Bueno, con esta entrada daremos comienzo a una serie dedicada a las diversas tipologías de yelmos usados en la Grecia del mundo antiguo, tema este que hasta ahora se ha tocado muy de pasada a la hora de hablar de las panoplias usadas por los hoplitas griegos o los falangitas macedonios. Pero antes de entrar en más profundidades conviene aclarar algunos detalles que deben ser tenidos en cuenta para tener una idea clara de cómo y por qué se fueron adoptando unos u otros tipos de yelmos a lo largo del tiempo, así como los motivos de su morfología o incluso de su decoración.
En primer lugar, debemos considerar que los ejércitos griegos fueron quizás los primeros en disponer de la panoplia más completa de su época-hablamos del primer milenio antes de Cristo-, debido ante todo al constante estado de guerra que mantenían entre las diversas naciones o ciudades estados que conformaban el territorio, así como por las agresiones por parte de los que los rodeaban tanto por oriente como occidente. Por otro lado, dentro del contexto social en que se desenvolvían los griegos en general prevalecía la figura del ciudadano-soldado. O sea, un hombre libre que tenía la obligación de acudir a la defensa del territorio si era preciso lo cual, como ha venido siendo habitual a lo largo de la historia, implicaba que cada uno de estos ciudadanos debía hacer ostentación de su rango, o sea, su riqueza, tanto como si se paseaba por la ágora en busca de cotilleos como a la hora de ir a dejar el pellejo en alguna escaramuza contra sus vecinos o contra los malvados persas de turno. De hecho, hasta el siglo IV a.C. cada ciudadano debía costearse su propio armamento, no siendo hasta esa época cuando el estado empezó a hacerse cargo de ese gasto que no era precisamente una nimiedad. Por poner un ejemplo, hacia el siglo VI a.C. el importe de una panoplia de hoplita básica era de 30 dracmas, lo que equivalía al salario de un mes de un artesano ateniense. De ahí que, como hemos dicho, las armas fueran, como en tantas culturas, símbolo inequívoco del rango de cada cual y, debido a su elevado precio, pasaban de padres a hijos como parte del patrimonio familiar; por otro lado, esto influía en la disparidad en lo referente a la uniformidad de las tropas ya que cada cual se armaba conforme a sus posibilidades económicas.
Coraza musculada de bronce. Al igual que los yelmos fabricados con este material, eran vulnerables a las armas de hierro |
Debido pues a la constante demanda de armas, el mundo griego alcanzó una depurada tecnología que pudiera proveer a sus ejércitos de las mejoras armas, tanto defensivas como ofensivas, a fin de poder escabechar al enemigo de forma adecuada y, naturalmente, volver vivo y razonablemente entero a su casa. En lo tocante al armamento defensivo, concretamente los yelmos que tocaremos en esta serie de entradas, durante todo el tiempo en que fueron la potencia militar de su tiempo y su expansión en la rivera del Mediterráneo un hecho consumado, la industria armera ubicada en las grandes polis se limitaron al uso del bronce a pesar de que siglos antes el hierro se había descubierto en Anatolia y Mesopotamia si bien su precio y su manufactura eran tan onerosos que, durante mucho tiempo, su uso se vio limitado solo a las armas ofensivas. Así pues, tanto los yelmos como las grebas y las corazas musculadas griegas siguieron siendo fabricadas con bronce debido a que su obtención era mucho más viable ya que el cobre se extraía en minas a cielo abierto. Así mismo eran tenido en cuenta su facilidad para ser fundido o forjado y su inmunidad a la corrosión, todo a cambio de un nivel de protección razonable. Obviamente, un yelmo de hierro habría sido mucho más resistente, pero ya sabemos que, en muchos casos, se obvian ciertas ventajas cuando los inconvenientes las superan con creces. Aparte de esto, el hecho de que se construyeran de bronce ha permitido que hayan llegado a nuestros días decenas y decenas de ejemplares, así que nos ha venido de perlas que se decantaran por ese material.
