Revisando las entradas antiguas he visto que otra de las que necesitan una urgente actualización es la que en su día se dedicó a los arietes hace cinco años. Ya en su momento se pusieron al día las referentes a los trépanos, los arietes ligeros destinados a echar abajo puertas o empalizadas e incluso se estudió el curioso ariete de uña del Códice Latino 197. Así pues, procedo a poner al día la que estudiaba de forma un tanto sucinta la principal máquina de batir que estuvo operativa desde hace más de 3.500 años hasta la Edad Media si bien, no obstante, actualmente se siguen empleando versiones en miniatura de estos chismes para acceder a los domicilios de los delincuentes que, apremiados por la policía, se niegan a franquearles el paso de buena gana. Naturalmente, la adquisición de estos pequeños arietes está vetada a los cuñados, compadres y demás parásitos que se obstinan en vulnerar el sacrosanto hogar para proceder al concienzudo saqueo de bodegas y despensas. Bien, procedamos pues...
La maquinaria destinada a derribar o perforar murallas es quizás la más antigua que se conoce, muy anterior a los ingenios de aproximación o de lanzamiento. Los hititas ya mencionaban en un texto datado hacia el 1.500 a.C. que el ariete era una invención de los hurritas, un ignoto pueblo que habitaba al norte de Mesopotamia si bien la primera representación gráfica del mismo no aparece hasta el siglo IX a.C., concretamente en un bajorrelieve en el palacio de Asurbanipal que representa el asedio a una ciudad. En dicho bajorrelieve aparece una torre de asalto de la que emerge un ariete cuyos efectos ya se notan en la muralla. Según podemos observar en la ilustración de la derecha, los defensores han logrado atrapar la cabeza del ariete con unas cadenas a fin de inutilizarlo mientras que dos atacantes se esfuerzan en liberarla tirando hacia abajo con unos ganchos. No deja pues de ser revelador que, ya en aquella época, alguien había ideado también la forma de contrarrestar estos ingenios de forma bastante efectiva.
Por otro lado, la combinación de arietes con estructuras móviles destinadas tanto a facilitar su transporte durante los asedios como a proteger a los servidores de la máquina ya datan de aquella época. Un ejemplo lo tenemos en la foto de la izquierda, que muestra un bajorrelieve asirio del reinado de Tiglath Pileser III en el que aparece una de esas estructuras móviles que transporta dos arietes por una empinada pendiente. A la vista de que los arietes son una imagen bastante recurrente en las escenas de asedios asirias cabe suponer que era una máquina totalmente evolucionada ya en aquella época, y que su empleo era totalmente habitual durante los cercos a ciudades y fortificaciones. De hecho, hasta empleaban arietes montados sobre una especie de vehículo de seis ruedas que, además, eran guarnecidos por arqueros que hostigaban a los defensores mientras que la máquina actuaba. Dicho ariete quedó perfectamente reflejado en uno de los bajorrelieves de las puertas de bronce del palacio de Balawat, datadas hacia el siglo IX a.C. Esta máquina, que podemos ver en la foto inferior, se presenta enfrentada a una puerta ya que su masa no era la adecuada para batir una muralla, por lo que su diseño también se anticipó a los arietes ligeros que tanto proliferaban en los tratados medievales de cerebros bélicos como Kyeser, Il Taccola, Valturio, etc.
Está de más decir que un invento cuya relación costo-eficacia era tan ventajosa no iba a quedar relegado al olvido con el paso de los años. Tras la desaparición de los imperios asiáticos de Oriente Próximo, el mundo helénico no dudó en hacer uso de los arietes en sus intentos para acceder a las fortificaciones y ciudades que no se avenían de buen grado a facilitarles el paso. Sin embargo, la ausencia de representaciones gráficas nos pone más difícil conocer la morfología y el uso que hacían los griegos de estas máquinas si bien, al menos, ha llegado a nosotros una cabeza de ariete fabricada de bronce que fue hallado en Olimpia y que nos puede servir de orientación. La tenemos en la foto superior, y como se puede ver consta de dos hileras dentadas que flanquean un espolón central. La cabeza de carnero es obviamente decorativa, y hace referencia al uso de ese chisme. Sin embargo, sus dimensiones indican que no estaba destinado a batir poderosas murallas sino, a lo sumo, muros o puertas. Con apenas 22 cm. de alto por 8 de grosor harían falta tropocientos cuñados para abrir una brecha, así que salta a la vista que su misión era derribar obstáculos de menos entidad. Con todo, un estudio del desgaste de los dientes demuestra que entró en acción en su momento.
De hecho, la masa para obtener la energía cinética necesaria para abatir una muralla no era moco de pavo. Se han realizado algunos estudios cuyas conclusiones no pueden dejar de ser llamativas ya que, a modo de ejemplo, para abrir una brecha en una muralla de sillería al uso entre griegos o romanos era precisa una presión de entre 1 y 1,75 toneladas por cm², la cual se podía obtener con un ariete con un peso mínimo de 700 kg. que, dependiendo del tipo de madera y su densidad más el peso de la cabeza metálica requeriría un tronco de unos 10 metros de largo y 35 cm. de diámetro. En lo referente a las cabezas, a la derecha podemos ver dos recreaciones que representan las morfologías de dos arietes convencionales con su típica cabeza de carnero que les da nombre. Aunque no se suelen hacer menciones explicitas al respecto, es más que evidente que un ejército cuyo destino era asediar una fortificación portaba al menos la cabeza entre sus bastimentos. Para la viga les bastaría talar el tronco de un árbol que crezca recto y con un diámetro uniforme, como las coníferas o los álamos. Como ya nos podemos imaginar, fundir semejante artefacto no era cosa baladí, solo al alcance de personal muy cualificado y con los medios adecuados para ello.
