A lo largo del siglo XIII, los aguerridos milites empezaron a tener cada vez más claro que gastarse un pastizal en un yelmo para que luego viniera un peón y les partiera la jeta en dos, no solo era extremadamente doloroso, sino también frustrante. De ahí el motivo de ir difundiéndose la costumbre de reforzar la protección de la cabeza usando dos yelmos mejor que uno. O sea, que en vez de cubrírsela con un capacete y un almófar o bien con un yelmo de cimera, pues usaban ambos de la misma forma que el probo recreacionista que aparece en la foto de la izquierda. De ese modo, los antaño pequeños yelmos de cimera tuvieron que ganar tamaño y, por ende, peso, lo que suponía tener que llevar sobre la cabeza cinco kilos o más si sumamos el peso de los dos yelmos más el almófar de malla. Eso no solo implicaba acabar con unas jaquecas feroces y las cervicales averiadas, sino también verse agotado en un período de tiempo muy breve debido al peso y a la escasa renovación de aire en un momento en que esta era imperiosamente necesaria a causa del esfuerzo físico realizado durante la batalla.
Debido a ello, lo habitual era tener que desprenderse del yelmo de cimera cuando el cansancio y la falta de aire empezaban a mermar las fuerzas del combatiente, con lo cual se encontraban como antaño, o sea, con la cabeza protegida por el capacete y el almófar. De ahí que los capacetes empezaran a caer en el olvido, ya que esta tipología no protegía la nuca y los laterales de la cabeza, y empezaran a ganar popularidad los bacinetes, a los que ya dedicamos una entrada en su día. Con todo, basta mirar la imagen de la derecha para hacernos una idea de lo agobiante que debía ser combatir con tanto chisme en la cabeza, con apenas aire fresco y la capacidad visual reducida al mínimo. Los yelmos de cimera no iban en este caso provistos de guarniciones, por lo que para fijarlos al bacinete se colocaban en estos el burelete, que no era más que un rosco relleno de crin muy compacta que se cubría con telas de más o menos precio en función del poder adquisitivo de su dueño. Por cierto que estos bureletes acabaron formando parte del mobiliario heráldico, siendo también muy habituales de ver sobre los bacinetes de muchas efigies funerarias de la época. Por lo demás, dichos bureletes hacían que ambos yelmos quedasen separados, siendo el exterior el que absorbía todos los golpes sin que su portador apenas los notase.
Ludwig der Eisernen ( + 1315 ), en la iglesia de San Jorge de Eisenach |
Pero, como ya mencionaba más arriba, no pasaba mucho tiempo desde que estos sujetos entraban en combate hasta que ya no resistían más y se desprendían del yelmo de cimera, pasándoselo a su escudero o colgándolos de la silla de montar. Los germanos, que siempre han sido sumamente creativos para estas cuestiones bélicas, usaban una tercera cadena a las dos que, según vimos en la entrada anterior, dedicada a las dagas baselard, usaban para mantener las armas unidas al cuerpo y no perderlas en el fragor de la lucha. Dicha cadena, según podemos ver en el detalle de la foto de la derecha, terminaba en un pasador que era introducido por un orificio del yelmo situado muy cerca del borde inferior delantero del mismo, según se puede apreciar en la imagen dentro de un círculo rojo. De ese modo, bastaba sacarse el yelmo y dejarlo colgando a la espalda, lo cual no sería precisamente cómodo, pero mejor eso que llevarlo en la cabeza.
Al desprenderse del yelmo de cimera, el combatiente se veía con el rostro totalmente expuesto a los golpes del enemigo, por lo que los belicosos tedescos idearon añadir una protección extra que, al menos, les permitiera cubrir prácticamente toda la cara, dejando a la vista solamente los ojos. El invento era bastante simple: bastaba añadir un ramal de malla al camal y colocarle un terminal que permitiera engancharlo en la parte frontal del bacinete. En este caso, la pieza consistía en una chapa cruciforme que era encajada en una T invertida situada en el frontal del yelmo. Esa pieza tenía un rebaje por la parte trasera que facilitaba la fijación de la chapa cruciforme tal como podemos ver en las figuras del lado derecho.
Sin embargo, ese añadido de malla no impedía que un enemigo armado con una maza le reventara la nariz a las primeras de cambio, por lo que pronto se cambió esta pieza por una rígida, que fue la que acabó implantándose hacia el segundo cuarto del siglo XIV. Y como ya no se podía contar con la protección extra del yelmo de cimera, los milites de la época tuvieron que reforzar sus defensas ya que tanto el rostro como el cuello quedaban expuestos a los efectos de las armas contundentes. Recordemos que la malla protegía de los cortes, pero no de los golpes, y un hachazo en el cuello podía no cortar la cabeza, pero sí partir la tráquea o las cervicales sin problemas. Para ello, bajo el camal o bien cosido al mismo se usaban estas cofias que en poco se parecían ya a las antiguas cofias de armar que se vestían en tiempos de los capacetes. Antes al contrario, estas no solo cubrían la cabeza, sino también el cuello y los hombros. Además, estaban acolchadas para amortiguar los golpes de la misma forma que los perpuntes que cubrían el cuerpo.
Por lo demás, hubo que diseñar otros sistemas de fijación para las barras nasales ya que, al estar más tiempo expuestas a los golpes enemigos, podrían desprenderse del yelmo, dejando desprotegido el rostro. Debemos tener en cuenta un detalle, y es que estas barras nasales no se usaban cuando se mantenía puesto el yelmo de cimera, enganchándolas al bacinete solo cuando se desprendían del primero. Por lo tanto, estos sistemas de enganche debían, además de ser sólidos, fáciles de colocar con una mano enguantada en una manopla de malla, o sea, con solo el pulgar separado del resto de los dedos de la mano, según podemos ver en la foto de la derecha.
