sábado, 20 de febrero de 2016

Armamento celta. Escudos



En su día ya se habló largo y tendido sobre el armamento usado por nuestros belicosos y fieros ancestros, los iberos, así que tiempo es de comenzar un pequeño estudio sobre la panoplia utilizada por los otros grandes enemigos de la invicta Roma, los celtas. Estos sujetos se extendieron por casi toda la Europa a raíz de las migraciones que tuvieron lugar hacia el 1200 a.C., avanzando progresivamente hacia el sur hasta la Península Ibérica. En muchos casos se mezclaron con la población autóctona, compartiendo sus genes, cultura e incluso cuñados. No obstante, la cuestión racial es y será tema de arduos debates entre los historiadores ya que, en realidad, el término celta se comenzó a emplear para denominar grupos humanos con una lengua común de origen indo-europeo. En cualquier caso, ese tema no es para detallarlo aquí, y además hay mogollón de bibliografía al respecto en la que, faltaría más, sus autores jamás se ponen de acuerdo. 


Fragmento de una estatua hallada en el oppidum de
Entremont, al este de Francia, que muestra una mano
agarrando una cabeza decapitada
Lo que sí tenían en común era su incuestionable ferocidad en el combate, así como un elevado sentido del honor y del orgullo tribal que les llevaba a preferir la muerte antes que a entregar sus armas al enemigo o a suicidarse si eran capturados o si su caudillo era apiolado en la batalla. Pero, además, tenían algunas inquietantes costumbres que causaban cierto repullo a sus enemigos, y era su afición a coleccionar cabezas de enemigos. Al parecer, este peculiar hábito tenía su origen en la creencia de que el alma de la persona habitaba en su cabeza, de modo que si uno se apoderaba de la misma se adueñaba del espíritu de su enemigo. Según Diodoro Sículo, cuando uno de estos fieros ciudadanos escabechaba a un enemigo le cortaba inmediatamente la cabeza y la colgaba de las bridas de su caballo. Luego, muy contentito por el sangriento botín obtenido, se largaba a su poblado entonando cánticos de victoria y clavaba el despojo junto a su casa, donde lo mostraba a las visitas lleno de orgullo y les aseguraba que había llegado a rechazar cuantiosas sumas de dinero por su preciado recuerdo. Las testas de los enemigos más distinguidos y los cuñados más aborrecidos eran embalsamadas con aceite de cedro para que durasen muchos años y poder así presumir de haber dado muerte al famoso Fulano o al invencible Mengano. 


La conocida fíbula de Bragança. Datada hacia el siglo
III a.C., es un preclaro ejemplo del asombroso nivel de
calidad artística alcanzado por los orfebres celtas
Naturalmente, la cultura de estos pueblos iba mucho más allá de su afición a matar gente y coleccionar cabezas, siendo mucho menos salvajes de lo que el imaginario popular ha propalado desde siempre. Eran gente muy espiritual- recordemos a los guerreros desnudos, de los que ya se habló en su día-, y sus artesanos extremadamente diestros en multitud de oficios incluyendo la orfebrería, de la que nos han llegado testimonios que serían la envidia de cualquier joyero moderno. De hecho, no deja de ser paradójico que se considere a un pueblo como el romano, que disfrutaban como energúmenos contemplando matanzas horripilantes en los anfiteatros, una gente civilizada en grado sumo mientras que otros pueblos contemporáneos sean vistos como fieras abominables solo por luchar con decisión por defender lo suyo. En todo caso, he querido iniciar esta entrada con estos detalles para poner a vuecedes en situación acerca de cómo las gastaban estos aguerridos personajes. Dicho esto, al grano pues...


Ilustración de L. Balák
Para los celtas, las armas eran algo más que meros instrumentos de muerte. Antes que eso, estaban consideradas como los símbolos que identificaban a los hombres libres de los siervos y los esclavos. Porque los celtas siempre fueron guerreros, hombres dispuestos a acudir a la llamada de las armas cuando sus régulos los convocaban, y no como sucedió con los romanos, que acabaron disponiendo de un ejército profesional, acabando de ese modo con el otrora belicoso espíritu que los elevó a la categoría de imperio. De hecho, los pueblos celtas, como ocurría con los iberos, se iban a la tumba acompañados de toda su panoplia aparte de las habituales ofrendas que formaban parte del ajuar funerario. Sus tumbas, que en algunos casos parecían un apartamento de lujo atestado de chismes y vituallas de todo tipo, los guerreros eran depositados con sus armas a los lados y su escudo sobre el cadáver, de una forma similar a la ilustración superior, en la que vemos un joven guerrero con las dos armas esenciales de su panoplia: el escudo y la lanza.


