La imagen que suele figurar en lugar preferente en el imaginario popular acerca de los obispos es la de un sujeto ricamente ataviado con su capa pluvial, su mitra y su báculo así como, de forma errónea en muchísimos casos, la de tipos orondos, viciosos, poco o nada dados a la caridad cristiana, taimados, lujuriosos y, ante todo, ávidos de poder. Obviamente, hubo de todo si bien no conviene olvidar que muchos de ellos fueron hombres dotados de una gran religiosidad que actuaron de una forma bastante decente e incluso fueron mecenas y promotores de grandes proyectos de todo tipo. De hecho, incluso sabemos que el alto clero medieval no solo estuvo formado por los segundones de la aristocracia o la realeza, y que hombres salidos del pueblo llano alcanzaron la mitra porque verdaderamente eran tipos capacitados, inteligentes y creían firmemente en que servían a los más elevados ideales. No obstante, no debemos caer en los tópicos anti-clericales tan de moda hoy día para juzgarlos tanto en cuanto sus principios y reglas de tipo moral y ético no son las de nuestros tiempos, y del mismo modo los que nos sucedan nos juzgarán porque les pareceremos indignos a sus ojos. Así pues, no olvidemos que tal como juzguemos seremos juzgados, amén y esas cosas que se dicen.
Durante la I Cruzada, muchos obispos no dudaron en cabalgar al frente de las tropas animando el cotarro y prometiendo la vida eterna por masacrar infieles a mansalva |
En cualquier caso, lo que muchos desconocen actualmente sobre el clero medieval es su faceta militar. Ciertamente, no es que las armas fueran un oficio habitual entre ellos, pero tampoco debemos olvidar que, tanto en cuanto eran, además de guías espirituales señores seculares, pues hubo más de uno y más de dos que no dudaron en ponerse al frente de sus tropas para meter en cintura a vasallos especialmente revoltosos o a vecinos insistentemente irritantes. Muchas de las diócesis repartidas por Europa conllevaban la posesión de territorios extensos de los que dependían multitud de personas y que, obviamente, eran codiciados por reyes e incluso nobles a los que les daba una higa los entredichos provenientes de Roma. Del mismo modo, ese mismo poder secular con el que estos obispos se veían revestidos les daba un poder político que, en muchos casos, bien en beneficio propio, bien en el de la Iglesia a la que servían o bien por aliarse con otros señores como ellos, les convertía en auténticas moscas cojoneras a los que no quedaba más remedio que someter por la fuerza de las armas. Pero recordemos que ellos tenían a su disposición la más efectiva de todas: el poder espiritual que, en muchos casos, bastaba para obligar a un ejército enemigo a dar media vuelta cuando se veían amenazados con la excomunión por atentar contra su autoridad proveniente del mismo Dios. Esto, que hoy día nos parece ridículo, en la Edad Media era mucho más serio de lo que la gente imagina, y el solo hecho de verse amenazados con la muerte sin confesión y expulsados de la comunidad cristiana le producía al personal tal terror que, antes de eso, eran capaces de dejar en la estacada a su señor con tal de no convertirse en un enemigo de Dios y de la Iglesia y acabar en el puñetero infierno para toda la eternidad tostándose como un torrezno. Con todo y a modo de ejemplo de lo que supone el poder espiritual, el mismo Hitler, que no dudó en invadir casi toda Europa y en provocar la muerte de decenas de millones de personas, no fue sin embargo capaz de ocupar el Vaticano por temor a que los miembros católicos de su ejército, que eran bastantes, se pudieran en plan borde por ver atacado a su líder espiritual, así que eso de tener el control de las almas del personal no es cosa baladí precisamente. Ni siquiera el implacable SS obersturmbannführer Herbert Kappler, jefe del RSHA en Roma y que estaba al tanto del coladero de judíos y demás "enemigos del estado" en que se había convertido el Vaticano, se atrevió a arrestar a Pío XII porque eso le habría supuesto aumentar en varios cientos de millones los enemigos del III Reich.
