viernes, 23 de septiembre de 2016

Armamento visigodo. Armas esnastadas


Caterva de visigodos en plan desafiante. De poco les sirvió tanto postureo
cuando los moros les dieron para el pelo en la nefasta jornada del Guadalete
No deja de ser curioso el hecho de que todo lo referente al ejército visigodo sea por lo general un tema prácticamente desconocido para los aficionados a estas enjundiosas cuestiones bélicas. Mientras que del ejército romano se sabe hasta el modelo de cuchara homologado por el "Ministerium Bellicorum" en tiempos de Sila, lo referente a los germanos que se asentaron en la Hispania a raíz del desplome del Imperio es cuasi ignoto, y se habla menos de ello que de la honradez y el amor por la Patria de los políticos, honorables virtudes cuyo significado es un arcano para esos parásitos que nos chulean bonitamente. Quizás porque los visigodos eran poco dados a escribir tanto como lo eran los romanos, quizás porque los cronistas de la época pasaban de la cosa militar o, simplemente, porque los pocos o muchos datos que hubiese han desaparecido, la cosa es que ni siquiera disponemos de las abundantes representaciones artísticas que otras culturas anteriores nos legaron, Vg. egipcios, asirios o los mismos romanos. De ahí que, en muchos casos, tengamos a nuestro alcance solamente descripciones un tanto ambiguas o de términos un tanto confusos que dan pie a interpretaciones de lo más variopinto ya que carecemos incluso de restos arqueológicos que nos permitan corroborar el aspecto de tal o cual arma. 

Aspecto de un guerrero germano que
igual puede ser un visigodo que un
franco o un ostrogodo
Por otro lado, el ejército visigodo- del que ya hablaremos detenidamente en una entrada monográfica- no tenía nada que ver con el romano. Aunque su poder militar logró acabar con las decadentes legiones que durante siglos dominaron el mundo, los pueblos germánicos en general y el visigodo en particular carecían de un ejército profesional. Por avanzar de forma muy básica su organización, diremos que todos los vasallos de la corona, tanto libres como siervos, estaban sujetos a filas y asignados a una determinada unidad a la que debían sumarse en caso de ser llamados a la guerra. De ahí que parte de su panoplia estuviera compuesta por armas de circunstancias de la misma forma que en la Baja Edad Media, en la que los peones de las milicias concejiles acudían a filas provistos de guadañas, hoces, mayales y demás aperos agrícolas reconvertidos en burdas pero eficaces armas. Así pues, nos encontramos con que eso de tener que costearse sus propias armas ya lo habían implantado los visigodos, norma esta que daba lugar a grandes diferencias en la calidad y cantidad de armas que portaba cada guerrero de la misma forma que había una diferencia abismal entre la panoplia de un miliciano y un caballero durante la época bajo-medieval.

Página del Beato de Liébana (c. siglo VIII) que
nos permite ver el aspecto de algunas de las armas
empleadas por los visigodos
En cuanto al diseño y/o morfología de las armas empleadas por los visigodos, podemos decir que para atisbar su apariencia debemos recurrir tanto a las escasas fuentes de la época como a las representaciones gráficas posteriores ya que, al fin y al cabo, el armamento al uso durante el imperio carolingio debía ser prácticamente el mismo. Recordemos que si no hubiese sido por la enojosa visita que nos hizo en 711 Tariq ibn Ziyad, quizás la España actual seguiría ocupando la totalidad de la Península y el presidente del gobierno se llamaría tal vez Sisenando. Queremos decir con esto que, aunque el reino visigodo desapareció de la noche a la mañana, los demás pueblos germanos vecinos siguieron haciendo uso de un armamento básicamente igual, si acaso con pequeñas variaciones en función de las modificaciones propias a la hora de adaptar armas autóctonas procedentes de los pobladores hispano-romanos. Por otro lado, muchos toman esta época como una especie de lapso temporal sumido en la más absoluta de las tinieblas, y no se detienen a pensar una cosa: los habitantes de los primitivos reinos que comenzaron la Reconquista eran hispano-romanos y visigodos. Digo esto porque los castellanos, leoneses y aragoneses del siglo XI no surgieron por generación espontánea, y los llamados de forma tan generalista como "cristianos" no eran ni más ni menos que los nietos de los visigodos y pobladores autóctonos que había en la Península antes de la llegada de la morisma. Por lo tanto, es lógico pensar que sus armas eran las mismas que utilizaban sus antecesores.

Por último podríamos decir que el armamento visigodo era el resultado de una mezcla secular de diseños propios de los pueblos germanos, del empleado por las legiones romanas, de la evolución de estas últimas que, curiosamente, procedían a su vez de armas germánicas y, finalmente, de modelos hispano-romanos que habían evolucionado por su cuenta. Un lío, ¿no? Pues sí, porque la cosa no pinta fácil y estos probos y belicosos ciudadanos no se preocuparon de pensar que quince siglos más tarde habría unos cuantos frikis devanándose el magín para averiguar como serían sus armas. No obstante, haremos un pequeño esfuerzo para asacar algo en claro y, en el peor de los casos, siempre podemos hacer una ouija de esas, invocar al espectro rey don Rodrigo y que nos lo cuente con todo detalle. Bueno, al grano, que para luego es tarde. 

