Aspecto actual de la Plaza de Armas con la antigua estación de ferrocarril convertida en un centro comercial. Al fondo, a la derecha del semáforo, la estación de autobuses |
La plaza en una postal de los años 60. La estación de Córdoba fue conocida inicialmente como Madrid- Zaragoza-Alicante en referencia a la compañía que la explotaba. |
Según podemos ver en el plano de Olavide de 1771, dentro del óvalo negro se encuentra lo que actualmente es la plaza de la Legión. Como vemos, era un simple descampado situado al oeste de la ciudad a extramuros de la misma entre las puertas de Triana y Real. No hay constancia del uso que se le daba en aquella época, así que cabe suponer que era uno de los amplios arrabales en los que se llevaba el ganado y cosas así. Con la llegada del siglo XIX, el lugar fue elegido para que las tropas acantonadas en la ciudad llevaran a cabo sus maniobras y prácticas, de donde le vino su denominación inicial de Plaza de Armas en referencia a los enormes patios centrales de los cuarteles destinados a tal fin. Además, por la cosa militar, también recibía el nombre de Campo de Marte, Campo de Paradas (paradas militares) o Campo de Bailén (por la batalla famosa contra los gabachos) y Campo del Ejercicio.
Pero con su nueva denominación también empezó a convertirse en un lugar insalubre, usado al parecer como vertedero y frecuentado por gentuza, maleantes y busconas de la peor calaña que convirtieron la zona en un sitio bastante desagradable para los ciudadanos decentes. No obstante, fue el lugar elegido para edificar la primera estación de tren de Sebiya, la cual fue finiquitada en 1858. Ojo, la de estilo neo-mudéjar que vemos actualmente es un edificio posterior terminado en 1901 y diseñado por el ingeniero don José Santos Silva.
Miembros de la Milicia Nacional |
Debido a la construcción de la estación de ferrocarril, las autoridades militares designaron al Prado de Santa Justa como nuevo lugar para llevar a cabo la instrucción de las tropas. Dicho prado se encontraba al este de la ciudad, siendo visible en el plano de Olvaide expuesto más arriba. No obstante, aún tenían lugar en la Plaza de Armas desfiles y actos castrenses de la Milicia Nacional y, lo que es casi desconocido por la mayoría de los sebiyanos, durante toda la segunda mitad del siglo XIX era donde se llevaban a cabo las ejecuciones mediante fusilamiento de los reos de crímenes políticos en aquellos turbulentos tiempos de guerras civiles, revoluciones, derrocamientos y demás experimentos "sociológicos" de nefastos resultados. Esta situación dio lugar a todo tipo de disturbios y asonadas que eran severamente reprimidas por el mariscal de campo Ramón Narváez, el Espadón de Loja, a la sazón presidente del gobierno en la época que nos ocupa.
Ramón María Narváez y Campos, I duque de Valencia (1800-1868) |
La cosa es que el 29 de junio de 1857, algo más de un centenar de jóvenes y adolescentes encabezados por Manuel Caro se levantaron en armas bajo el mando del coronel retirado Joaquín Serra y Cayetano Morales, comenzando una marcha por diversos pueblos de la provincia con el fin de hacer cundir el ejemplo y animar al personal a que se unieran a ellos. De paso, como está mandado en los manuales del revolucionario afanoso, metieron fuego a los archivos municipales y de protocolos de las notarías por donde pasaban. El gobierno, que no estaba por la labor de hacer la vista gorda con aquella partida de ilusos más llenos de ideología que de mala leche, envió tras ellos a una compañía del Rgto. de Albuera y dos secciones de caballería del Alcántara, los cuales les dieron caza en el pueblo de Benaoján cuando iban camino de Ronda. Los pseudo-revolucionarios, que no estaban muy duchos en eso de meterse en batallas con tropas de verdad, fueron bonitamente derrotados en un periquete: les hicieron unos 25 muertos mientras que otros 24 se rendían a toda velocidad y el resto se desperdigaba por los montes, si bien los fueron cazando como conejos en apenas dos días ya que no estaban habituados a merodear por los campos; al cabo no eran más que estudiantes capitalinos que lo más lejos que habían ido en sus breves existencias era a dar un paseo al Alamillo. Pero la travesura iba a costarles carísima porque Narváez vio la ocasión de dar un escarmiento sonado gracia a aquella panda de pardillos .
