Bueno, prosiguiendo con el tema de los arditi, nada mejor que una entrada para dar cuenta de algunas curiosidades curiosas, de esas que dejan perplejos a los compadres y amiguetes ante nuestra sapiencia, embelesada a la parienta, que podrá presumir de tener un maromo culto y, por supuesto, humillados a esos abyectos cuñados que solo parecen vivir para demostrar lo que saben de todo. Así pues, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, que está lloviendo más que el día que enterraron a Bigote y que no ando especialmente exultante de ánimo, procedamos a elaborar esta entrada que tampoco requiere demasiada enjundia porque las curiosidades en cuestión las he ido recopilando a medida que iba preparando los artículos anteriores sobre los arditi.
Unas tropas que atacaban al enemigo con una pierna de menos, una muleta en una mano y el fusil en la otra debían tener mejor paga sí o sí. Esto es propaganda y lo demás son chorradas |
1. Pertenecer a una tropa de élite tiene sus pros y sus contras, como todo en esta vida. Uno de los pros más importantes es el tema pecuniario ya que, por razones obvias, uno suele palmarla más contentito si nota en el bolsillo de la guerrera la cartera bien llena de billetes. Y así es como solían morirse los arditi tanto en cuanto cobraban un salario notablemente más alto que sus colegas del ejército regular. La paga diaria de un soldado del ejército era de 89 céntimos de lira a los que había que descontar 38 del rancho, 27 del pan y 14 en concepto de indumentaria, por lo que al sufrido guripa italiano le quedaban solamente 10 céntimos a los que se sumarían 40 céntimos que el estado concedía a cada hombre en concepto de prima de guerra. Total, 50 céntimos para gastárselos en su persona si es que vivía para ello. La realidad es que era una birria de paga ya que, por ejemplo, un kilo de pan costaba 55 céntimos, así que tenía que batirse el cobre durante un día para poder comprarse de su bolsillo una hogaza. Sin embargo, un ardito veía su paga aumentada en 20 céntimos al día, lo que suponían 70 céntimos que ya daban para añadir a la hogaza una cajetilla de 10 cigarrillos. Sí, era también una paga mierdosa, pero al menos se podían permitir elegir entre palmarla de un tiro o de un cáncer de pulmón, ¿no? Además de los soldados, el resto del personal de cada Reparto obtenía su correspondiente plus: los sargentos aumentaban su paga convencional de 1 lira y 88 céntimos con 30 céntimos más, y los marescialli (mariscales, lo que para nosotros serían los sargentos primeros y los brigadas) entre 1 y 2,5 liras dependiendo de su categoría (hay hasta cinco).
De vuelta de una acción de guerra en Bassano del Grappa. Otro de los privilegios de los arditi es que eran transportados al frente en camiones mientras que la infantería regular solo se movía a pie |
2. Otro pro importantísimo eran las raciones, más abundantes que en el ejército. Así, mientras que en este la ración diaria de carne era de 200 gramos, un ardito se podía zampar 30 gramillos más. Los 200 gramos de pasta del ejército eran aumentados hasta los 250, mientras que de pan recibían lo mismo (menos mal), 700 gramos. Sin embargo, les daban un cuarto de litro de vino al día mientras que sus colegas se tenían que conformar con la misma cantidad cada cinco días, y 10 gramos diarios de café que, del mismo modo, los del ejército solo veían cada dos días. Pero esto era lo que los arditi obtenían de forma reglamentaria, lo que tampoco daba para ganar una guerra con la barriga llena, así que se valían de su condición de candidatos de primera clase a la fosa común para llevar a cabo toda clase de tropelías y hurtos en las poblaciones cercanas donde, al parecer, no solían privarse de echar el guante a la fauna doméstica para dar buena cuenta de gallinas, gansos, etc. De hecho, su descaro llegaba a extremos inauditos ya que hasta se daban casos de grupos de arditi que asaltaban las columnas de aprovisionamiento de su propio ejército amenazando a los conductores de los camiones con granadas de mano. Unos golfos, vaya...
