jueves, 1 de diciembre de 2016

Mitos y leyendas: Los carros falcados


Fotograma de la película "Alejandro Magno", dirigida por Oliver Stone en 2004, en la que se recrea la impetuosa carga
de los carros falcados persas contra la falange macedónica durante la batalla de Gaugamela

No nos engañemos. ¿Quién no ha soñado alguna vez con irrumpir  guiando un carro falcado en el bodorrio de un cuñado o en una de esas abominables cenas de empresa que ya se van planificando en estas fechas? ¿Quién no ha sentido espasmos de placer imaginando la jeta de asombro de su jefe o de su pelota más abominable al verse partido en dos por la afilada guadaña de una de sus ruedas? ¿Quién no ha sentido vahídos de éxtasis glorioso al recrear en su magín a un cuñado con las piernas limpiamente seccionadas para, a continuación, ser bonitamente pateado por los caballos? Así es, dilectos lectores. Todos, en algún momento de nuestras aplatanantes existencias, hemos visto en una peli o en algún cómic esos siniestros carros de guerra que, por su aspecto, podrían poner en fuga a la infantería más bragada. Sin embargo, como tantos otros mitos del mundo antiguo, sus efectos teóricos sobrepasaron a los reales y, aunque su apariencia induce a pensar que una hueste provista de esos chismes sería invencible, no era oro todo lo que relucía. Veamos pues de qué iban estos peculiares vehículos de combate.

Guerreros escitas. Como vemos, sus armas e indumentaria son de origen
helenístico
Como ya hemos visto en las entradas que en su día se publicaron sobre los carros de guerra, estos trastos tienen un origen bastante remoto. De hecho, todas las culturas del mundo antiguo los emplearon con mayor o menor acierto si bien la realidad es que el nivel de efectividad de los carros era más psicológico que práctico, y solo cuando se enfrentaban a tropas mal disciplinadas era cuando sembraban el caos y provocaban la huida en desbandada de los enemigos, dominados por el pánico ante el inquietante avance de decenas o cientos de carros envueltos en una nube de polvo y precedidos por un fragor que le encogía en ombligo al más pintado. Puede que la posibilidad de que una infantería bien entrenada frenase en seco a estos costosos artefactos indujese a algún estratega a aumentar su poder ofensivo, así como su agresiva apariencia. No se sabe quién ni cuando se crearon los carros falcados si bien se atribuye el invento a los escitas, un pueblo que ocupaba extensas zonas del sur de Rusia, Ucrania y Asia Central, o sea, aproximadamente lo que actualmente es Kazakstan. De ahí que también se les suela denominar carros escitas, lo que en pureza sería más correcto ya que el término "falcado" procede de los historiadores romanos los cuales, por cierto, denominaban a los escitas como sármatas. Lo comento solo para que alguno que otro no se líe ya que ambos pueblos, escitas y sármatas, eran la misma cosa.

Hipótesis acerca del aspecto que debían tener los
carros escitas de Ciro el Grande
No obstante, historiadores de la antigüedad como Jenofonte atribuían la idea a Ciro el Grande, el cual seguramente la tomó por mero contacto con los pueblos escitas. Recordemos que los dominios persas se extendían al sur de los territorios escitas, por lo que habría un extenso intercambio de todo tipo incluyendo, como no, en lo relacionado con la milicia. Según la Ciropedia, obra escrita entre los años 365 y 380 a.C., el mismo Ciro manifestaba que "...las guadañas se han instalado en los ejes, y que la intención es conducirlos (los carros) hacia las filas enemigas". Obviamente, esto no prueba que Ciro hubiese inventado nada, sino que en su ejército ya se empleaban, así que atribuirle la idea se me antoja excesivamente atrevido. Sea como fuere, gracias a estas crónicas podemos tener claro que los carros escitas ya estaban operativos antes del siglo VI a.C.

Grabado decimonónico alemán que muestra un carro escita arrollando
enemigos. Estas imágenes propias del romanticismo han sido las causantes
en gran parte de la fama de estos artefactos
Al parecer, y siempre según Jenofonte, el empleo táctico que Ciro daba a estos carros era el de simples armas de choque. Contrariamente a la imagen que solemos tener de las tripulaciones de los carros de guerra, formadas por lo general por el conductor y uno o dos combatientes, los carros escitas del monarca persa eran unos tanques tirados por dos o cuatro caballos cubiertos por sendas lorigas de malla y tripulados por un solo hombre, el conductor, también fuertemente protegido. Además, el carro en sí estaba enteramente fabricado con madera lo suficientemente sólida como para proteger a su único tripulante de los proyectiles que le arrojasen, ya fuesen lanzas, dardos o flechas. Según la descripción que da Jenofonte, en cada extremo del eje se colocaba una guadaña de dos codos de largo (el codo persa era de 50 cm. mientras que el griego era de 46, así que por ahí andaba la cosa), y por debajo de estos otra serie de guadañas (no especifica la cantidad) apuntando hacia el suelo y cuyo cometido podemos suponer que era despedazar a los que eran previamente arrollados por los caballos. Su misión era abalanzarse contra la infantería enemiga a fin de romper sus filas y permitir de ese modo que la caballería que marchaba tras los carros se pudiese introducir por las brechas, pudiendo así acuchillar a los enemigos a su sabor y aniquilarlos bonitamente.

