Aviso: contiene imágenes un tanto desagradables
No, no es un alienígena ni el cuñado de "La Cosa". Se trata de un mutilado en pleno proceso de reconstrucción facial |
Sin comentarios |
Miles de hombres quedaron desfigurados de por vida en mayor o menor grado. Los más afortunados volvieron del frente con la marca de un tajo propinado con un cuchillo de trinchera o un balazo que les había atravesado la cara de lado a lado, pero el aspecto de otros era simple y llanamente terrorífico. Hablamos de mutilaciones tan espeluznantes que, cuando se ven, no puede uno dejar de asombrarse de como los que las recibieron pudieron salir vivos de semejante escabechina: mandíbulas y narices desaparecidas, rostros triturados por la metralla, quemados por el petróleo de los lanzallamas o el gas mostaza, y, en definitiva, tal muestrario de horrores que incluso podemos preguntarnos como los que tuvieron que convivir a diario con semejantes escenas no acabaron locos perdidos por verse obligados a contemplar a todas horas el más extenso surtido imaginable de máscaras de la muerte.
Reconstrucción facial sobre una herida de metralla ya curada. Como se puede ver, las secuelas de la misma son casi inexistentes a pesar del destrozo sufrido |
Sin embargo, el prodigioso avance que experimentó la cirugía plástica permitió que miles de hombres que se habrían visto relegados de por vida a ser una sombra pudieran volver a vivir con sus familias sin que estos tuvieran que volver la cara a causa de la repulsión que provocaban. De este tema irá esta entrada, en la que explicaremos de forma somera las técnicas empleadas para reconstruir a estos hombres privados de sus rostros y poder así devolverles su apariencia de seres humanos. Veamos pues...
Aunque no lo parezca, hace siglos que se empezaron a desarrollar técnicas de reconstrucción facial. La más antigua está recogida en un ayurveda, un tratado de medicina tradicional del siglo VIII a.C. compilado por Súsruta, un médico hindú que vivió allá por los siglos III y IV a.C. En este tratado ya se estudiaba la forma de llevar a cabo rinoplastias a base de injertos de piel del brazo, pero manteniendo el fragmento pegado al mismo para que no se interrumpiera el riego sanguíneo. De ese modo, en vez de plantar un cacho pellejo que lo más seguro es que se necrosara y luego produjera una infección a lo bestia, pues se le mantenía vivo gracias a no haber perdido su "conexión" con el cuerpo. Al parecer, esta técnica surgió debido a que las amputaciones de narices eran un castigo habitual, así que había una gran demanda para recuperar napias perdidas que, las cosas como son, dan un aspecto de lo más siniestro al personal.
Esta técnica debió llegar a Europa a través del comercio con Oriente ya que, hacia 1450, un médico siciliano por nombre Antonio Branca desarrolló el que luego sería conocido como "método indio". No se sabe cómo ni a través de quién pudo obtener Branca la información sobre dicho método, pero la cosa es que lo puso en práctica de forma bastante exitosa, siendo su hijo del mismo nombre el que lo dio a conocer en Europa. Posteriormente, un profesor de la Universidad de Bolonia llamado Gaspare Tagliacozzi publicó en su obra "DE CHIRVRGIA CVRTORVM PER INSITIONEM" (Venecia, 1597) el método en cuestión que, como vemos, consistía en unir el fragmento de piel del brazo con la nariz, manteniendo al paciente en esa postura tan incomodísima hasta que, pasados unos ocho o diez días, se comprobaba que el injerto había agarrado de forma exitosa, cortando entonces la piel del brazo y reconstruyendo a continuación la nariz del paciente.
Estas técnicas ya se encontraban bastante desarrolladas a mediados del siglo XIX. Durante la Guerra de Secesión, algunos afortunados pudieron ser reconstruidos de forma más que satisfactoria si tenemos en cuenta que lo referente a anestésicos aún no había evolucionado hasta los niveles de medio siglo más tarde. Un ejemplo lo tenemos en el sujeto de la foto, el cual sufrió la pérdida de parte de la nariz, el labio superior y la mitad derecha de la mandíbula superior. La intervención fue llevada a cabo por el doctor Otterson y para la reconstrucción recurrió a un colgajo de la mejilla sana que fue injertado en el lado opuesto, tras lo cual se procedió a "modelarle" con piel la zona dañada. No lo dejaron especialmente guapo, pero mejor eso que nada, ¿no? En fin, sirva este breve introito como muestra de que eso de reconstruir jetas averiadas no era nada nuevo, así que los cirujanos que intervinieron en la Gran Guerra tenían ya una base de conocimientos notable para acometer el gran desafío de devolver la apariencia humana a los desgraciados que traían de primera línea con sus caras reducidas a un amasijo de carne y huesos picados.
