El hoplita armado con un yelmo corintio es quizás la imagen más extendida de los ejércitos del mundo antiguo |
Indudablemente, dentro de todas las tipologías de yelmos usados por los pueblos griegos la corintia es la que todo el mundo suele asimilar a estos belicosos ciudadanos. Obviamente, en esto no solo ha intervenido la cinematografía, sino la infinidad de representaciones gráficas con las que decoraban todo tipo de cacharros de cerámica y en la que, de forma muy mayoritaria, aparece este tipo en sus diversas versiones. Por otro lado, es quizás la única denominación que no es moderna. Ya sabemos que la terminología que usamos para denominar el armamento del mundo antiguo procede del ingenio de historiadores y arqueólogos que, de forma más o menos acertada, los bautizaron como les pareció bien a fin de distinguir unas tipologías de otras, optando casi siempre por basarse en su morfología o por el lugar donde apareció el primer ejemplar de la misma tal como vimos en la entrada anterior, dedicada al tipo ilirio. Sin embargo, en este caso nos encontramos con que ya en su época eran llamados así, yelmos corintios. La información se la debemos a Herodoto (428-425 a.C.) el cual narra en su obra "Historia" como dos tribus libias que vivían junto al lago Tritonis (del cual no se conoce su situación geográfica e incluso es posible que desapareciera en algún momento de la historia), los maclies y los auseos, celebraban anualmente un festival dedicado a la diosa Atenea en la que se formaban dos grupos nutridos por doncellas las cuales combatían con piedras y palos para honrar la memoria de sus ancestros. Previamente al combate, "...el pueblo elige a la más hermosa de todas y la arman con un yelmo corintio (seguramente de la tipología más arcaica) y una panoplia griega para luego ser montada en un carro y ser llevada a lo largo de toda la orilla del lago". (Historia, 4.180.3). Así pues, tras el paseo en el carro estas mozuelas se daban de palos y algunas hasta palmaban, lo que achacaban a que eran falsas doncellas que habían sido castigadas por Atenea por haber mentido en lo tocante a su doncellez cuando, en realidad, eran unos pendones desorejados. Una forma un poco chorra de honrar tanto a los difuntos como a la diosa, digo yo...
Por cierto que, ya que mencionamos a Herodoto, lo verdaderamente curioso es lo que dice en el siguiente capítulo el cual reproduzco íntegramente:
"No puedo decir con qué armadura equipaban a sus doncellas antes de que los griegos vivieran cerca de ellos, pero supongo que la armadura era egipcia ya que sostengo que los griegos tomaron su escudo y su yelmo de Egipto"
Da que pensar, ¿no? Como ya sabemos, los griegos ya habían empezado a extender su influencia por toda la ribera mediterránea desde siglos antes con el consiguiente intercambio cultural con todos los pueblos con los que entraron en contacto, así que vete a saber. A la vista de esto, igual resulta que la falcata ibera, considerada como una evolución de la kopis o la machaira griegas, pues fue al revés, y que estas últimas tomaron nuestra falcata como modelo. Pero no nos desviemos del tema, que lo único que quería era dejar constancia de que el tipo corintio ya era conocido así antes de los tiempos de Cristo, así que vamos al grano.
Esta tipología surgió de forma simultánea a la del yelmo ilirio, hacia el siglo VIII a.C. alcanzando un nivel de popularidad mucho mayor ya que su diseño permitía una defensa más eficaz y, por otro lado, su sistema de fabricación le proporcionaba mayor solidez. Recordemos que el tipo ilirio tenía dos graves defectos: no protegía la cara, que quedaba totalmente despejada, y estaba fabricado en dos piezas, lo que lo hacía especialmente vulnerable por la zona de unión de ambas partes. Estos dos defectos se corrigieron sobradamente en el tipo corintio ya que, aunque hay constancia de algunos ejemplares fabricados en dos piezas, la norma era obtenerlos de una sola a base de batir una chapa de bronce. No obstante, a la derecha tenemos una pieza de una de las variantes más primitivas en la que, aparte de los desperfectos y reparaciones llevadas a cabo motivados por daños recibidos en combate, se puede apreciar perfectamente la unión entre las dos mitades que conforman el yelmo. Con todo, debemos tener en cuenta que fabricarlo en dos partes era mucho más barato que si se elaboraba en una sola, así que siempre cabe la posibilidad de que ciudadanos con menos poder adquisitivo- recordemos que la panoplia se la pagaban de su bolsillo- optaran por piezas de peor calidad pero más económicas. En cuanto a la protección del rostro, baste decir que, como se aprecia en la imagen, solo quedaban a la vista los ojos y una franja vertical más o menos ancha que iba desde el bigote hasta la barbilla.
