Vista aérea del fuerte de Douaumont tras el bombardeo inicial llevado a cabo por los obuses Gamma de 42 cm. del ejército imperial. |
Mapa de la zona en el que aparece Verdún tras el complejo sistema de fortificaciones que la defendían. En rojo, a unos 8 km. al NE aparece el fuerte de Douaumont |
Los ciudadanos aficionados a la historia militar habrán leído más de una vez y más de dos acerca de sucesos bastante atípicos: batallas que se daban por ganadas se perdieron in extremis por alguna chorrada repentina, o estrategias cutres que al final resultaron exitosas por mero azar. De hecho, los ejemplos serían innumerables desde que los humanos adquirimos la costumbre de dirimir diferencias de opinión a base de exterminarnos bonitamente. Uno de estos casos fue la toma por parte de las tropas germanas del poderoso fuerte de Douaumont (pronúnciese Duomont, que manda cojones gastar cuatro vocales para hacer uso fonético de solo dos) en el contexto de la devastadora batalla de Verdún, librada entre el 21 de febrero y el 16 de diciembre de 1916 y en la que entregaron la cuchara una cifra indeterminada de combatientes que, según las aproximaciones más pesimistas, se pudo acercar al millón de hombres entre muertos, heridos y desaparecidos. O sea, una escalofriante media de 100.000 bajas mensuales, lo que denota el carácter apocalíptico que tomó dicha batalla. Bueno, veamos de qué fue la cosa...
ANTECEDENTES
Desde tiempos muy remotos, Verdún ha sido un enclave estratégico de primer orden. Situada en la Alsacia, a orillas del Mosa, su mismo nombre ya tiene reminiscencias belicosas ya que el topónimo latino de la ciudad era VERODVNVM, latinización de un término galo que hacía referencia a un OPPIDVM o ciudad amurallada. Otra teoría indica que proviene de VIR DVNVM, o fortaleza junto al río. A lo largo de los siglos, Verdún fue constantemente reforzada a fin de prevenir cualquier agresión proveniente de sus belicosos vecinos del norte, alcanzando su máximo esplendor tras las reformas efectuadas en sus defensas por el marqués de Vauban en tiempos de Luis XIV. Sin embargo, de poco sirvieron ante el arrollador empuje del ejército alemán durante la guerra de franco-prusiana (1870-1871), los cuales mantuvieron ocupada la ciudad hasta 1873. Tras la retirada germana una vez ocupadas Alsacia y Lorena, Verdún quedó en plena frontera, lo que no hacía ni pizca de gracia a los gabachos, los cuales se enfrascaron en un multimillonario programa de fortificaciones que fuese capaz de detener una nueva invasión. Dicho programa contemplaba originariamente la construcción de dos líneas defensivas situada a ambas orillas del Mosa.
Acceso al fuerte de Tavannes. En su fachada de sillería se aprecian los estragos causados por la metralla |
Pero, ante todo, se construyeron una serie de siete fortificaciones entre diciembre de 1874 y enero 1875 destinadas a detener esa hipotética invasión que, por la premura en construirlos ante la amenaza de un nuevo ataque, se les denominó jocosamente "forts de la panique", o sea, fuertes del pánico. Su emplazamiento no fue otro que los padrastros desde los que la artillería prusiana bombardeó impunemente Verdún durante la guerra anterior, situados a una distancia de entre 2,5 y 6,5 Km. alrededor de la población. Dichos fuertes costaron 11.186.000 francos oro de la época, y estaban guarnecidos con 1.975 hombres. El primero en ser construido fue el fuerte de Tavannes, al este de Verdún y muy cerca de la carretera que conducía a Metz, ciudad que quedó en manos alemanas. Su guarnición era de 761 hombres.