Como es evidente, para manipular un artefacto de semejante masa era imprescindible instalarlo en una estructura como las que vimos anteriormente. Sin embargo, los tratadistas romanos debieron de mamar de fuentes ajenas al legado asirio, porque el mismo Vitruvio atribuye en el tomo X de su obra “De Architectura” a Cetras Calcedonio el concepto de ariete protegido por una VINEA o tortuga. Cabe suponer que, en efecto, Vitruvio desconocía los avances de los asirios en materia poliorcética, otorgando así la idea a Cetras. En todo caso, este autor da una descripción bastante detallada del invento:
“…construyó primeramente un fuste o basamento de madera con ruedas debajo, y sobre él erigió unos maderos y atravesó otros, en medio de cuya armazón colgó el ariete cubriéndolo todo con pieles de buey para que estuviesen más seguros los que desde la máquina debían batir los muros. Diole el nombre de tortuga arietaria por lo tardo en sus operaciones.”
Es pues evidente que en el Mundo Antiguo se diseñaron elementos de protección para que ni los arietes ni sus servidores fueran eliminados nada más aproximarse a la muralla y, por otro lado, la descripción que nos proporciona Vitruvio de la tortuga arietaria ideada según él por Cetras era básicamente la misma máquina denominada por los musulmanes como dabbabah, o sea, una estructura de madera de forma triangular provista de ruedas o rodillos para su desplazamiento y provista de una cubierta de madera y pieles crudas bajo la cual la dotación del ariete podía empujar el conjunto hasta la muralla o la puerta a batir. Por cierto que, según David Nicolle, tortugas similares a estas eran usadas por los bizantinos, todas las naciones de Oriente Medio e incluso en la India y, está de más decirlo, aunque el patrón era el mismo los estilos y detalles eran infinitos, tantos como ingenieros militares las construyeron. En definitiva, la tortuga arietaria de Cetras era un ingenio como el que vemos en la siguiente ilustración.
Como podemos ver, se trata de una estructura como la descrita por Vitruvio y de la que pende un tronco de árbol mediante unas sogas que permitían balancearlo como si de un péndulo se tratase. La techumbre de la tortuga, gracias a su acusada inclinación, hacía rebotar las piedras que les lanzaban desde lo alto de la muralla y las pieles crudas impedían que echara a arder si les arrojaban brea ardiendo o proyectiles incendiarios.
Lógicamente, el nivel de perfeccionamiento en la construcción tanto de la tortuga como del ariete dependía de la habilidad del ingeniero que acompañaba al ejército sitiador o de los medios para ello. No siempre se podía disponer de una pesada cabeza de hierro o bronce por lo que había que conformarse con endurecer a fuego el extremo de un tronco, o forrarlo como se pudiera con láminas metálicas de circunstancias. Y, por otro lado, la tortuga arietaria de Cetras tenía un defecto que no la hacía precisamente la más útil para resguardar un ariete. Dicho defecto no era otra cosa más que lo siguiente: cuando el ariete era adosado a la muralla, obviamente había que dejar un espacio entre la misma y la máquina para permitirle oscilar al máximo. Cuanto mayor fuera el arco de péndulo descrito, mayor energía cinética podría desarrollar. Pero esa separación podía ser fatal ya que el extremo del ariete quedaba indefenso cuando avanzaba, así que se diseñaron tortugas cuya techumbre avanzaba sobre la perpendicular de la misma de forma que el ariete permanecía en todo momento fuera del alcance de los defensores.
La ilustración de la derecha nos los aclarará perfectamente. Como vemos, la techumbre queda totalmente adosada a la muralla dejando a la cabeza del ariete espacio para balancearse. Por otro lado, en la parte inferior de la tortuga aparece un tope que, combinado con las cuñas que calzan las ruedas, imposibilitaban que la máquina se desplazara como consecuencia del balanceo y de los golpes. Por último, vemos que se le ha añadido bajo las pieles crudas una gruesa capa de mimbres frescos la cual tenía por objeto hacer rebotar los objetos lanzados desde la muralla. Como todos sabemos, el mimbre es sumamente flexible, y más aún cuando está aún verde. Así pues, con esa capa protectora adicional era más difícil quebrar la cubierta de madera de la tortuga. Con todo, hay noticia de protecciones aún más sólidas, como chapas de metal o fardos de paja si bien lo más habitual era la combinación que acabamos de ver.
Bueno, vale por hoy que profanar en exceso el asueto dominical es pecado, creo. En la siguiente entrada proseguiremos con este tema, así como los medios de que se valían los defensores para anular el devastador efecto de estas máquinas.
Hale, he dicho
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