Caterva de visigodos en plan desafiante. De poco les sirvió tanto postureo cuando los moros les dieron para el pelo en la nefasta jornada del Guadalete |
Aspecto de un guerrero germano que igual puede ser un visigodo que un franco o un ostrogodo |
Página del Beato de Liébana (c. siglo VIII) que nos permite ver el aspecto de algunas de las armas empleadas por los visigodos |
Por último podríamos decir que el armamento visigodo era el resultado de una mezcla secular de diseños propios de los pueblos germanos, del empleado por las legiones romanas, de la evolución de estas últimas que, curiosamente, procedían a su vez de armas germánicas y, finalmente, de modelos hispano-romanos que habían evolucionado por su cuenta. Un lío, ¿no? Pues sí, porque la cosa no pinta fácil y estos probos y belicosos ciudadanos no se preocuparon de pensar que quince siglos más tarde habría unos cuantos frikis devanándose el magín para averiguar como serían sus armas. No obstante, haremos un pequeño esfuerzo para asacar algo en claro y, en el peor de los casos, siempre podemos hacer una ouija de esas, invocar al espectro rey don Rodrigo y que nos lo cuente con todo detalle. Bueno, al grano, que para luego es tarde.
Armamento enastado
Diversas tipologías de angones |
El conde de Clonard, al que jamás perdonaré el gazapo de la tostadora asesina (para los que no lo hayan leído, pinchar aquí y aquí respetando ese orden), sugiere que el PILO era la misma cosa que el venablo, de lo que difiero radicalmente. De entrada, como su nombre indica, el venablo era un arma destinada a la caza. Isidoro de Sevilla nos propone en sus "ETIMOLOGÍAS" dos posibles orígenes para este término: por un lado, dice VENABVLA DICTA QVASI VENATVI ABILIA, o sea, que se trataba de un arma adecuada para la caza. No obstante, sugiere también otro origen también venatorio cuando escribe que "...reciben al que se acerca, como los EXCIPIABVLA; y es que, efectivamente, reciben (EXCIPERE) a los jabalíes, aguardan a los leones y acosan a los osos con tal de que se tenga la mano firme". O sea, se refiere claramente a una lanza de empuje provista de un travesaño que permita al cazador contener el furioso ataque de la presa que, herida de muerte, intentará proseguir su avance para morir matando. Esto lo traducimos con la escena que vemos en la parte inferior de la iluminación que mostramos a la derecha y que representa los meses de noviembre y diciembre en un manuscrito datado hacia el siglo IX. En la parte superior tenemos una escena del "Apocalipsis de Saint Amand", datado en la misma fecha y en la que aparece un grupo de militares armados con lanzas similares las cuales, por cierto, suelen verse con bastante frecuencia en manuscritos de la época carolingia, sobre todo en manos de jinetes.
Estos venablos, que no tienen nada que ver con las lanzas arrojadizas de pequeño tamaño que solemos imaginar, estaban provistos de una asta de unos 2,5 o 3 metros de largo, y sus moharras, como vemos en las figuras de la izquierda, tenían un travesaño que limitaba la introducción de las mismas en los cuerpos de los enemigos ya fuesen hombres u osos. La que aparece en la parte superior tiene una sección prismática muy adecuada para penetrar en las armaduras del adversario y colocarle dentro del cuerpo unos 35 centímetros de hierro, suficiente para producirle la baja definitiva. La inferior, en forma de hoja de laurel, es perfecta para acuchillar enemigos mal armados y producirles unas heridas cortantes y punzantes muy enojosas.
En ambos casos el armado en el asta es mediante cubos de enmangue los cuales podrían fijarse con remaches pasantes o con argollas, de forma similar a los angones. Este sistema, que ya se ha explicado varias veces, era una forma económica de fabricar los cubos de enmangue ya que dejaban una larga abertura longitudinal en los mismos a fin de ajustar el cubo al asta mediante presión, y fijarlos del mismo modo con una anilla lo que permitía una sustitución más rápida y cómoda del asta en caso de que se partiese. ¿Y que por qué aparecen tanto en manos de jinetes? La explicación que se me antoja es de lo más obvia: el travesaño impedía ensartar al enemigo, pasarlo de lado y lado y, por ello, no poder extraer la lanza de su cuerpo, perdiéndola para siempre. Por eso, adoptar un tipo de lanza capaz de infligir heridas mortales de necesidad pero sin riesgo de tener que dejarla en el cuerpo del vencido era mejor que usar una lanza convencional y decirle adiós tras el primer choque.
Otra tipología, en este caso mencionada expresamente por Isidoro de Sevilla, es el CONTVS. Según la descripción que nos da del mismo debía tratarse de un arma muy básica y distinta a la lanza pesada que usaba la catafracta romana ya que se trataba de un simple cono de hierro, de donde obviamente toma el nombre, extremadamente aguzado, pero sin más. O sea, se trataba de unas lanzas de longitud indeterminada cuya moharra era una contera, término este que, aunque posterior, tiene su origen precisamente en este tipo de arma si bien en su caso era para proteger la parte inferior del asta. Otro dato acerca de la existencia de estas lanzas nos lo proporciona Paulo Orosio (c. 383- c. 420), un prolífico historiador natural de Bracara Augusta, la actual Braga de Portugal, el cual afirmaba que las tropas godas que derrotaron de forma rotunda al emperador Valente en la batalla de Adrianópolis en agosto de 378 iban armadas con estos CONTVS, por lo que podemos colegir que se trataba de una lanza larga a modo de pica con las que contener y, a continuación, deshacer las filas enemigas. Otro testimonio nos lo da Gregorio de Tours (538-594) cuando afirma que el rey Clodoveo fue herido por este tipo de arma.
