Gatling 1883 con cargador de tambor. ¡Cosa má gonita, poddió! |
Al hilo de la entrada anterior, creo que será del interés de mis lectores seguir hablando de las primeras ametralladoras, esos peculiares trastos llenos de cañones que tenían un aspecto bastante amenazador, ideales para colocar en el zaguán de casa a modo de seria advertencia a esos cuñados que tienen la desagradable costumbre de presentarse sin avisar los fines de semana con toda la familia, el escandaloso y dañino chucho adoptado e incluso el apestoso hamster del nene. Así pues, apostaría 5 kilos de las fastuosas croquetas de bacalao que preparaba la tía Maripepa (Q.D.T.E.S.S.G.) a que cualquier aficionado a estos temas ametralladorísticos flipa en colores cuando ve en algún video o película bélica una de esas Minigun abrasando a tiros a los enemigos desplegando una potencia de fuego simplemente infernal. O, más excitante aún, el monstruoso GAU-8/A que arman los aviones anti-carro A-10, o los Vulcan de los helicópteros Cobra.
Sin embargo, ese concepto de cañones rotativos accionados por un motor eléctrico no es nada nuevo. De hecho, data del siglo XIX, concretamente de finales de 1890, cuando en el número de noviembre de ese año de la revista Scientific American apareció una versión de la ametralladora Gatling mod. 1883 provista de un motor que le permitía, como es obvio, girar sus diez cañones con más rapidez que accionando el manubrio convencional. Para los que no lo sepan, estas máquinas no funcionaban mediante un sistema de automatización basado en el retroceso o el aprovechamiento de los gases producidos por la deflagración de la pólvora, sino simplemente en el giro de una manivela que hacía girar el conjunto de cañones al mismo tiempo que iba introduciendo los cartuchos en la recámara, los disparaba, extraía las vainas servidas y, finalmente, las expulsaba. Por cierto que, como dato curioso, muchos creen que en las Gatling disparaba el cañón situado en la parte superior del conjunto, tal como se ve en el grabado. Sin embargo, la realidad era que el cañón que disparaba en primer lugar y, por ende, en los siguientes ciclos de giro, era el quinto por la izquierda si miramos la máquina de frente, tal como aparece señalado en el detalle de la imagen. O sea, que hasta que el cañón situado arriba cuando se empezaba a girar la manivela no había cubierto cinco estaciones del ciclo no se producía el primer disparo.
¿Qué se obtenía colocando un motor a una de esas ametralladoras? No hace falta devanarse mucho los sesos para intuirlo. De entrada, aumentaba de forma notable la cadencia de tiro al efectuar el giro con más rapidez gracias al motor fabricado por la Crocker-Wheeler Motor Company (grabado de la derecha), el cual desarrollaba una potencia de un tercio de caballo. El motor, que solo requería una energía de 80 voltios para funcionar, permitía alcanzar las 150 revoluciones por minuto, lo que en una máquina de 10 cañones se traduciría en la escalofriante cadencia de 1.500 disparos, que para aquella época era una cifra simplemente bestial. Pero, como ya podemos imaginar, las ventajas que aportaba el motor eléctrico iban más allá debido a que el efecto producido por el cansancio en el tirador desaparecía. Si dicho tirador ya estaba con la lengua fuera tras cuatro o cinco minutos seguidos dándole al manubrio, como es evidente la cadencia disminuía de forma notable, cosa que jamás ocurriría mientras el motor tuviese energía eléctrica. No obstante, en caso de que este se averiase se podía desmontar fácilmente y recuperar el funcionamiento manual de la máquina. Por razones obvias, al basarse el invento en la intervención de la electricidad, el diseño estaba dirigido a su instalación en los barcos de guerra, los únicos que en aquella época disponían de capacidad para generarla. En un campo de batalla convencional no era aún posible, y de ahí la evolución de otros sistemas de automatismo autónomos que no requerían la intervención de energías ajenas a la máquina.