Busto de Pericles portando un yelmo corintio |
Lógicamente, una mayor protección también conllevaba una serie de inconvenientes: el yelmo era más pesado- podía alcanzar los dos kilos-, el campo visual se reducía de forma notable y, en este caso, la capacidad auditiva se veía muy mermada ya que esta tipología carecía de aberturas u orificios junto a las orejas que permitieran oír mejor. No obstante, estos inconvenientes eran en parte soslayables debido a la forma de combatir de los hoplitas. Su formación en falange no requería ni tener el oído fino más que para escuchar los toques de bocina con que se deban las órdenes, y su campo visual necesario era el que tenía ante sus narices, donde estaría el enemigo. Lo que sí era un defecto de imposible solución era que, precisamente debido a su forma totalmente envolvente, tenían que ser fabricados a medida, lo cual suponía un gasto extra ya que no era viable la producción en masa y, por otro lado, no se podían aprovechar los recuperados en los campos de batalla o los heredados de los padres salvo que, casualmente, se encontraran con un yelmo cuyo anterior propietario tuviera la cabeza y "accesorios" de la misma repartidos de la misma forma. Bastaría una diferencia de solo dos centímetros menos desde los ojos a la coronilla para que el nuevo usuario quedara totalmente cegado, o la misma diferencia en la anchura del cráneo o el rostro le impedirían meter la cabeza dentro.
Por lo demás, su excesivo peso y la sensación de agobio que producía entre la tropa hizo habitual que, en las variantes más evolucionadas, se llevara echado hacia atrás, colocándoselo en su posición correcta solo a la hora de entrar en combate, siendo bastante habitual que veamos ese detalle en multitud de representaciones gráficas de la época como el busto de Pericles del párrafo anterior. Pero su mayor peso y su fabricación en una sola pieza no lo convertían en invulnerable, y menos si el enemigo iba armado con una buena espada o una lanza de hierro. De hecho, en museos y colecciones privadas se conservan yelmos de esta tipología en la que se aprecian, como vimos más arriba, los desperfectos causados en combate y, la vista de muchos de ellos, sus dueños no debieron escapar ilesos del golpe. A la izquierda tenemos un ejemplo bastante gráfico, una pieza de origen espartano que se conserva en el Museo Británico. Se pueden apreciar en la calva del mismo varias abolladuras y, en especial, una hendidura que debió dejar el cráneo de su usuario un tanto averiado. Por la anchura de la misma colijo que pudo tratarse de un lanzazo que le debió llegar casi con toda seguridad al cerebro, aliñando al probo y valeroso ciudadano en un santiamén para poder volver "sobre el escudo" para mayor gloria de su nombre.
En el gráfico inferior podemos ver la evolución de esta tipología de forma que nos resultará más fácil entender los cambios que fueron surgiendo a lo largo del tiempo. En todo caso, debemos tener en cuenta que el yelmo corintio fue la tipología más longeva de todas las usadas por los griegos ya que, según veremos a continuación, algunos llegaron al siglo I d.C.
Tipo A: Es la variante más primitiva, formando prácticamente un cilindro que se ajustaba a la cabeza y que no permitía echarlo para atrás cuando no se combatía. O sea, que o se llevaba puesto o colgando del cuerpo. En un clima cálido como el de Grecia, pasearse con ese chisme de bronce recalentado sobre la cabeza durante horas debía ser asaz irritante. En cuanto a su nivel de protección, esta variante carecía de barra nasal, llevando solo un pequeño escusón que protegía el entrecejo. En cuanto a la defensa del cuello y la nuca, aún era bastante deficiente ya que ambas zonas estaban totalmente expuestas a los tajos del enemigo. Estuvo operativo a lo largo del siglo VIII a.C.
Tipo B: Es una evolución del anterior cuya única diferencia radica en la adición de la barra nasal. Su uso se mantuvo desde mediados hasta principios del siglo VII a.C.
Tipo C: Esta variante ya muestra cambios notables. Tanto los laterales como la zona trasera se han alargado un poco y se ha aumentado el diámetro del yelmo por la zona inferior. De ese modo no solo se protege cuello y nuca, sino que permitía una mejor movilidad gracias al ala trasera que se impuso en las demás variantes. Otra peculiaridad de esta variante radica en la barra nasal, siempre con un acusado ángulo hacia fuera quizás para amortiguar los tajos de espada antes de que pudieran alcanzar la nariz. Este yelmo estuvo operativo durante los siglos VII y VI a.C.
