martes, 30 de agosto de 2016

Ametralladores del ejército español


Ametralladoras Hotchkiss modelo 1914 ocupando una elevación en el Rif. Para defensa de los servidores de las máquinas
vemos dos escudos fabricados a nivel de unidad con sendas chapas de hierro.

Ciertamente, en España siempre hemos tenido un defectillo, y es que nos ha costado la propia vida aceptar las innovaciones tecnológicas. A pesar de que el ingenio hispano ha dado al mundo inventos tan fabulosos como la fregona, que liberó al personal de tener que limpiar el suelo hincados de rodillas, o el chupa-chups, que evitó más de un atragantamiento letal entre la voraz chiquillería de medio planeta, hemos sido asaz remisos a la hora de adaptarnos a la modernidad. De ahí que hombres como Isaac Peral o Ricardo de La Cierva, que con sus submarinos y helicópteros nos habrían permitido disponer de armas totalmente revolucionarias, estén cuasi olvidados mientras que, por ejemplo, a Colt, que no inventó nada sino que se limitó a mejorar el invento de otro, lo conozcan hasta los nenes de la LOGSE la cual, a la vista de sus nefastos resultados, más bien deberían llamarse NÓSE en vez de LOGSE. En fin, eso es muy español, y ya lo anticipó Quevedo al afirmar que en España se tacha de maricón al que trabaja e hideputa al que triunfa.

Ametralladora Gatling del ejército yankee controlando la
carretera entre San Roque y Cavite. La foto fue tomada tras
la guerra, en febrero de 1899.
Debido a esa indolencia hispánica fuimos de los últimos países europeos en sumarnos al club de ametralladores a pesar de que andábamos a la gresca con los moros o, más grave aún, de que pudimos comprobar en nuestras propias carnes la eficacia de estas máquinas cuando los yankees batieron a nuestros aguerridos infantes en las Lomas de San Juan con sus Gatling, lo que les salvó de tener que reembarcar a sus amilanadas tropas y nos costó perder la preciada isla. Así pues, optamos por seguir demostrando al mundo entero que teníamos más cojones que nadie, pero también que estábamos más anticuados que los balcones de palo, por lo llegó un momento en que los cerebros pensantes del ejército decidieron que ya iba siendo hora de añadir a nuestro arsenal esas curiosas máquinas que hacían mucho ruido y gastaban mucha munición pero que, a cambio, mataban más gente que la peste.

Ametralladora Nordenfelt sobre afuste naval. Obsérvese su
similitud con los cañones Meroka que arman varios de
nuestros buques de hoy día.
No obstante, hay que señalar que ya en tiempos de Alfonso XII se adquirieron algunas Montigny empleadas básicamente como piezas de plaza adscritas a unidades de artillería. Recordemos el empleo táctico de esta primera generación de ametralladoras consideraba a estas armas más bien como piezas de artillería y no como armas de apoyo de la infantería, así que el siglo XIX concluyó para el ejército español con un total desinterés por estas máquinas, y solo la Armada las tomó en consideración equipando varios navíos con ametralladoras Nordenfelt de 11 y 25 mm. si bien su eficacia no pudo ser constatada ya que los malvados yankees mandaron al carajo a nuestra marchita flota en Santiago de Cuba en la nefasta jornada del 3 de julio de 1898. En todo caso, algún día nos podremos tomar cumplida venganza, que es un plato que cuanto más frío se sirva, mejor sabe.

Ametralladores en Sidi-Ifni manejando una vieja Hotchkiss.
Las tropas enviada allí tuvieron que combatir a los moros
con armamento más obsoleto que un disco de 16 rpm. salvo
las unidades que ya disponían del nuevo CETME
En fin, para no alargar más esta introducción, comentar solo que no fue hasta 1907 cuando, por fin, se decidió adoptar una ametralladora para apoyar la acción de la infantería en el campo de batalla. El arma elegida fue inicialmente la conocida Hotchkiss mod. 1899 reglamentaria en el ejército francés, si bien recamarada al calibre 7x57, el mismo de los fusiles Mauser 1893 empleados por el ejército español. Cinco años más tarde se llevaron a cabo una serie de modificaciones, así como la adopción del trípode y los elementos de puntería del modelo 1913, lo que dio lugar al modelo 1914. No obstante, el estallido de la Gran Guerra complicó sobremanera el suministro de máquinas ya que, obviamente, la producción la absorbía por completo el ejército francés, así que no quedó más remedio que adquirir un modelo de la firma Colt que resultó una birria, así como algunos ejemplares de Maxims. Dicho material fue enviado a las plazas de Ceuta y Melilla que, obviamente, eran las más necesitadas de armas modernas. No fue hasta el término de la Gran Guerra cuando se pudo restablecer la normalidad, comprando el estado español los derechos de producción de la Hotchkiss, la cual aún estaba dando guerra durante el conflicto de Sidi-Ifni allá por los años 1957-58.

