Fernando III |
Atrás quedaban quince meses de cruento asedio, de furiosas espolonadas por parte de las guarniciones de Sevilla, de los castillos de al-Faray y Triana, del terrible calor, de las lluvias de otoño y primavera, de penurias y de privaciones tanto por parte de la hueste castellana como de los habitantes de la populosa urbe. En la hueste castellana sirvieron las milicias concejiles de multitud de ciudades, las mesnadas de los ricoshombres de Castilla, los caballeros de las órdenes de Santiago, del Hospital, del Temple, de Calatrava y de Alcántara; acudieron a la conquista, que obtuvo bula de Cruzada del papa Inocencio IV, caballeros y hombres de armas de Aragón, de Portugal, de Francia, de Alemania, de Italia y hasta de la brumosa Albión, y entre todos hicieron frente a una de las ciudades mejor fortificadas de Occidente, con más de siete kilómetros de muralla y antemuro defendidos por 166 torres y con el Tagarete y el caudaloso Guadalquivir como fosos naturales y guarnecida por miles de hombres.
La capitulación contemplaba que, en día de su firma, las tropas castellanas tomarían posesión del alcázar, pero nadie entraría en la ciudad hasta pasado un mes. Durante ese tiempo, sus habitantes podían vender sus enseres y todo lo que no quisieran llevar consigo hasta que, finalmente, el 22 de diciembre el valí y su séquito salieron por la bäb al-Qata'i, la Puerta de las Naves, para hacer entrega a don Fernando de las llaves de la ciudad. El monarca, que esperaba a al-Saqqaf junto a su hueste en el arenal que se extendía desde la torre del Oro hasta más allá del puente de barcas, recibió la entrega de la ciudad para, finalmente, entrar por la puerta de Goles para adueñarse de ella. Juro que si inventasen una máquina del tiempo y me ofrecieran darme un garbeo por el pasado, el primer momento histórico que elegiría sería ese.
Maqueta de Sevilla durante la Reconquista |
El castillo de Triana y el puente de barcas |
En fin, recuperar Sevilla fue una empresa digna de un monarca como Fernando III, al que ni su mala salud ni sus levantiscos nobles pudieron impedirle ser el rey castellano que más incordió y más guerra hizo a la morisma. Por cierto que los que quieran vivir ese apasionante periodo histórico lleno de alevosías, conjuras y batallas de las buenas, pueden hacerlo leyendo "Sevilla para Castilla", mi opera prima, la cual cuesta menos que un paquete de tabaco que mata más que una cobra con tos ferina. Así pues, no se priven del deleitoso placer de la lectura que, además, ilustrará a vuecedes acerca de los turbulentos tiempos que vivieron los que nos precedieron y, cómo no, les permitirá apabullar a sus respectivos cuñados cuando hagan una visita a la trimilenaria urbe.
Bueno, no quería dejar pasar la ocasión de festejar tan señalado día porque otros años se me ha pasado por alto por una cosa o por otra. Vaya pues por el santo monarca:
¡CASTILLA, CASTILLA, CASTILLA POR EL REY DON FERNANDO!
y esas cosas que se dicen, amén y tal.
Hale, he dicho
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