El más antiguo es el que vemos a la izquierda. Como podemos observar, se trata de una simple argolla que era colgada de un pequeño gancho en el frontal del bacinete. Obviamente, era un sistema sumamente rápido y cómodo ya que podía quitarse o ponerse rápidamente, pero por eso mismo también era muy fácil que se soltase en pleno combate, con lo que ello suponía. Era pues necesario idear algo que, sin ser excesivamente complicado de colocar, fuese muy difícil de desenganchar durante la batalla, lo que suponía fabricar un sistema de bloqueo en toda regla más o menos complejo.
Aquí tenemos el primero de ellos. Para bloquear la barra nasal se recurrió a una palometa que, introducida por una ranura, inmovilizaba dicha barra al girarla 90 grados. Para lograr una fijación sólida y que no se moviera hacia los lados, en el bacinete se colocaba un tetón bajo la palometa que era introducido por un orificio en la barra, de modo que esta acababa fijada en posición vertical sin posibilidad de oscilar a los lados durante la lucha, lo que supondría bastantes inconvenientes de cara a la visibilidad del combatiente. Por lo demás, era un sistema bastante cómodo y fácil de manipular al tacto.
A la izquierda vemos otro sistema. En este caso se trata de un enganche en forma de T invertida como el que vimos anteriormente, pero al que se le ha añadido una pieza de bloqueo. Esta consiste en una pequeña barra giratoria colocada sobre la T, la cual impedía que el nasal se desenganchara ante la imposibilidad de desplazarlo hacia arriba. Este método era también bastante cómodo ya que su usuario solo tenía que agarrar el nasal y colocarlo en el gancho para, a continuación, girar la pieza de cierre, lo cual era fácil aún con las manoplas de malla cuya parte interna eran de grueso cuero.
Por último, este otro sistema, más sofisticado, acabó imponiéndose y, además, fue el utilizado en la tipología que sucedió a los bacinetes de barra nasal, el klappvisier, del que también hablamos en su momento. En este caso, el nasal era encajado en dos tetones- circular y rectangular o ambos rectangulares-, y el cierre lo efectuaba una pletina giratoria que cubría el tetón superior o ambos. Este método, como queda patente, era el más racional de todos ya que no había que buscar el gancho, sino solo acoplar el nasal a los tetones para, a continuación, bascular el cierre sin más. Si se aflojaba por el uso bastaban un par de martillazos para endurecer el giro de esa pieza.
Visto lo visto, pronto se dieron cuenta de que los enormes y pesados yelmos de cimera eran más un engorro que otra cosa así que, poco a poco, estos fueron desapareciendo a medida que el uso del bacinete se fue propalando entre los guerreros germanos e italianos. Recordemos que, en el siglo XIV, el norte de Italia pertenecía al Sacro Imperio salvo las ciudades estado de Génova y Venecia, por lo que las modas militares afectaban a los italianos de la misma forma y, por otro lado, la presencia de mercenarios alemanes también facilitó la difusión de dichas modas. Con todo, su vida operativa no fue excesivamente larga ya que la barra nasal no ofrecía una protección adecuada, especialmente a los ojos, por lo que a partir de la primera mitad del siglo XIV, el klappvisier se fue imponiendo si bien convivieron un tiempo con los protagonistas de hoy. Con todo, hay cantidad de testimonios de la época que muestran la gran popularidad que alcanzó esta tipología que podríamos llamar "de transición" hasta llegar al bacinete de pico de gorrión ya en el siglo XV. En las fotos de abajo vemos algunos ejemplos:
De izquierda a derecha tenemos a:
Nuestro viejo conocido Günther von Schwarzburg, que sigue apaciblemente mirando a los turistas en la colegiata de San Bartolomé, en Frankfurt am Main. Su bacinete lleva un sistema de cierre por pletina oscilante y unas nervaduras en los laterales que, además de como refuerzo, sirven de guía para el camal de malla. A continuación vemos a Berthold von Zahringen, que aunque palmó en 1218 no le hicieron la efigie funeraria hasta 1354. Presenta el sistema más primitivo que vimos en primer lugar, o sea, un nasal rematado por una argolla que se fijaba al bacinete con un gancho. Le sigue Johannes von Falkenstein, que fue jubilado de este mundo en 1365. Su bacinete lleva un sistema similar al de von Scharzburg. Le sigue Ulrich von Steinach, muerto en 1369, que usaba el sistema de T invertida y pletina de bloqueo giratoria. Por último aparece Galeotto Malaspina, recibido por Dios nuestro Señor en 1367 aunque no sabemos si lo admitió en el Cielo o lo mandó al puñetero infierno. Este presenta el sistema más tardío en forma de bloqueo giratorio que vimos en último lugar.
Como imagen de cierre dejo una curiosa tipología de la que se conservan al parecer muy pocos ejemplares y que ofrecen un intimidatorio aspecto. Como podemos ver, están provistos de una barra nasal plegable fijada al yelmo de forma permanente, siendo esta de generosas dimensiones y, lo más llamativo, cubiertas de largos y afilados petos prismáticos. ¿Para dar de cabezazos al personal tal vez? ¿Para acojonarlos aún más? Vaya a saber, porque la cosa es que no he podido dar con ningún dato que aclare algo al respecto. No obstante, su impresionante apariencia me obliga a darlos a conocer. A todo esto, observen vuecedes el de la derecha, cuya barra y mecanismo de plegado deben pesar al menos un kilo y medio, lo que no lo haría especialmente cómodo.
Bueno, vale por hoy.
Hale, he dicho
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