sábado, 3 de diciembre de 2016

Asesinatos: Clito el Negro


Alejandro a punto de dejar en el sitio a su fiel Clito
Es probable que muchos de los que me leen ya conozcan el ominoso fin de Clito, uno de los más fieles servidores del desmedido Filipo II y, a la muerte de este, de su hijo Alejandro III. Pero como también es probable que otros muchos no hayan oído hablar  en su vida de este probo sujeto, pues no estaría de más dar cumplida cuenta de los luctuosos hechos que dejaron de manifiesto por enésima vez el verdadero carácter del belicoso monarca macedonio, el Sikander deificado por los persas. Porque Alejandro, como sucede con todos los hombres que han llevado a cabo grandes hazañas o han creado grandes imperios, ocultaba en realidad una personalidad compleja, una ambición sin límites y, quizás lo peor, una megalomanía propia de quien es nombrado dios viviente y encima va y se lo cree. Alabado sin descanso por muchos de los que narraron su vida, la realidad es que se trataba de un personaje con más carencias afectivas que una iguana viuda encerrada de por vida en un terrario, proclive a todo tipo de excesos, totalmente rendido ante el peloteo y los halagos pero, al mismo tiempo, celoso e irritable en grado sumo con quién le mostraba su verdadero rostro. Su mayor afán y lo que le llevó a conquistar por conquistar hasta que sus mismas tropas le tuvieron que decir "basta ya" no fue ni más ni menos que la implacable ansiedad, el inagotable deseo de superar a su padre, y no supo o no quiso darse cuenta de que la lealtad de sus valerosos falangitas se empezó a resquebrajar cuando quiso, quizás con buena fe, igualar a todos sus súbditos sin ver que los vencedores no estaban por la labor de ser considerados como iguales a los que habían derrotado en el campo de batalla. Y no, esto no va de la vida de Alejandro, pero conviene tener en cuenta esta serie de facetas sobre la personalidad del macedonio para entender mejor toda esta historia. Así pues, tras este introito, vamos al grano.

Los hetairoi rodean a su rey durante la batalla
Clito, hijo de Dropidas, nació en una fecha indeterminada entre los años 380 y 367 a.C. Nuestro hombre pertenecía a una noble familia macedonia cercana a la persona de Filipo ya que su hermana Lanice fue nodriza del heredero, el futuro Alejandro Magno. Su mote no obedecía, como algunos creen, al color de su pelo sino para diferenciarlo de otro Clito apodado el Blanco, hiparco (ιππαρχός) de la caballería macedonia. Tras haber servido lealmente a Filipo, su hijo lo mantuvo en uno de los puestos de más responsabilidad del ejército, ostentando el rango de comandante de la ilé basiliké, el Escuadrón Real formado por los hetairoi (εταῐροι), los Compañeros, las personas más allegadas a los monarcas macedonios cuya misión consistía en protegerlos en todo momento. Clito, cuya fidelidad a Filipo había sido absolutamente granítica, era el hombre más indicado para semejante puesto ya que juró lealtad a Alejandro nada más ser asesinado Filipo, y en una nación donde hasta aquel momento ni un solo monarca había palmado de viejo apaciblemente tirado en su piltra, contar con vasallos fieles siempre era un punto a favor para poder ir cumpliendo años hasta que una conjura organizada por algún hermano, hijo, cuñado o incluso ajeno a la familia real pusiera término a su mandato y, naturalmente, a su existencia.