Aunque no lo parezca, hace siglos que se empezaron a desarrollar técnicas de reconstrucción facial. La más antigua está recogida en un ayurveda, un tratado de medicina tradicional del siglo VIII a.C. compilado por Súsruta, un médico hindú que vivió allá por los siglos III y IV a.C. En este tratado ya se estudiaba la forma de llevar a cabo rinoplastias a base de injertos de piel del brazo, pero manteniendo el fragmento pegado al mismo para que no se interrumpiera el riego sanguíneo. De ese modo, en vez de plantar un cacho pellejo que lo más seguro es que se necrosara y luego produjera una infección a lo bestia, pues se le mantenía vivo gracias a no haber perdido su "conexión" con el cuerpo. Al parecer, esta técnica surgió debido a que las amputaciones de narices eran un castigo habitual, así que había una gran demanda para recuperar napias perdidas que, las cosas como son, dan un aspecto de lo más siniestro al personal.
Esta técnica debió llegar a Europa a través del comercio con Oriente ya que, hacia 1450, un médico siciliano por nombre Antonio Branca desarrolló el que luego sería conocido como "método indio". No se sabe cómo ni a través de quién pudo obtener Branca la información sobre dicho método, pero la cosa es que lo puso en práctica de forma bastante exitosa, siendo su hijo del mismo nombre el que lo dio a conocer en Europa. Posteriormente, un profesor de la Universidad de Bolonia llamado Gaspare Tagliacozzi publicó en su obra "DE CHIRVRGIA CVRTORVM PER INSITIONEM" (Venecia, 1597) el método en cuestión que, como vemos, consistía en unir el fragmento de piel del brazo con la nariz, manteniendo al paciente en esa postura tan incomodísima hasta que, pasados unos ocho o diez días, se comprobaba que el injerto había agarrado de forma exitosa, cortando entonces la piel del brazo y reconstruyendo a continuación la nariz del paciente.
Estas técnicas ya se encontraban bastante desarrolladas a mediados del siglo XIX. Durante la Guerra de Secesión, algunos afortunados pudieron ser reconstruidos de forma más que satisfactoria si tenemos en cuenta que lo referente a anestésicos aún no había evolucionado hasta los niveles de medio siglo más tarde. Un ejemplo lo tenemos en el sujeto de la foto, el cual sufrió la pérdida de parte de la nariz, el labio superior y la mitad derecha de la mandíbula superior. La intervención fue llevada a cabo por el doctor Otterson y para la reconstrucción recurrió a un colgajo de la mejilla sana que fue injertado en el lado opuesto, tras lo cual se procedió a "modelarle" con piel la zona dañada. No lo dejaron especialmente guapo, pero mejor eso que nada, ¿no? En fin, sirva este breve introito como muestra de que eso de reconstruir jetas averiadas no era nada nuevo, así que los cirujanos que intervinieron en la Gran Guerra tenían ya una base de conocimientos notable para acometer el gran desafío de devolver la apariencia humana a los desgraciados que traían de primera línea con sus caras reducidas a un amasijo de carne y huesos picados.
Harold Gillies |
En la foto de la derecha podemos ver el proceso seguido con el marinero William Vicarage, al cual un fragmento de metralla le arrancó de cuajo la mitad de la mandíbula inferior en Jutlandia. Tras colocarle una prótesis que sustituyera la parte ósea perdida, Gillies le implantó dos de estos pedículos con piel y carne procedentes del hombro derecho que, al mantenerse perfectamente irrigados, se unieron a la cara del paciente al cabo de pocos días. A continuación solo había que separar los pedículos del hombro y proceder a reconstruir el mentón. Como vemos en la foto final, el resultado fue completamente exitoso, devolviendo al rostro del herido un aspecto prácticamente igual a la que tenía antes de ser alcanzado por la metralla. Y aunque la apariencia del sujeto durante el proceso intermedio de la cura, con esos dos tentáculos saliéndole de la boca y los dientes a la vista, pueda resultar poco menos que de película asquerosilla de ciencia-ficción, esta técnica permitió que miles de hombres pudieran volver a casa sin que la novia, la mujer o los hijos salieran corriendo.
Otra técnica basada en el ayurveda hindú que Gillies aplicó con notables éxitos fue la rinoplastia que vemos en las imágenes inferiores
Las fotos pertenecen al teniente británico William Spreckley que, como vemos en la imagen de la izquierda, perdió la totalidad de su nariz. La siguiente foto muestra la herida ya curada, así como un fragmento de cartílago extraído de una costilla e implantado en la frente con la finalidad de que se desarrolle durante seis meses para, posteriormente y según se ve en la siguiente foto, sea cortado, girado hacia abajo e injertado en el lugar donde estaba la nariz. A continuación vemos el aspecto del injerto tras ser eliminado "el sobrante". Por último tenemos una foto del teniente Spreckley cuando ya tenía 60 años y una nariz de la que nadie diría que, como Eva, salió de una costilla. Todo el proceso de reconstrucción duró tres años y medio, desde enero de 1917 hasta octubre de 1920. Como queda patente, de no ser por las técnicas desarrolladas por Gillies este hombre habría quedado de por vida convertido en un siniestro remedo de calavera con carne.