Thomas Becket, de cuyo asesinato ya hablamos en su día, se convirtió en un auténtico forúnculo en el culo de su otrora amigo y mentor Enrique II de Inglaterra, el cual tuvo que escabecharlo porque lo traía por la calle de la amargura debido precisamente a su poder espiritual |
Por colofón a este breve introito, debemos hacer mención a que, en muchos casos, el alto clero no alcanzaba su puesto por una cuestión vocacional, sino que se veían abocados a ellos por su condición de segundones o de meros hijos espurios. Así pues, para no dejarlos literalmente en la calle ya que el hermano mayor se quedaría con todo, que mejor que ponerlos al frente de diócesis dotadas con jugosas rentas que les permitían vivir conforme a su rango. Como es lógico, verse consagrado como clérigo no implicaba que, de forma cuasi milagrosa, un ángel les tocara con la punta de su ala para que, de repente, se vieran invadidos por un profundo fervor religioso. Antes al contrario, la inmensa mayoría en estos casos eran hombres normales y corrientes, con sus pasiones, sus vicios y, naturalmente, sus cualidades. De ahí que soportaran tan mal la castidad, que tuvieran sus amantes, sus hijos bastardos y, en el caso que nos ocupa, que estuvieran en algunos casos tan bien dotados para la milicia hasta el extremo de ser notables estrategas e incluso provistos de más testiculina que muchos de sus generales o incluso de sus hermanos mayores que, más apocados en cuestiones de carácter, se veían a veces apabullados por sus belicosos y mitrados hermanos menores. Y sin más historias, veamos algunos preclaros ejemplos de clérigos especialmente proclives a anteponer la espada al púlpito o al cilicio.
Odo, obispo de Bayeux
Este normando es quizás el ejemplo más antiguo del que tenemos información sobrada acerca de sus andanzas bélicas. Odo era medio hermano del duque Guillermo de Normandía. Su madre, Herleva, era hija de un curtidor de Falaise llamado Fulbert y, a pesar de ser absolutamente plebeya, debía estar dotada de altas prendas para mantenerse durante tantos años como la amante que, además de Odo, le dio a Roberto de Normandía otros tres retoños más: Roberto, que luego fue conde de Mortain y fue también fiel servidor del duque Guillermo, Emma, casada con el vizconde de Avranches y Muriel, casada con el señor de Ferté Macé. Para compensarla de tanto cariño y tanto bastardo, el duque Roberto casó a su fiel y abnegada amante con Herluin, vizconde de Conteville el cual debía tener un pescuezo como el de Fernando Alonso para soportar el descomunal peso de sus cuernos de cabrón consentido.
Odo, Guillermo y Robert celebrando consejo de guerra nada más arribar a Inglaterra |
Odo, que aparte de ser ciertamente inteligente tenía un carácter especialmente fogoso y dando a las alevosías, nació hacia 1036, si bien la fecha exacta se desconoce. A la vista de los títulos, prebendas y casorios con que proveyó a la estirpe bastarda de su padre, es evidente que Guillermo apreciaba a sus medio hermanos y que estaba en buenas relaciones con ellos. De hecho, a Odo lo hizo obispo de Bayeux en 1049, cuando aún no contaría con 2o años. Cuando el duque de Normandía organizó su expedición a Inglaterra a hacer valer sus derechos a la corona, Odo no dudó un instante en sumarse a la fiesta. Gracias a sus rentas del obispado pudo contribuir a la causa del duque aportando cien embarcaciones y una nutrida hueste con la que, en 1066, derrotaron al rey sajón Harold, del que también hablamos en su día acerca de su muerte en la jornada de Hastings. En muestra de agradecimiento, el flamante monarca inglés lo hizo Justicia Mayor del reino y primer conde de Kent, tras lo cual se dedicó a aumentar su patrimonio apoderándose, de mejor o peor grado, de hasta veintitrés condados más situados en la zona de East Anglia y el sureste de la isla, lo que lo convirtió en el noble más poderoso de la misma llegando a ser motejado con los peores epítetos por los nobles y señores sajones que veían como Odo, que no tenía que dar cuenta de sus actos más que a su medio hermano, campaba a sus anchas ya que incluso era el regente durante las ausencias del duque Guillermo.