Momento en que Clito siega el brazo de Espitrídates. A la izquierda,
tapándose el rostro herido, Resaces intenta quitarse de en medio
Su hecho más conocido tuvo lugar en la batalla del río Gránico, librada en mayo del 334 a.C., al comienzo de la invasión macedonia al vasto imperio de Darío III. En dicha batalla, Clito salvó la vida de su rey si bien, como es habitual en estos casos, hay diversas teorías al respecto. La más conocida nos la da Plutarco que, en su "Vida de Alejandro", narra como este fue reconocido por el penacho y las dos plumas blancas que lucía en su yelmo por Espitrídates, sátrapa de Lidia y Jonia, y su hermano Resaces. Mientras que Alejandro hería en la cara a Resaces con su xysthon, una lanza de unos 3,5 metros de largo propia de los jinetes, Espitrídates le arrojó un dardo que le partió el penacho y le atravesó el yelmo hasta herirlo levemente. A continuación metió mano a su espada para rematar a Alejandro pero, en aquel momento, Clito lo pasó de lado a lado con su lanza. Sin embargo, Quinto Curcio afirmaban que, en realidad, fue el mismo Alejandro el que acabó con Espitrídates y que Clito se limitó a interponer su escudo entre su rey y Resaces, que se abalanzaba en aquel momento en ayuda de su hermano. Por otro lado, la escena que describe Diodoro detalla como la lanza de Espitrídates atravesó el escudo de Alejandro para, finalmente, impactar contra su hombro derecho, protegido por la coraza. Por último, el mismo Diodoro es el que dio la versión que afirma que Clito cortó de un golpe el brazo del sátrapa mientras que Alejandro finiquitaba al hermano de este, el cual le habría partido el yelmo con un golpe de espada. En todo caso, la cosa es que el macedonio pudo proseguir sus conquistas gracias a Clito, sin cuya intervención habría sido bonitamente escabechado y Alejandro habría pasado a la historia como el enésimo rey de Macedonia muerto antes de tiempo.

La vidorra de ensueño que los macedonios encontraron en los palacios
persas pudieron ser motivo para la orientalización de Alejandro
En las sucesivas batallas que tuvieron lugar hasta la muerte de Darío, Clito siguió ostentando el mando de la ilé basiliké, y su lealtad fue premiada cuando, tras la caída en desgracia y ejecución de Filotas en el 330 a.C., fue designado junto con Hefestión, el más abnegado amigo y leal compañero de Alejandro, para mandar los hetairoi y, posteriormente, a finales del verano del 328 a.C. fue recompensado con las satrapías de la Bactriana y la Sogdiana. Como vemos, la posición de Clito en el entorno de Alejandro estaba totalmente consolidada, y nadie podría imaginar los sucesos que estaban por venir a causa, principalmente, de la actitud del macedonio hacia las naciones vencidas. 

Un noble persa se postra ante el rey. La proskynesis, o sea,
el acto de acatamiento absoluto ante un ser viviente, era una
costumbre considerada como abominable por los macedonios,
que solo se postraban ante sus dioses. Alejandro la aceptó
muy a pesar de sus nobles
Alejandro procedía de una cultura en la que primaba la austeridad y abominaba de los lujos. De hecho, los persas siempre habían sido sañudamente criticados por los griegos debido precisamente a las narraciones que llegaban desde Oriente, en las que se daba cuenta de los lujos inimaginables y los palacios de ensueño en los que vivían los monarcas persas. Y Alejandro, al que su megalomanía lo hizo rendirse al constante halago por parte de la aristocracia de sus antiguos enemigos, no tardó mucho en orientalizarse en sus costumbres, lo que siempre fue mal visto tanto por sus tropas como por sus allegados cuando lo veían vestido con una mezcla de indumentaria a la moda de los persas y los medos. Para colmo, para afianzar su naciente dinastía no dudó en casarse con las hijas de sus antiguos enemigos de forma que su descendencia fuese el fruto de un mestizaje considerado por los macedonios como indigno. 

