobalística de
la época. Y para tal fin, se colocaban en dichos vanos de diversas formas a
cual más resistente. Una de ellas la tenemos a la izquierda, en la que vemos
una reja que requería ser colocada a medida que se labraba el paramento donde
iba colocada. Primeramente la hilada de sillares del alféizar en la que se
empotraban los barrotes inferiores. Luego, a medida que se labraban las jambas
se iban incrustando los barrotes laterales para, finalmente, cerrar el conjunto
con la colocación del dintel. O sea, la reja quedaba literalmente empotrada en
el muro, y para sacarla de su sitio sería preciso o cortarla o remover toda la
sillería en la que están incrustados los barrotes.
Este tipo de rejas trabadas, conocidas actualmente como “carcelarias” por
su uso hasta épocas recientes en los establecimientos penitenciarios, no pueden
abrirse de ninguna forma con herramientas convencionales. En algunos fuertes
pirobalísticos se conservan rejas de este tipo con barrotes de varios
centímetros de sección que solo a cañonazos sería posible dañar. No obstante,
en los tratados medievales ya aparecen curiosos mecanismos ideados para
vulnerar las cancelas y rejas de una fortificación, si bien su uso estaba
condicionado a que no aliñaran a los que manejaban estos ingenios a virotazos.
A la derecha tenemos dos de ellos. El de arriba corresponde a la obra de
Valturio "DE RE MILITARI" y, como vemos, se basa en un tornillo sin fin que, en teoría, actuaría
como el gato de un automóvil. El inferior es uno invento del prolífico de
Konrad Gruter von Werden (c. 1370) autor de “DE REBVS ET MACHINIS MECHANICIS”,
una de las muchas obras de la época atestada de las ideas más increíbles o de
las modificaciones más peculiares sobre ingenios ya existentes. En este caso
vemos una curiosa palanca para arrancar rejas si bien no explica cuantos
hombres serían necesarios para lograrlo, ni tampoco si se encuentra situada a
varios metros de altura. En cualquier caso, una reja como la que aparece en la
ilustración, montada en el interior del vano, me temo que ni con la palanca de
marras podrían sacarla de su sitio. Lo malo de estos compendios sobre ingenios
de asedio de aquella época es que no solían plasmar datos sobre pruebas
llevadas a cabo para corroborar su funcionamiento, de modo que nos quedamos
siempre con la incertidumbre.
La otra forma de montaje podemos verla en la ilustración de la izquierda,
siendo además el método más habitual por dos motivos. En primer lugar, porque
facilitaba la sustitución de la reja en caso de que fuera dañada cosa que, como
hemos visto en el caso anterior, era mucho más complicado de llevar a cabo
cuando la reja quedaba empotrada dentro del vano. Sin embargo, según vemos
en la ilustración, con este sistema de montaje bastaría perforar el muro para
introducir los barrotes los cuales quedarían sellados y sólidamente fijados
rellenando el espacio libre de cada orificio con plomo fundido. De esa forma,
además, se impedía la entrada de agua que produjera la oxidación de los
barrotes, lo que podría a llegar a debilitar enormemente la fijación de la reja
al muro. Y, por otro lado, al quedar la reja separada varios centímetros del
paramento dejaba espacio para disponer de visión vertical en caso de ataque,
cosa que con el ejemplo anterior era obviamente imposible.
En la imagen derecha tenemos un tabuco ventanero cerrado con una reja
empotrada en el grosor del muro. Como vemos en el detalle, la porción de
barrotes introducidos en los orificios están prácticamente reducidos a la
mínima expresión a causa del óxido que, como se comentó más arriba, produce el
agua que se cuela por los agujeros y, con el paso de los siglos, destruyen sin
problemas gruesos barrotes de hierro. En todo caso y tal como hemos podido ver,
las rejas y las cancelas eran algo más que meros elementos decorativos. De
hecho, era en lo último que debían pensar nuestros ancestros cuando instalaban
una. No olvidemos, y es algo que nunca me canso de repetir, que nada, absolutamente nada de lo que veamos en una fortificación era superfluo. Todo, hasta el último detalle, estaba concebido para mejorar su capacidad defensiva aunque no seamos capaces de captarlo.
Bueno, ya vale por hoy.
Hale, he dicho
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