Porque deben saber vuecedes que, contrariamente a lo habitual en otras culturas, las espadas, los yelmos y las lorigas estaban reservadas a los guerreros de más elevado rango y los nobles. Así pues, la panoplia de los guerreros normales se limitaba al escudo y la lanza, por lo que ambos elementos eran para ellos más preciados que sus envolturas carnales e incluso las colecciones de cabezas. Según Diodoro Sículo, los escudos de estos sujetos eran de gran tamaño- algunos alcanzaban los 140 cm. de altura-, y estaban decorados conforme a los gustos personales de su propietario. Eran habituales los diseños a base de volutas, ruedas solares, formas geométricas, círculos concéntricos, losanges y torques. Además, muchos de ellos optaban por adornarlos con su tótem personal o incluso extrañas figuras muy esquemáticas que aún nos son indescifrables. Veamos las diversas tipologías que usaban...



A la izquierda tenemos la tipología más habitual. Se trata de un escudo plano de forma ovalada de una altura de alrededor de 110 cm. por unos 60 de ancho. La razón de que no tuviese la típica curvatura envolvente usada por los romanos obedecía simplemente a que no les era útil por su forma de combatir, en un orden mucho más abierto. El anverso, forrado de cuero, presenta una espina de madera que recorre toda la longitud del escudo. Dicha espina está protegida a su vez por un umbo de hierro. Ambos accesorios estuvieron presentes por norma en todas las tipologías celtas durante siglos, sin que sufrieran ningún tipo de modificación. A la derecha vemos el reverso, que en este caso hemos recreado con un refuerzo longitudinal de bronce y una manija del mismo material. Es habitual en los escudos celtas ver acabados más elaborados que los de los romanos, pero debemos recordar que, en este caso, los dueños debían poseer una pieza conforme a su rango, y no uno fabricado en masa en el que se buscaba la mejor relación calidad-precio. En cuanto a la decoración, en este ejemplo hemos ilustrado unas volutas blancas sobre fondo rojo.



Ahí tenemos otra tipología, en este caso de forma hexagonal. Su sistema de fabricación era el mismo que en el caso anterior, siendo reseñable la larga y aguzada espina, muy característica entre los escudos celtas. En este caso hemos ilustrado un umbo de bronce, y la decoración se basa en parejas entrelazadas de torques, un tipo collar que, al igual que las armas, eran representativos de los guerreros de estatus más elevado. Pero lo más peculiar de este escudo es el repujado que muestra cerca de su contorno. Ignoramos si contaba con algún relleno o simplemente se trataba de un dibujo en el cuero, pero la cuestión es que es un elemento bastante habitual en las representaciones gráficas que han llegado a nuestros días. En cuanto al reverso, vemos la manija de bronce y las puntas vueltas y remachadas de los clavos que sujetan la espina a la superficie del escudo. Aparte de estas dos morfologías, también se fabricaban oblongos, como los que se ven en la foto de cabecera, y con forma de óvalo truncado si bien la espina con su umbo eran elementos permanentes en los mismos.



Veamos ahora un par de ejemplos relacionados con los tótems. A la izquierda tenemos un escudo en óvalo truncado decorado con un tótem en forma de perro y dos crecientes en su parte inferior. La espina está reforzada con un umbo provisto de espolón que aumentaba de forma notable su capacidad ofensiva. Recordemos que el umbo, además de proteger la mano que empuñaba el escudo, era bastante útil para golpear al enemigo, así que provistos de dicho espolón se convertían en un arma temible. A continuación podemos ver un escudo oval cuyo tótem, un caballo en este caso, no está pintado, sino troquelado en una plancha de bronce y clavado a la superficie. Este acabado era habitual en los escudos de los personajes de más rango como elemento diferenciador, que para eso había que dejar claro al personal que uno era un régulo de categoría. El umbo que protege la fina espina de este ejemplar es de bronce, con aletas en forma de hacha, y los cantos superior e inferior están reforzados con sendas cantoneras de bronce. Estos accesorios era muy raros en los escudos celtas, justamente lo opuesto a la costumbre romana de contornear los bordes por sistema según vimos en la monografía dedicada a sus SCVTA. Con todo, dentro de su rareza era más habitual cantonear solo el borde superior, dejando el inferior sin protección extra. Finalmente, a la derecha podemos ver algunos ejemplos más de tótems, en este caso propios de los pictos. Ojo, que estos fieros sujetos que siempre hacen de malos en las pelis de romanos eran uno de los muchos pueblos considerados como celtas.