Bien, dicho esto para ponernos en situación, al grano pues.

Distribución del baste para la ametralladora. Arriba
aparece el costado izquierdo, y abajo el derecho. Para
los que no lo sepan, el baste era el arnés sobre el que
los mulos transportaban su carga.
1. La unidad básica era la escuadra de ametralladoras, la cual se componía de un tirador, que por norma era un cabo, dos proveedores y un auxiliar, los tres con el empleo de soldados rasos. Para su transporte se empleaba lo que se denominaba "el elemento", o sea, dos mulos (¿vendrá de ahí lo de "valiente elemento estás hecho"?) con sus respectivos conductores. Una de las acémilas transportaba la máquina y dos cajas de munición y la otra el resto de la dotación de munición. Todos ellos formaban la escuadra, la cual estaba bajo el mando de un sargento. El primer proveedor tenía como misión cargar el arma y ayudar al tirador, el segundo proveedor era el encargado de acarrear la munición desde donde habían aparcado los mulos hasta la posición, así como retirar las cajas y peines servidos para, posteriormente, entregarlos en los puestos de municionamiento para su reposición. En cuanto al auxiliar, estaba a cargo de los respetos de la máquina, así como de su limpieza y buen estado de revista. Resumiendo: la escuadra de ametralladoras la formaban siete hombres y dos mulos. Por cierto que entre los respetos de cada máquina figuraban dos guantes para facilitar el cambio de cañón cuando la temperatura obligaba a ello. Dichos guantes, fabricados de cuero, llevaban las palmas recubiertas por una malla y una capa de amianto, pero no los usaba el mismo hombre. El de la mano derecha lo usaba el primer proveedor, que era el encargado de cambiar el cañón, y el de la izquierda lo usaba el auxiliar, que era el que lo debía enfriar con el agua del caldero ayudado por una esponja.

Ametralladores en plena instrucción. El pequeño caldero que se ve delante
de cada máquina era para contener agua. La Hotchkiss, aunque refrigerada
por aire, podía recalentarse cuando se hacía fuego sostenido, por lo que era
conveniente tener a mano agua para enfriarla con rapidez. En combate, el
caldero en cuestión debía estar seis pasos por detrás y a la izquierda de la
máquina junto al depósito de agua y el cañón de repuesto.
2. Para ser elegido como ametrallador debía tenerse en cuenta que el aspirante fuese "inteligente", si bien en los manuales de la época no se da un baremo para calcular el C.I. del mismo. Supongo que se consideraría como "inteligente" a todo aquel que no fuera analfabeto y supiera algo de números. Así mismo, debían estar en buena forma física ya que los mulos no llegaban nunca hasta primera línea, por lo que los servidores debían trasladar las máquinas y la munición hasta las posiciones. Además, se exigía una talla mínima de 1,68 metros, lo que para la época era una estatura más bien tirando por encima de la media. Además, se recomendaba que los auxiliares y proveedores adquiriesen nociones del manejo de las ametralladoras para que, en caso de que los tiradores de estas cayesen en combate, poder manejarlas hasta la llegada de sus sustitutos. En cuanto a los conductores de los mulos, se recomendaba que fuesen elegidos entre los que en su vida civil estuvieran habituados a su manejo. Es de todos sabido que estos animalitos son especialmente duros de mollera, y más los resabiados mulos del ejército.

3. Naturalmente, los reglamentos de la época contemplaban la distribución de cada miembro de la escuadra alrededor de la máquina tanto cuando era emplazada como cuando iba a lomos de los mulos. Es de todos sabido que el orden y la disciplina son la base de cualquier ejército como Dios manda ya que, de lo contrario, la tropa se vuelve disoluta, perezosa y pasan de morir como héroes, por lo que pierden todas las batallas. En el gráfico de la derecha podemos ver la posición de cada componente además de los mulos. Al frente de la escuadra tenemos al sargento jefe como A. El conductor E1 guía al mulo que porta la máquina y los respetos de la misma, y a ambos lados de este tenemos al cabo tirador en B y al primer proveedor en C1. Los dos irán a un paso de distancia del mulo. Detrás, también a un paso de distancia de su predecesor, aparece la acémila que transporta la munición guiada por el conductor E2. C2 es el segundo proveedor y D el auxiliar, también separados un paso del mulo. En cuanto al armamento individual, los ametralladores no estaban equipados con el mosquetón reglamentario. Ello era debido a que se consideraba que la misión de la escuadra era manejar su máquina, y el armamento individual era para defenderla en caso de necesidad. Por ello, cada miembro de la escuadra estaba armado con el machete y la pistola reglamentarios.

