Obús M1877 de 90 mm. francés efectuando fuego de contra-batería. En prevención de la respuesta alemana, sus servidores van todos equipados con máscaras anti-gas |
Bien, prosigamos con el tema gaseoso el cual, ciertamente, da para mucho. Las cosas como son: aún no acabo de entender cómo es posible que no nos hayamos cargado el planeta a estas alturas a la vista de las ingentes cantidades de porquería que el ser humano ha empleado en los últimos cien años para ejercer el incurable vicio que tenemos de masacrarnos de forma inmisericorde. Miles, cientos de miles de toneladas de substancias asquerosas que, increíblemente, no han acabado convirtiendo las zonas donde se vertieron en páramos eternos cuya tierra no sirva ni para enterrar cuñados. En fin, esperemos que no se llegue al límite fatal en el que la Naturaleza se harte de nuestras burradas y nos extinga en un periquete, lo que en justicia sería lógico. En fin, vamos al grano...
Como supongo muchos de los que me leen ya saben, el método más habitual para regar con gas las posiciones enemigas era mediante cilindros que lanzaban su contenido, lo que tenía bastantes inconvenientes: en primer lugar, se dependía de determinadas condiciones atmosféricas, sobre todo del viento por razones obvias. En muchas ocasiones hubo que posponer varias veces los ataques hasta que las condiciones fuesen favorables para ello, y en no pocas un repentino cambio en la dirección del viento obligó a salir echando leches a los mismos que habían lanzado la porquería porque se volvía contra ellos mismos. Por otro lado, a modo de curiosidad, por la situación geográfica de los contendientes resultaba que los británicos y franceses tenían ventaja en ese sentido ya que el viento dominante en el frente occidental era de poniente, así que los germanos, situados generalmente hacia el este o el nordeste de sus enemigos, tenían menos oportunidades de lograr ataques exitosos.
Quizá fuera ese el motivo de que emplearan gran cantidad de proyectiles de artillería para llevar a cabo sus ofensivas gaseosas ya que, de ese modo, no solo no se dependía del meteoro para el éxito o el fracaso de las mismas, sino que se podían efectuar ataques con muchísima más precisión empleando a la vez menos cantidad de substancia ya que se podía concentrar el fuego en los puntos deseados para obligar a los enemigos a salir de las trincheras. Así mismo, el gas contenido en los proyectiles de artillería ofrecían más seguridad a la hora de manipularlos, y bastaba dar la orden para iniciar un bombardeo sin tener que estar horas o días enterrando miles cilindros de gas con los riegos que ello conllevaba. Y, quizás lo más importante, de esta forma se podía efectuar un eficacísimo fuego contra-batería que impidiese al enemigo iniciar el fuego de barrera habitual cuando se lanzaba una ofensiva y la infantería propia avanzaba por tierra de nadie. Si se lograba que los servidores de las piezas abandonaran sus puestos, la defensa de las posiciones enemigas quedaba en manos de las ametralladoras, las cuales en teoría habrían sido neutralizadas, al menos en parte, por la preparación artillera previa al inicio de ataque.
Así pues, y considerando que se dispararon millones de proyectiles de este tipo, no estaría de más saber cómo funcionaban ya que, obviamente, en este caso no se trataba de hacer detonar una carga para producir metralla, sino para llevar la muerte gaseosa al enemigo, que por lo general estaba en Babia y se hacían pipí o caquita en los pantalones cuando se veían devorados por semejante porquería tal como vimos en la entrada anterior, en la que se detalló el espanto que producía entre el personal de ambos bandos y produciendo centenares de bajas debido a la neurosis de gas.
Diversos tipos de proyectiles alemanes. El color, la letra o símbolo y las bandas de color indicaban el contenido de porquería de los mismos. |
Bueno, para estos menesteres se usaron proyectiles de artillería convencionales, o sea, los mismos que se empleaban para los cañones y obuses reglamentarios en cada ejército. La diferencia consistía en que, en el interior de los mismos, no se limitaban a colocar la carga explosiva o la combinación de explosivo y munición propia de los metralleros sino que, según el tipo de gas a emplear, se distribuía tanto la substancia como la carga detonante de una forma u otra. En cuanto a las espoletas, se utilizaban las mismas que en la munición convencional según las necesidades de cada ocasión: de tiempo, de impacto o de retardo. Básicamente, podemos decir que los proyectiles de gas tenían en su interior dos elementos principales: un recipiente que contenía el gas licuado o cristalizado y una determinada carga explosiva, siempre inferior a la convencional, cuya finalidad era ante todo liberar la carga de gas antes que fraccionar la carcasa metálica y crear metralla a partir de ella. Por otro lado, para diferenciar el contenido de cada proyectil se recurría a una serie de marcas que permitían identificarlos sin problemas hasta al artillero más analfabestia. Veamos algunos ejemplos.