Jinete rodeado de pájaros de buen augurio. Los griegos
eran tan supersticiosos como luego lo fueron los romanos
Según Plutarco, en el otoño de aquel mismo año de 328 a.C. llegó el final de Clito no sin antes, como está mandado, tuviesen lugar los presagios de turno que auguraban un desenlace bastante chungo. Un buen día llegó al palacio de Alejandro en Samarcanda un cargamento de frutas procedentes de Grecia, lo que agradó en extremo al monarca. Al parecer, hizo llamar a Clito para compartir con él- y suponemos que también con el resto de los hetairoi- aquel obsequio procedente de su añorada Macedonia, donde no habían vuelto desde hacía ya varios años. Cuando los mensajeros del rey llegaron a casa de Clito para darle aviso, éste se encontraba sacrificando unas reses a los Dioscuros, dos héroes hijos de Zeus y Leda más conocidos como Cástor y Pólux. Clito, que obedeció la orden de forma inmediata, salió acompañado de los emisarios y, curiosamente, tres de las reses que estaban dispuestas para el sacrificio siguieron a nuestro hombre.

Alejandro, que tuvo conocimiento de este curioso suceso, lo notificó enseguida a dos famosos adivinos espartanos, Aristandro y Cleomantis, que rápidamente coincidieron en que era una señal de mal fario. A Alejandro, que era tanto o más supersticioso que sus congéneres, no le hizo ni pizca de gracia aquel presagio, y menos aún cuando recordó que, tres días antes, había tenido un sueño en el que Clito, vestido de negro, aparecía sentado junto a los hijos de Parmenión, los cuales habían muerto todos. Esto acojonó un poco al macedonio, que ordenó a sus adivinos llevar a cabo los sacrificios necesarios para alejar los malos augurios y así, sin más historias, todos prefirieron olvidarse de aquel asunto y acudir a la fastuosa comilona que el monarca había ordenado preparar. 

Banquete entre griegos. Se ponían de grana y oro en
todos los sentidos
Como era habitual en todos los saraos entre macedonios, estos no tardaron en agarrarse unas cogorzas de antología. Dados como eran al consumo del vino, solían beber de forma totalmente inmoderada mientras que los persas presentes se dedicaron, como tenían por costumbre con sus reyes, a hacerle la pelota de la forma más descarada al vanidoso Alejandro. Pero lo que hizo perder la paciencia a Clito fue cuando alguien comenzó a recitar unos versos obra de un tal Pránico en los que se mofaba cruelmente de Andrónico, a la sazón cuñado de Clito, que junto a Caranos, Erigyos y Artabazos había sido derrotado por el rebelde Satibarzanes y, además, había palmado en batalla. Cuando los macedonios presentes empezaron a protestar, Alejandro, en vez de hacer callar al cantor, siguió jaleando y riéndose de la sátira junto a sus palmeros persas. Clito, que ya estaba bastante recalentado por el vino, se encaró con el rey. A nadie debe extrañar esa teórica falta de respeto ya que los Compañeros tenía ese privilegio, poder tratar de igual a igual a sus reyes.

Así pues, nuestro hombre afeó a Alejandro que se burlase de aquellos desgraciados, a lo que este replicó que era cosa suya confundir desgracia con cobardía. Eso terminó de airar a Clito, que no dudó en recordarle que si estaba vivo y apalancado en su montaña de cojines era gracias a él.

-¡Esta cobardía te salvó a ti, descendiente de los dioses, cuando ya tenías encima la espada de Espitrídates, y a la sangre de los macedonios y a estas heridas debes el haberte elevado a tal altura, que te das por hijo de Amón renunciando a Filipo!- le gritó Clito bastante cabreado.

Alejandro, que tenía una tendencia a la cólera equiparable a sus ansias de inmortalidad, se enzarzó con Clito en un violento intercambio de palabras que no presagiaba nada bueno. El Negro no paraba de lanzarle puyas cada vez más hirientes, actitud propia de hombres que llevan demasiado tiempo tragando quina, y le espetó que los afortunados eran los macedonios muertos ya que no tendrían que ver como los suyos eran azotados por los medos y buscaban la intercesión de los persas para ser recibidos en audiencia por su rey. A eso añadió que no llamase a su mesa a hombres libres que hablaban con franqueza, y que mejor viviera entre bárbaros y esclavos que adorasen su ceñidor persa y su túnica blanca. 

