El mes que viene se cumplirá el centésimo primer aniversario del primer ataque con gas de cloro, el cual fue efectuado por las tropas alemanas en el saliente de Ypres, evento terrible éste al que se dedicó en su momento una entrada bastante ilustrativa al respecto. Como ya se comentó, el empleo masivo de gas de cloro supuso abrir la Caja de Pandora que añadió a una guerra de por sí bastante asquerosa el ingrediente definitivo para convertirla en un compendio de todos los círculos infernales y, naturalmente, el comienzo de la evolución del armamento químico en sus formas cada vez más diabólicamente mortíferas. De todas las variantes que se crearon durante la Gran Guerra, quizás la más conocida por el personal sea el gas mostaza debido a que, por desgracia, aún hay por ahí algún que otro psicópata dispuesto a usarlo, y no ya contra tropas, sino contra la población civil. Quizás en la memoria de todos aún perdure la masacre llevada a cabo por el extinto Sadam Hussein contra la población kurda con gas mostaza, así como las escalofriantes imágenes del resultado del ataque. En cualquier caso, aún siendo su nombre bastante conocido, ni los cuñados más agonías suelen tener conocimientos profundos sobre este agente químico, así que bueno será aumentarlos para hundirlos en la miseria a la primera oportunidad.
Curiosidad 1.
Frederick Guthrie (1833-1886) |
El nombre real del compuesto es sulfuro de dicloroetileno, una substancia de aspecto aceitoso que pasa de estado líquido a sólido a 14º, perdiendo en ese momento su efectividad y, además, es claramente visible ya que adopta forma de cristales. De ahí que se usaran diversos tipos de disolventes para bajar la temperatura de solidificación añadiéndole entre un 10 y un 25% de tetracloruro de carbono, clorobenceno o nitrobenceno. Aunque los primeros en usarlo como arma de guerra fueron los germanos, en realidad fue un inglés el que inventó esa porquería allá por 1860. Se trataba de un químico llamado Frederick Guthrie que combinó etileno con dicloruro de azufre, inmunda mezcla que, según observó, atacaba especialmente a los ojos y las vías respiratorias. Sin embargo, sus efectos nocivos sobre la piel no fueron detectados hasta 26 años más tarde por el prof. Meyer. En 1916, tanto gabachos (Dios maldiga al enano corso) como ingleses (Dios maldiga a Nelson) se plantearon usarlo como arma química, pero no lo encontraron lo bastante letal cuando el profesor Ernst Starling lo probó contra gatos sin que, al parecer, los liquidara con la eficacia debida. Está de más decir que se equivocó de medio a medio ya que ignoraba que estos animalitos tienen siete vidas. Debió usar macacos, cuñados o similares, digo yo.
Curiosidad 2.
Soldados ingleses achicharrados por haber entrado en un terreno impregnado de iperita |
Aunque todos conocemos este vesicante como gas mostaza o iperita, los alemanes jamás lo llamaron de ese modo. Ellos le dieron el nombre de Lost, tomando las dos primeras letras de los apellidos de los dos químicos que propusieron su uso militar en 1916, el profesor Wilhelm Lommel, de la Bayer, y el profesor Wilhelm Steinkopf, del Instituto Kaiser Guillermo. El nombre de iperita o, más bien, yperita, se lo dieron los gabachos porque fue usado por primera vez en Ypres, mientras que lo de gas mostaza fue cosa de los british debido al penetrante olor a ese condimento cuando se encontraba en altas concentraciones. En todo caso y dándole el nombre que más nos guste, el gas mostaza es cinco veces más letal que el fosgeno y, peor aún, salvo por el olor era prácticamente indetectable en una terreno seco, y solo de forma muy somera si estaba húmedo. Bastaban diez minutos de exposición con una concentración de apenas 0,15 mg. por litro de aire para aliñar a cualquiera, alargándose hasta la media hora si la concentración era de solo 0,07 mg. por litro. Con cifras tan birriosas como 0,001 mg., en una hora tenía tiempo de sobra para atacar los ojos y producir una conjuntivitis tan bestial que, o te sacaban de allí a echando leches, o te quedabas para vender cupones de por vida. Por otro lado, su densidad 5,5 veces superior a la del aire y su escasa volatilidad le permitía pegarse al suelo, las plantas o, en definitiva, a cualquier sitio sin que le afectara el viento. Solo un chaparrón gordo podía limpiar el terreno donde había caído. De hecho, en invierno, con las bajas temperaturas, podía permanecer durante varias semanas adherido al suelo o los árboles.
