Recreación de Agripina la Menor basada en el busto de la misma que se encuentra en el Museo Nacional de Varsovia |
Bueno, dicho esto procedamos. Como ya comentaba anteriormente, Julia Vipsania Agripina, o IVLIA VIPSANIA AGRIPPINA o AGRIPPINA MINOR si quieren fardar delante del cuñado sabihondo, era la cuarta de los seis hijos que la virtuosa Agripina la Mayor dio al nobilísimo Germánico, el más venerado varón de Roma. Su existencia fue un compendio de vicios que afloraron desde su adolescencia, siendo amante de su hermano Gaio Calígula, infiel a sus maridos y, faltaría más, presunta asesina del último de ellos, su tío el viejo Clau-Clau-Claudio al cual despachó camino del Averno en circunstancias poco claras, tanto que darían también para una entrada dedicada a este personaje tan pintoresco. En cualquier caso, lo que sí está claro como el agua es que Agripina había heredado de su madre la determinación de carácter que mostró durante toda su vida, pero su inagotable y vehemente obstinación fueron empleadas en otro fin menos noble: hacerse con el poder como fuera. Dotada de una ambición ilimitada y una incuestionable inteligencia, tuvo muy claro que por sí no podría nunca ostentar la guirnalda real, así que decidió valerse de su hijo para ser la que manejara los hilos del imperio.
Agripina coronando como emperador a su hijo Nerón. No debía imaginar como acabaría la cosa. |
Mujer extremadamente dominante y manipuladora, llegó al extremo de practicar el incesto con Nerón con tal de seguir ejerciendo su influencia sobre él si bien, al decir de los cronistas de la época, dichos actos contra natura eran bien aceptados por su retoño. Pero éste, como suele ocurrir con los hombres débiles de carácter provistos de poder infinito, acabó tan harto de las reconvenciones maternas acerca de su comportamiento que decidió liquidarla. Conviene tener presente que Agripina afeaba a su hijo las bestialidades que empezaba a cometer a medida que se iba sintiendo cada vez más seguro en el trono, y no ya por mera cuestión de moralidad, sino de índole práctica ya que tanto la plebe como el ejército acabarían hartándose de tener por monarca a un degenerado y un asesino, como así ocurrió. No obstante, el temor reverencial que sentía por su dominadora madre le impedía acabar por las buenas con su vida, y más aún que se supiera que su muerte había sido tramada por él ya que, al fin y al cabo, seguía siendo la hija del gran Germánico y eso aún pesaba mucho de cara a un pueblo que lo veneraba como a un dios aunque hubiese engendrado una prole de degenerados incurables.
Galera liburnia |
Así pues, el depravado Nerón empezó a urdir la mejor forma de finiquitarla sin despertar sospechas. Inicialmente se inclinó por mandar envenenarla, pero desechó la idea al saber que su madre, previendo desde hacía mucho tiempo a la vista de como las gastaban en su familia el acabar así, tuvo la precaución de ir habituando su organismo a los tósigos tomando mínimas dosis a modo de antídotos que, con el tiempo, la hicieron inmune a cualquier porquería que le dieran. Por lo tanto, pensó en ordenar apuñalarla, pero tampoco lo tuvo claro ya que, obviamente, él no podía ser el brazo ejecutor- dudo además que tuviera valor par hacerlo él mismo- por lo que el verdugo podría delatarlo. Según Suetonio, no sabiendo ya a qué recurrir, llegó incluso a mandar preparar sobre el techo del dormitorio materno un mecanismo mediante el cual se desplomarían sobre ella un gran número de pesados maderos a fin de aplastarla, pero alguien le dio el chivatazo y no pudo ser. Obviamente, la mano de Agripina era muy larga y tenía ojos y oídos en todas partes. Finalmente, fue su liberto Aniceto, el mismo que vimos en la entrada anterior como dio boleta a la infeliz Claudia Octavia, el que tramó una forma verdaderamente brillante de acabar con Agripina y que, además, sería imposible achacar a nadie la culpa del crimen. El invento consistía en una galera liburnia que, mediante un mecanismo, se partiera y se fuera a pique de inmediato. Obviamente, el "arma del delito" quedaría para siempre sepultada en el Tirreno y sería un naufragio más. Por otro lado, a Agripina le deleitaba en extremo navegar costeando en ese tipo de naves mientras que en la misma se daban saraos de esos de los buenos que duran varios días, así que sería fácil que acudiera sin sospechar nada.