La ametralladora con el motor instalado |
Por otro lado, liberar al tirador de tener que accionar la manivela se traducía en una mayor fluidez a la hora de elegir los blancos y disparar sobre ellos. Puede que muchos lo desconozcan, pero las Gatling requerían dos hombres para su manejo. Y no hablamos del típico tándem tirador-servidor, sino más bien de operador de la manivela y apuntador. Me explico. El engorro de estas máquinas consistía en que su funcionamiento precisaba, como hemos dicho, de un tirador que giraba el manubrio, operación esta que requería cierto esfuerzo y que, al mismo tiempo, impedía concentrarse en manejar la ametralladora girándola sobre su afuste para barrer el campo de batalla. De ello se encargaba otro hombre cuya misión consistía en estar exclusivamente pendiente de la elección de blancos y de orientar el arma. O sea, que el operario de la manivela era el "motor" en este caso. Como es evidente, la eliminación de uno de los servidores y poder poner en funcionamiento la ametralladora accionando simplemente un botón para, a continuación, dedicarse por entero a apuntarla, era todo un logro. Como ya podemos suponer, bastaba darle al botón de nuevo para detener el motor y, con ello, los disparos. Pero la adición de dicho motor también suponía una mejora notable en la puntería del arma ya que el accionamiento de la manivela imprimía una fuerte oscilación vertical a la ametralladora que, obviamente, mermaba mucho su precisión.
A la derecha aparece el grabado que apareció en la Scientific American y que nos permite ver el aspecto de la máquina con su motor. Como podemos apreciar, del mismo salen dos cables que irían conectados a una toma de corriente en la cubierta del barco. La ametralladora está montada sobre un afuste naval que permitía ajustar el ángulo vertical y el giro horizontal. De la culata del arma sale una rabera que permite al tirador girarla a derecha o izquierda y, marcado con la flecha, vemos el pequeño botón que ponía en marcha o detenía el motor. Al desmontarlo se volvía a engranar la manivela y podía seguir funcionando manualmente, operación esta que se podía llevar a cabo en pocos segundos.
Gatling 1883 con cargador de tambor Accles y el motor adaptado por la Johson Automatics Ltd. |
En fin, este peculiar invento no tuvo aceptación y se quedó en un mero proyecto. Como ya hemos dicho, en los campos de batalla, que es donde de verdad hacían falta las ametralladoras, no había enchufes así que la cosa no prosperó. No obstante, la idea no quedó relegada al olvido, y permaneció latente cosa de medio siglo hasta que fue recuperada para aplicarla a la aviación, que al terminar la Segunda Guerra Mundial ya notaba que la potencia de fuego de las Browning M-2 que armaban los cazas norteamericanos se estaban quedando atrás, y más ante combinaciones tan devastadoras como los cañones de 30 mm. de los Me-262 tedescos. Así pues, en 1945 se encargó a la firma Johnson Automatics Ltd. llevar a cabo las pruebas pertinentes, para lo cual se recuperó una vieja Gatling 1883 en calibre .45-70 Government tras mucho rebuscar porque no fue nada fácil dar con una en condiciones de tiro. Al final pudieron poner a punto una máquina facilitada por F. Bannerman & Sons a la que hubo que cambiarle los bloques de cierre por unos fabricados con acero moderno para resistir las pruebas. Una vez a punto se le añadió un motor eléctrico para obtener nada menos que 5.800 disparos por minuto, a una distancia abismal de los 1.200 de una M-2 y con una ventaja añadida: las ametralladoras de cañones giratorios no sufren interrupciones de disparo en caso de que falle un cartucho. Si tal cosa ocurre, como el arma funciona mediante una fuente de energía ajena a ella- el motor en este caso- el cartucho defectuoso simplemente será extraído de la recámara siguiendo el ciclo de disparo y expulsado como si de una vaina servida se tratase. Estos estudios preliminares dieron lugar en 1946 al proyecto Vulcan, que fue el que marcó el inicio de toda la generación de armas de cañones rotativos que se han mostrado tan eficientes a todos los niveles.
En fin, curioso, ¿qué no?
Hale, he dicho
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