Grabado decimonónico que muestra el instante en que el duque Guillermo arresta a su medio hermano |
Su codicia fue su perdición ya que tuvo que ser el mismo duque el que puso coto a sus depredaciones. Pero la gota que colmó su paciencia fue un suceso un tanto oscuro acaecido en 1082 que, al parecer, consistió en un plan mediante el cual el insaciable Odo pretendía armar una flota con la que se trasladaría al frente de un ejército para ocupar Roma y hacerse con el papado. Todo ello, naturalmente, a espaldas de su medio hermano el cual, lo último que querría, sería verse acusado de cómplice o instigador de semejante sacrilegio. Fue el mismo Guillermo el que prendió a su rebelde hermano presentándose ante él al frente de su guardia y diciéndole:
-Dios me libre de tocar al obispo de Bayeux, pero al que hago prisionero es al conde de Kent.
Cinco años a buen recaudo en el castillo de Rouen y verse privado de su título y sus vastos dominios le costó a Odo su intento de verse en la Santa Sede dirigiendo el cotarro. Solo en 1087, cuando Guillermo estaba en su lecho de muerte, su hermano menor Robert de Mortain logró convencerlo para que fuera liberado y se le restituyeran su título y sus tierras. Pero Odo no escarmentaba y tiempo le faltó tras la muerte de Guillermo para unirse a una conspiración urdida por varios nobles normandos entre los que se encontraban Geoffrey de Coutances, Richard Fitz Gilbert y su hermano Robert de Mortain.
Odo abandonando Rochester camino del exilio |
Los miembros del complot ponían como excusa su fidelidad al primogénito de Guillermo, Robert Curthose, ya que este había sido dejado de lado en favor de su hermano menor Guillermo, apodado Rufus (rufo o rojo) por su tez sanguínea, nombrado sucesor por el duque y monarca inglés. En cualquier caso, su participación en el complot para derrocar a Rufus se saldó en 1088 con un fracaso tras verse asediado durante siete semanas en el castillo de Paverny, en el que el Odo intentaba resistir a toda costa. Tras ser ocupado se refugió junto con su sobrino Robert Curthose en el castillo de Rochester que, tras ser también ocupado por las tropas reales, implicó el final de la rebelión. Tras el fracaso de la misma, Rufus exilió a Odo a pesar de que sus fieles le aconsejaban liquidarlo de una vez, retornando a su obispado de Bayeux. Allí decidió largarse a Sicilia, isla dominada en aquellos tiempos por los normandos, junto a su sobrino Robert Curthose para, a continuación sumarse ambos a la Primera Cruzada. Sin embargo, Odo no pasó de allí ya que falleció en Palermo a principios de 1097, siendo enterrado en la catedral bizantina de la ciudad. Debido a que este templo fue reformado en el siglo siguiente la tumba de Odo quedó sin marcar, desconociéndose actualmente el lugar donde reposan sus belicosas y rebeldes cenizas.
Bueno, esta es grosso modo la historia de nuestro primer obispo guerrero. Como vemos, su vida no fue precisamente un ejemplo en lo tocante a la piedad cristiana y tal, y tanto su carácter como actos fueron similares a los de cualquier noble de su tiempo. Fue desmedido, ambicioso y taimado, por lo que no se diferenció en mucho de sus coetáneos. Y antes de dar por finiquitada la entrada, algunas curiosidades curiosas más acerca de este peculiar personaje:
Fragmento del tapiz en el que se ve al duque Guillermo armado también con una maza o porra ordenando a sus tropas que se preparen para entrar en combate |
1. El hecho de que Odo aparezca en el Tapiz de Bayeux blandiendo una porra es achacado tradicionalmente al hecho de su condición de clérigo según la cual no podía derramar sangre cristiana. O sea, te podía hundir el cráneo, pero sin efusión de hematíes. Esa teoría se ve refutada por el hecho de que en el mismo tapiz aparece su medio hermano armado de la misma forma ya que la maza fue durante la Edad Media un arma propia de personajes de elevado rango y que, según se comentó en su día, incluso era la que portaban algunos cuerpos de guardias destinados a proteger a los monarcas, como ocurrió en España. La maza era, y de hecho aún es, símbolo del rango de quienes la usan o de quienes están bajo su protección, de ahí que los maceros aún aparecen en determinados actos en España como símbolo de representación o custodia de los monarcas.
