martes, 24 de noviembre de 2015

Curiosidades: trampas, ardides e inventos medievales


No se les ocurra a vuecedes ni por un instante dar por sentado que nuestros ancestros eran memos de solemnidad como si se tratase de un cuñado cualquiera porque, de eso, nada de nada. De hecho, ¿cómo hemos llegado a nuestro actual nivel de sapiencia ni no ha sido gracias al legado cultural que heredamos de ellos? No habríamos sido capaces de ir a la Luna si, por ejemplo, previamente Leonardo da Vinci no hubiese persuadido a uno de sus discípulos para que se arrojara desde lo alto de un campanario con su chisme volador. Sí, cierto es que se partió la crisma pero, ¿no supuso un avance notable? Por todo ello, sabiendo que estas cuestiones suelen despertar bastante interés entre mis dilectos lectores y siguiendo la temática habitual del blog, iré dando cumplida cuenta de los perversos métodos que idearon los sesudos ingenieros e inventores del Medioevo para hacer la puñeta al enemigo e incluso a la familia política si osaban presentarse en casa sin avisar y dispuestos a dejar la despensa y la bodega llena de aire. Bueno, empezaremos con algunos peculiares inventos acuáticos. Vean, vean... son ciertamente curiosos.

Si los aguerridos miembros de la Unidad Especial de Buceadores de nuestra gloriosa Armada española piensan que antes que ellos nadie daba caña saliendo del agua, se equivocan de medio a medio. La ilustración de la izquierda lo deja bien claro: nos muestra a un buzo similar a los que estudiamos en la entrada dedicada a los hombres anfibios medievales, pero en este caso armado con un broquel y una lanza. O sea, que la intención no era otra que cruzar un curso fluvial para, de forma repentina y sorpresiva, aparecer en la otra orilla con el objeto de finiquitar a los perplejos enemigos que vieran a ese probo ciudadano con pinta de alienígena emerger de las aguas. La lámina pertenece a un Kriegstechnik (ténicas de guerra) anónimo. Se trata de un manuscrito iluminado datado entre 1420 y 1440 con tropocientos inventos de todo tipo, incluyendo a este buzo de combate medieval. Por cierto, reparen vuecedes en el lastre que lleva anudado a la cintura, así como el inquietante aspecto de su escafandra en forma de cabeza de ave de presa, quizás ideada así para acojonar más a los enemigos.

En la misma obra tenemos este básico pero eficaz ardid para hundir las almadías que circulasen por cursos fluviales cargadas de tropas con aviesas intenciones. Como vemos, se trata de una simple soga sólidamente fijada a ambas orillas mediante dos postes. En la soga vemos unos ganchos que giran libremente al estar enhebrados en la misma por unos orificios, y que se mantienen erguidos gracias a los pesos que se ven en la parte inferior de cada pieza. Cuando la almadía llegue a la soga, los troncos empujarán los garfios, que apenas serían visibles, haciéndolos oscilar hacia abajo, hincándose en ellos y deteniendo o incluso hundiendo la balsa y enviando a sus pasajeros armados hasta los dientes a hacer compañía a los barbos del río. Si a alguien le parece una chorrada esto de poner obstáculos en el agua, que recuerden que en los cercos de Sevilla y Algeciras se recurrió a ellos, en el primer caso por los andalusíes y en el segundo por las tropas castellanas al mando de Alfonso XI. Y ya puestos, en la Segunda Guerra Mundial se cerraban los accesos a las bases navales con redes anti-submarinas para impedir que tipos como el Kapitänleutnant Günther Prien hiciera de las suyas.

Pero no solo se idearon chismes para mandar a pique a simples almadías, sino también a barcos por todo lo alto. En la lámina de la izquierda podemos ver dos rompe-quillas que, aunque ideados por una sesera anónima, fue posteriormente recuperados por el polifacético Mariano di Jacopo, el ingenioso Taccola que ya hemos mencionado más de una vez. El invento consta de un cajón lleno de piedras para fijarlo al fondo del río o bocana que se desee bloquear al paso de naves enemigas. Sobre el cajón hay una estructura que sujeta un balancín en uno de cuyos extremos hay un peso, mientras que en el otro vemos una robusta punta. En el momento en que la proa de un barco pase por encima y empuje la palanca que mantiene bloqueado el balancín, este se liberará, permitiendo entonces que el peso se hunda del todo haciendo ascender la punta y clavándose en el casco de la nave. Esto, aparte de inmovilizarla, producirá una vía de agua que lo mandará a hacer puñetas bonitamente. Como ya podemos suponer, la máquina permanecía en todo momento bajo el agua, siendo invisible para la tripulación del barco que tenga la desdicha de chocar con ella. En fin, a falta de minas acuáticas, este invento las sustituía de forma eficaz y, sobre todo, silenciosa.

Otro de los medios para bloquear el paso en medios acuáticos era hincar en el fondo gruesos troncos, los cuales también permanecían invisibles ya que quedaban sumergidos unos centímetros. De ese modo, el barco enemigo no solo no podía pasar, sino que se llevaba un serio encontronazo contra la barrera lígnea. Sin embargo, a Taccola se le ocurrió una máquina capaz de eliminar estos enojosos postes de una forma rápida y eficiente y, lo más importante, que requería poco personal para ello. Como vemos, se trataba de un simple pontón sobre el que se colocaba un brazo de palanca contrapesado. En el extremo de la misma se fijaba un LVPVS, unas tenazas dentadas que atrapaban el tronco y, por la misma acción de la palanca, clavaba profundamente sus dientes en el mismo. A partir de ahí, solo restaba tirar para extraer uno a uno los postes del fondo del río y dejar el paso expedito. ¿Que cómo clavaban los postes? Eso ya lo veremos en otra entrada, que es hora de merendar y, como ya saben vuecedes, es algo que me resulta extremadamente deleitoso. Sacrosanto me atrevería a decir...

En fin, ya seguiremos.

Hale, he dicho

Continuación a esta entrada pinchando aquí


La ilustración superior muestra el funcionamiento de uno de esos rompe-quillas, por si alguno no acaba de verlo claro.
A la izquierda vemos la máquina con el balancín bloqueado, a la espera de que la proa de una nave empuje la palanca
que lo libera. Una vez tiene lugar el impacto, a medida que el barco avanza el balancín asciende ayudado por la bola
hierro que actúa como contrapeso, clavándose la punta en el casco de la nave. Taimado y sutil, ¿qué no?


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