Fábrica de pólvora. Trabajar en un sitio así era un poco peligroso |
En su día ya se publicó una entrada acerca de la introducción de la pólvora en la Europa, así como los rudimentos sobre la manufactura de la misma y de las armas que la usaban. Así pues, y considerando dicha entrada como un breve introito al tema pirotécnico, en esta estudiaremos un poco más a fondo el curioso proceso de elaboración de estos polvos negros que tan determinantes fueron a la hora de revolucionar el arte de la guerra y masacrar al prójimo con eficacia. Veamos pues...
Un maestro artillero se dispone a mezclar los componentes para la elaboración de pólvora |
Incluso los cuñados más ceporros conocen la composición de la pólvora: azufre, salitre y carbón. Sin embargo, esa archimanida y aparentemente básica fórmula entraña más complejidad de lo que la mayoría piensa y, de hecho, la obtención de uno de sus componentes conllevó en su momento grandes dificultades por la sencilla razón de que en toda Europa no había ni un solo yacimiento natural del mismo. Nos referimos al salitre, o sea, al nitrato potásico sin el cual es imposible fabricar pólvora y que muchos confunden con la sal marina o cloruro de sodio, eso que nos prohíben en cuanto nos sube la tensión arterial y cuyo veto obviamos en el preciso instante en que nos ponen bajos las barbas dos fastuosos huevos fritos con patatas y unas rodajitas de chorizo del bueno. Así pues, el salitre había que fabricarlo de forma artificial porque solo se obtiene de forma natural en Bolivia y Chile, lugares que en aquella época no figuraban aún en los mapas. Respecto a los otros dos ingredientes, no había problema para obtenerlos. El azufre era abundante en las zonas volcánicas de Europa y muy conocido desde los tiempos más remotos, y el carbón vegetal lo mismo si bien se consideraba que las mejores maderas para este fin eran la del aliso, el haya, el avellano, el sauce y el tilo.
Granjero obteniendo estiércol ya curado y apto para la elaboración de pólvora |
Sin embargo, como ya hemos comentado, la SAL PETRÆ o SAL BOMBARDICVM - como lo designaban los científicos de la época- había que obtenerla artificialmente, por lo que los alquimistas de aquellos oscuros tiempos se devanaron la sesera para dar con el método más adecuado ya que los requerimientos de este producto por parte de los ejércitos europeos, a partir sobre todo del siglo XV, ascendían a toneladas y toneladas anuales. ¿Y qué sustancia se produce por miles de toneladas a diario en todas partes? La caquita. Sí, las heces de cualquier animalito, humanos incluidos, eran la base para la obtención de salitre en cantidad. De hecho, las zonas costeras donde anidaban aves acuáticas desde hacía siglos eran una mina a la hora de obtener cantidades industriales de guano, y mucha gente se dedicaba a proveer de estiércol casero a las fábricas de pólvora, por lo que podían obtener un beneficio de las cagadas de sus animales, cuñados y demás parentela. Es más, a mediados del siglo XVI se recomendaba mezclar las heces con la orina de hombres que consumiesen habitualmente vino o cerveza fuerte y con la cal procedente de mortero de construcción o del yeso.
Esta mezcla, removida con regularidad durante un año, al parecer era especialmente buena para la obtención de salitre de calidad. Lo de los meados de borrachuzos tenía su lógica ya que al metabolizar el alcohol producían una orina rica en amoniaco. Así pues, cualquiera que tuviera en casa caballos, ganado vacuno, palomas, suegras y demás fauna podía sacarse un dinerillo extra, teniendo que cuidar solo de que el estiércol no se mojase ya que, en ese caso, perdería sus cualidades. Ya en la fábrica de salitre, los operarios distribuían la materia prima en unos túmulos como los que vemos en el grabado de la izquierda, añadiendo al estiércol materia vegetal en descomposición y cenizas de madera para favorecer la nitrificación. Estos túmulos se cubrían con tierra porosa para que se oxigenase, y se dejaba pasar un tiempo determinado hasta que llegaba el momento de obtener el deseado salitre.
Pero para ello era preciso refinar el nitrato obtenido de la "plantación" que vimos arriba. En primer lugar, había que filtrarlo, para lo cual se recurría a cubas perforadas por su base y separadas del suelo tal como vemos en el grabado de la derecha. Estas cubas se llenaban con el salitre y agua de lluvia (o sea, agua destilada), y el producto obtenido iba a parar a una pila donde era recogido. A continuación se volvía a filtrar entre capas de tierra y de cenizas mezcladas con cal para obtener un salitre lo más puro posible mediante la eliminación del calcio y la sales de manganeso, proceso este que se repetía tantas veces como el maestro considerase oportuno hasta que, mediante una prueba de sabor, lo daba por bueno. El paso final lo vemos en el lado derecho del grabado superior, que consistía en hervirlo con la adición de cenizas, cal y alumbre a modo de último proceso de purga, tras lo cual se obtenía un salitre ya terminado y al que solo le restaba dejar enfriar para que se formasen cristales de nitrato potásico.