En la ilustración de la derecha hemos recreado un CONTVS fijado al asta mediante una anilla y, como vemos, es un arma de una simplicidad espartana. En las figuras que se ven al lado tenemos dos piezas consideradas como conteras o regatones aparecidas en el nordeste peninsular y mencionadas en un artículo aparecido en la revista Gladius firmado por Gustavo García y David Vivó. Como vemos, ambas piezas son de sección prismática y su longitud, especialmente en el ejemplar más grande (el otro está roto, por lo que desconocemos su tamaño original), de algo más de 16 cm., las hace unas candidatas bastante aceptables para que fuesen puntas de CONTVS en vez de regatones. El hecho de que aparecieran solos, sin su correspondiente moharra, y que la pieza de mayor tamaño esté provista de dos remaches para su fijación al asta me hacen pensar que no es una teoría precisamente absurda. Al menos, a mí se me antoja excesivo recurrir a dos remaches para fijar una contera que, en teoría, no debe llevar a cabo ningún esfuerzo salvo permanecer en su sitio, mientras que actuando como punta de una lanza sí sería preciso una sólida fijación para no perderla entre las miserables vísceras del enemigo.
Estos venablos, que no tienen nada que ver con las lanzas arrojadizas de pequeño tamaño que solemos imaginar, estaban provistos de una asta de unos 2,5 o 3 metros de largo, y sus moharras, como vemos en las figuras de la izquierda, tenían un travesaño que limitaba la introducción de las mismas en los cuerpos de los enemigos ya fuesen hombres u osos. La que aparece en la parte superior tiene una sección prismática muy adecuada para penetrar en las armaduras del adversario y colocarle dentro del cuerpo unos 35 centímetros de hierro, suficiente para producirle la baja definitiva. La inferior, en forma de hoja de laurel, es perfecta para acuchillar enemigos mal armados y producirles unas heridas cortantes y punzantes muy enojosas.
Grupo de jinetes armados con venablos |
Infante visigodo armado con dos tipos de lanza: una jabalina y un angón |
En la ilustración de la derecha hemos recreado un CONTVS fijado al asta mediante una anilla y, como vemos, es un arma de una simplicidad espartana. En las figuras que se ven al lado tenemos dos piezas consideradas como conteras o regatones aparecidas en el nordeste peninsular y mencionadas en un artículo aparecido en la revista Gladius firmado por Gustavo García y David Vivó. Como vemos, ambas piezas son de sección prismática y su longitud, especialmente en el ejemplar más grande (el otro está roto, por lo que desconocemos su tamaño original), de algo más de 16 cm., las hace unas candidatas bastante aceptables para que fuesen puntas de CONTVS en vez de regatones. El hecho de que aparecieran solos, sin su correspondiente moharra, y que la pieza de mayor tamaño esté provista de dos remaches para su fijación al asta me hacen pensar que no es una teoría precisamente absurda. Al menos, a mí se me antoja excesivo recurrir a dos remaches para fijar una contera que, en teoría, no debe llevar a cabo ningún esfuerzo salvo permanecer en su sitio, mientras que actuando como punta de una lanza sí sería preciso una sólida fijación para no perderla entre las miserables vísceras del enemigo.
Otro tipo de arma enastada mencionada por Isidoro de Sevilla es el TRVDES la cual dice tomar su nombre de empujar (TRVDERE) o rechazar (DETRVDERE) al enemigo. Dichas armas son descritas como una pértiga rematada por un hierro con forma de media luna, por lo que me inclino a pensar que, en este caso, estamos ante la típica arma de circunstancias derivada de una hoz (figura A) o una guadaña (figura B). La inexistencia de representaciones gráficas del TRVDES, así como el hecho de que no sea mencionado por cronistas de la época nos hace pensar que, en efecto, no se trataba de armas convencionales sino meros apaños llevados a cabo por hombres con pocos medios económicos. No obstante, es más que evidente que debían ser enormemente eficaces, sobre todo a la hora de descabalgar jinetes y escabecharlos antes de que se dieran cuenta de que sus asquerosas vidas estaban a punto de caducar.
Como colofón a esta primera parte, solo nos resta hacer referencia a las tipologías convencionales que, por ser sobradamente conocidas por todos, no nos detendremos en detallar ya que se trata de las típicas jabalinas con moharras pistiliformes o lanceoladas, así como dardos de apariencia similar a las azconas que popularizaron los belicosos almogávares. Estas lanzas, portadas por lo general a pares por cada guerrero, conservaban la misma apariencia de las HASTÆ romanas y eran empleadas tanto por infantes como por jinetes. En este último caso, recordemos que no fue hasta varios siglos más tarde cuando la caballería cambió el uso táctico de sus lanzas, cargando con ellas bazo el brazo. Anteriormente y, por supuesto, en la época que nos ocupa, los jinetes atacaban a los enemigos arrojándolas sobre ellos o lanzando cuchilladas.
Bueno, ya proseguiremos. De momento, ahí queda eso.
Hale, he dicho
Caballería visigoda a principios el siglo VIII. Como vemos, aún carecen de estribos |
Bueno, ya proseguiremos. De momento, ahí queda eso.
Hale, he dicho
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