Armamento enastado

Diversas tipologías de angones
Los visigodos empleaban lanzas de diversos tipos, algunas de las cuales tenían en realidad un origen civil, concretamente venatorio. Además, tenemos las tipologías heredadas del ejército romano las cuales, modificadas para un uso táctico diferente, siguieron dando guerra bastante tiempo. Así pues, en primer lugar podríamos citar el PILO, obviamente derivada el PILVM romano y que, al parecer, debió ser la lanza por antonomasia de la infantería ya que, según nos informa Procopio de Cesárea en su obra "DE BELLVM GOTHORVM", el rey ostrogodo Totila ordenó que fueran empleadas exclusivamente para combatir. Ello nos induciría a pensar que sería un arma especialmente efectiva cuyo uso en la vida civil supondría un peligro en caso de reyertas o movidas similares, por lo que este PILO es identificado por lo general con el angón, del que ya hablamos en su día y que, en efecto, era una eficaz arma arrojadiza con las mismas propiedades que el PILVM romano: pequeña moharra al final de un largo hierro que impediría a los enemigos cortar el asta en caso de emplearla como lanza de empuje, puntas dotadas de un gran poder de penetración capaz de perforar los escudos del adversario así como sus barrigas y, finalmente, barbas para impedir o dificultar su extracción. Como ya podemos imaginar, una trifulca entre dos grupos de visigodos cabreados en la que llovían angones por todas partes debería acabar de muy mala manera, así que es lógico que se prohibieran como no fuese para apiolar enemigos.

El conde de Clonard, al que jamás perdonaré el gazapo de la tostadora asesina (para los que no lo hayan leído, pinchar aquí y aquí respetando ese orden), sugiere que el PILO era la misma cosa que el venablo, de lo que difiero radicalmente. De entrada, como su nombre indica, el venablo era un arma destinada a la caza. Isidoro de Sevilla nos propone en sus "ETIMOLOGÍAS" dos posibles orígenes para este término: por un lado, dice VENABVLA DICTA QVASI VENATVI ABILIA, o sea, que se trataba de un arma adecuada para la caza. No obstante, sugiere también otro origen también venatorio cuando escribe que "...reciben al que se acerca, como los EXCIPIABVLA; y es que, efectivamente, reciben (EXCIPERE) a los jabalíes, aguardan a los leones y acosan a los osos con tal de que se tenga la mano firme". O sea, se refiere claramente a una lanza de empuje provista de un travesaño que permita al cazador contener el furioso ataque de la presa que, herida de muerte, intentará proseguir su avance para morir matando. Esto lo traducimos con la escena que vemos en la parte inferior de la iluminación que mostramos a la derecha y que representa los meses de noviembre y diciembre en un manuscrito datado hacia el siglo IX. En la parte superior tenemos una escena del "Apocalipsis de Saint Amand", datado en la misma fecha y en la que aparece un grupo de militares armados con lanzas similares las cuales, por cierto, suelen verse con bastante frecuencia en manuscritos de la época carolingia, sobre todo en manos de jinetes.


Estos venablos, que no tienen nada que ver con las lanzas arrojadizas de pequeño tamaño que solemos imaginar, estaban provistos de una asta de unos 2,5 o 3 metros de largo, y sus moharras, como vemos en las figuras de la izquierda, tenían un travesaño que limitaba la introducción de las mismas en los cuerpos de los enemigos ya fuesen hombres u osos. La que aparece en la parte superior tiene una sección prismática muy adecuada para penetrar en las armaduras del adversario y colocarle dentro del cuerpo unos 35 centímetros de hierro, suficiente para producirle la baja definitiva. La inferior, en forma de hoja de laurel, es perfecta para acuchillar enemigos mal armados y producirles unas heridas cortantes y punzantes muy enojosas. 


Grupo de jinetes armados con venablos
En ambos casos el armado en el asta es mediante cubos de enmangue los cuales podrían fijarse con remaches pasantes o con argollas, de forma similar a los angones. Este sistema, que ya se ha explicado varias veces, era una forma económica de fabricar los cubos de enmangue ya que dejaban una larga abertura longitudinal en los mismos a fin de ajustar el cubo al asta mediante presión, y fijarlos del mismo modo con una anilla lo que permitía una sustitución más rápida y cómoda del asta en caso de que se partiese. ¿Y que por qué aparecen tanto en manos de jinetes? La explicación que se me antoja es de lo más obvia: el travesaño impedía ensartar al enemigo, pasarlo de lado y lado y, por ello, no poder extraer la lanza de su cuerpo, perdiéndola para siempre. Por eso, adoptar un tipo de lanza capaz de infligir heridas mortales de necesidad pero sin riesgo de tener que dejarla en el cuerpo del vencido era mejor que usar una lanza convencional y decirle adiós tras el primer choque.