Bien, estas eran grosso modo las técnicas de reconstrucción facial desarrolladas durante el conflicto que, por lo general, resultaron bastante satisfactorias salvo casos en los que las complicaciones superaban desgraciadamente a los medios disponibles en la época. Uno de ellos fue el de la serie de fotos que vemos abajo y que muestran el estado en que quedó el rostro del segundo teniente Henry Lumley tras estrellarse su aeroplano y achicharrarse completamente la cara. Tras intentarse una reconstrucción mediante un injerto de piel extraída del pecho, Lumley rechazó su propia piel en la segunda intervención sufrida, falleciendo de un paro cardíaco en marzo de 1918. Con todo, este fracaso no fue baldío ya que dejó claro que este tipo de injertos no era viable si se intentaba llevarlos a cabo de una sola vez, siendo preferible y con muchas más probabilidades de éxito hacerlos de forma fraccionada.
Y que nadie piense que los tedescos no se molestaron en llevar a cabo sus correspondientes avances en lo tocante a reconstrucciones faciales. Un ejemplo lo tenemos en el doctor Jacques Joseph, el cual estableció en el Hospital de la Caridad de Berlín la Sección de Cirugía Plástica Facial, donde se efectuaron intervenciones tan complejas como las de Gillies y su equipo. A la derecha vemos el proceso seguido para devolver un rostro al teniente turco Mustafá Ipar, al que la metralla arrancó toda la cara incluyendo el ojo derecho, los párpados inferiores y la lengua. Cuesta trabajo imaginar como ese pobre hombre pudo sobrevivir, pero la cosa es que lo hizo. Fue operado varias veces en Turquía antes de ser enviado a Berlín en 1918, donde le pudieron reconstruir algo parecido a un rostro, lo que no deja de ser cuasi milagroso a la vista de que, más que reconstruir, lo que se hizo fue "crear partiendo de la nada". La sección de cirugía plástica del doctor Joseph estuvo operativa hasta enero de 1922
Anna Coleman Ladd retocando una prótesis de nariz sobre una mascarilla del sujeto |
Francis D. Wood |
Básicamente, lo primero que hacían era confeccionar una mascarilla del paciente una vez que sus heridas hubiesen sanado completamente. Dicho molde se elaboraba con arcilla, escayola o plastilina. De ese modo no era necesaria la presencia del herido durante la elaboración de la máscara o la prótesis, y solo cuando estaba casi a punto era cuando debía estar presente para llevar a cabo los ajustes finales. Las máscaras se fabricaban con finas láminas de cobre que, una vez terminadas, eran galvanizadas para que la pintura quedara fijada a las mismas. En la foto de la derecha vemos a uno de los operarios del taller de Anna Coleman repasando una mascarilla de escayola. Obsérvense las que aparecen al fondo de la imagen, pendientes de su correspondiente máscara.
Una vez terminada la máscara o la prótesis se requería la presencia del herido para llevar a cabo los toques finales y, sobre todo, darle el color exacto a la misma a fin de que se notase lo menos posible. La foto de la izquierda nos muestra el proceso, en este caso para cubrir la parte inferior del rostro y la nariz. La operaria repasa con un pincel la unión de la máscara a la piel del sujeto, quedando fijada a la cabeza mediante unas gomillas pasadas por las orejas. El bigote es postizo, y solían usarse para ocultar o disimular las deformaciones en la boca. También se recurría a gafas falsas, o sea, gafas con cristales sin graduar (o graduados si era preciso, naturalmente), sistema este que permitía una fijación más natural.
En la foto superior vemos en primer lugar una prótesis a punto de ser introducida en el baño electrolítico que galvanizará la pieza, en este caso una oreja. A la derecha tenemos a un soldado francés con la cara totalmente deformada, y a continuación con una máscara que se sustenta mediante unas gafas. En esta ocasión también lleva un bigote postizo que oculta la boca de forma que el sujeto pueda comer o beber sin que se le vea demasiado. Aunque podamos pensar que este subterfugio no servía de nada a nivel psicológico, ciertamente a muchos hombres les ayudó a sobrellevar sus mutilaciones sin llegar a entregarse a la desesperación.
Varias prótesis faciales y ojos de cristal |
Bueno, ya está.
Hale, he dicho
Soldado francés tras pasar por el taller de Anna Coleman |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.