Milicianos anarquistas se encaraman en el cerro de Torreárboles, en
Cerro Muriano (Córdoba)
4. Si algunos se preguntan a santo de qué necesitaban dos mulos cuando hemos visto a los ametralladores tedescos acarreando su máquina entre solo dos hombres, sepan que ellos también precisaban de acémilas para el transporte de las ametralladoras de la época, que entre el peso de las mismas, los trípodes, respetos y munición era una burrada. Unas cifras nos pondrán al tanto: la Hotchkiss pesaba 25,5 kilos más 27,1 del trípode, lo que hace un total de 52,6 kilos a los que hay que añadirle los 3.000 cartuchos de dotación que pesaban nada menos que 75 kilos. A eso, añadir los 12,5 kilos del cañón de repuesto con su estuche, los 17 del depósito de agua lleno y los 17 de la caja de respeto con sus accesorios y herramientas. O sea, que así a bote pronto y sin contar con otros cachivaches diversos tenemos 174,1 kilos de nada, los cuales sí tenían que acarrear a brazo los servidores hasta primera línea, lo que no es cosa baladí. Un ejemplo lo tenemos en la foto superior, tomada por Robert Capa en la guerra civil, concretamente en Cerro Muriano. La mera contemplación de la puñetera foto me produce severos calambres, así como una fatiga extrema porque, las cosas como son, subir ese empinado cerro cargado con la máquina y el trípode indican que los dos milicianos que van en cabeza no fumarían, y si lo hacían debían tener los pulmones de un elefante. En cuanto a los que acarrean las cajas de munición cada una de ellas contiene 10 cargadores de 30 cartuchos, o sea, 300 cartuchos con un peso de unos 10 kilos cada una. Agota solo imaginarlo, ¿que no?

5. Si alguien piensa que a la hora de abrir fuego el sargento se limitaba a señalar el blanco y ordenar al cabo

Gonsále, ashisharra a esa partía de mamone y que no quée ni uno vivo! ¡Fuego, hohtia, cagüendió!

Prácticas en el Rif. Aparte de los mirones, la foto muestra la posición de
los servidores. Obsérvese como el tirador ajusta la altura de la máquina
pues va a ser que nones. Todo tiene su ritual conforme a las ordenanzas, y en todo momento debe imperar el orden y la disciplina. Así, cuando el sargento ordenaba "prepárense para hacer fuego", el cabo tirador se tumbaba tras la ametralladora o se sentaba en el sillín del trípode, dependiendo de la posición de este último, mientras el primer proveedor se colocaba a su izquierda y el auxiliar a su derecha. El tirador entregaba al primero un baquetón, una llave para desmontar el cañón, un mazo y el guante derecho mencionado anteriormente. El auxiliar recibía el guante izquierdo y la esponja para enfriarlo, guardando ambos todos estos utensilios en su macuto. A continuación, el primer proveedor extraía un cargador de la caja y lo introducía en la tolva de alimentación, tras lo cual quitaba el cubre-bocas y el protector de los elementos de puntería y los entregaba al tirador. Mientras tanto, el segundo proveedor salía al galope donde estaban los mulos en busca de dos cajas de munición, permaneciendo con ellas a la mitad de la distancia entre las acémilas y el puesto de tiro. Y mientras todo eso ocurría, el auxiliar disponía el caldero de agua, lo llenaba, metía dentro la esponja y colocaba el cañón de repuesto sobre dicho caldero, en unas escotaduras previstas para tal fin. Tras todas esas operaciones, que en teoría debían efectuarse a una velocidad intergaláctica, el sargento ordenaba qué tipo de puntería y cadencia de tiro debían hacerse en función del objetivo a batir, lo que suponía una serie de ajustes en el trípode y los elementos de puntería. Finalmente se daba la orden de abrir fuego si el enemigo no se había largado, aburrido de tanto esperar.