Pintura romanticista en la que aparecen Agripina y Aceronia en el momento en que su nave se quiebra. Tras ella, un bote con dos verdugos rematan al personal. |
Para ello, Nerón, que desde hacía tiempo no le dirigía la palabra ni la admitía en su presencia, en la primavera del año 59, aprovechando unas fiestas dedicadas a Minerva la invitó a unirse a él en Baiae, donde la recibió con jeta de hijo amantísimo, le hizo mimitos y carantoñas y le dijo que la quería mucho y tal. Tras una larga velada, Nerón la despidió invitándola a volver a tierra en una galera especialmente engalanada para ella, cosa que hizo junto a dos criados suyos, Ceperio Galo y Aceronia. Muy contentita iba la taimada Agripina pensando que había recuperado el favor filial cuando, de repente, un dosel de la galera se desplomó sobre la cubierta, dejando caer una gran cantidad de plomo que habían añadido para acelerar el hundimiento. A Ceperio Galo lo pilló justo debajo y lo dejó seco allí mismo, pero Agripina y Aceronia pudieron saltar al mar mientras el resto de los pasajeros intentaban ponerse a salvo como fuera. Un grupo de hombres seguía al navío para comprobar el resultado del atentado, los cuales acechaban para rematar la faena si veían que Agripina podía sobrevivir. Pero la mema de Aceronia, al verlos, empezó a gritar pidiendo auxilio diciendo que era Agripina a ver si así la salvaban a ella primero, por lo que la emprendieron a golpes de remo y de bichero con ella. Así pues, mientras Aceronia se iba a hacer compañía a la galera, la suertuda e incombustible Agripina, que nadaba como una pescadilla a pesar de estar levemente herida, se dirigía a la costa donde unos esquifes que salieron a prestar ayuda la pusieron a salvo.
Cuando Nerón recibió la noticia de que su madre había sobrevivido al parricidio se quedó de piedra. El portador de la nueva fue Agerino, un liberto de Agripina, el cual le comunicó que le rogaba se abstuviera de visitarla a pesar de lo mucho que la quería porque necesitaba reponerse de la herida y tal. Para Nerón era más que evidente que su astuta madre se había dado cuenta de todo, y se acojonó en grado sumo pensando que, gracias a su popularidad, podría poner contra él no solo al pueblo sino incluso a los mismos pretorianos, los cuales aún guardaban un venerable recuerdo de Germánico. Naturalmente, está de más decir que fue el versátil Aniceto el que volvió a sacarle las castañas del fuego. Las cosas como son, ese hombre era un verdadero tesoro, qué carajo. Así pues, dejó caer junto a Agerino un puñal e inmediatamente lo recogió del suelo y lo acusó de haber intentado asesinar al césar, por lo que fue inmediatamente apresado y mandado estrangular sin demora. Al tal Agerino se le debió cortar la digestión, no esperando ni remotamente que su mero papel de mensajero iba a acabar de tan mala manera. Nerón, haciendo gala por enésima vez de una jeta granítica y alegando que la malvada Agripina había intentado cometer un regicidio por medio de su liberto, "ordenó" a Aniceto a que fuera en busca de su madre y la ejecutara por traidora al césar, al senado y al pueblo de Roma.