No tenían abuela ni la necesitaban a la vista de esta postal de la época, en la que una signorina cae rendida ante la viril prestancia de un ardito |
3. Esta permisividad no solo producía severas tortícolis entre los mandos de tanto mirar para otro lado, sino que también daba lugar, además de a gamberradas y robos, a excesivos escarceos con el hembrerío de la comarca. Conviene señalar que los arditi nunca permanecían estacionados en primera línea más tiempo que el necesario para llevar a cabo una acción determinada, tras la cual volvían a retaguardia o a sus campamentos a la espera de volver a ser llamados para sacar las castañas del fuego a sus colegas de la infantería. Al estar exentos de servicios mecánicos (ambigua expresión cuartelera que designa a todos los trabajos desagradables como barrer, fregar, cocina, etc.) y de hacer guardia, estos fogosos sujetos se aburrían como galápagos, así que aprovechaban las noches para largarse en busca de frondosas mocitas que no dudaban en dejarse meter mano por aquellos valerosos soldados que tanta guerra daban tanto en el campo de batalla como en la piltra. Al final, el Comando Supremo decidió trasladar los campamentos bien lejos de los núcleos de población porque la cosa pasaba ya de castaño oscuro.
A la izquierda, soldado de infantería de línea. A la derecha, un ardito. |
4. Otro privilegio consistía en el uniforme. El teniente coronel Bassi, creador de los Reparti d'Assalto, tuvo claro desde el primer momento que los hombres destinados a llevar a cabo operaciones especiales debían ir a la muerte lo más cómodos posible. Por ello, sustituyó la guerrera reglamentaria del ejército, la típica prenda de la época con cuello alto y sin bolsillos exteriores, por la que usaban las unidades ciclistas de los bersaglieri. Esta prenda tenía el cuello abierto con solapas y dos bolsillos de pecho. Además, tenía un bolsillo grande situado en la parte trasera, como los chalecos de caza menor, destinado a contener las numerosas granadas de mano de dotación de estas tropas. Como prenda interior usaban un jersey de cuello vuelto, también propio de los ciclistas, abotonados desde el hombro izquierdo hasta el cuello. En cuanto a los pantalones, empleaban los calzones hasta las rodillas mod. 1909 de las unidades alpinas en vez del bombacho de la infantería.
Las pantorrillas las cubrían con vendas o con calcetines altos si bien, desconozco el motivo, muchos preferían las vendas. Las botas solían ser también las usadas por los alpinos, un calzado especialmente robusto con las suelas claveteadas y con grapas en todo el contorno de las mismas. En la foto de la derecha podemos ver su apariencia, en este caso calzadas por alpinos. Ciertamente, debían ser el arma secreta de los arditi ya que un pisotón o una patada con eso debía tener unos efectos simplemente demoledores. Las cabezas se las cubrían con el scodellino (la pantalla), o sea, el quepis reglamentario modelo 1905, o el fez de fieltro negro rematado por una generosa borla del mismo color inspirado en la red de pelo usada por los bersaglieri. En fin, un uniforme ciertamente avanzado para su época ya que el resto de las tropas en liza aún seguían con sus guerreras de cuello alto incluidos los Stormtruppen tedescos. Bueno, y los oficiales british (Dios maldiga a Nelson), que usaban guerrera abierta con camisa y corbata, prenda esta última cuyo uso en el frente siempre me ha parecido propio del típico esnobismo de esos isleños.
Aprendiendo el manejo de los lanzallamas |
5. Pero no era oro todo lo que relucía. Ciertamente, recibían mejor paga, raciones más abundantes y hasta se pasaban tres pueblos cuando no combatían, pero a cambio caían como moscas y su número de bajas era escandalosamente alto tras cada acción a pesar de que, contrariamente a la infantería regular, los arditi dedicaban sus estancias en retaguardia a entrenar a diario. Pero no chorradas de instrucción en orden cerrado y cosas así, sino el duro entrenamiento diseñado por Bassi para tener al personal fibroso, ágil, en perfecta forma física y dispuestos a salir hacia el frente en cualquier momento. Se tocaba diana a las seis de la mañana, pero no con la típica corneta, sino con una andanada de morteros para saltar de la piltra con alegría y tal. Tras el aseo personal comenzaba una inolvidable jornada en la que los oficiales de cada Reparto deleitaban a sus hombres con un completo programa de actividades gracias al cual, cuando daba término la instrucción las seis de la tarde, por lo general estaban todos para el arrastre. A las 10 de la noche se tocaba silencio pero, curiosamente, no se pasaba lista porque se daba por sentado que más de uno se largaría fuera del campamento a darse un revolcón o a otros temas menos... espirituales. Sin embargo, nadie faltaba nunca cuando se volvía a tocar diana. Obviamente, plantear semejante conducta en un campamento alemán, austriaco, inglés o francés era simplemente impensable.