2. Odo, independientemente de sus votos de celibato y castidad que se pasaría por donde todos imaginamos, tuvo descendencia. Se le conoce al menos un hijo bastardo por nombre Juan de Bayeux el cual también fue destinado al clero y acabó siendo capellán de su primo Enrique I, cuarto hijo del duque de Normandía y coronado como rey tras la muerte sin herederos de su hermano Rufus en 1100.
Catedral de Bayeux, consagrada el 14 de julio de 1077 |
3. A pesar de su condición de Justicia Mayor del reino, en 1076 fue procesado por haber estafado a la corona y a Lanfranc, arzobispo de Canterbury. El juicio, que se celebró en el páramo de Penenden, duró tres días y en el mismo se dilucidaban las usurpaciones que llevó a cabo Odo sobre unas tierras cuya propiedad estaban en realidad en aquel momento en tela de juicio por ser dominios del arzobispado de Canterbury arrebatados por el conde Godwine antes de la invasión normanda. Vamos, que se las apropió por la cara. Tras el proceso, la sentencia dictaminada por el consejo de nobles que actuó como jurado ordenaba la devolución de dichas tierras al obispo Lanfranc. Recordemos que en Inglaterra Odo era un conde, y que en este caso no defendía tierras de su diócesis en Francia, sino el producto de una usurpación como miembro de la nueva aristocracia normanda.
4. Además de estar bien dotado para temas militares y, sobre todo, para lo relacionado con el latrocinio, Odo era un arquitecto bastante competente. Bajo sus instrucciones, en 1059 se construyó la abadía de Troarn, así como las reformas de la catedral de Bayeux.
Mapa que muestra la situación del condado de Kent. En amarillo, las zonas que se anexionó durante sus rapiñas a lo largo de los quince años en los que ejerció la regencia de Inglaterra |
5. Aunque tradicionalmente se atribuye la autoría del Tapiz de Bayeux a la reina Matilde, esposa del duque Guillermo, parece ser que en realidad fue un encargo realizado por el mismo Odo para usarlo como motivo decorativo en la catedral de su sede de Bayeux, la cual fue consagrada once años después de haber tenido lugar la famosa batalla.
6. Solo el condado de Kent abarcaba 184 señoríos que, unidos a las tierras de las que se fue apoderando posteriormente, le supusieron no solo ser el mayor terrateniente de Inglaterra, sino también el hombre más rico ya que sus rentas alcanzaban la cifra de 3.000 libras esterlinas, una cifra cuasi astronómica en aquella época. Poseía además los castillos de Dover, Rochester, Deddington y Snettisham.
Castillo de Dover |
7. Su afán de rapiña llegó a tales extremos que se ganó el apodo de "El lobo hambriento", siendo además tachado de "arrogante", "ambicioso", "cruel", "tirano", "rapaz" y "miseria de la virtud". Esto le supuso ver como en 1087 se formara una rebelión contra su persona, siendo el objetivo de la misma apoderarse del castillo de Dover, sede de su condado y considerado como "la llave de Inglaterra". La rebelión fracasó, lo que supuso un empeoramiento de las relaciones entre Odo y sus vasallos y, naturalmente, un aumento notable del odio que todos sentían por él. De hecho, según la leyenda, cuando salió de Rochester camino del exilio sus antiguos vasallos lo esperaban gritando a todo pulmón que lo ahorcaran allí mismo, de la misma forma que él había aplicado una expeditiva justicia en sus dominios y se había dedicado a sablear a mansalva sin que nadie pudieran interponerse en su camino.
Hale, he dicho
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