A la izquierda tenemos un proyectil mod. 1912 de 15 cm. (recordemos que los tedescos siempre dan los calibres en centímetros en vez de en milímetros). La T en negro indica que la carga que contiene es de bromuro de bencilo y/o bromuro de xililo, substancias estas que le hacen a uno llorar más que Jeremías. El proyectil contiene una carga de entre 2,6 y 3 kilos de gas licuado, y va en un contenedor de plomo aislado de la carcasa mediante una capa de parafina. La carga explosiva consiste en 1,5 kilos de trinitrotolueno, la cual detona mediante los 43 gramos de pentrita de la espoleta. En este caso, dado que el proyectil es de calibre medio, hace falta una carga explosiva adecuada para fragmentar la carcasa, partir el envase de plomo y liberar de ese modo el contenido, que se convertirá en gas debido a la temperatura de la deflagración. Dicho envase se introduce en la carcasa junto al TNT por la base de la misma la cual, según se aprecia en el gráfico, se cierra con un tapón, quedando sellada con una junta tórica de fieltro. En este caso, la espoleta se graduaba para que se activase al impactar contra el suelo.
A la derecha tenemos otro tipo de proyectil, en este caso para el cañón de campaña de 7,7 cm., el más usado por el ejército alemán. La cruz azul indica que está cargado con difenilcloroarsina, un compuesto que producía estornudos, vómitos, dolor de cabeza y tos. La porquería en cuestión iba dentro de un envase de vidrio o porcelana que era sellado con una cartulina que, a su vez, era cubierta de alquitrán y, finalmente, por una capa de pegamento a base de cloruro de magnesio. La carga de difenilcloroarsina era de 124 gramos en forma de cristales, los cuales se convertían en gas a consecuencia de la explosión de la carga de 650 gramos de TNT activada por los 23 gramos de ácido pícrico que contenía la espoleta, en este caso de impacto si bien se le podía colocar la espoleta de tiempo K.Z. 11 para hacer detonar el proyectil en el aire. De ese modo, el gas caía a modo de rociada sobre las trincheras enemigas, lo cual era perfectamente viable tanto en cuanto estas substancias eran por norma más pesadas que el aire. La introducción del envase con la difenilcloroarsina y el TNT se llevaba a cabo en este caso por la parte superior de la carcasa, la cual era sellada con la misma espoleta.
Otro sistema lo vemos en ese proyectil de 10,5 cm., en el que la carga explosiva está dentro de un tubo de hierro situado en el centro de la carcasa, comunicado directamente con la espoleta. Alrededor de dicho tubo están los 4,8 kilos de una mezcla de fosgeno, difosgeno y difenilcloroarsina en una proporción de 60-25-15, la cual era identificada mediante una cruz verde pintada en la carcasa. Este tipo de combinaciones eran bastante habituales, pretendiendo con ello lograr diferentes efectos que, como en este caso, iban desde el lacrimeo o los estornudos iniciales producidos por la difenilcloroarsina a la ceguera consecuencia del fosgeno y la posterior destrucción del tejido pulmonar causada por el difosgeno. En la carcasa se pueden ver dos aberturas: en la base hay un tapón por el que se introduce el tubo con la carga explosiva, formada en este caso por 187 de TNT. La espoleta que lo hará detonar contiene 18 gramos de ácido pícrico. En cuanto a la carga de gas licuado, se introducía por el tapón que vemos a la derecha de la carcasa, lo que permitía almacenar por separado para mayor seguridad los tres componentes, carcasa, carga explosiva y gas.