Bueno, con este breve introito creo que podrán vuecedes ponerse en situación y tener una clara idea de lo que se cocía entre los belicosos habitantes de aquella parte del mundo. Dicho esto, al grano pues...
El término con que los griegos denominaban de forma genérica a los yelmos era como kranos (kranos), el cual por cierto no debemos confundir con kranion (kraníon) que es de donde proviene el término cráneo. O sea, que las denominaciones que damos a las diversas tipologías que se conocen actualmente son debidas por lo general al lugar en donde se han encontrado. Ellos los llamaban cascos, sin más historias, fuesen del tipo que fuesen. El yelmo que nos ocupará hoy es el denominado como ilirio, el cual debe su nombre a que, durante las excavaciones realizadas en el siglo XIX, fueron hallados muchos de ellos en la Iliria, zona que actualmente ocupan Albania y la antigua Yugoslavia si bien se tiene constancia de que fue originario del Peloponeso y que alcanzó bastante difusión por toda Grecia. Actualmente se le considera como una evolución del denominado como Kegel (cono en alemán), una tipología surgida hacia el siglo VIII a.C. cuyo aspecto podemos ver en la ilustración de la derecha. Constaba de un casco formado por dos piezas, la calva y la parte que cubría la frente, los lados de la cabeza y la nuca. Sobre ella iban unidas a cada lado dos carrilleras remachadas y, coronando el conjunto, una cimera en forma de herradura más o menos decorada que posiblemente llevaría un penacho de crines teñidas de colores. Alrededor de la parte de los ojos se aprecian pequeños orificios, seguramente destinados a sujetar algún tipo de añadido decorativo en algún metal noble. Del mismo modo se pueden apreciar sendos orificios para el cordón de cuero que formaba el barbuquejo. Según Conolly, esta tipología no alcanzó apenas difusión, quizás a que debido al hecho de estar fabricado con varias piezas no lograba la resistencia adecuada. Sin embargo, fue el tipo que dio lugar al yelmo ilirio que surgió hacia mediados del siglo VII a.C. y del que se han diferenciado cuatro variantes.
A la izquierda tenemos la tipología más antigua, denominada como tipo I y que está datada hacia mediados del siglo VII a.C.. Estos yelmos, contrariamente al tipo Kegel que hemos visto más arriba, estaban fabricados en dos piezas, las cuales iban solapadas una sobre otra longitudinalmente desde la frente hasta la nuca. Eso se convirtió en el punto débil de estos cascos ya que, como es evidente, las soldaduras en bronce no tienen ni remotamente la solidez de las realizadas por caldeo con hierro, así que se reforzó en todo el contorno de la misma con un añadido provisto de dos nervaduras que servían como guía y soporte para la cresta o lofos (lofos). Esta estaba formada por un penacho fabricado con crines de caballo teñidas de colores las cuales eran embutidas en una cresta de madera igualmente decorada. En este caso, la sujeción al yelmo se realizaba atando dicha cresta a dos anillas o tetones situados en la frente y en la parte trasera del casco, sirviendo además de protección adicional en esa zona. De ahí que, debido al estar fabricado en dos mitades, la cresta debía obligatoriamente ir colocada de forma longitudinal. No se sabe con certeza el motivo de adoptar este tipo de adorno, si bien se cree que podría deberse a una mera cuestión de estatus o incluso para dar una apariencia más impresionante al portador de la misma. Aunque posteriormente sé se usaron como distintivos de rango, especialmente entre los romanos, el origen sigue siendo incierto como ya hemos dicho.