Acceso al fuerte de Rozelier antes de la guerra. |
Cuando se les pasó el susto a los gabachos, estos retornaron al proyecto inicial y se continuó la edificación de otras cinco fortificaciones que fueron completadas entre 1875 y 1878 por un importe de 12 millones de francos y destinadas a albergar una guarnición de más de 1.500 hombres. El más poderoso de todos era el fuerte de Rozelier, al SE de Verdún. Fue construido entre septiembre de 1877 y mayo de 1879 con un costo inicial de millón y medio de francos oro. Estaba guarnecido por 605 hombres y dotado inicialmente con 19 bocas de fuego si bien en posteriores modernizaciones y reformas acabó con el armamento habitual de este tipo de fortificaciones: una casamata retráctil armada con un cañón de 155 mm., dos para cañones de 75 mm. y tres para ametralladoras. La defensa de los fosos estaba encomendada a seis cañones Hotchkiss de 40 mm. y seis obuses de retrocarga de a 12. Al comienzo de la Gran Guerra, las sucesivas reformas llevadas a cabo entre 1890 y 1914 habían supuesto un costo total de cuatro millones y medio de francos oro, lo que no era precisamente moco de pavo.
Entrada al fuerte de Douaumont. En la muralla se aprecia lo que era capaz de hacer un proyectil de 42 cm. disparado por un Gamma alemán. |
Posteriormente, en 1879, los imperios alemán y austro-húngaro firmaron una alianza a la que se unió Italia en 1882. Esto suponía un nuevo motivo de sobresalto a los gabachos, los cuales se dieron mucha prisa en finiquitar una nueva línea exterior realizada entre 1881 y 1885 formada por diez nuevas fortificaciones que suponían un nuevo gasto total de más de 22 millones de francos y una guarnición de 2.691 hombres. Entre ellas se encontraba el protagonista de la entrada de hoy, el fuerte de Douaumont, el cual se convirtió no solo en el más poderoso de esta serie de fortalezas, sino de todo el sistema defensivo de Verdún. Previsto para albergar una guarnición de 890 hombres, su construcción dio comienzo en 1882 con un costo inicial de 1.449.780 francos oro. Tras las reformas de turno, su costo ascendió a nada menos que 6.100.000 francos, y el armamento de que estaba provisto a comienzos de la guerra consistía en una casamata retráctil con un cañón de 155 mm., dos de 75 mm. y otras dos con ametralladoras. Los fosos estaban defendidos por seis cañones Hotchkiss de 40 mm. y cuatro obuses de retrocarga de a 12.
Obús de 42 cm. de un Gamma. Nada menos que 886 kg. de muerte y destrucción + IVA |
Pero los gabachos no ganaban para sustos porque, tras el sobresalto que les supuso la Triple Alianza firmada entre Alemania, Austria e Italia, surgió otro nuevo motivo de angustia de las gordas. Dicho motivo no era otro que la invención de un nuevo tipo de explosivo o, mejor dicho, un potenciador que era capaz de aumentar notablemente la energía de las cargas explosivas de los proyectiles de la época. El invento, patentado en 1885 por el químico francés Eugène Turpin, no era otro que el trinitrofenol, más conocido como ácido pícrico. Dos años después, el ejército francés lo adoptó enseguida combinándolo con algodón pólvora bajo el nombre de melinita. ¿Que qué tenía de preocupante el invento? Pues que acababa de dejar obsoletas todas las fortificaciones construidas hasta la fecha porque, debido al aumento de la potencia explosiva del trinitrofenol, las construcciones convencionales realizadas con mampuesto o sillería eran como mantequilla ante este compuesto, así que hubo que reformar las ya construidas y las iniciadas, así como los proyectos de las que aún no se habían empezado. Solo los fuertes de Falouse y de Vacherauville, construidos en 1906 y 1910 respectivamente, se fabricaron íntegramente con hormigón. A este suceso le dieron el hombre de crisis del torpedo por aquello de su gran potencia, y supuso la construcción de otras veinte nuevas fortalezas entre 1887 y 1889 que, sumadas a las anteriores, suponía un complejo defensivo formado por 44 fortificaciones en tres líneas concéntricas rodeando Verdún, a las que habría que añadir diversos puestos aislados y reductos para cubrir los ángulos muertos. En definitiva, unas defensas en teoría inexpugnables que supusieron al erario francés un desembolso de nada menos que 820 millones de francos oro entre lo que costó construirlas más las reformas realizadas hasta el comienzo de la guerra. En el gráfico inferior de puede ver un mapa de la zona con la situación de cada fortificación el cual nos da una idea bastante clara de la densidad del sistema defensivo. Nadie podría imaginar que podría ser vulnerado.