Infante visigodo armado con dos tipos de
lanza: una jabalina y un angón
Otra tipología, en este caso mencionada expresamente por Isidoro de Sevilla, es el CONTVS. Según la descripción que nos da del mismo debía tratarse de un arma muy básica y distinta a la lanza pesada que usaba la catafracta romana ya que se trataba de un simple cono de hierro, de donde obviamente toma el nombre, extremadamente aguzado, pero sin más. O sea, se trataba de unas lanzas de longitud indeterminada cuya moharra era una contera, término este que, aunque posterior, tiene su origen precisamente en este tipo de arma si bien en su caso era para proteger la parte inferior del asta. Otro dato acerca de la existencia de estas lanzas nos lo proporciona Paulo Orosio (c. 383- c. 420), un prolífico historiador natural de Bracara Augusta, la actual Braga de Portugal, el cual afirmaba que las tropas godas que derrotaron de forma rotunda al emperador Valente en la batalla de Adrianópolis en agosto de 378 iban armadas con estos CONTVS, por lo que podemos colegir que se trataba de una lanza larga a modo de pica con las que contener y, a continuación, deshacer las filas enemigas. Otro testimonio nos lo da Gregorio de Tours (538-594) cuando afirma que el rey Clodoveo fue herido por este tipo de arma.


En la ilustración de la derecha hemos recreado un CONTVS fijado al asta mediante una anilla y, como vemos, es un arma de una simplicidad espartana. En las figuras que se ven al lado tenemos dos piezas consideradas como conteras o regatones aparecidas en el nordeste peninsular y mencionadas en un artículo aparecido en la revista Gladius firmado por Gustavo García y David Vivó. Como vemos, ambas piezas son de sección prismática y su longitud, especialmente en el ejemplar más grande (el otro está roto, por lo que desconocemos su tamaño original), de algo más de 16 cm., las hace unas candidatas bastante aceptables para que fuesen puntas de CONTVS en vez de regatones. El hecho de que aparecieran solos, sin su correspondiente moharra, y que la pieza de mayor tamaño esté provista de dos remaches para su fijación al asta me hacen pensar que no es una teoría precisamente absurda. Al menos, a mí se me antoja excesivo recurrir a dos remaches para fijar una contera que, en teoría, no debe llevar a cabo ningún esfuerzo salvo permanecer en su sitio, mientras que actuando como punta de una lanza sí sería preciso una sólida fijación para no perderla entre las miserables vísceras del enemigo.

Otro tipo de arma enastada mencionada por Isidoro de Sevilla es el TRVDES la cual dice tomar su nombre de empujar (TRVDERE) o rechazar (DETRVDERE) al enemigo. Dichas armas son descritas como una pértiga rematada por un hierro con forma de media luna, por lo que me inclino a pensar que, en este caso, estamos ante la típica arma de circunstancias derivada de una hoz (figura A) o una guadaña (figura B). La inexistencia de representaciones gráficas del TRVDES, así como el hecho de que no sea mencionado por cronistas de la época nos hace pensar que, en efecto, no se trataba de armas convencionales sino meros apaños llevados a cabo por hombres con pocos medios económicos. No obstante, es más que evidente que debían ser enormemente eficaces, sobre todo a la hora de descabalgar jinetes y escabecharlos antes de que se dieran cuenta de que sus asquerosas vidas estaban a punto de caducar.


Caballería visigoda a principios el siglo VIII.
Como vemos, aún carecen de estribos
Como colofón a esta primera parte, solo nos resta hacer referencia a las tipologías convencionales que, por ser sobradamente conocidas por todos, no nos detendremos en detallar ya que se trata de las típicas jabalinas con moharras pistiliformes o lanceoladas, así como dardos de apariencia similar a las azconas que popularizaron los belicosos almogávares. Estas lanzas, portadas por lo general a pares por cada guerrero, conservaban la misma apariencia de las HASTÆ romanas y eran empleadas tanto por infantes como por jinetes. En este último caso, recordemos que no fue hasta varios siglos más tarde cuando la caballería cambió el uso táctico de sus lanzas, cargando con ellas bazo el brazo. Anteriormente y, por supuesto, en la época que nos ocupa, los jinetes atacaban a los enemigos arrojándolas sobre ellos o lanzando cuchilladas. 

Bueno, ya proseguiremos. De momento, ahí queda eso.

Hale, he dicho


Asedio de Jerusalén a manos de Nabucodonosor según el Beato de Urgell, datado hacia el siglo X. Aunque en aquella
época el reino visigodo se había ido al garete, está claro que el armamento al uso debía ser prácticamente el mismo. No
obstante, también es evidente que este tipo de ilustraciones tampoco nos permiten entrar en detalle acerca del aspecto de las armas que aparecen en las mismas. Con todo, merece la pena reparar en el venablo que blande el infante de la fila superior, de la misma tipología que los que se usaban en la Europa dominada por los pueblos germanos desde hacía siglos

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