Ametralladora emplazada para batir de flanco la posición
que defiende
6. Está de más decir que los ametralladores tenían que estar constantemente llevando a cabo las prácticas reglamentarias para mejorar su eficacia y poder matar cuantos más enemigos mejor. Y ojo, que dicho adiestramiento no se limitaba a quemar unos cientos de cartuchos en un polígono de tiro. No, nada de eso. De hecho, el adiestramiento que recibían los cabos tiradores era de lo más enjundioso, recibiendo conocimientos acerca del cálculo de tiro en las condiciones más adversas considerando la existencia de corrientes de aire laterales, los ritmos de consumo de munición y un largo et cétera. Así mismo, los oficiales de las compañías de ametralladoras recibían cursos de lo más variopinto, entre los que cabría destacar el posicionamiento de las máquinas. O sea, que cuando una compañía llegaba a un sector determinado, el capitán que la mandaba no se limitaba a ordenar a los sargentos poner sus ametralladoras "aquí, aquí, allí y esa la pone mirando para allá porque ese barranco me da mal fario". Porque, ¿acaso sabía el capitán donde estaba exactamente el enemigo? Frente a ellos, seguro, pero, ¿dónde?, ¿a qué distancia? Para eso traía un mapa con las posiciones enemigas marcadas si es que se sabía con certeza su distribución en el frente, y en base a ello se designaban los lugares más adecuados para emplazar las máquinas en función del ángulo, altura y distancia respecto a dichas posiciones. Como vemos, no era ninguna chorrada ni se emplazaban de cualquier modo.

Foto que muestra el balde de agua con el cañón de
repuesto reposando sobre el mismo en las escotaduras
que llevaba practicadas para  sujetarlo. Tras el balde se
puede ver el pequeño bidón para transportar el agua.
Tenía capacidad para 12 litros.
7. Uno de los aspectos considerados como más importante en el adiestramiento de los tiradores era el régimen de tiro. Una ametralladora es el chisme que más incita a disparar de todo el armamento habido y por haber. Eso de apretar el gatillo y sentir el gustirrinín del retroceso constante, el tableteo inacabable y ver la polvareda que levantan los disparos en la lejanía puede producir severos orgasmos, y en eso estarán de acuerdo conmigo todos los que me lean y hayan manejado una de estas máquinas. De ahí que se hiciera especial hincapié en inculcar una disciplina de fuego porque, en caso contrario, la dotación de cartuchos de la ametralladora duraría menos que un maletín de ignoto contenido en manos de un alcalde. Por todo ello se establecieron una serie de consumos de munición en base al objetivo a batir, fijándose un máximo de 480 disparos el máximo que se podían efectuar en fuego continuo sin tener que enfriar el cañón. Se establecieron pues una serie de consumos que el tirador debía observar minuciosamente para no verse sin munición y con los dos cañones al rojo vivo en mitad de un fregado gordísimo. Eran los siguientes:

Consumo lento: 30 cartuchos al minuto, o sea, un cargador. Esto no quiere decir que se disparasen los 30 tiros de golpe y se mantuviese el arma callada el resto del tiempo, sino que se debían efectuar ráfagas cortas durante ese periodo de tiempo hasta agotar un cargador. De ahí la necesidad de un buen adiestramiento.

Ametralladores practicando. Obsérvese como el auxiliar que
aparece a la izquierda acaba de extraer el cañón de la
ametralladora, la cual se puede ver sin el mismo.
Consumo normal: entre 60 y 150 cartuchos por minuto. Por lo general, a partir de este consumo se efectuaban paradas de 3 segundos entre cada ráfaga. Las pausas se podían aprovechar para enfriar el cañón con la esponja sin necesidad de desmontarlo.

Consumo acelerado: entre 240 y 360 por minuto. Esta cadencia no debía mantenerse mucho tiempo, vigilando no alcanzar los 480 disparos considerados como tope.

Como vemos, esa imagen de la ametralladora que dispara y dispara sin parar es más bien un mito porque, entre otras cosas, un cañón se funde en menos que canta un gallo, inutilizando la máquina.

En fin, dilectos lectores, esto es una ínfima muestra del nivel de preparación que tenían nuestros ametralladores, el cual pudieron demostrar en todos los conflictos en los que se vieron sumergidos desde la introducción de las ametralladoras en el ejército español. Quiero hacer especial énfasis en esto porque, fieles como somos a nuestros incurables complejos, muchos pensarán que los servidores de estas máquinas eran unos catetos analfabestias que solo sabían apretar el gatillo como autómatas sin más conocimiento que cargar la ametralladora y disparar de cualquier forma y, de eso, nada.

Bueno, ya seguiremos otro día con este tema, que es hora de merendar.

Hale he dicho

Dos Hotchkiss sobre afustes anti-aéreos durante la Guerra Civil. El entrenamiento para el fuego anti-aéreo también
estaba ampliamente contemplado en los manuales de la época.




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