Vista desde el interior de la Puerta Real antes de su derribo. En el exterior estaba el convento de San Laureano, en el barrio de los Humeros |
Los 82 supervivientes de la asonada fueron encerrados en el antiguo convento de San Laureano, un añejo edificio que desde 1809 era donde se encontraba el Real Colegio de Artillería, junto a la Puerta Real, a la espera de su destino el cual se pintaba negrísimo porque Narváez, muy cabreado, había destituido al gobernador civil y al capitán general, enviando como comisionado con plenos poderes al general Lassala el cual ya traía de Madrid la sentencia dictada. La mañana del 11 de julio, los reos fueron sacados de su encierro para ser conducidos al lugar de la ejecución. El estupor que levantó en la población semejante medida dejó anonadado al personal, que no esperaban semejante castigo ya que muchos de los detenidos eran retoños de familias bien incluyendo a su cabecilla Manuel Caro, licenciado universitario y hombre conocido en la ciudad. Pero eso le daba una higa a Lassala, que tenía claro que no iba a desobedecer las órdenes de Narváez aunque la mayoría de los reos ni siquiera se afeitaban aún. De hecho, solo se libró de la quema un chaval de unos trece años que fue apartado de la saca por uno de los oficiales de la escolta, el cual se negó a ejecutarlo alegando que no tenía aún la edad mínima legal para ello. Al resto los condujeron junto a la muralla, cerca de la Puerta de Triana, mientras los hermanos de la Santa Caridad los acompañaban para darles consuelo sin que los condenados se acabaran de dar cuenta de la que se les venía encima. De hecho, la mayoría de ellos no sabían que les esperaba la muerte.
Ni siquiera valieron los ruegos de la corporación municipal encabezada por el alcalde don Juan José García de Vinuesa, el cual se retiró llorando a moco tendido al verse incapaz de presenciar la masacre. Desfallecido, se sentó sobre una piedra junto al convento de San Laureano mientras gemía lleno de angustia:
-¡Pobre ciudad! ¡Pobre ciudad!
Pero la pobre ciudad nada podía hacer contra la voluntad de Narváez, así que las ejecuciones se llevaron a cabo sin más historias. Para colmo de males, varias balas rebotaron en la muralla al atravesar los cuerpos de los reos, matando a dos chavales que se habían encaramado en un árbol para contemplar las ejecuciones e hiriendo a otro más. Los principales cabecillas del la asonada, el coronel Serra y Cayetano Morales, fueron fusilados el 26 de agosto a pesar de que García de Vinuesa y un concejal partieron a Madrid a intentar ablandar a Narváez, pero fue inútil porque el mariscal era más granítico que el bordillo de una acera. Ellos también debían pagar los platos rotos, que para eso fueron los que lo organizaron todo. Y es que el destino es a veces inexorable ya que el gobierno de Narváez cayó el 15 de octubre siguiente, por lo que si hubieran esperado un poco para meterse a revolucionarios igual salen vivos del brete.
Calle Julio César esquina con Reyes Católicos, donde se encontraba la Puerta de Triana. En esa calle se llevaron a cabo las ejecuciones la mañana del 11 de julio de 1857 |
Narváez pasó a mejor vida en 1868 y, aprovechando la coyuntura, ese mismo año la plaza fue rebautizada como Plaza de los Mártires por la Libertad en recuerdo de los chavales que fueron ejecutados por orden suya. No le duró mucho el nombre ya que apenas 12 años más tarde se la denominó como Plaza de París. El topónimo actual proviene de 1936, cuando el ayuntamiento decidió renombrar por enésima vez la dichosa plaza en honor al glorioso cuerpo militar y, de paso, hacerle la pelota a los Nacionales, que no estaba el horno para bollos en aquellas fechas.
En fin, esta es la luctuosa historia que tuvo lugar en un sitio tan aparentemente anodino como es la actual Plaza de la Legión o, si lo prefieren, Plaza de Armas. Miles de sebiyanos pasan a diario ante la lúgubre mole del antiguo convento de San Laureano y la Piedra Llorosa en la que García de Vinuesa clamó desesperado por la crueldad de Narváez, así como por la populosa calle de Julio César, situada entre el emplazamiento de la Puerta de Triana y el cuartel donde se llevó a cabo la matanza. Seguro que no son muchos los que, al transitar por ella, saben que su suelo se vio regado por decenas de vidas de jóvenes que emprendieron una aventura suicida que apenas duró veinte días.
Que cosas pasan, ¿no?
Hale, he dicho
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