Practicando un avance protegidos por una cortina de humo |
6. Pero a pesar de tan dura existencia y del elevado número de bajas que solían acaparar, las solicitudes de ingreso en los Reparti d'Assalto nunca faltaron. Los candidatos a convertirse en militari arditi eran enviados al campo de adiestramiento situado en Sdricca di Manzano donde, aparte de recibir su nuevo uniforme propio de este tipo de tropas, se veían sometidos a un riguroso programa de entrenamiento que incluía pruebas psicológicas, instrucción de combate con fuego real y hasta los entretenían con chispeantes juegos para poner a prueba el valor del personal. Uno de los preferidos era sorprenderlos con una voz de alarma para, a continuación, lanzarles cerca un Thévenot. En función a la reacción por parte del aspirante a ardito se estimaba cómo sería su comportamiento en combate. Otro de los enjundiosos test para calibrar la testiculina del personal era el denominado dondolo, "el columpio" el cual no consistía precisamente en balancearse en uno de esos deleitosos chismes. En realidad, en lo único en que se asemejaban era en la estructura, igual a la de un columpio, pero en lugar del asiento ponían una soga con una longitud acorde a la estatura del soldado. Al final de la soga anudaban un peso que, al oscilar como un péndulo, debía pasar tan cerca de la jeta del soldado que podría arrancarle la gorra al golpearle la visera. Para salir airoso de este juego tan guay debía uno permanecer como una estatua mientras veía como el péndulo se aproximaba peligrosamente, y al parecer solo unos cuantos de todos los que pasaron por Sdricca di Manzano resistieron sin que se les encogiera en ombligo. En cualquier caso, lo cierto es que alrededor de un 10% renunciaban y volvían a sus unidades de origen por lo que, por norma, las insignias y distintivos del Reparto no se entregaban hasta después de dos o tres semanas, cuando lo más duro del entrenamiento ya había pasado.
-¡Te pegooo! ¡Te pegooooooo! (Ruiz Mateos dixit) Está de más decir que esta gente tenía un elevadísimo concepto de sí mismos, y se hacían una propaganda bestial, las cosas como son |
7. El entrenamiento de los arditi no tenía nada que envidiar al de las modernas unidades de asalto. No solo practicaban con armas de todo tipo, sino que llevaban a cabo maniobras bajo fuego real de lo más estimulantes a fin de crear entre las tropas un sentimiento de inmunidad que, a la hora de la verdad, les permitía dominar el miedo y las ganas de salir echando leches de aquel infierno. Para lograr ese estado psicológico, Bassi había diseñado todo un sofisticado programa de entrenamiento en el que, además de lo detallado anteriormente, se despertaba en plena noche al personal y se les hacía equiparse a toda velocidad para salir de maniobras, o incluso lanzaban petardos en el interior de los barracones para que aprendieran a controlarse y a actuar en todo momento sin perder la sangre fría, lo que obviamente salvó muchísimas vidas. No obstante, y a pesar de que lo que ocurría en Sdricca di Manzano no salía de allí, no pasó mucho tiempo hasta que empezó a correr el rumor de que las bajas producidas por semejante entrenamiento eran poco menos que similares a las del frente, si bien eso nunca se pudo corroborar. El ejercicio más elaborado y que dio pie a estos rumores era la collina tipo, la colina de los monigotes. Consistía en una reproducción exacta de una posición fortificada austriaca que debía ser atacada bajo fuego real una y otra vez hasta que la unidad asaltante lograra sincronizarse a la perfección con el fuego de cobertura de la artillería propia y las armas de apoyo. Este ejercicio podía ejecutarse en cualquier momento, de día o de noche, bajo la luz del sol, la lluvia, la nieve o el siniestro fulgor de la luz de magnesio de las bengalas. En fin, muy divertido y estimulante, ¿que no? Eso sí, una vez que lograban funcionar como una máquina bien engrasada eran muy difíciles de vencer, como demostraron sobradamente en el campo de batalla y pudieron dar fe de ello las tropas austro-húngaras.
Bueno, con esto ya han tenido vuecedes lectura para un ratito. En una próxima entrada daremos cuenta del armamento de estas tropas a nivel de unidad para sumarla a la que se publicó no hace mucho sobre el armamento individual.
Hale, he dicho
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