Curiosidad 3.
Una víctima de la iperita con todo el cuerpo quemado |
Otra de sus traicioneras "virtudes" consistía en que sus efectos no se notaban de momento, como ocurría con el cloro o el fosgeno. Si alguien entraba en una zona impregnada de iperita, lo único que notaba era cierta picazón en los ojos y en la nariz, acompañado de algún que otro estornudo o vómitos. Estos síntomas solían asociarse a concentraciones bajas de gas lacrimógeno, por lo que las tropas pasaban de ponerse la máscara anti-gas. Error garrafal, porque cuando habían pasado una hora o dos se manifestaban en toda su espantosa eficiencia los efectos del vesicante, y para entonces solía ser tarde. La muerte solía sobrevenir tras unos 30 minutos de la peor de las agonías, con los ojos hinchados como pelotas de tenis y las vías respiratorias calcinadas. Algo muy, pero que muy desagradable, me temo. Además, la iperita atravesaba el tejido de los uniformes, el cuero de las botas e incluso las máscaras anti-gas fabricadas con tela.
Curiosidad 4.
La iperita no se lanzaba mediante cilindros de gas a presión aprovechando las condiciones meteorológicas, como ocurría con el fosgeno o el cloro. Esto, obviamente, condicionaba su uso en función de la dirección y la velocidad del viento. Estos inconvenientes se eliminaron usando munición de artillería que contenía en su interior la substancia en estado líquido. Concretamente se emplearon proyectiles de 10,5 y 7,7 cm. como los que vemos a la derecha. Ambos están pintados de azul y amarillo, lo que indica que contenían gas, mientras que la cruz amarilla señala que se trataba de un compuesto persistente, o sea, que no se disipaba y quedaba fijado al terreno durante horas o incluso días. El de la izquierda es un proyectil de obús de 10,5 cm. de calibre armado con una espoleta de impacto EHZ 17, mientras que el de la derecha es un proyectil para el cañón de campaña de 7,7 cm. armado con una espoleta EHZ 16, también de impacto. Estos proyectiles llevaban una carga explosiva mínima, lo suficiente para que reventasen y esparciesen la iperita a su alrededor. El de 7,7 cm. tenía un radio de unos 7 metros, y el de 10,5 de 10 metros. Su escasa carga explosiva hacía además que su detonación fuese poco ruidosa, lo que convertía este tipo de munición en algo sibilino y alevoso.
Curiosidad 5.
Soldado canadiense afectado por el gas mostaza. Obsérvense las ampollas en las muñecas, axilas y cuello, así como las quemaduras en la cara |
El primer ataque con iperita se llevó a cabo durante la madrugada del 12 al 13 de julio de 1917 en el sector de Ypres. A las 22:10 horas se inició un primer bombardeo que duró veinte minutos. La segunda fase comenzó a las 00:30 horas durante otros veinte minutos, y por último se llevó a cabo un tercer bombardeo a las 01:55 que duró veinticinco minutos. Se dispararon alrededor de 50.000 proyectiles de ambos calibres, lo que supuso la friolera de nada menos que 125 toneladas de sulfuro de dicloroetileno. Los british, que no se imaginaban la porquería que les estaban lanzando, no se dieron cuenta de nada hasta pasado un largo rato, cuando empezaron los síntomas de conjuntivitis, dejando momentáneamente ciegos a los 2.143 hombres que se vieron afectados por la iperita. Sin embargo, hasta pasadas varias horas no empezaron a presentarse síntomas de afección pulmonar o quemaduras en la piel. Durante tres semanas, los bombardeos se sucedieron causando un total de 14.276 bajas, de las que fueron mortales solo de un 4%, pero el caos producido en los hospitales de primera línea más el impacto psicológico causado por algo que ni se veía ni se sabía cuándo podía afectarte fue brutal. De hecho, silenciaron a la artillería inglesa durante dos días ante el temor de verse afectados por la iperita que impregnaba tanto cañones como municiones.
Curiosidad 6.