Ningún carro, por formidablemente armado que fuese, podía romper un
cuadro de infantería bien disciplinada
Sin embargo, los carros de guerra en general ya habían mostrado hacía tiempo sus limitaciones. De entrada, para desplegar toda su eficacia debían operar en terreno llano y libre de obstáculos, circunstancias estas que solo se encontraban de forma sistemática en Egipto. Bastaría que la batalla se desarrollase en un pedregal para que quedasen totalmente anulados. Por otra parte, una infantería lo suficientemente disciplinada podía detenerlos y rechazarlos, y para eso los griegos lo tenían fácil gracias a sus hoplitas formados en impenetrables falanges erizadas de lanzas, de modo que no servía de gran cosa gastarse un dineral en fabricarlos y dotarlos de caballos para, a la hora de la verdad, verse relegados a la condición de trastos inútiles que solo ejercían cierta presión psicológica contra tropas mal entrenadas. Además, como ocurría con los elefantes, si se revolvían contra sus propias tropas en retirada podían causar más bajas que el mismo enemigo.

Una representación de un carro escita persa avanzando seguido de la
caballería
De hecho, los griegos le tomaron rápidamente la medida a los carros escitas. En la batalla de Cunaxa (septiembre de 401 a.C.), en la que combatió el mismo Jenofonte, los hoplitas griegos a sueldo de Ciro el Joven espantaron a los caballos de los 150 carros escitas que el rey Artajerjes hizo cargar contra ellos. Los griegos se limitaron a dar grandes voces invocando a Ares al tiempo que golpeaban sus pesados escudos con las moharras de sus lanzas, lo que hizo ingobernables a los carros que, finalmente, fueron abandonados por sus conductores. Esto no es óbice para afirmar que cuando el terreno era el adecuado, los carros escitas fueran un arma formidable. Un ejemplo de esto nos lo da también Jenofonte que, en sus Helénicas, narra como 700 hoplitas espartanos fueron sorprendidos por dos carros escitas persas que, rápidamente, se abalanzaron contra ellos seguidos por 400 jinetes. Los carros, que contra una infantería tan diestra como la espartana podrían suponerse inútiles, fueron sin embargo capaces de arrollarlos y desbaratar sus filas debido a que, por un exceso de confianza, marchaban sin formar. Esto permitió a la caballería finiquitar a un centenar de ellos antes de que pudieran retirarse echando leches. 

Escena de la batalla de Gaugamela en la que vemos como los carros escitas
avanzan entre la falange seguidos por elefantes de guerra
Pero aparte de estas escasas e insignificantes victorias, la realidad era que los carros escitas tenían pocas posibilidades de triunfar contra los acérrimos enemigos de los persas, los griegos, cuya infantería estaba perfectamente entrenada para hacer frente a todo tipo de caballería. La última ocasión en que los persas hicieron uso de estos carros fue contra la falange del macedonio Alejandro en Gaugamela el 331 a.C. En esta nefasta jornada para las armas persas, el rey Darío había ordenado preparar un número de carros escitas con la intención de que rompieran las infranqueables líneas de los falangitas macedonios. Como ya hemos comentado, estos vehículos solo eran plenamente eficaces si operaban sobre terreno llano y libre de obstáculos, por lo que hizo preparar tres pistas por las que pudiesen avanzar a toda velocidad seguidos por elefantes de guerra y caballería. Como vemos, no se devanó mucho la cabeza Darío ya que su intención era recurrir a la táctica de siempre: los carros rompen las filas y la caballería penetra entre ellas para rematar la faena. Sin embargo, el caudillo macedonio se olió el plan y ordenó a los comandantes de su ala derecha, la situada ante las pistas fabricadas por los persas, que preparasen a sus tropas para que, a una orden, abriesen sus filas ordenadamente y simplemente dejasen pasar los carros. Luego volverían a cerrarlas para detener a la caballería mientras que los carros serían aniquilados por los jinetes macedonios. 

Los carros persas se introducen entre las filas de falangitas sin causarles
el más mínimo daño
La acción se llevó a cabo de la forma prevista: los carros atacaron con denuedo por las pistas mientras que los falangitas adoptaron una formación oblicua que les permitió abrir sus filas rápidamente. Al mismo tiempo enfilaron sus sarisas contra los carros cuyos conductores se vieron obligados a avanzar por los pasillos formados entre las filas si no querían verse ensartados como acericos y, finalmente, fueron aniquilados por la caballería macedonia y la infantería ligera que les hizo caer encima una lluvia de dardos. Curiosamente, y a pesar de que la eficacia de los carros escitas era más que cuestionable, los mismos griegos no dudaron en adoptar estos vehículos y emplearlos en sus guerras cuando el insigne Alejandro estiró la pata y sus diádocos se dedicaron a masacrarse entre unos y otros para trincar el cacho más grande del imperio creado por su antiguo rey.

Pero de eso ya hablaremos en una próxima entrada, que por hoy ya he escrito bastante.

Hale, he dicho

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