En cuanto a las guarniciones, tanto este tipo de yelmo como los demás que iremos viendo en sucesivas entradas carecían de ellas. Se supone, porque por desgracia no ha llegado a nuestros días ni el más mínimo rastro de las mismas, que el interior podría ir forrado con cuero, fieltro o lino, los cuales irían simplemente pegados o quizás rebordeando el casco, lo que podría explicar las perforaciones que se ven en todo su contorno. Otra posibilidad es que los combatientes protegieran su cabeza con un gorro como el que muestra esa conocida imagen de Patroclo mientras es curado por Aquiles. Dicho gorro podría actuar como guarnición o, lo más probable, sería un complemento de la misma para amortiguar mejor los golpes que se recibían. Debemos tener en cuenta que al carecer de guarniciones convencionales, la cabeza estaba en contacto directo con el yelmo, por lo que los trastazos eran absorbidos por el cráneo. Por lo demás, el tipo I proporcionaba una protección más bien escasa ya que dejaba la nuca a la vista y, además, tenía el inconveniente de que tapaba totalmente las orejas, disminuyendo así la capacidad auditiva del combatiente, defecto este que por cierto fue habitual hasta que fue corregido en la tipología más evolucionada del mismo.
A la izquierda tenemos las siguientes tipologías, la II y la III, datables hacia mediados y finales del siglo VI a.C. En ambos casos han sido provistos de cubrenucas, mejorando de ese modo el nivel de protección de la cabeza. Por lo demás, el diseño de estas dos tipologías apenas muestran diferencias entre sí salvo en el detalle frontal del tipo II en forma de nervaduras horizontales. Estas podían variar en cantidad entre una y tres. Por cierto que en el ejemplar de la foto se puede apreciar que carece de elementos de fijación para la cresta tal como vemos en la pieza de al lado, provisto de un tetón delantero y una anilla trasera. En este caso nos metemos en uno de los muchos pequeños enigmas que aún no han podido ser resueltos ya que no se sabe qué método seguían en casos así para fijar la cresta.
Línea de soldadura vista desde el interior |
La única teoría razonable que he leído a ese respecto es que podrían ir pegadas con algún tipo de pegamento resinoso si bien se me antoja que al primer espadazo la cresta se iría a hacer puñetas salvo que el pegamento de marras fuese más fuerte que el epoxídico que usamos en nuestros días, cosa que dudo. La cosa es que ni siquiera se aprecian en estos ejemplares orificios longitudinales que permitieran suponer que el soporte de madera se fijaba con clavos desde el interior del casco así que, de momento, nos quedamos con las ganas de saberlo con certeza. También cabe la posibilidad de que, en estos casos, el combatiente no usara la dichosa cresta pero, de ser así, ¿qué sentido tendría mantener las dos nervaduras que servían como guía? ¿Aumentar la protección tal vez, como ocurría con los yelmos renacentistas? Podría ser...
En cualquier caso, en la imagen inferior podemos ver el tipo IV, aparecido hacia el siglo VI a.C. y que ya muestra un nivel de acabado más elaborado que el de sus hermanos mayores. Además, se le abrieron en las carrilleras un espacio para dejar libres las orejas y mejorar así la capacidad auditiva del combatiente, no fuesen a tocar retirada y no se enterase, muriendo heroicamente por un mero despiste.
Además, se han añadido dos propuestas acerca de la fijación de la cresta. A la izquierda vemos una de ellas, consistente en una lámina de bronce que iría unida al soporte de madera. Dicha lámina se encajaría en el tetón delantero y se uniría mediante un cordón a la anilla trasera. En el centro vemos la otra opción, que sería unir ambos extremos con sendos cordones sin más. Por lo demás, en la parte inferior de las carrilleras he puesto el barbuquejo, formado por un cordón anudado por fuera. No obstante, la maleabilidad del material con que estaban fabricados permitía, como ocurría con las grebas, apretar dichas carrilleras contra la cara para lograr un mejor ajuste a la cabeza.
Por lo demás, los yelmos ilirios gozaron de especial popularidad entre los macedonios, ilirios e incluso algunos pueblos itálicos, así como yelmo para caballería debido a que dejaba la cara totalmente expuesta y permitía un mejor campo visual. Sin embargo, en otras zonas de Grecia no alcanzó semejante difusión, inclinándose por otras tipologías. En cualquier caso, el tipo ilirio estuvo operativo hasta el siglo V a.C., siendo siempre su principal defecto la nula protección que proporcionaba en la cara y que, en el tipo de combate cerrado que estilaban, era de vital importancia.
Bueno, ya seguiremos.
Hale, he dicho
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