Hercúleo a punto de descargar un bastonazo sobre Agripina, la cual ni se inmuta. Le echó valor a la cosa. |
Sin más demora, Aniceto partió con un piquete de soldados a Baulo, la quinta de recreo donde se alojaba y donde incluso se había juntado bastante gente para interesarse por ella. Sin embargo, en cuanto vieron aparecer a Aniceto al frente de sus guardias salieron echando leches de allí, que era cosa sabida que cuando hacían acto de presencia tropas de forma sorpresiva en casa de algún ciudadano no era precisamente para llevarle una cesta de Navidad. Tras derribar la puerta e ir apresando a todos los criados y esclavos que no pudieron escapar a tiempo, finalmente encontraron a Agripina en una pequeña estancia acompañada de una única esclava que, en cuanto vio lo que se avecinaba, salió de allí a una velocidad increíble, dejando a su señora más sola que la una. Agripina, que de tonta no tenía un pelo, al ver que Aniceto no venía acompañado de su liberto Agerino sabía que su muerte era cosa hecha. Así pues, le hecho ovarios y les dijo:
- Si venís a visitarme, podéis volver y decir que estoy mejor. Pero si habéis venido a cometer alguna maldad, no pienso creer que sea por orden de mi hijo el que se me ejecute de forma tan injusta.
Nerón contempla el cadáver de su madre en la quinta de Baulo. Desde luego, aquel sujeto no estaba lo que se dice muy equilibrado que digamos. |
Obviamente, lo segundo lo debió decir para ver si así se ablandaba Aniceto. Pero al Aniceto no lo ablandaban ni hirviéndolo durante catorce horas seguidas así que, sin mediar más palabra, se abalanzaron contra ella. El primero en atacarla fue un capitán de galeras llamado Hercúleo, el cual le endilgó un bastonazo en la cabeza. Sin perder el ánimo, al ver que un centurión llamado Oloarito desenvainaba su espada y se dirigía hacia ella, se descubrió el torso y, señalándose el vientre, le gritó que la hiriera ahí, cosa a la que el centurión accedió amablemente asestándole una estocada en la barriga. A continuación fue acuchillada sin piedad. Tras su muerte, su cadáver fue presentado a Nerón el cual, en una postrera muestra de su monstruosa y depravada perversidad, la contempló detenidamente e incluso la palpó por todas partes, alabando las zonas del cuerpo materno que le parecían más hermosas y criticando las que no. Tras el necrofílico examen post-mortem ordenó que fuera incinerada y que sus cenizas no fueran enterradas si bien unos criados pudieron reunirlas más tarde para depositarlas en una tumba levantada en el camino que iba al monte Miceno. Recordemos que en el mundo romano era habitual la práctica de enterrar a sus muertos a los lados de los caminos y vías que salían de las ciudades.
Nerón inspirándose en la contemplación del Vesubio |
Como vemos, tuvo un final nada apropiado para una persona de su linaje, pero es lo que suele pasar cuando uno se mete en camisa de once varas y, para colmo, pretende hacer de un sádico totalmente enloquecido un títere en sus manos. Al parecer, la sombra de Agripina jamás abandonó a su perverso hijo, el cual tuvo el resto de su vida pesadillas en las que su madre lo perseguía. No obstante y para curarse en salud, que una cosa es el cargo de conciencia y otra evadirse de la culpa de cara a la galería, envió una carta al senado en la que, entre otras cosas, daba cumplida cuenta de como su malvada madre había mandado a su liberto Agerino para asesinarlo y que, sabedora de que el regicidio se había frustrado, se dio muerte ella misma abrumada por la culpa. Obviamente, ningún senador vio su cuerpo cosido a puñaladas ya que, de lo contrario, habría sido poco creíble imaginar semejante suicidio.
En fin, así acabo la alevosa y taimada Agripina la Menor con solo 43 años, la cual debió disfrutar como una enana cuando, desde el Averno, vio al monstruo de su hijo gimotear muy acojonado sin valor para quitarse la vida cuando Galba aporreaba la puerta de palacio para filetearlo por criminal, parricida, loco, asesino, ladrón, incendiario y un largo et cétera, y que tuvo que ser su fiel Epafrodito el que finalmente lo ayudase a hundirse el puñal en el cuello no sin antes advertir que qué gran artista iba a perder el mundo. Como es obvio, el gran artista se fue al carajo y el mundo siguió su curso tan campante.
Bueno, ya está.
Hale, he dicho
Supuesto retrato sedente de Agripina la Menor a edad madura en el Museo Vaticano |
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