miércoles, 23 de noviembre de 2016

Gloriosa efemérides


El anterior regidor de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, portando la espada Lobera durante la procesión que, desde 1255,
conmemora la rendición de Sevilla a Fernando III el 23 de noviembre de 1248 (Foto ABC)

Fernando III
Dilectos lectores, tal día como hoy, onomástica de San Clemente, hace ya 768 años nada menos, el alevoso valí Abu Hassan al-Saqqaf ibn Abu Alí aceptaba las duras condiciones impuestas por Fernando III para rendir Sevilla. Tras varios encuentros en la alquería de Torreblanca, a mitad de camino entre la ciudad y el poderoso castillo de Yabir en lo que hoy es Alcalá de Guardaíra, el valí tuvo finalmente que aceptar lo inexorable y entregar la ciudad libre et quita, toda entera y vacía. Con esta postrera conquista, el monarca castellano, que contaba en aquel momento con unos 48 años, culminaba una vida entera dedicada a recuperar las tierras que la morisma nos arrebató enhoramala, siendo el rey que más territorios arrancó de las manos de los musulmanes.

Atrás quedaban quince meses de cruento asedio, de furiosas espolonadas por parte de las guarniciones de Sevilla, de los castillos de al-Faray y Triana, del terrible calor, de las lluvias de otoño y primavera, de penurias y de privaciones tanto por parte de la hueste castellana como de los habitantes de la populosa urbe. En la hueste castellana sirvieron las milicias concejiles de multitud de ciudades, las mesnadas de los ricoshombres de Castilla, los caballeros de las órdenes de Santiago, del Hospital, del Temple, de Calatrava y de Alcántara; acudieron a la conquista, que obtuvo bula de Cruzada del papa Inocencio IV, caballeros y hombres de armas de Aragón, de Portugal, de Francia, de Alemania, de Italia y hasta de la brumosa Albión, y entre todos hicieron frente a una de las ciudades mejor fortificadas de Occidente, con más de siete kilómetros de muralla y antemuro defendidos por 166 torres y con el Tagarete y el caudaloso Guadalquivir como fosos naturales y guarnecida por miles de hombres.


Maqueta de Sevilla durante la Reconquista
La capitulación contemplaba que, en día de su firma, las tropas castellanas tomarían posesión del alcázar, pero nadie entraría en la ciudad hasta pasado un mes. Durante ese tiempo, sus habitantes podían vender sus enseres y todo lo que no quisieran llevar consigo hasta que, finalmente, el 22 de diciembre el valí y su séquito salieron por la bäb al-Qata'i, la Puerta de las Naves, para hacer entrega a don Fernando de las llaves de la ciudad. El monarca, que esperaba a al-Saqqaf junto a su hueste en el arenal que se extendía desde la torre del Oro hasta más allá del puente de barcas, recibió la entrega de la ciudad para, finalmente, entrar por la puerta de Goles para adueñarse de ella. Juro que si inventasen una máquina del tiempo y me ofrecieran darme un garbeo por el pasado, el primer momento histórico que elegiría sería ese.

El castillo de Triana y el puente de barcas
El cerco a Sevilla dio lugar a infinidad de leyendas, como era habitual en las acciones militares de envergadura. Hubo intervención mariana y manó agua de donde no había más que lagartos resecos y alacranes con muy mala leche. Se llevaron a cabo hazañas que perdurarán para siempre en la memoria de los hombres, como la derrota infligida a la flota enviada por el emir de Túnez en auxilio de la ciudad o la ruptura del puente de barcas a manos de dos galeras tripuladas por los bravos marineros cántabros y capitaneadas por Ramón de Bonifaz y Paio Gómez Chariño, y los más encumbrados caballeros de la época dieron estopa sin descanso a la morisma quedando sus nombres unidos para siempre al cerco de Sevilla: el maestre de Santiago Pelayo Pérez Correa, Garci Pérez de Vargas, Lorenzo Suárez Gallinato, los infantes don Alfonso, don Enrique y don Fadrique, hijos del monarca, su hermano Alfonso, señor de Molina, Rodrigo González Girón y un largo et cétera de ricoshombres y caballeros que acudieron a la llamada de las armas para acometer una empresa basada ante todo en la fe, porque si se fiaban solo en las probabilidades de éxito nadie habría seguido a don Fernando.


Al-Saqqaf entrega al rey Fernando las llaves de Sevilla. Las cosas como son, no hay un solo cuadro que represente
la rendición de la ciudad que valga un duro. Ya podría Ferrer-Dalmau pintar uno decente, leches

En fin, recuperar Sevilla fue una empresa digna de un monarca como Fernando III, al que ni su mala salud ni sus levantiscos nobles pudieron impedirle ser el rey castellano que más incordió y más guerra hizo a la morisma. Por cierto que los que quieran vivir ese apasionante periodo histórico lleno de alevosías, conjuras y batallas de las buenas, pueden hacerlo leyendo "Sevilla para Castilla", mi opera prima, la cual cuesta menos que un paquete de tabaco que mata más que una cobra con tos ferina. Así pues, no se priven del deleitoso placer de la lectura que, además, ilustrará a vuecedes acerca de los turbulentos tiempos que vivieron los que nos precedieron y, cómo no, les permitirá apabullar a sus respectivos cuñados cuando hagan una visita a la trimilenaria urbe.

Bueno, no quería dejar pasar la ocasión de festejar tan señalado día porque otros años se me ha pasado por alto por una cosa o por otra. Vaya pues por el santo monarca:


¡CASTILLA, CASTILLA, CASTILLA  POR EL REY DON FERNANDO!

y esas cosas que se dicen, amén y tal.

Hale, he dicho

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