Tipo D: Es una variante del anterior surgida en el siglo VI a.C. denominada MYROS y cuya única diferencia consistía en la decoración de la misma, con el reborde craneal y las cejas que fueron características de las variantes más avanzadas de esta tipología.
Tipo E: Versión contemporánea a la anterior usada por los pueblos itálicos, especialmente etruscos y apulios. Esta variante surgió debido a la costumbre que adoptaron de entrar en combate con el yelmo echado hacia la coronilla, lo que supuso disminuir su tamaño ya que solo necesitaban cubrir la bóveda craneana y parte de la nuca. El tipo E dio paso a las variantes H, I y J que veremos más adelante.
Tipo F: Esta variante, surgida en el siglo VI a.C., tiene la morfología más conocida del yelmo corintio. En este caso, tanto las carrilleras como la parte trasera del yelmo aumentan notablemente de tamaño de forma que cubren por completo el cuello y la nuca de su portador. En algunos ejemplares, la franja que queda entre las carrilleras del yelmo es cuasi inexistente, limitándose a una mera rendija por lo que la única zona vulnerable eran los ojos como si se tratase de un yelmo de cimera del siglo XIII.
Barbota italiana del último cuarto del siglo XV |
Tipo G: Esta variante es la culminación de esta tipología. Básicamente es igual a la anterior salvo por la decoración, consistente en el reborde craneal y las cejas. Muchos de ellos llevaban además delicados cincelados en la parte frontal del yelmo, así como en los laterales. A eso, añadir que se le abrieron dos aberturas para las orejas y poder así aumentar la capacidad auditiva. Esta variante, de una elegancia proverbial, fue por ello tomado por los artistas de todas las épocas como complemento de esculturas de dioses, héroes, etc. Además, su apariencia daba un aire especialmente agresivo al que lo portaba, siendo incluso resucitado durante el Renacimiento en forma de las elegantes barbotas que gozaron de tanta popularidad desde mediados del siglo XV hasta finales del XVI y que se inspiraron en las obras que les llegaron procedentes del mundo antiguo.
Tipos H, I y J: Variantes del tipo E que mencionamos más arriba que derivaron del corintio griego y gozaron de bastante popularidad entre los pueblos itálicos. Estos yelmos, que puede que más de uno los haya visto con unas proporciones extrañas, demasiado pequeños para cubrir enteramente una cabeza y con unas aberturas oculares mínimas, se prestan por ello a ciertas confusiones. Como se ha dicho, la costumbre de portar los yelmos corintios convencionales echados para atrás incluso en combate, los armeros de la zona fabricaron una serie de variantes que, conservando su apariencia original, eran válidos para su nueva forma de portarlos. O sea, que el visor y la barra nasal pasaban a convertirse en meros adornos porque estos cascos solo cubrían la parte superior de la cabeza tal como vemos en la ilustración de la derecha. Las diferencias entre las tres variantes radicaban solamente en la abertura frontal: en el caso de la H, iba cerrada en algunos tramos. En la I, totalmente cerrada, dejando solo el visor y la barra nasal. La J es la única que conservaba los rasgos originales de esta tipología. A eso, añadir que en algunos casos se les añadían carrilleras similares a las usadas en los yelmos áticos que ya veremos en su entrada correspondiente.
Por lo demás, el sistema de anclaje de los penachos era diferente al usado por los griegos. Por norma, y según era muy habitual entre los pueblos itálicos, estos yelmos iban provistos de un penacho longitudinal anclado a la calva mediante un soporte que podía ir soldado o ser removible según los ejemplos que vemos en el detalle inferior derecho aportados por Conolly. Dicho penacho, fabricado como era habitual con crines de caballo teñidas de colores, se sustentaba en una cresta de madera o incluso de bronce. Al penacho hay que añadir dos antenas laterales en las que se fijaban sendas plumas. Este tipo de yelmo, como decíamos, se mantuvo operativo hasta el siglo I d.C., especialmente entre los tribunos militares romanos que, pertenecientes a un estamento social superior, siempre buscaban elementos de su panoplia que los diferenciaran del resto de las tropas. Veamos a continuación algunas cuestiones referentes a los complementos de este tipo de yelmos.