A continuación vemos una serie de ejemplo de escudos propios de los jinetes. De izquierda a derecha tenemos en primer lugar una rodela desprovista de espina, por lo que la defensa de la mano que empuña está confiada a un umbo de hierro. Su decoración consta de un círculo repujado que contiene cuatro estrellas y una franja de losanges. El agarre se lleva a cabo, según podemos ver en la imagen del reverso, mediante una manija de bronce. En el centro tenemos otro ejemplar cuya espina y umbo están a su vez reforzados con una tira longitudinal que podía ser de bronce, hierro o hierro bañado en plata. El umbo está fijado al escudo mediante dos gruesos clavos cuyas puntas están dobladas por el reverso. Por último, mostramos una rodela provista de una espina y un umbo convencionales. Está decorada con motivos circulares y estrellas. En el reverso podemos ver dos pletinas de hierro de refuerzo y una manija de manera que actúa también como refuerzo de la parte central del escudo. Todas estas piezas eran también planas, sin recurvado o abombado de ningún tipo.



Además de lo mostrado hasta ahora, también se elaboraban escudos con accesorios más peculiares que, con seguridad, estaban reservados a personajes de más categoría. A la izquierda tenemos un umbo de bronce dorado que, como vimos en el ejemplar de caballería anterior, tiene la espina protegida por una larga pletina que la recorre por completo. Esta pieza estaba concebida para aminorar los efectos de la lucha contra dicha espina que, como hemos ido viendo, en el caso de los celtas eran piezas muy finas y de aspecto delicado. En el centro tenemos otro curioso ejemplo en el que la espina ha sido sustituida por un umbo circular y una pletina terminada en volutas. Está fijada mediante pequeñas presillas en los extremos. Por último, tenemos un ejemplar cuya espina carece de umbo, pero a cambio ha sido reforzada con tres pletinas longitudinales: dos a los lados y una central, recorriendo toda la longitud del escudo. Las tres piezas, clavadas al mismo, están rematadas por dos piezas circulares.



Y además de todo lo que hemos visto hasta ahora, merece la pena reparar en determinados ejemplares que, aunque no estaban destinados a combatir, son una buena muestra de la habilidad de los artesanos celtas, así como de su buen gusto estético. Hablamos de escudos que han podido ser usados para ritos o ceremonias de gala en manos de régulos o grandes nobles, o bien de ofrendas votivas. A la izquierda tenemos el escudo Witham, hallado en dicho río en 1826 en Lincolnshire, Inglaterra. Está datado hacia el siglo IV a.C. Con una longitud de 113 cm., está fabricado con listones de madera de 8 mm. de grosor recubiertos por una fina lámina de bronce de 0,2 mm. En la parte superior, aunque no se aprecie en la foto, aparece el tótem de su propietario, un bicho indefinible que los expertos aseguran se trata de un jabalí con unas patas larguísimas. A la derecha aparece el escudo Battersea, extraído del Támesis en 1857 cuando se llevaba a cabo el dragado previo a la construcción del puente de Chelsea. Mide 77 cm. de alto por 35 de ancho, y en su decoración se utilizaron cristales rojos. Este escudo está considerado como una de las más valiosas piezas del arte celta, y está datado entre los años 350 y 50 a.C. ya que hay muchas teorías sobre la época más cercana a su diseño.