El proceso evolutivo de los efectos de la iperita era asaz desconcertante ya que, mientras los heridos veían tranquilizados al ver como al cabo de cinco o seis días la conjuntivitis desaparecía y recuperaban la visión, de repente se encontraban con que unas bronquitis gravísimas les dejaban los pulmones hechos fosfatina, y que las quemaduras daban lugar a enormes ampollas. Además, los germanos siguieron efectuando bombardeos nocturnos para que al amanecer, cuando empezaba a subir la temperatura, la iperita líquida se convirtiera en gas, lo que la hacía aún más peligrosa ya que así afectaba mucho más a las vías respiratorias.
Curiosidad 7.
Como la necesidad acucia el ingenio, los británicos se apretaron las clavijas y en poco tiempo dieron con una solución al problema de las superficies, objetos, etc. impregnados con iperita. Dicha solución consistía en rociarlo todo con hipoclorito de calcio, sustancia esta con la que, por cierto, los mismos alemanes rociaban el suelo alrededor de sus piezas de artillería en prevención de algún vertido accidental. Para eliminar la iperita de la ropa era preciso colgarla al aire libre durante unos cinco días y lavarla con bicarbonato de sodio.
Curiosidad 8.
Los gabachos no se quedaron atrás. A comienzos de agosto organizaron escuadras de descontaminación equipadas con ropa especial diseñada por el profesor Lebeau, la cual estaba impregnada con aceite de linaza hervido para impermeabilizarla. Dicha indumentaria estaba teñida con el azul cielo reglamentario del ejército francés, y estuvo disponible a partir del 17 de agosto. Se distribuyó en primer lugar a las unidades de artillería ya que los alemanes tenían como objetivo principal las baterías enemigas que, al ser rociadas con iperita, quedaban momentáneamente inutilizadas hasta que eran descontaminadas. A la derecha vemos un soldado francés perteneciente a una escuadra de descontaminación equipado con su uniforme anti-iperita que, como vemos, constaba de un sobretodo, guantes, perniles y botas. Colgando de la espalda lleva un aspersor Vermorel con hipoclorito de calcio, y de su cuello cuelga una máscara anti-gas modelo ARS 1917, una de las mejores de todo el conflicto, capaz de resistir todo tipo de porquerías incluyendo la dichosa iperita, si bien para esta hubo que cambiar el contenido del filtro.
Curiosidad 9.
Imagen tomada en julio de 1918 en un hospital francés cerca de Caply |
El gas mostaza se acabó mostrando como el más efectivo de todos los empleados hasta aquel momento. Desde su entrada en servicio hasta el final de la guerra en noviembre de 1918, la iperita causó 160.970 bajas entre las tropas británicas, lo que suponía un 77% de todas las producidas por ataques con gases de cualquier tipo. Al final del conflicto se habían empleado entre ambos bandos 12.000 Tm. de sulfuro de dicloroetileno que causaron en total 400.000 bajas. La proporción entre producto y cantidad necesaria para producir una baja también fue escandalosamente favorable a la iperita, ya que mientras que eran necesarios una media de 104,3 kilos de cualquier substancia para producir una baja, de iperita solo hacían falta 27,2 kilos. Pero además de las bajas militares también se produjeron víctimas civiles ya que varios cientos de paisanos se vieron afectados durante los bombardeos de julio de 1917. Sin medios para protegerse, muchos de ellos, especialmente los ancianos, perecieron a causa de la iperita.
Curiosidad 10.
Solo hubo un vesicante más mortífero que la iperita, el clorovinildicloroarsina, más conocido como lewisita en honor a su creador, el profesor W. Lee Lewis. Esta substancia, inventada en 1917, no solo era capaz de penetrar en la ropa y calzado del personal, sino también podía traspasar el caucho con que se fabricaban las máscaras anti-gas. Por otro lado, su elevadísima toxicidad debida al arsénico que contenía hacía que sus efectos se presentasen de forma inmediata, por lo que era psicológicamente más temible que la iperita, que tardaba a veces horas en mostrar sus síntomas. Hasta octubre de 1918, los yankees no pudieron fabricarla en masa, y cuando por fin la enviaron al Frente Occidental llegó el armisticio, por lo que optaron por destruir aquella porquería arrojándola al mar. No obstante, los alemanes aseguraron que ellos ya la fabricaban en 1917, por lo que si no llegaron a usarla fueron ellos esta vez los que se equivocaron de medio a medio ya que, de haberla empleado, casi con seguridad hubiesen cambiado el curso de la guerra ya que ni británicos ni franceses tenían absolutamente nada con que hacer frente a la lewisita.
Bueno, con estas diez curiosidades curiosas vale por hoy.
Hale, he dicho
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