Réplica actual de un yelmo etrusco corintio con carrilleras |
Las guarniciones
Como ya comentamos en la entrada sobre el tipo ilirio, no ha llegado a nuestros días ningún yelmo que nos permita saber con certeza cómo eran las guarniciones que usaban, habiendo teorías para todos los gustos. La opinión más generalizada es que las variantes más primitivas, A y B, llevaban el interior enteramente forrado de fieltro, lino o cuero, quedando fijado dicho forro al yelmo mediante un cosido a lo largo de todo su contorno gracias a las pequeñas perforaciones que se aprecian en los mismos. En la ilustración inferior podremos verlo con claridad:
Como vemos en el dibujo de la izquierda, todo el borde del yelmo va perforado. La guarnición se adaptaba al interior tras lo cual podía ser cosida como vemos en la ilustración central, o bien rebordeándola por fuera tal como aparece a la derecha. Esto permitiría sustituirla en caso de necesidad con gran facilidad con solo descoserla. Sin embargo, en las variantes posteriores desaparecen los orificios por lo que solo caben dos opciones: una, que el relleno fuera pegado. Y dos, que simplemente no usaran guarnición. Analicemos ambas posibilidades.
Los pegamentos de la época se basaban en resinas las cuales, una vez endurecidas, eran bastante complicadas de eliminar. Además, el fieltro o el lino con que se fabricaban los rellenos absorberían dichas resinas por lo que, finalmente, se convertirían en una plasta dura, rasposa y molesta para llevarla en contacto con la piel. Recordemos también que hay constancia del uso de gorros de cuero o algún material textil que, obviamente, estaba destinado a proteger la cabeza del roce del metal y del que ya dimos cuenta en la entrada anterior. Así pues, ello nos permitiría suponer que los yelmos de este tipo carecían de guarnición porque, además del tema del gorro, he observado un detalle ciertamente revelador en la decoración de una vasija la cual podemos ver arriba. Los que hayan leído La Ilíada puede que recuerden la expresión "los melenudos acayos" en referencia a los griegos, los cuales se dejaban crecer el pelo de forma notable formando una cascada de guedejas o trenzas que les llegaban muy por debajo de los hombros. Observemos ahora la escena superior, en la que cuatro hoplitas se están armando y todos sin excepción usan yelmos corintios. El segundo por la izquierda lleva su abundante melena recogida en un moño, mientras el siguiente tiene el pelo más corto pero lo lleva sujeto con una cinta y, por último, el de la derecha se está recogiendo el pelo en ese momento. ¿Qué sentido tendría recogerse el pelo, que en esa cantidad resultaría complicado de meter dentro de un casco? A mi entender, la intención era que fuesen precisamente sus largas melenas las que actuasen como guarnición, rellenando con ellas el espacio libre y sirviendo para amortiguar los golpes. Y si a alguien le parece una teoría descabellada añado, y eso se sabe con certeza absoluta, que los toreros de principios del siglo XIX se recogían el pelo con una redecilla para protegerse la nuca de las costaladas que les propinaban los broncos morlacos de la época, detalle que cualquiera puede comprobar en las ilustraciones de aquellos tiempos y que, para los amantes de conocer las fuentes donde me ilustro, leí en su día en el Cossío, que es la biblia de la tauromaquia. O sea, que una buena mata de pelo bien apelmazada es, al fin y al cabo, tanto o más consistente que una capa de fieltro de menos de un centímetro de espesor.
En todo caso, debemos recordar que, como era habitual en los yelmos de bronce, la maleabilidad del material permitía además ajustar las carrilleras a la cabeza para impedir que el casco bailara en la cabeza o, lo que era peor, saliera despedido en pleno combate. Si unimos este detalle a lo dicho más arriba creo que podemos dar por sentado que la eliminación del relleno interior no es una insensatez.
El maldito enigma de los penachos
Sí, maldito enigma porque no hay tampoco forma de tener nada en claro. Pero vayamos por partes. Hay mogollón de representaciones tanto gráficas como escultóricas en las que es más que evidente que se usaban penachos, lo cual tampoco tendría nada de extraordinario si pudiéramos saber cómo los fijaban al yelmo. En la imagen de la derecha tenemos cuatro figuritas de diversas épocas y procedencias las cuales nos dejan bien claro que se usaban si bien la segunda por la derecha, procedente de Esparta, es la única que muestra un penacho transversal, variante esta de la que también hay constancia en un fragmento de cerámica de la misma procedencia y que, según algunos autores, podrían ser de uso exclusivo para personajes de elevado rango o incluso monarcas. Pero, en todo caso, repito, es evidente que usaban los dichosos penachos.