Alejandro, completamente fuera de sí, le tiró una manzana a la cabeza y se revolvió en busca de su espada, la cual había sido previsoramente escondida por Aristófanes, uno de sus guardias, a la vista del cariz que estaba tomando la pendencia. Mientras tanto, los más cercanos a Clito lo sacaron a empellones del salón sin que este dejase de gritar y reprocharse a Alejandro todo lo que le tenía guardado, así que la cosa se puso verdaderamente... tensa. Tras ser finalmente expulsado de la sala, logró entrar por otra puerta y exclamó encarándose nuevamente con Alejandro:

-¡Qué injusticia, ay de mí, comete Grecia!

Momento en que Alejandro ensarta a Clito
Eso fue la gota que colmó la ya de por sí exigua paciencia del macedonio que, a falta de otra cosa, arrebató una lanza a un guardia y la arrojó contra Clito, acertándole con tanto tino que este apenas pudo emitir un estertor antes de quedarse más tieso que la mojama. Ver a su amigo de tantos años, a su leal súbdito hermano de la mujer que lo crió, muerto pasado de lado a lado por la lanza fue suficiente para que se evaporasen de golpe tanto el alcohol trasegado como la ira que lo dominaba. Enloquecido por el remordimiento se abalanzó hacia el cadáver y extrajo el arma homicida para, a continuación, intentar clavarse la moharra en el pescuezo pero, afortunadamente, sus somatophylakes (cuerpo de guardaespaldas nutrido por la nobleza) anduvieron rápidos de reflejos y lo agarraron, impidiéndole cometer un auto-asesinato allí mismo. 

Así acabo el valeroso Clito tras servir a dos generaciones de reyes macedonios. ¿Se pasó tres pueblos y debió callarse? Colijo que lo mejor habría sido cantarle las cuarenta a su debido tiempo a su desmedido monarca, porque la ira del paciente es la peor que existe. En cuanto a Alejandro, ni fue el primer avenate de su vida ni el último. Su carácter era de todo menos comedido, y acostumbrado cada vez más a las costumbres persas digería fatal que le hablasen con franqueza y que le recordasen que los persas habían sido enemigos de Grecia durante siglos. En cualquier caso, se quedó el hombre bastante contrito por su mala acción. Según Plutarco, lo llevaron a sus aposentos, donde pasó toda la noche llorando a moco tendido y mortificándose por su mala leche y su mal beber, no permitiendo la entrada a nadie. Finalmente, y a la vista de que su explosivo carácter podría hacerle acabar de mala manera, los hetairoi llamaron a Aristandro, el adivino espartano que le anticipó que sus visiones oníricas eran un mal presagio, y que por ese motivo sus actos eran en realidad un designio de los dioses. Así, al convencerlo de que la muerte de Clito había sido prevista por la divinidad y que él fue la mera mano ejecutora, se quedó más tranquilo.

¡Mare mía! ¿Qué é lo que he jesho, por Dió?
Flavio Arriano nos da una versión similar, en la que cargaron el muerto a Dionisos, dios del bebercio y del tintorro, y declararon que fue el que indujo a Alejandro a actuar de tan deleznable manera al estar totalmente poseído por los influjos de la bebida. A eso añade que, en realidad, todos sus lamentos y llantos no fueron más que un mero subterfugio para librar al rey de la responsabilidad de un asesinato, y que el macedonio, ya con la cabeza fría, no se arrepintió de haber escabechado a Clito por haberle dicho cuatro verdades.

En fin, así son las cosas. Cuando el que mata es el que está por encima de todos hay que mirar para otro lado. En cuanto al insigne Alejandro, podemos aplicarle la máxima de que el que mata a un hombre es un asesino, pero el que mata miles es un héroe, lo que en su persona se cumple al pie de la letra.

Bueno, hora de merendar, así que me piro.

Hale, he dicho

Bajorrelieve que muestra a Alejandro sujetado por sus guardaespaldas mientras que uno de ellos intenta arrebatarle la
lanza con la que acaba de matar a Clito el Negro, que yace exánime en el suelo


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