Un maestro artillero muestra a su ayudante la velocidad de combustión de una mezcla |
Bueno, todo esto era algo insoslayable a pesar de lo engorroso del proceso porque, como ya hemos dicho, sin salitre no hay pólvora que valga. ¿Y por qué era esta sustancia tan imprescindible? Veamos... El carbón nos proporciona la base del producto final, así como un elemento combustible sólido que convierta la pólvora en un propelente y no en un explosivo. El azufre es lo que nos permite que la mezcla arda, y el dichoso salitre proporciona el oxígeno para que tenga lugar dicha combustión. Pero la misión de esta sustancia iba más allá, ya que de ella dependía la velocidad de combustión de la pólvora y, por ello, la presión generada durante el disparo, lo que no era cosa baladí porque el empleo de una determinada pólvora podía hacer estallar la caña de una bombarda o, simplemente, ser inútil si se cargaba con ella un trueno de mano. ¿Que de qué va eso? Pues ahora lo explico...
Balanzas y juego de pesas para calcular las proporciones |
Aunque no se sabe con certeza, parece ser que en los comienzos de la pólvora en Europa la proporción de los tres componentes era a partes iguales. Obviamente, este desconocimiento no obedece a otra cosa que el misterio con que los maestros artilleros guardaban sus fórmulas, las cuales solo eran conocidas por ellos mismos y sus sucesores. Sin embargo, la proliferación de las armas de fuego y la búsqueda de una estandarización de las pólvoras acabaron con tanto secretismo y, ya en el siglo XVI, se sabía perfectamente tanto el proceso de fabricación como las proporciones de cada compuesto en función del arma que la usaría. Por otro lado, los niveles de calidad de cada uno de dichos compuestos obligaba a cuidar cada vez más las proporciones correctas ya que un error en las misma podía producir un grave accidente. No era lo mismo el salitre obtenido en el siglo XIV que el de 200 años más tarde.
Así pues, en el siglo XVII ya se estableció básicamente una proporción de 4:1:1 para la pólvora de cañón, 5:1:1 para arcabuces y mosquetes y 6:1:1 para pistolas. Si observamos estas proporciones, vemos que las de azufre y carbón permanecen iguales, y la de salitre se eleva a medida que el arma que la usa tiene el cañón más corto. Ello es debido a que un cañón corto requiere una velocidad de combustión mayor para que toda la carga arda dentro del mismo, mientras que la larga ánima de una culebrina o un cañón precisa de una pólvora más lenta ya que, además de disponer de longitud de sobra, una pólvora más viva produce más presión, lo cual sería peligroso al tratarse de una carga de varios kilos. Ahí es donde la experiencia del maestro artillero era vital ya que sabía encontrar el punto intermedio ideal entre la velocidad de combustión y la carga a fin de evitar un desastre. El resultado de un fallo en esta cuestión lo vemos en la ilustración de la izquierda, en la que un artillero ve como su cuñado queda hecho pedazos a consecuencia de un estallido de la bombarda a la que sirven.
A la vista de esto, los maestros artilleros debían tener en cuenta una serie de factores a lo largo de un bombardeo porque, según el momento y las circunstancias, la carga iría variando conforme a estos datos:
1. A más temperatura ambiente se genera más presión. O sea, la carga deberá disminuir en verano respecto a la usada en invierno.
2. Lo mismo hay que tener en cuenta cuando suba la temperatura del cañón a medida que va disparando. Cuanto más caliente esté, menos carga requerirá para obtener la misma velocidad de salida del proyectil. Llegado el caso, hay que dejar enfriar la pieza porque la temperatura sería excesiva en cualquier caso.
3. Cuando más grueso sea el grano, más lento arderá. De ahí que, al cernir las pólvoras en las fábricas, se respetasen determinadas gradaciones para cada tipo de pólvora.
Fábrica de pólvora en la que vemos como el maestro artillero controla el pesaje y la mezcla de los ingredientes antes de su envasado |
4. La pólvora negra es muy higroscópica, o sea, atrae mucho la humedad. Por lo tanto, a más humedad ambiente peor arderá. En todo caso, si se moja no queda inutilizada para siempre. Bastará dejarla secar al sol y volverá a recuperar sus propiedades.
5. Como ya dijimos más arriba, en el siglo XIV las proporciones de cada compuesto eran iguales, pero al ver que el salitre potenciaba la combustión se empezó a modificar la cantidad del mismo. Así, a principios del siglo XVI se recurrían a tres parte de salitre, dos de carbón y una de azufre para la pólvora de cañón, cinco, una y media y una para piezas más pequeñas como falconetes, sacres, etc., y diez, una y una para arcabuces y truenos de mano. Como vemos, el salitre era la clave de todo y, además, esto corrobora que la calidad del mismo mejoró con el tiempo ya que las proporciones de este compuesto son inferiores a las usadas un siglo después, según vimos anteriormente, lo que indica claramente que el nivel de pureza alcanzado mejoró de forma notable.
Bueno, con esto vale por hoy. Mañana concluiremos este interesante tema con el proceso de elaboración de la pólvora en sí.
Hale, he dicho
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