Pero no todos los escudos eran magníficas piezas de gran tamaño. También se fabricaban pequeños broqueles para los guerreros que actuaban como infantería ligera en labores de hostigamiento y escaramuceo. El ejemplo más típico es el broquel rectangular que vemos en la parte superior. Eran pequeños escudos de no más de 30 ó 35 cm. de alto, forrados de cuero sin decoración de ningún tipo. La mano quedaba protegida por un umbo que, debido al pequeño tamaño del broquel, ocupaba casi toda su superficie. Debajo tenemos un ejemplar con un acabado mucho más burdo, cubierto por piel de cabra y rebordeado con una tira de cuero. Lo más significativo es que carece de manija, y en cambio lleva dos asas de cuero. Esta peculiaridad se debía a que era usado por arqueros y honderos, de forma que podían embrazarlo manteniendo la mano izquierda libre para poder manejar sus armas sin problemas. Por cierto que los honderos estaban mal vistos entre los celtas por usar un arma que no consideraban propia de guerreros.



Por último, merece la pena reparar en los peculiares broqueles usados por los pictos. Esta tribu, curiosamente, no usaba al parecer los grandes escudos de sus parientes continentales, prefiriendo esta tipología propia de combatientes muy agresivos, que buscan el cuerpo a cuerpo y que no se preocupan mucho de mantener un orden durante la batalla, buscando más el enfrentamiento singular con los enemigos. De izquierda a derecha tenemos el que parece que era el más habitual, un broquel cuadrado de 30 a 50 cm. de lado aproximadamente. Está rebordeado con una gruesa tira de cuero, y la mano está protegida por un umbo cuadrangular. La manija que vemos en la imagen del reverso está colocada en posición vertical, lo que tal vez facilitaba su manejo a la hora de golpear al enemigo con el umbo. En el centro podemos ver el que tal vez sea uno de los más peculiares escudos de la época. Se trata de un curioso broquel en forma de H, con un acabado similar al anterior. Tenemos constancia de su existencia gracias a un bajorrelieve en un sarcófago en el que aparece un guerrero armado con un broquel semejante. En su anverso hemos recreado uno de los extraños y abstractos símbolos usados por los pictos, que igual representaban el número de cuñados enviados al infierno. Por último, a la derecha vemos el típico broquel circular decorado con el tótem de su dueño. Su tamaño era similar al de sus parientes cuadrangulares, y era usado tanto por tropas de a pie como a caballo.



Para concluir, solo nos resta comentar algunos detalles respecto a la construcción de estos escudos. Los celtas no usaban las maderas habituales que ya se han explicado en otras entradas como el sauce o el álamo, sino el roble, un tipo de madera mucho más dura y pesada si bien, llegado el caso, recurrían al tilo. ¿Por qué utilizaban un material más complicado de trabajar en vez de recurrir al sistema de varias capas de los romanos? Pues no lo sabemos. La cuestión es que álamos, sauces o tilos hay en toda Europa, así que si recurrían al roble sería por alguna razón que se nos escapa. ¿Quizás por alguna connotación de tipo espiritual, teniendo en cuenta el matiz sagrado que ese árbol tenía para esta gente? ¿Buscaban tal vez fabricar algo más resistente pero sin tener que recurrir a un proceso tan complejo como el romano? Vete a saber... Sea como fuere, la cuestión es que usaban tablas de roble y las pegaban sin machihembrar, cubriendo posteriormente el escudo con cuero o fieltro que luego era decorado como ya hemos visto. La espina salía de una sola pieza, tal como podemos observar en el gráfico superior, la cual era pintada y clavada al escudo. En cuanto a la manija, ya hemos visto que solían fabricarlas de bronce o madera, y a veces incluso de ambos materiales: la base de madera y un refuerzo metálico a continuación. La cubierta de cuero era recortada para dejar sitio para el orificio de la mano, claveteándola a continuación tal como se aprecia en la figura de la izquierda. Como vemos, el proceso era mucho menos complejo que el romano si bien ello no quiere decir que los escudos celtas fuesen de mala calidad. Antes al contrario, sirvieron sin modificación alguna durante siglos hasta que, finalmente, el imperio romano se colapsó y entramos en la Edad Media.

Bueno, no creo que olvide nada, así que corto ya que me he enrollado una cosa mala hoy.

Hale, he dicho



Entrevista entre celtas y romanos para hacerles saber que estos últimos no eran bienvenidos

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