Pero no solo se lanzaba gas con proyectiles de cañón u obús, sino también con morteros o lanzaminas. Estos últimos eran un tipo de mortero de grueso calibre muy usados durante la Gran Guerra por sus devastadores efectos, sobre todo cuando acertaban dentro de una trinchera enemiga. A la derecha vemos dos de ellos que, como salta a la vista, tienen unos sistemas de difusión del gas diferentes. El A es un proyectil de 25 cm. con una carga de 23,5 kilos de fosgeno, la cual es liberada mediante la detonación de los 290 gramos de TNT que se encuentran dentro del mismo tubo metálico en el que se aloja la espoleta. El B es un proyectil de 18 cm. con 7,5 kilos de fosgeno. La carga explosiva es en este caso de 113 gramos, y está también alojada en un tubo metálico roscado en el cuello de la carcasa. Para ocupar el espacio libre que queda en el tubo se ha rellenado el espacio sobrante con un taco de madera sellado con cera, mientras que el resto de los resquicios libres del tubo han sido llenados con pegamento a base de cloruro de magnesio. El fosgeno era introducido por la parte superior de la carcasa en el A y por el tapón lateral en el B, y la pequeña carga explosiva solo pretendía destruir el tubo que la contenía y hacer salir disparada la espoleta, de forma que el gas se liberase por la abertura superior.
Los proyectiles más ligeros, como el de mortero de 7,6 cm. que aparece a la izquierda, no precisaban de carga explosiva para esparcir su carga letal, en este caso de 715 gramos de fosgeno según indican las tres bandas blancas y la letra D que vemos en la carcasa. Bastaban los 16 gramos de ácido pícrico de la espoleta para que esta saliera despedida y dejara libre el alojamiento de la misma, por donde a continuación salía el gas. Este tipo de munición solía emplearse en conjunción con otras más pesadas, y sobre todo para desalojar trincheras o anular la presencia de equipos de ingenieros enemigos dedicados a plantar hiladas de lanzadores como los que vimos al principio. También eran bastante utilizados contra columnas de transporte y concentraciones de tropas. Estos morteros tenían la precisión suficiente para llevar a cabo un bombardeo rápido y muy eficaz, concentrando el gas en puntos muy concretos. Esto producía las estampidas que ya conocemos y, al ser el fosgeno más pesado que el aire, invadía los refugios subterráneos y demás agujeros donde el personal intentaba ponerse a salvo de la artillería convencional. De ese modo solo quedaban dos opciones: salir del refugio y jugársela o quedarse dentro y palmarla seguro. Chungo, ¿no?
Tropas alemanas bajo un ataque con gas |
En fin, ya vemos que no tenía mucha ciencia este tema, y que ni siquiera era preciso modificar la munición convencional para adaptarla al uso del gas. Simplemente bastaba con introducir la carga del mismo y dispararla sin más historias, si bien era necesario hacer modificaciones en los cálculos de tiro ya que el peso variaba de un tipo a otro. Pero, por lo demás, los resultados eran similares, y la rapidez de su uso venía de perlas cuando, como se ha dicho, era preciso alejar enemigos o crear zonas muertas regándolo todo con iperita. En lo tocante a los tipos de espoletas utilizadas, generalmente se recurría a las de doble uso, o sea, las que tenían un regulador de tiempo que, al ponerlo a cero, las convertía en espoletas de impacto. Otra opción eran las de retardo, de forma que estallasen cuando los enemigos daban por hecho que la alarma había pasado y se veían de repente sorprendido por multitud de explosiones repentinas y nubes de gas saliendo del suelo.
No obstante, el uso de los cilindros perduró durante toda la contienda, especialmente a manos de los británicos. Estos fueron los que llevaron a cabo más ataques con gas, pero los tedescos desparramaron más toneladas en los que efectuaron contra las trincheras enemigas. Con todo, basta echar un vistazo a la foto de la izquierda para darse cuenta de lo conveniente del uso de gas mediante proyectiles de artillería: si un obús enemigo caía dentro de la trinchera, adiós muy buenas, porque la metralla reventaría los cilindros y el gas mataría a los ocupantes de dicha trinchera si no lo hacía la misma explosión. En fin, algo muy desagradable, como era habitual en aquella terrible guerra.
Bueno, es tiempo de meterme en mi cuerpo serrano una siesta mortífera, así que me piro.
Hale, he dicho
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