MÉTODOS CONSTRUCTIVOS
Como decíamos, el puñetero ácido pícrico convirtió en obsoletas de la noche a la mañana todas las fortificaciones construidas hasta la fecha, por lo que rápidamente se pusieron manos a la obra para reforzarlas. La solución no era otra que recubrir las que ya estaban terminadas con gruesas capas de hormigón. El cemento, inventado en 1824 por el inglés Joseph Aspdin, mezclado en la proporción adecuada con grava y agua formaba una masa increíblemente resistente a la que si se le añadía una estructura metálica en su interior la convertía en un material casi indestructible para los medios de la época. Así pues, forraron literalmente los fuertes con capas de diverso grosor según su exposición al fuego enemigo: los techos abovedados y los cimientos debían tener un espesor de 2,5 metros; los muros exteriores, entre 4 y 6 metros y las escarpas y contraescarpas de los fosos entre 2 y 2,5 metros. A ello había que añadir la capa de tierra que cubría todas las estructuras.
Por otro lado, la creciente precisión de la artillería obligó a suprimir las caponeras de los fosos ya que era perfectamente viable que fuesen alcanzadas de lleno por los obuses enemigos, así que se optó por disponer casamatas alojadas en las contraescarpas, donde eran inalcanzables al quedar totalmente fuera del ángulo de tiro de cualquier pieza de artillería.
En el gráfico de la derecha podremos ver este detalle con más claridad. En el plano A tenemos el fuerte de Tavannes, el cual disponía para la defensa de los fosos de las caponeras convencionales que se llevaban usando desde siglos antes. En verde aparece el contorno del foso que circunvalaba el recinto y, como vemos, dichas caponeras ocupaban parte del mismo, sobresaliendo del fuerte cuyas dependencias estaban enterradas bajo varios metros de hormigón y tierra. Obviamente, un obús podía caer dentro del foso destruyendo totalmente una caponera. Para evitarlo, en B podemos ver la solución que se dio en el fuerte de Douaumont: las caponeras fueron sustituidas por casamatas emplazadas en la contraescarpa del foso por lo que era materialmente imposible que fuesen alcanzadas de lleno por un proyectil enemigo. Éstos podrían caer sobre la cubierta de hormigón y tal, pero obviamente los daños serían muy inferiores salvo que lograra atravesar la gruesa capa de protección. Por lo demás, las flechas rojas señalan la dirección en que la artillería emplazada tanto en caponeras como casamatas batían los fosos para defenderlos de posibles asaltos por parte de la infantería enemiga.
Por lo demás, estas fortificaciones se diferenciaban de los fuertes pirobalísticos convencionales hasta pocas décadas antes en que sus dependencias interiores apenas sobresalían del terreno. O sea, estaban sepultadas de forma que la cubierta de tierra superior estaba casi al mismo nivel que el borde de la contraescarpa, lo que dificultaba al enemigo no solo su localización, sino saber hacia donde apuntar sus cañones ya que, desde su posición elevada, eran virtualmente invisibles a cualquier observador situado alrededor del mismo. La imagen de la izquierda nos lo muestra con toda claridad: como vemos, el acceso al fuerte estaba dentro del foso tras el cual se abría un patio que hacía de distribuidor hacia las diferentes dependencias del recinto. El hormigón empleado estaba reforzado por gavillas de 10 mm. de diámetro en una proporción de entre 65 y 85 kg. por metro cúbico en función de la zona del fuerte a cubrir. Las pruebas de resistencia de los nuevos materiales se llevaron a cabo en 1886 con proyectiles de 155 y 220 mm.
Bueno, por hoy ya vale. Mañana seguiremos con la artillería de dotación en el fuerte y, naturalmente, con la narración de como se tomó esta fortificación.
Hale, he dicho
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Aspecto del fuerte tras el ataque alemán. Se aprecia la fachada que sigue intacta con su cobertura de hormigón |
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