Connolly aporta una teoría acerca de la fijación de los mismos basada en un ejemplar conservado en Berlín, la cual vemos a la izquierda. Al parecer, ese ejemplar muestra dos pequeños ganchos en la parte delantera y uno en la trasera que permitirían fijar el soporte con un pasador por delante y un cordón por detrás, tal como se muestra en la ilustración. Sin embargo, considerando que es el único yelmo en el que se han detectado estos ganchos me resulta muy atrevido, aun partiendo de Conolly, asegurar que este sistema era el habitual porque no hay constancia de que haya otros yelmos corintios provistos de este accesorio. O sea, no es la respuesta definitiva, al menos para mí.
Por otro lado, tenemos los ejemplos que nos aportan las esculturas de la época como la que vemos a la derecha. En este caso, el soporte estaría fabricado de bronce y soldado o remachado a la calva del casco, uniéndose a continuación el penacho con su cresta de madera pintada de colores. Conozco al menos un yelmo que lleva una especie de cimera de bronce el cual, aunque es de otra tipología y no lleva penacho sino que va rematada con una cabeza de carnero, concuerda en este caso con esta solución. Pero, ¿qué pasa con la infinidad de yelmos que se conservan en museos y colecciones privadas que no tienen el más mínimo rastro de nada que indique que se les podía poner un penacho? ¿Cómo es posible que haya cantidades masivas de representaciones de todo tipo en la que aparecen yelmos corintios con el puñetero penacho y que no haya sobrevivido uno solo que nos permita saber qué métodos seguían para fijarlos a la calva?
Solo se me ocurren dos posibilidades y conste que, en todo lo que llevo leído al respecto, no se aporta ninguna teoría y la mayoría se quedan en que no se sabe como lo hacían. Algún autor sugiere que podrían ser crestas de bronce soldadas pero, ¿cómo es que no ha sobrevivido ni una sola, o no se ven rastros de soldaduras en un solo ejemplar? Así pues, como digo, solo quedan dos teorías que, al no haber más tienen que ser válidas las dos o, al menos, una de ellas:
1. Que fueran pegados, cosa que se me antoja poco práctica ya que bastaría un tajo para arrancarla salvo que los griegos hubiesen inventado el epoxi, cosa que dudo. Tampoco vale la teoría de que irían clavados desde dentro ya que no hay ni rastro de orificios en la calva de estos yelmos. O sea, que aunque poco práctico y con la perspectiva de tener que repararlas con frecuencia, podemos pensar que estos penachos podrían ir pegados con resina.
La elevada meticulosidad de las representaciones artísticas griegas nos han permitido conocer hasta el último detalle de su panoplia... menos lo de los malditos penachos, carajo |
2. Que solo usaran el penacho personajes muy señalados como símbolo de su rango. Esto disminuiría el número de ejemplares con posibilidades de tener elementos de fijación y, además, si eran enterrados con sus panoplias como era habitual podría explicar por qué no ha llegado ni uno solo a nuestros días. Sí, ya sé que en las decoraciones de la cerámica griega es muy frecuente ver el penacho, pero reparemos en una cuestión: si observamos estas pinturas, vemos que el nivel de detalle que alcanzan es cuasi fotográfico. Basta echar un vistazo al ejemplo que puse más arriba, en el que se aprecian todos los pormenores de los linothorax con que cubren sus cuerpos, la forma de vestirlos, como ponerse las grebas, la decoración de los yelmos, etc. etc. Sin embargo, nunca vemos el detalle de la fijación de los penachos porque, simplemente, no lo hay. O sea, ¿sería posible que al ser pinturas decorativas lo añadieran como un mero ornato para hacer bonito ya que, además, los personajes representados solían ser héroes, reyes, dioses, etc.? ¿Podría ser entonces que, como sugería anteriormente, solo los personajes de rango elevado y los mandos de los ejércitos llevasen el penacho para ser fácilmente identificados mientras que el resto usaban un yelmo sin adornos que, por otro lado, encarecerían bastante una pieza de por sí bastante cara? En fin, ahí dejo las teorías y que cada cual se quede con la que prefiera porque saber, lo que se dice saber con certeza, al día de hoy no sabemos nada al respecto. Sí, ya sé que es una chorrada y que el mundo seguirá girando aunque no lo averigüemos pero, al fin y al cabo, a los que nos apasionan estas cosas nos gusta disolvernos las neuronas para encontrar respuestas a estos temas, ¿no?
En fin, esto es lo que hay. No creo que se me haya escapado nada relevante, así que explicado queda el tipo corintio, amén.
Hale, he dicho
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